Entrevistas
Marcela Vallejo
Perú -
marzo 05, 2021

Quipu: cómo construir un documental transmedia de manera colaborativa

Esta semana se inició, después de muchos intentos previos, un juicio contra el expresidente Alberto Fujimori por su autoría “mediata” en los casos de hombres y mujeres que fueron esterilizados de manera forzada durante su mandato en la década de los 1990. Él junto a tres funcionarios de su gobierno están acusados por los casos de 5 muertes y de 1307 lesiones graves en personas resultado de esos procedimientos médicos.

A pesar de que esos números son suficientemente impresionantes, se calcula que en el mandato de Fujimori fueron esterilizadas contra su voluntad aproximadamente 290.000 personas. La mayoría eran mujeres, y al menos el 22% indígenas andinas rurales que no sabían leer ni escribir español.

En 2012, la documentalista peruana Rosemarie Lerner y su colega Maria Court decidieron hacer un documental que permitiera contar esta historia de otra manera. En ese momento ya habían algunos registros y documentales, pero en casi todos se mostraba a las señoras como víctimas o simplemente se hablaba de cifras, Rosemarie y Maria se dieron cuenta de que esas mujeres eran activistas y que ellas mismas llevaban varios años contando su propia historia en busca de justicia. Así que diseñaron, junto con un equipo de producción y de investigación, una plataforma que permitiera recoger y amplificar esas voces: el Proyecto Quipu. Hace una semana presentamos la primera parte de la entrevista con una de las directoras del proyecto. Aquí publicamos la segunda parte del diálogo.

Con la ayuda de la radio y mediante una línea telefónica gratuita ellas fueron recopilando historias y testimonios. Visitaron e hicieron talleres en muchas comunidades del Perú donde mujeres y hombres habían sido esterilizados contra su voluntad. Poco a poco con las grabaciones recogidas por teléfono, fueron alimentando una plataforma web en la cual era posible escuchar en español o en quechua a estas mujeres, y después se podía grabar un mensaje de apoyo.

Rosemarie, Maria y su equipo diseñaron además una campaña de impacto que les permitiera llegar a tres audiencias y así: poner en contacto a las mujeres afectadas a lo largo del país, lograr que la audiencia internacional se enterara de un hecho que había tenido poco cubrimiento en los medios, y con la presión del público internacional, llegar a las élites y las clases dominantes peruanas.

El Proyecto Quipu es un documental participativo, transmedia. Estuvo alojado en una página web que fue alimentada con las llamadas de las mujeres peruanas y el público hasta 2017. Actualmente, no está en línea, los cambios tecnológicos y las exigencias de la forma en que se hizo, llevaron a que el año pasado dejara de funcionar. Sin embargo, sus autoras se aseguraron de proteger el legado del proyecto. 

Pensando en la naturaleza multimedia y multiplataforma, ¿qué papel tuvo la radio en Quipu?

La radio es el medio que mayor alcance tiene en lo rural. Puedes llegar a todos lados, pero sigue siendo un medio unidireccional. Pero el rol de la radio en estas comunidades es increíble. Es una relación totalmente distinta a la que tenemos nosotros. Por ejemplo, nosotros empezamos en Huancabamba con la señora Esperanza Huayama, que básicamente es la protagonista del documental y ella es la productora local principal de Quipu, ella es increíble. Y ella fue en verdad la que asumió el proyecto como algo para llevarlo a las señoras. Ella decía me armo de mi teléfono y ahora voy. La primera vez que llegamos a Huancabamba, ella era presidenta de la Asociación de Mujeres. Ella decía, ya yo voy a convocar este primer taller. La organización reúne a señoras de los diferentes caseríos, pueblos que están en toda la provincia, en algunos casos son ocho o diez horas para llegar al lugar de la reunión. Y normalmente, cuando ellas tienen reuniones de la organización, avisan por radio.

Entonces era como “yo aviso y van a venir, las señoras sí vienen”. “Pero ¿cómo vas a avisar? ¿Y van a llegar mañana? O sea, no hay manera”. Yo decía bueno, con que lleguen cinco señoras, hacemos el taller. Y ella iba a la radio y decía “Va a haber este taller. Vengan señoras amigas, no sé qué, en la casa de la mujer”. Yo decía pucha, no va a llegar nadie. Y de pronto, al día siguiente había cinco. Un par llegaron la noche antes, y dije ah ya genial, con ellas hacemos el taller. Eran cinco cuando empecé y de pronto seguían llegando, seguían llegando más de treinta señoras. Solo de haber llamado por la radio desde el día antes o dos días antes. Después, en el segundo viaje, me acuerdo que también estábamos ya en el hotelito y nuestro bus salía, por ejemplo, a la una y llegan las señoras y nos tocan la puerta: “¡su bus!, su bus va a salir a las doce una hora antes”. Y yo, pero “¿cómo sabe?” Y ellas: han avisado en la radio y yo era como, cómo va a ser que te avisen en la radio.

Es tan común la comunicación en la radio que hasta el bus si se adelanta te avisan por radio, porque todo el mundo en la mañana sale a trabajar al campo y salen con la radiecito y están escuchando todo el tiempo. Es superpoderosa la radio allá. Aparte hay muchas radios locales y su rol en la comunidad es muy importante. Nuestros aliados eran las emisoras, estaciones chiquitas de un señor en una casa. Esos eran nuestros principales aliados para poder llegar a diferentes partes de cada provincia.

¿Y los teléfonos?

Había señoras que no tenían teléfono, pero siempre por lo menos había un vecino o alguien. En muchos casos las señoras no sabían operar los teléfonos bien, pero sus hijos o hijas siempre saben A veces hacíamos la invitación y venían con sus hijas a los talleres, entonces capacitábamos a las hijas para que ellas ayuden.

Hicimos también algo más simbólico. Por ejemplo, íbamos a Huancabamba o al Cusco y en esa primera reunión conocíamos a diferentes señoras que venían de otra región y representaban a otro grupo. Entonces quedábamos con ellas, de ir a visitarlas y ellas reunían a las señoras. Ahí hacíamos el taller y dejábamos, a una señora por lugar, un teléfono del proyecto Quipu. Esa señora era la embajadora del proyecto en su comunidad. Entonces, si alguna señora quería, ella sabía cómo utilizar la línea y si alguien quería llamar podía ir a buscarla. Esperanza, en muchos casos, se fue con su teléfono a recolectar testimonios, pero ella fue la única que hizo eso.

En cuanto a la brecha digital ¿realmente crees que se logró superar un poquito en este caso?

Sí. Para ellas era muy claro: “ahora nuestras voces se escuchan en otros países. La gente sabe lo que ha pasado”. Sí ha habido una reivindicación, por más de que no es un diálogo, si quieres, tan fluido. Pero hay una conexión que no había antes, porque antes no podían, ni siquiera en Perú, ser escuchadas en un programa de televisión. De pronto, ahora ya al tener esta certeza de que las han escuchado sienten que ha habido un impacto y sienten un reconocimiento.

Y Esperanza, bueno, ella en sí es particular, porque Esperanza ha tenido un crecimiento personal. Ella acogió el proyecto y ha sido como una excusa, para un crecimiento personal que ella ya había iniciado. Ella, de ser una mujer analfabeta, peona de una hacienda, terminó siendo la presidenta de su organización y la vicepresidenta de la Organización Nacional. Durante la producción del Proyecto Quipu se forma la primera Asociación Nacional de Mujeres Esterilizadas, y es cuando los grupos con los que estamos trabajando se juntan. En verdad, sí debo decir que Quipu ayudó en el sentido de que nosotros creamos espacios para que ellas puedan estar juntas y así se fue fortaleciendo esta red. 

En el corto llama mucho la atención que ella dice que antes no sabían lo que era la comunicación. ¿Qué es lo que ella aprendió de la comunicación, a qué se refiere?

Lo que pasa es que, por ejemplo, en el primer taller, yo me acuerdo que les decía a las señoras “acá que se trata de contar historias, todas sabemos contar historias”. Y todas las señoras: “No, no. Nosotras no sabemos contar historias”. En los talleres hacíamos ejercicios donde había unas señoras que pasaba media hora y seguían contando y seguían. Ahí yo decía: “ya, pero eso es comunicación, es lo que están contando, están contando sus historias”.

Yo creo que a lo que se refería Esperanza es que ella no se sentía cómoda, no se sentían cómodas contando su historia, sentían que lo hacían mal, que eran torpes. Y esto se debía, en el caso Huancabamba particularmente, a que poco antes de nuestra primera visita habían recibido la visita de una fiscal que las había tratado horrible. Ella les había hecho preguntas como ¿en qué fecha te esterilizaron? ¿A qué hora? ¿Qué doctor?

La sensación general que tenían estas señoras era que ellas habían fracasado en esta entrevista con la fiscal y decían es porque no sabemos hablar, lo hicimos mal, no nos van a hacer caso. Creo que nosotros las reivindicamos al decirles ustedes saben contar historias, dejarlas libremente contarlas y también volver y hacerlas escuchar las historias de las demás. Ellas veían la línea de teléfono como una oportunidad para ensayar o para practicar antes de su nueva declaración frente al fiscal. Decían ahora nos sentimos más seguras, ahora sabemos cómo contar la historia. Eso fue súper bonito porque fue un uso particular que ellas mismas encontraron .

Entonces creo que también se debía a eso. Y Esperanza ya estaba en este proceso previo al proyecto Quipu, pero el proyecto lo que hizo fue darle más oportunidades para ella practicar y prepararse. Cuando salíamos, ella era la representante, y cuando la iban a entrevistar ella siempre quería practicar y ensayar cómo iba a decir las cosas antes. Creo que el proyecto le dio esa validación, pero también las oportunidades de ella ir cada vez preparándose más, mejorando su discurso, su manera de hablar. Creo que también a eso se refería. 

Hay algo muy bonito con la voz, porque son sus voces, no sólo sus historias, sus formas de contar, sino sus voces, literalmente, las que uno puede escuchar.

Sí. Mientras estábamos haciendo el desarrollo en Inglaterra nos decían que era necesario doblar. Yo decía: “de ninguna manera, esta voz que ha viajado 10.000 kilómetros no la vamos a doblar. No hay manera”. Para nosotros fue una cuestión básica, porque nuestro llamado acción era siempre escucha, escucha. Ellos nos decían es una experiencia de lectura también. Y yo no me importa que lean, porque lo importante es escuchar la voz.

En un inicio tampoco sabíamos cómo íbamos a presentar las historias. Pensábamos quizás íbamos a tener que editar o cortar. Pero con los primeros testimonios yo empecé a hacer pruebas y me di cuenta de que cuando traté de editar no podía cortarlas. Estaba mal hacer eso. Y esas cosas fueron las que al final fueron definiendo cómo se daba el proyecto. 

Desde el principio pensaron en tres audiencias para el documental. A veces la gente hace cosas sin pensar en quién va a recibir los proyectos.

Cuando eres documentalista y vienes del documental o cine tradicional, tampoco sueles pensar mucho en eso. Pero nosotros decidimos hacer un proyecto transmedia y también estábamos aprendiendo, tuvimos un montón de personas que nos asesoraron y nos metimos a workshops. Y eso nos ayudó a pensar en design thinking.

Cuando se quiere contar algo, especialmente cuando es algo online o algo interactivo, tú tienes que pensar en el usuario primero. O sea, no puedes simplemente darle, sino que tienes todo el tiempo que estar haciendo iteraciones cortas y probando.

Ahí nos pusimos a identificar los grupos de usuarios con los que íbamos a trabajar y para nosotros lo principal era construir comunidad con las personas afectadas y sus comunidades. O sea, esta audiencia offline que para nosotros era más fácil de identificar. Era diferente a cómo íbamos a llegar a la audiencia internacional, por ejemplo, a través de la web. La última audiencia eran las clases más dominantes o políticas en el Perú, en Lima. Eso también lo teníamos claro porque sabíamos que Perú es una audiencia y la internacional es otra. Esa audiencia nosotros sabíamos que era la más difícil y probablemente a la que menos llegamos. Yo diría que sabíamos que por ser la más difícil tenía que estar de última, porque a esa audiencia no le interesa lo que dice la primera, pero sí le interesa mucho la opinión internacional. Entonces nuestra táctica era crear conciencia internacional sobre el tema, que se hablara del tema y ahí recién esta gente en Lima se daría cuenta del asunto.

Eso vino de cambiar nuestra manera de pensar la metodología y pensar un poco en Diseño UX, Design Thinking, gracias a gente que vino a tratar de ayudarnos a cambiar ese chip que nosotros tenemos como autores, donde yo cuento mi historia y tú ves cómo la consumes. En este caso no funciona porque tú requieres de una interacción, de un clic. Entonces tienes que estar pensando todo el tiempo en el usuario: cómo hacemos que la señora realmente marque y quiera dar su testimonio. Es un proceso de co-creación colaborativo, no depende solo de nosotros.

Fue difícil, de hecho, nos costó y ha sido súper largo porque hemos hecho el primer año brainstorming de cómo íbamos a hacer y teníamos mil ideas. Una herramienta que nos sirvió muchísimo fue The Impact Film Guide de Doc Society (ex BritDoc) y es para pensar campañas de impacto para documentales. Esto porque el documental yo sí lo veo como una herramienta de transformación política. Y esta guía nos ayudó mucho también a mapear y a ver cómo vamos a hacer el proyecto y cuáles son las dinámicas de impacto que queremos seguir y por ende pensar también en las audiencias. También porque teníamos que pensar en distribución desde un inicio de la producción. Es diferente el proceso si hago una película lineal, acá desde un inicio por las plataformas en las que iba a estar, teníamos que pensar en la distribución. 

Claro, porque este documental fue más que una herramienta política. Él es político en su concepción, con una postura política muy clara y con una intención política.

Sí, yo veo el documental en general como una herramienta. No siempre tiene que ser así, hay otro tipo de documentales; pero tiene un potencial para lograr impacto y cambio social. Lo que me llama la atención y me gusta es poder reflexionar y llamar la atención sobre ciertos temas, pero generar una acción de alguien. Lo transmedia o el documental interactivo permite ver eso de una manera mucho más clara porque es inmediato. Tú ves si alguien hace el clic o si alguien responde, el efecto es diferente. Yo creo que los medios digitales potencian muchísimo esta posibilidad del documental, de generar impacto, de medirlo y de poder saber cómo hacerlo.

Y también por la naturaleza participativa y colaborativa. Ahí cambia en el sentido de decir soy yo quien voy y cuenta una historia que estoy viendo a vamos a construir la historia juntos.

Sí, eso para nosotros fue difícil. No voy a decir que no. María también venía de lo mismo, ella tenía un pasado de periodista donde tú cuentas tu versión. Abrir el proceso de pronto, cuando uno es autor es difícil, aparte no sabes qué va a pasar. Nosotras decidimos hacer el marco, la plataforma y curar esto para encontrar una manera de que, utilizando nuestra experiencia como comunicadoras, las historias sean accesibles para más gente. Pero el contenido de la historia es variable, o sea, van llegando nuevos testimonios. Y ahí hay una cuestión de dejar ir, porque a veces cuando eres autor quieres el control de lo mínimo.

En verdad cuando hicimos la plataforma y empezaron a llegar los primeros testimonios fue una sensación increíble de decir esto está funcionando, estamos participando y realmente es una colaboración. Sí se necesita un cambio de chip, pero es mucho más gratificante cuando realmente colaboras y haces algo en conjunto.

Fue una bonita experiencia y en general a mí la cocreación, la participación, es algo que me interesa. Probablemente lo que más me interesa de los nuevos medios son estas posibilidades de cocrear. No digo que yo no vaya a volver a hacer un documental de autor mío, mío y cerrado. Eso, eso también lo voy a hacer. Pero me emociona mucho esta posibilidad de la cocreación y de centrarse no tanto en el producto final, sino en el proceso, de lo que se gana en el proceso y de cómo realmente ir democratizando todas las historias y cómo se cuentan. Que las personas tengan agencia en cómo son representadas.

Hemos estado muy acostumbrados a siempre ver la visión del cineasta, el europeo que viene y te hace el documental de la pobre persona de los Andes y se va, o la persona de Lima, o de la capital, de Bogotá que va y hace esto. Pero nos falta justamente esa congregación y esa variedad de miradas que te centran no en el producto final, sino justamente en todas estas cosas nuevas que salen en el medio. 

Muchos documentales interactivos se alojan en páginas web. Con Quipu pasó que en un momento dejó de funcionar a causa de los cambios tecnológicos. ¿Cómo se piensa eso o se acepta que van a tener una vida corta?

Creo que eso es algo que hay que pensar desde el inicio. Yo me acuerdo que decía, si va a estar en la web que esté para siempre. Teníamos una asesora que decía si esto es un documental vivo, porque nosotros decíamos Quipu a living documentary, en algún momento tiene que morir, ¿no? Y tenía razón, la tecnología también cambia. El 31 de diciembre pasado una tecnología ya no está y muchos proyectos interactivos dejaron de funcionar, por un tema de una actualización. Uno siempre tiene que pensar en que no porque sea online va a ser eterno. En nuestro caso, nosotros no estábamos preparados para que dejara de funcionar, pero sí teníamos claro desde antes de qué queríamos hacer con el legado del proyecto. Nos aseguramos, en el caso de los testimonios, de que estuvieran protegidos. Por eso hicimos esto con la Universidad de Bristol y la Biblioteca Británica. E hicimos una entrega oficial al LUM, algo que para nosotros es súper importante y simbólico.

Ahora estamos haciendo una mini web donde vamos a poner, digamos, todo el resumen, todo lo que fue el proyecto, porque además el caso sigue. Nosotros seguimos compartiendo en Facebook cosas, seguimos atentos y no queremos que el proyecto desaparezca, especialmente si no se ha conseguido justicia aún.