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Marcela Vallejo / Musuk Nolte
Amazonía -
octubre 25, 2024

¿Qué hay en los ríos cuando no hay agua?

En las últimas semanas el río Amazonas ha registrado niveles históricos de sequía. En algunas partes, su lecho ahora sin agua parece un desierto. Al mismo tiempo, en otros lugares suceden cosas inimaginables, no es el único río seco, ni la única tragedia climática. ¿Estamos ante el fin del mundo?

Texto de Marcela Vallejo. Fotos de Musuk Nolte/Bertha Foundation

Cuando era niña, mi papá solía llevarnos de paseo en carro para recorrer caminos rurales en el sur andino de Colombia. Sin una ruta definida transitábamos de un punto a otro para ver el mundo, reconocer los cultivos, saludar a algún amigo o amiga, ver árboles o algún animal del camino.

En varios de esos viajes recuerdo a mi papá comentar que antes por alguno de esos lugares pasaba una quebrada o un riachuelo. O señalar con tristeza que el cuerpo de agua poderoso que él tenía en su memoria ahora era un hilito que parecía ir desapareciendo con el tiempo. A veces, encontrábamos lechos pedregosos, áridos, secos y, por supuesto, sin agua.

En la memoria de mi padre los ríos fueron parte integral de su infancia: lugar del juego, del verano, de las frutas, de la historia de su mamá. En mi memoria, los ríos secos que entristecían a mi padre fueron una señal de advertencia que hoy día preocupa a la humanidad. 

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Ayahuasca Musuk

La desaparición y el debilitamiento de los ríos tiene muchas consecuencias. Hace algunos años escuché a Francia Marqués, líder social y actual vicepresidenta de Colombia, contar una historia de su tierra natal, Suárez en el norte del Cauca. Cuando los ríos se desbordaban, se decía que la sirena andaba por ahí. En esa ocasión, Francia lamentó decir que la sirena tal vez ya estaba extinta, porque los ríos de su territorio habían sido desviados, envenenados y lentamente secados por las grandes mineras que extraen oro o por megaproyectos como el embalse de La Salvajina. Desde entonces, los ríos o quebradas que quedan son tan débiles que ya no se desbordan.

El problema es pensar, dice ella, que eso es algo que solo compete a quien vive cerca al río, a quien creció con la sirena y en pocos años dejó de verla, sin tener en cuenta que esos ríos son los mismos que alimentan y dan agua a ciudades como Cali. Quizás a la gente de la ciudad no le importen tanto las sirenas y su extinción, pero tampoco piensa, parece, que esas desapariciones suponen la suya a largo plazo ¿o no tan largo?

En un sentido semejante, el chamán Yanomami Davi Kopenawa en su libro La caída del cielo habla de cómo la selva está viva. Si muere, lo hará porque los blancos la van a destruir y “esa tierra reseca, quedará vacía y silenciosa”. Lo más grave es que los espíritus xapiri, que bajan de las montañas para jugar en los espejos de la selva, en el agua, en los árboles, van a huir. Los chamanes ya no los podrán llamar para bailar y entonces, ya no habrá nadie que proteja a los Yanomami y a los demás pobladores de la selva. Y esto no solo supondrá la desaparición de su pueblo, sino que también, Kopenawa advierte: “moriremos, uno atrás del otro, tanto los blancos como nosotros” y ahí, entonces, sucederá algo que ya ha sucedido: el cielo se caerá.

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Ayahuasca Musuk

El 28 de septiembre de 2023 se registró la muerte, solo en ese día, de 70 delfines rosados y grises en el lago Tefé, en el estado de Amazonas en Brasil. Los días anteriores, las imágenes de los animales muertos o agonizando plagaban las redes sociales. Junto a ellas aparecían imágenes de ríos secos, de lechos arenosos cada vez más amplios y descubiertos.

Aunque los científicos no se atrevieron a asegurar que estas muertes estuvieran relacionadas con la sequía y los bajos niveles del agua, tampoco descartaron la posibilidad. Ese día, el 28 de septiembre, la temperatura del agua registró 7° centígrados por encima de lo normal. Era como estar nadando en una sopa caliente.

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Ayahuasca Musuk

Los ríos amazónicos tienen ciclos de aumento y disminución de los niveles de agua. Son situaciones normales y están relacionadas con las estaciones climáticas de la región. Los habitantes de la cuenca, así como de otros lugares, reconocen en pequeñas señales que les dan los animales, las plantas, el viento y las nubes o el mismo río, lo que va a suceder con el clima; esto les permite saber también cómo se va a comportar el río y así, identificar lo que podrán o no hacer.

Esas señales permiten que la gente haga previsiones. A corto plazo, la gente reconoce de dónde vienen las nubes de lluvia o qué tanto tiempo se queda una nube negra para saber si ella trae o no agua. Qué tipo de calor hace antes de que llueva (“esto es sol de lluvia”, dicen), o la forma particular de la brisa que anuncia el agua. También reconocen el comportamiento o canto de ciertos pájaros, por ejemplo, si los pájaros de río pasan por la noche o la madrugada cantando, se sabe que va a llover. O cómo si los pellares (Vanellus chilensis) empiezan a hacer sus graznidos y no paran, entonces, lo más seguro es que va a haber lluvia.

A mediano plazo, hay otros indicadores. Para los Tikuna, el inicio del invierno, la estación de las lluvias, es anunciado con la aparición de una constelación llamada Baweta (llamada también, Las Pleyades) al oeste, al final de noviembre. En otros lugares, la gente identifica la aparición a lo lejos de relámpagos o el comportamiento de ciertos animales como las cigarras o los sapos. Hay pueblos que registran los halos de luz que rodean al sol o a la luna en un aro y sabiendo el color o la oscuridad del halo saben si se acerca la temporada seca o la temporada lluviosa.

En Los Andes colombianos, mucha gente predice el clima del año en los primeros días de enero por medio de las infalibles “cabañuelas”. Se trata de una práctica que consiste en establecer el comportamiento del clima del año de acuerdo con el comportamiento de los primeros 12 días de enero: cada día representa un mes, lo que pase ese día pasará ese mes. Es decir, si el día cuatro llueve, esto anuncia que abril será lluvioso, si el día cinco hace mucho calor, es señal que mayo será un mes seco.

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El clima ya no es tan fácilmente predecible y esta es una queja que no solo hace la meteorología. Las señales que antes indicaban lluvias o sol, estaciones secas o húmedas, ahora no funcionan en muchas sociedades. Tanto en el mundo de la ciencia como de los conocimientos tradicionales hay una sensación de desorientación, de extrañamiento.

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Que los niveles de los ríos varíen a lo largo del año es algo esperable. Lo que no lo es, es que esos niveles sean extremos. Hace un par de semanas, el río Amazonas, a menos de 100km de Manaus, donde recibe el nombre de Solimões llegó a una profundidad de apenas 3 metros. El río Negro, cerca de ahí, también alcanzó el nivel más bajo registrado en 122 años de reportes: 8 metros por debajo de lo normal.

Podría seguir haciendo una lista de los demás ríos afectados: el Madeira, el Marañon, el Uyacali…. Podría seguir y no terminar. En 25 años, el río Amazonas ha reportado sequías extremas, lo que antes había sucedido en un lapso de un siglo. Cada año se rompen nuevos récords.

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No es lo mismo preguntarse qué hay bajo el agua de los ríos cuando en ellos corre el agua que cuando están secos. Imaginemos sumergirnos en el caudaloso Solimões justo en el punto en el que se encuentra con el río Negro y parece que las aguas no se juntan porque los colores de cada uno siguen intactos. Imaginemos la fuerza de uno al encontrarse con el otro y la sensación del cambio de temperatura mientras nuestro cuerpo se mueve en ese encuentro de las aguas.

Bajo el agua habrá peces, algunos grandes y otros pequeños, algas, insectos, reptiles, anfibios, microorganismos que no podremos ver. El fondo será difícil de avistar por el movimiento del agua, pero desde ahí podremos ver cómo la luz se refracta y se difumina en rayos brillantes, luminosos. Seguro también sentiremos los motores de las embarcaciones que recorren los ríos y escucharemos a los pescadores en sus faenas o a los niños jugando en las aguas.

Cuando no hay agua y podemos ver lo que hay en el fondo del río, la imagen es otra y no viene sola. Primero está el silencio, segundo está el calor. La resequedad. Quienes hoy día caminan los lechos secos de los ríos más caudalosos del mundo dicen que es como caminar por un desierto.

Hay casas abandonadas en las riberas y en medio de donde antes había agua, ahora hay arena. La madera de los palafitos se ha ido pudriendo y hay casas que ya no podrán ser habitadas. Otras, están abandonadas a la espera de que suba el nivel nuevamente. ¿A dónde va la gente que se queda sin casa?

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Una imagen que me impacta de esta sequía son las raíces de los árboles descubiertas, desprotegidas en las riberas. Árboles que no tienen a qué agarrarse. ¿Será que pensar en el fondo del río sin agua nos lleva a pensar en raíces sin tierra?

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Desde principios de este año, Bogotá ha tenido escasez de agua. Durante los primeros racionamientos, el alcalde, Carlos Fernando Galán, sugirió a los ciudadanos cambiar algunas de sus prácticas y propuso, por ejemplo, bañarse en pareja. Más allá de lo ridículo de la proposición, los problemas evidentemente no se solucionaron.

A pesar de las lluvias de septiembre y octubre, Bogotá sigue en racionamiento y el río Amazonas sigue seco. ¿Existe una relación?

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Ayahuasca Musuk

Cuando se secan los ríos que corren por la tierra, también se secan los ríos que vuelan. Si en el Amazonas no hay agua, entonces los ríos voladores, que se forman a partir de su condensación, no pueden formarse y no llegan lluvias suficientes para alimentar los nacimientos de agua en Los Andes.

Mientras no haya agua suficiente en la cuenca Amazónica, no habrá agua para la capital de Colombia.

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En el 2014 se reunieron en São Paulo intelectuales como Bruno Latour, Eduardo Viveiros de Castro y Déborah Danowsky para hablar con pensadores de distintos lugares en un encuentro llamado “Diálogos sobre el fin del mundo”. En el marco de ese evento, la periodista brasileña Eliane Brum preguntó a Viveiros de Castro y a Danowski, por qué a las personas en São Paulo les resultaba tan difícil ver la relación entre la sequía y los incendios que por esos días asolaban a la Amazonía con los problemas de agua en esa ciudad.

La dificultad, le respondió Viveiros de Castro, radica en un fenómeno de supraliminalidad. Cómo no, una sobresdrújula. Supra, más allá de, liminal, un umbral. En efecto, quien la acuñó fue un alemán Günter Anders, pensador y activista antinuclear. El término supraliminalidad permite explicar la dificultad humana de entender fenómenos, problemas o situaciones de dimensiones planetarias. La liminalidad se refiere a estar en el umbral o en el límite de algo, a menudo entre dos estados diferentes, la supraliminalidad describe una situación en la que algo está más allá de nuestro umbral de comprensión o imaginación, como las bombas nucleares, artefactos de destrucción masiva de los cuales es difícil medir las consecuencias. Para Anders se trataba de una situación antiutópica, pues aunque somos capaces de crear la bomba, no somos capaces de imaginar lo que sucedería después de que una de ellas estalle. Hemos creado algo cuyo impacto global potencial y sus efectos invisibles como la radiación desafían nuestra imaginación. La imposibilidad de prever sus consecuencias ilustra una paradoja fundamental: nuestra capacidad técnica ha superado nuestra capacidad de entendimiento.

Para Viveiros de Castro el concepto de supraliminalidad ayuda a pensar la dificultad que tenemos para entender la crisis climática. Algo de una dimensión espacio temporal tan amplia que, paradójicamente, es difícil de percibir.

Esta idea coincide con el concepto de hiperobjetos, propuesto por el filósofo Timothy Morton. Se trata de entidades de una escala tan grande, que desafían nuestra comprensión tradicional del mundo y nuestro lugar en él. Su aparición cuestiona la idea de un mundo predecible y “controlado” por los humanos. Por ejemplo, no podemos refutar (aunque haya negacionistas) la evidencia estadística del calentamiento global por causas humanas, pero sus orígenes son tan complejos que escapan a la simple relación causa-efecto que solíamos aplicar a los fenómenos naturales, como el clima y las predicciones de la gente a partir de pequeñas señales.

El cambio climático podría considerarse tanto un hiperobjeto (en términos de Morton) por su escala masiva y su distribución en el tiempo y el espacio, como un fenómeno supraliminal (en términos de Anders) porque sus consecuencias totales superan nuestra capacidad de imaginación y comprensión. Esta situación, que suena tan contradictoria: algo tan grande que es difícil de percibir, algo tan complejo que es difícil de dimensionar, nos enfrenta a una realidad empírica que aunque no entendamos del todo, sufrimos de manera concreta. Existe pues la posibilidad de que el fin del mundo no sea algo que esté en el futuro, sino algo que ya está sucediendo.

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N. me dijo que las imágenes de la sequía del Amazonas eran el equivalente a la distopía tropical del fin del mundo. Ya no las representaciones hollywoodenses de ciudades en ruina, sino un río agonizando. No por nada la película Matrix nos advirtió: “welcome to the desert of the real”.

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Nuestro mundo actual y su momento ha sido denominado Antropoceno. La idea se atribuye al químico Paul Crutzen y el biólogo Eugene Stoermer, quienes la popularizaron a principios de los 2000 como una nueva era geológica que estaría reemplazando al Holoceno. Se trata de un nuevo periodo geológico donde las fuerzas que han transformado este mundo son humanas. Y sus efectos son devastadores: estamos atravesando por la sexta extinción masiva, las temperaturas son más extremas, el clima se ha alterado al punto de no ser predecible y los efectos son cada vez peores. 24 años después, en medio de una sequía brutal podemos decir que en términos conceptuales mucha agua ha corrido bajo el puente, y las críticas han llovido a cántaros.

Uno de los cuestionamientos más interesantes es el que indica que llamar Antropoceno a este momento histórico es injusto. Aceptar el prefijo antro– es asumir que todos los humanos somos responsables por lo que está sucediendo. Y esto implica una ceguera histórica descarada, pues lo que hay detrás de la idea del Antropoceno es una propuesta universalista y homogeneizadora que invisibiliza las desigualdades y las relaciones de poder propias de la crisis ecológica.

No todos los humanos han contribuido de la misma manera a la crisis ecológica actual.

Pensarlo así, oculta la relación entre la historia colonial y la historia ambiental, borra el hecho de que tanto humanos como no humanos han sido explotados como recursos en los proyectos coloniales y, luego, capitalistas.

Pensadores como Malcom Ferdinand proponen conceptos como “Negroceno”, para destacar la relación íntima que hay entre la degradación ambiental, la historia colonial y la dominación racial. Donna Haraway, por su parte, propone la idea del “Plantacionceno”, proponiendo una relación en términos de las formas de producción extractiva como la de la plantación, que no solo implican “recursos naturales”, sino también entender a ciertos humanos como “recursos”.

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Eduardo Viveiros de Castro dice que los pueblos indígenas ya saben lo que es vivir en el fin del mundo porque muchos de ellos lo experimentaron con la llegada de los conquistadores europeos. Este evento, que marcó el inicio de la colonización, trajo consigo el genocidio, la pérdida de autonomía y la degradación de sus territorios.

La colonización de estos territorios aún no termina, solo que ahora tiene la cara del progreso y el desarrollo: megaproyectos, carreteras, plantaciones de soya, enormes extensiones de tierra para ganado.

Ailton Krenak, del pueblo Krenak, dice que el fin del mundo ahora no es un evento particular. Es un proceso que ya está en curso y que tiene que ver con la pérdida gradual de nuestra conexión con la tierra y la diversidad de la vida y la crisis de la idea de humanidad. Él entiende la humanidad como un club selecto de personas que son, en apariencia, todas iguales y que están impulsadas por el consumo y la tecnología, pero además se trata de una idea que sostiene una separación entre el mundo humano y el mundo natural.

De ahí que la forma en la que se entiende a la naturaleza sea en términos de recursos renovables y no renovables, o ahora de “servicios ambientales”. Para personas como Kopenawa y Krenak eso implica entender el mundo natural como algo muerto, pero para ellos no lo está. Y los humanos pertenecemos a esa tierra viva, no al revés.

Krenak concuerda con Viveiros, los pueblos indígenas saben lo que es el fin del mundo, pero saben también crear nuevos mundos, así es como han sobrevivido. En su libro Ideias para adiar o fim do mundo, plantea que el futuro no es un lugar al que vamos, es algo que podemos construir. La construcción depende de cómo siga nuestra relación con la tierra, con la naturaleza, con la vida. Se trata, pues, no de una utopía inalcanzable, sino de un proceso constante de aprendizaje, adaptación y transformación.

Para ello es fundamental desmantelar las estructuras de poder que perpetúan la destrucción ambiental y la injusticia social. Inspirándose en la resistencia histórica de los pueblos indígenas, Krenak nos invita a «desafinarnos del coro de los contentos» y a construir un futuro donde la vida en todas sus formas pueda prosperar.

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Ayahuasca Musuk

Pensar en la desaparición del río Amazonas parece algo imposible, pero llevamos dos años de sequías extremas, de animales muertos, de personas que al perder su casa se tienen que desplazar a las ciudades. Mi papá nunca imaginó que sus ríos de infancia fueran a desaparecer. A mí me cuesta creer que mientras el río Amazonas está secándose, el Sahara se inunda. Tal vez sí estamos en el fin del mundo.

Ayahuasca Musuk