WarMi Photo / Bolivia

Bitácora de un viaje a la deconstrucción

[ Sobre el proyecto ]

Cruzando fronteras: transformación, cuerpo y territorio en el cerro Quilish

Radionovela “Cuentos y Leyendas”

Bitácora de un viaje
hacia la deconstrucción

WarMi Photo / Bolivia

¿Cómo se inicia un viaje hacia la deconstrucción? ¿Qué significa deconstruir? Esa palabra, por sus raíces latinas, significa “deshacer para analizar los elementos”. Deshacer, desaprender, deshilar. Encontrar la hebra y jalar de ella para ir en busca de algo significativo.

En ‘Bitacora de un viaje hacia la deconstrucción’ nos propusimos registrar los cuestionamientos a ciertos mandatos sociales en Bolivia: por cada pregunta, una imagen como acto simbólico de fuerza y resistencia. Cuestionamos los mandatos sociales sobre el género y la identidad y le devolvemos al mundo imágenes no binarias y rebeldes. Cuestionamos el tabú impuesto por el catolicismo al erotismo y al placer sexual.

Iniciamos este viaje con el corazón en los ojos y la mirada hacia adentro: la hebra que jalamos nos lleva a ese lugar recóndito donde habita nuestra niña interior. En nuestra bitácora fuimos documentando ese proceso. A veces con lágrimas y dolor, otras con amor y fuerza. Cada puerto al que arribamos es una memoria, una herida, una imagen, un discurso, un mandato. Una pregunta que vamos deshilando.

Sabemos que este viaje no termina aquí. El tejido es extenso. A veces va más allá de nuestra propia génesis. Pero hemos entendido que reconciliarse con la memoria es avanzar hacia otras realidades posibles, no hay una sola. Y que podemos construir, hilar de nuevo desde el perdonar, desde el mirar con amor la herida. Mirar a nuestra niña interior y reconocernos en su mirada y construirnos la imagen del mundo que nos merecemos.

WarMi Photo / Bolivia

Wara Vargas Lara
Fátima Choque
Gabriela Olivera Hidalgo
Lesly Moyano
Sara Aliaga Ticona
Nicole Marquez
Paola Lambertin

El cuerpo y discapacidad

Fátima Choque

No se deconstruyen los cuerpos, se deconstruyen los conceptos.

Hoy en día las políticas de igualdad de género también tienen que estar permeadas por la discapacidad, exclusividad y accesibilidad.

¿Este viaje a la deconstrucción me ha llevado por distintas preguntas, los cuerpos definen los conceptos? ¿Qué significa mirar hacia adentro? Documentamos nuestra propia vida ya no solo desde una mirada exterior sino desde una interior.

El grado de opresión sobre el cuerpo con discapacidad es tan fuerte que hasta el día de hoy es difícil ver y comprender que la discapacidad es también una construcción cultural.
Mi cuerpo es una entidad que sedimenta significados sociales. Existen ejes de discriminación que hasta la fecha permanecen totalmente invisibilizados, tanto en el ámbito de la academia como en el del activismo feminista y en el de la discapacidad.

Trato de abordar la discapacidad desde una perspectiva de libertad, de manera de no aportar a la imagen de la experiencia de tragedia personal, sino como un medio que lleva a la visibilidad y sensibilización de las demandas de derechos como mujeres con discapacidad.
De acuerdo a estadísticas en mi país el número de mujeres con discapacidad solamente física ha superado a la de los hombres en los últimos años, pero aún existe otro grupo de mujeres con discapacidades no visibles que no son tomadas en cuenta, y no son reconocidas.

Es importante como mujeres con discapacidad de cualquier tipo, reivindiquemos la importancia de la experiencia personal de nuestro cuerpo y nuestra mente generando lazos de resiliencia y empatía y la única manera de cambiar la mentalidad con la que hasta ahora miramos la realidad de las mujeres con discapacidad es que nosotras mismas hablemos de nuestras experiencias, en lugar de verlas interpretadas por otros.

Fatima Choque / La Fu

Pudere

Gabriela Olivera Hidalgo

“Los anatomistas medievales llamaban a los genitales femeninos “punderum” que proviene del verbo latino “pudere” que significa “lo que debe avergonzar”. En este proyecto busco desentramar el origen de la culpa y vergüenza que podemos sentir cuando exploramos nuestro cuerpo, cuando tenemos relaciones sexuales, cuando descubrimos el erotismo. Va en contra de la imagen de pureza impuesta por la iglesia católica en los cuerpos femeninos.

Indago en la memoria de mi cuerpo, porque no soy sin mi pasado, sin todas las mujeres que me preceden. Soy mi cuerpo erótico, mi cuerpo ceremonia.

Unicornios y narvales

Lesly Moyano

Siempre que se inicia un viaje se define un horizonte. Un horizonte es aquello que refiere a ese límite donde se junta la tierra y el cielo, a medida que parece que nos acercamos este se aleja y se aleja. Para mi ese horizonte es la de-construcción, es decir, un horizonte al cual nunca terminaré de alcanzar pero, ¡qué increíble camino el que me tocará recorrer!. Y es que siento que nunca terminaré de de-construirme. Es la paradoja del horizonte. No existe, lo importante es la experiencia del camino.

Cada una, uno y une es un tejido; somos el resultado de muchas manos que nos han hilado incluso antes de nacer. Y no es hasta que nos damos cuenta que hay una hebrita que, en apariencia, no se ha tejido bien, pero está ahí, siempre estuvo ahí para jalarla y des-hilarnos, de-construirnos. Jalar la hebra y hacer visible la trama.

En el proceso de está bitácora de viaje hacia la de-construcción trabajé a partir, en primera instancia, desde el archivo heredado de mi abuela Adela y desde mi archivo personal de infancia y adolescencia; ambos archivos analógicos. La mirada sobre este archivo fue filosófica y ontológica toda vez que se abordaba la materialidad fotográfica, analógica o digital, como una superficie, por un lado simbólica y por otro mnémica.

Las fotografías analógicas, al ser digitalizadas por medio de una escáner cambiaron de una materialidad física y estable a una materialidad inmaterial configurada en código binario. Estas imágenes inmateriales se hacen visibles a nuestros ojos desde su configuración digital básica en canales R (red) G (green) y B (blue). Cada canal es una hebra que se puede hilar.

Para hilar estas hebras/canales me basé en el proceso de la “recombinación genética” en la cual una hebra de material genético se corta y se une, luego, a una molécula de material genético diferente. De está forma fui tejiendo nuevas imágenes a partir del hilado de sus distintas hebras/canales dónde se hilaban, no solo información de color, sino también, emociones, temporalidades, simbologías.

Por otro lado exploré el tejido como un hilar de conceptos para los cuales construí una serie de autorretratos utilizando la ropa de mi abuelo Alberto y los lentes y aretes de mi abuela Adela. Algunos de estos autorretratos fueron hilados con fotografías de mi archivo analógico personal y de mi abuela Adela, utilizando el método de la recombinación de hebras/canales RGB y, otros, montaje y dípticos. También construí un retrato familiar el cual posteriormente fue intervenido con un gesto duchampiano acentuando un concepto de détournement.

El horizonte paradójico de está bitácora de viaje hacia la de-construcción es el proceso mismo, el viaje es el proceso, la de-construcción no son las imágenes/tejido como fin, es el acto mismo del hilar y deshilar el que de-construye y construye para de-construir otra vez. La hebra de la deconstrucción siempre estará ahí para jalarla.

Bitácora de un viaje a la deconstrucción

Nicole Márquez

“No importa lo que hagas, mientras seas la mejor”.
Me lo decía mi madre constantemente desde muy pequeña y con los años quedó resonando. A ella, con otras palabras y otras maneras, también se lo decía mi abuela.

Este es un proceso personal acerca de los mandatos familiares, sobre todo matriarcales, que son ejercidos sobre la profesionalidad como parte de la migración y el peso social y personal que conllevan.

El peso de las herencias no materiales y los estereotipos que marcan cómo debe ser la vida de una mujer para ser considerada como “alguien” en la sociedad. Ser fuerte, ambiciosa y empoderada.
Conlleva adentrarse a un proceso migratorio por el “sueño del exterior” de otra persona más que por el propio, dejando atrás el hogar.

Cuando la pastilla para quitarme el insomnio que llevo arrastrando por días es tan solo volver al cobijo de mi propia cama.
Cuando escuchar “hogar” solo me produce un vacío ahondado en el pecho, porque es una palabra que por ahora es mejor no pronunciar.
Cuando el pasar de los aviones y el crujido que abren entre las nubes me provoca perder la mirada por un par de minutos en el cielo.
Cuando abro las cortinas y el cielo está cargado de promesas que no llenan el vacío que sientes.
Es así que sabes que eres de tu tierra más que nunca y te preguntas si todo esto realmente vale la pena.

Apuntes para Wara

Wara Vargas

Mi cuerpo está separado de su imagen física, ¿Quién es esa niña?
Busco en mis recuerdos algo que me pueda ayudar, veo los sueños de mi Madre, rotos.
Algo también se rompe dentro de mi.

Te miro y me miras
te siento y me sientes

Nos liberamos juntas de un cuerpo que nunca fue nuestro y elegimos habitar una cuerpa libre que no esta sujeta a ninguna expectativa reproductiva ni femenina.

Apunta, enfoca, ¡dispara!

Sara Aliaga

Apunta, enfoca, ¡dispara! Mucha de mi construcción como mujer vino de la fotografía, fui una “soldado de la imagen”, desde niña observé una fascinación por narrativas visuales de violencia que como fotógrafa también repliqué, en este proceso de deconstrucción busco desaprender a través de narrativas más humanas y transversales a mi género, para sanar y avanzar.

Soy hija de un fotógrafo, Jorge Aliaga de La Paz, él siempre quiso ser militar pero por circunstancias de la vida no pudo lograrlo así que emuló esa vida desde la fotografía convirtiéndose en “soldado de la imagen”. Nací y crecí en medio de la fotografía, desde muy niña acompañando a mi padre en sus coberturas por toda Bolivia me vi rodeada de imágenes de gasificaciones, accidentes, protestas, dolor, indignación, luchas e injusticias, mi padre retrataba esa realidad, de forma objetiva, veraz, sin cuestionamientos, sin ningún fin más que mostrar la realidad.

Esas coberturas pronto se volvieron parte de mi realidad también, la cual me puso en estado de alerta siempre.

“Cuando sonaban petardos muy fuertes ya sabía bien que habría gasificaciones y violencia, sabía que era muy probable que mi padre estuviera cubriendo eso algunas veces lo veíamos en la tele mientras trabajaba y sabía que las imágenes que vería en el diario que trabajaba serían impactantes”

“A veces veía a mi padre como un cazador de conflictos, era como si los petardos fueran su llamado, él corría donde creía escuchar los petardos y se adentraba en una dinámica casi coreográfica entre los policías y manifestantes, muchas veces yo estaba acompañándolo en esas manifestaciones”

Toda mi vida vi al mundo a través de la fotografía viendo su crudeza sin filtros, muchas veces ya no quería mirar más quería encontrar otra forma de mirar mi vida, mi niñez, mi adolescencia desde otros espacios que no fuera la fotografía.

Ya en la universidad estudiando comunicación social me encontré nuevamente con la fotografía, pero ya no como su presa visual, sino como la que comandaba ese instrumento y desde ahí no paré, nunca busque ser fotógrafa es algo que llegó a mí casi por coincidencia y como me era un oficio muy familiar pues seguí ese camino.

Empecé como la mayoría, trabajando en prensa como fotoperiodista, pronto me vi reencarnando a mi padre, me adentré en la memoria de las formas en cómo él planteaba y llevaba a cabo algunas investigaciones periodísticas y traté de emular su ferocidad y control cuando estaba en situaciones de conflicto, el miedo no era una opción, él era un soldado de la imagen, parecía tenerlo todo calculado.

Durante el tiempo que trabajé en prensa, solo seguía órdenes, cómo sacar fotos, desde qué ángulos tomar la foto, qué gestos buscar, qué imágenes tener y muchas veces repliqué acciones aprendidas desde la fotografía que eran invasivas, indolentes, colonialistas y extractivistas, aprendí mucho sí, pero no había espacio al cuestionamiento, entendí que los medios de comunicación tienen sus propias dinámicas cíclicas de violencia que les funciona muy bien porque es lo que vende.

En algún punto me cansé de emular a mi padre, me canse de perpetuar esas imágenes de violencia en mi vida y en mi trabajo y empecé a cuestionarme: ¿Qué realmente quiero de la fotografía? ¿Qué vínculo quiero formar con ella? Que sea mi sustento de vida, claro, ¿por qué no? Pero ante todo empecé a cuestionarme qué cosas ya no quiero replicar. Creo que ahí empezó mi proceso de Deconstrucción casi de forma intuitiva, empecé también a recordar el lado “b” de todas esas realidades que había presenciado desde que era niña y acompañaba a mi padre en sus viajes.

“Empecé a recordar, cómo jugaba con algunas niñas de poblaciones a los que mi padre visitaba, o cómo me puse a – Pijchar Coca- con uno mineros en el Cerro Rico de Potosí y me hacían reír para que ya no llore porque mi linterna de querosén quemó mi chamarra, recordé algunos amaneceres y atardeceres en la carretera y el viento en mi cara en el salar de Uyuni.”

Al recordar todas esas otras realidades decidí que mi forma de hacer imágenes cambiaría, que me concentraría en esas historias y que reconquistaría mi vínculo con la fotografía.

Las mujeres crecemos bajo muchos mandatos y parámetros sociales de construcción, entre esos parámetros están la normalización de la violencia que vemos replicadas no solo en la cotidianidad de nuestras vidas sino en las narrativas visuales de medios de comunicación que nos educan, interiorizan y perpetúan nuestro rol de aliadas y receptoras de esas violencias.

El proceso de deconstrucción de mi mirada es algo que me llevara mucho tiempo hacer, un paso a la vez, porque es un proceso que puede llegar a ser doloroso e incómodo, tiene mucho cuestionamiento, reflexión y autocrítica, pero creo que se debe hacer desde la paciencia, la piedad, el perdón y el soltar, de esa forma podremos avanzar y crearnos desde el presente múltiples caminos para generar memorias visuales más consientes y humanas.

Hacia adentro

Paola Lambertin

Aprender a mirar el legado de la violencia y el dolor, y deconstruir las emociones y formas de ser que los sostienen han sido caminos que me han brindando los psicodélicos. Con ellos pude aprender a mirar y sentir distinto.

Al encontrarme con estas medicinas, en específico con los hongos psilocibios, me acerqué a mirar mi herida. Ellas tejieron conmigo un puente que permite cruzar el abismo del dolor y ser más que una historia de rechazo: entendí que hay heridas familiares que se originan en el mismo lugar, en abandonos masculinos, sustentados por estructuras patriarcales permisivas con los hombres.

Han sido un tránsito para sanar ausencias. En estos portales, vi mi niñez, y la de las identidades de mi familia, como infancias que también esconden heridas y silencios. Las plantas, y sus conocedores, nutrieron mi compasión para curar la llaga, y mi amor para practicar la libertad. Vislumbré mi gratitud a mis redes femeninas como fortaleza.

Los psicodélicos no son drogas, son caminos. La Tierra, dadora de todo, los hace nacer.
El San Pedro crece en sus Andes. La ayahuasca tiene origen en su Amazonía. El peyote asciende debajo de matorrales espinosos en sus desiertos. Los hongos habitan casi todos los suelos de su geografía planetaria. Culturas milenarias las conocen, usan, y respetan. Bebemos de sus humanas sabidurías.