Fotos por Yael Martínez para VIST.
Rebeca Lerer
Brasil -
febrero 06, 2024

Consumo, trayectorias y desigualdades

Una entrevista con la antropóloga brasileña Luana Malheiro sobre el abuso de crack como síntoma del racismo y la violencia de género.

Por Rebeca Lerer / Fotografías de Gui Yael Martínez para Vist Projects.

«Estuve internada por uso recreativo de marihuana a los 18 años de edad y entendí que todo estaba mal», relata la antropóloga baiana Luana Malheiro, comenzando la entrevista con un testimonio personal doloroso sobre la tortura psiquiátrica a la que fue sometida en una clínica público-privada a principios de los años 2000.

Nacida y criada en Macaúbas, en el interior de Bahía, en una familia y comunidad conservadoras que criminalizaban todas las drogas excepto el alcohol, se mudó a la capital, Salvador, para estudiar ciencias sociales en la universidad federal. Conoció la marihuana y se enamoró de los efectos de la planta. Fumaba solo los fines de semana, expandiendo su conciencia y vivencias como mujer joven que experimentaba nuevas posibilidades del mundo y la sexualidad.

Su familia la descubrió y ella fue internada. En la entrevista con el psiquiatra, creyendo en el compromiso profesional del médico, le contó sobre su uso recreativo de marihuana. «El psiquiatra, que incluso todavía trabaja en el campo, apretó una bocina escondida debajo de la mesa y aparecieron tres enfermeros. Fui inmovilizada, estrangulada y arrojada contra la pared en una verdadera lucha corporal. Viví mucha violencia en ese lugar, estuve tres días atada a una cama por los brazos. Me doparon con una cantidad enorme de medicamentos. Sufrí acoso sexual y amenazas de ser sometida a terapias de electroconvulsión (choque)», cuenta, con la voz firme de quien ha hecho mucha terapia para lidiar con un trauma tan grande.

Pasó casi dos meses internada en contra de su voluntad, sin contacto con el mundo exterior, hasta convencer al psiquiatra de dejarla hablar con su padre. «Le dije que necesitaba salir de allí porque no aguantaría otra semana más». Luana interrumpió su curso de graduación para lidiar con las secuelas de la hipermedicación. Comenzó a reflexionar sobre las diferencias que había presenciado en el tratamiento dado a personas con trastornos psiquiátricos y a quienes habían sido internados por uso de drogas. Según ella, con los usuarios, el equipo médico se sentía cómodo para amenazar y avergonzar de forma moralista, lo que no ocurría con las personas internadas por trastornos. «Si yo, que no tengo problemas con el uso de drogas, pasé por esto, imaginen quién realmente lidia con el abuso de sustancias; después de sufrir tanta humillación, esa persona nunca más va a creer en ningún tratamiento».

Ayahuasca Musuk

La internación forzada desorganizó su vida y llevó a Luana a romper temporalmente el contacto con su familia, salir de casa y, finalmente, experimentar situaciones de abuso de drogas. «Me indignaba saber que las personas que me habían internado eran las responsables de elaborar las políticas de cuidado y tratamiento en la ciudad», confiesa.

De vuelta al ámbito académico, Luana conoció al sociólogo, investigador y profesor Edward MacRae, quien la introdujo a la antropología social sobre el uso de drogas. Quería escribir sobre su internación, pero se dio cuenta de que necesitaba aprender más sobre las prácticas de reducción de daños y posibles enfoques de tratamiento y cuidado. En este camino, encontró la militancia y comenzó a participar en la Marcha de la Marihuana y en núcleos de investigación sobre el tema.

En 2007, realizó una pasantía en la Alianza de Reducción de Daños, un proyecto que operaba en el centro histórico de Salvador, el lugar donde vivía y circulaba en ese momento. «Fue mi primera experiencia trabajando con personas en situación de calle. Todavía estábamos lidiando con vestigios del uso inyectable de cocaína mientras el crack llegaba con fuerza», relata. En los años siguientes, Luana organizó redes nacionales de mujeres antiprohibicionistas, militó en los movimientos lésbico y por la movilidad urbana, y se formó en salud mental. Trabajó en Centros de Atención Psicosocial (CAPS) y en la gestión de distritos sanitarios. Participó en la creación y trabajó en el centro de convivencia Ponto de Encontro, un espacio innovador de reducción de daños y empoderamiento político para personas en situación de calle usuarias de crack.

En 2010, durante la asamblea de fundación de la Red Latinoamericana y del Caribe de Personas que Usan Drogas – LANPUD en Salvador, uno de los jóvenes que Luana acompañaba en el Ponto de Encontro fue asesinado por la policía con cuatro tiros en la espalda. «William era un niño muy juguetón y usuario de crack. Cuando lo asesinaron, llevé este debate dentro de LANPUD: el uso de drogas puede unirnos a todos, pero algunos sufrirán más y otros estarán más protegidos. Necesitamos enfocarnos en las personas que son realmente blanco de esta guerra».

En el centro histórico de la capital baiana, durante más de 30 años, los trabajadores de reducción de daños han trabajado de manera continua con la población en situación de calle. «La gente que vive en los callejones y laderas del Pelourinho sabe lo que es la reducción de daños», cuenta Luana, quien durante su trabajo en el campo constató la presencia de muchas niñas usuarias de crack dentro de casas y escenas más ocultas. Inicialmente, estudió tres categorías sociales que vivían en el territorio: los «sacizeiros» (narcotraficantes), los usuarios y los «patrones» (jefes). «El sacizeiro es el adicto, la categoría más demonizada; los usuarios, a quienes en antropología llamamos ‘nativizados’, forman el grupo de personas que usan drogas pero están dentro de la red de salud y cuidado; y el patrón, el organizador del territorio, que determinaba cuándo y cómo podía entrar la reducción de daños», detalla, destacando que creó lazos de afecto y confianza con todas las categorías.

De la intersección entre sus experiencias de reducción de daños en el campo, sus vínculos con el movimiento de la población en situación de calle y su militancia feminista antiprohibicionista, surgió el concepto de la tesis de maestría de Luana que, posteriormente, fue publicada como el libro «Convertirse en mujer usuaria de crack: Cultura y política sobre drogas» (2020). Su enfoque de investigación pasó a ser, específicamente, la comprensión de las trayectorias de uso y abuso de crack por mujeres en situación de calle en el centro histórico de Salvador. «Para realizar las entrevistas sobre lo que las llevaba al abuso de crack, sacaba a estas mujeres del territorio, muchas veces las llevaba a mi casa y fumábamos marihuana juntas. Cuento en el libro que el uso de marihuana fue una estrategia metodológica para llamar la atención, calmarlas y ayudarlas a hablar sobre traumas graves como violaciones».

A partir del proceso de escucha de estas mujeres, Luana afirma con convicción que la violencia racial y de género es la puerta de entrada al consumo más abusivo de crack. «De las 20 trayectorias que seguí, 18 mujeres terminaron en la calle porque sufrieron violencia sexual en el entorno familiar», explica. «En la época de mi trabajo de campo, Brasil estaba debatiendo la ‘epidemia’ de crack; me preguntaba cuándo íbamos a hablar sobre la epidemia de violaciones a niñas», provoca, describiendo el ciclo de violencias que estas mujeres-niñas sufren después de romper sus lazos familiares primarios.

En el ritual de ingreso a la situación de calle, los relatos sobre violaciones sexuales y racismo por parte de agentes de seguridad públicos y privados, así como de agentes del tráfico, se repetían en la vida de estas mujeres: «sufrí violencia sexual de un policía junto con insultos raciales»; «fui violada y golpeada por el guardia de seguridad del mercadito»; «fui violada por un agente del tráfico y no pude resistir ni denunciar»; o «perdí a mi hijo por la violencia policial». Junto con las secuencias de traumas, desarrollaban patrones abusivos en relación con el crack para aliviar sus dolores. «Ocurre la violencia, la mujer pasa días en un ritmo de abuso, usa marihuana para interrumpir el episodio y busca un espacio protegido para reorganizarse hasta que otra violencia sea el desencadenante de una nueva recaída en el patrón de abuso», resume Luana. Una de las participantes en la investigación dijo: «El crack es fuerte, potente; es del tamaño de mi dolor. Hay gente que toma whisky o usa rivotril; aquí para nosotros solo hay crack, no hay otra cosa».

Luana también estudió la estratificación perversa de la estructura del tráfico de drogas según el color de piel y el género. «A las mujeres negras se les colocaba en la línea de fuego para trabajar como informantes, advirtiendo cuando la droga o la policía ingresaban al territorio. Durante el proceso de investigación, tres participantes fueron asesinadas de esta manera. Si la policía llegaba y tenía una informante, ya llegaba disparando; si el tráfico llegaba y no encontraba a la informante, también llegaba disparando. Estas mujeres en situación de calle, que no tenían educación formal ni acceso al mercado laboral formal, ingresaban al tráfico para mantenerse a sí mismas y a sus hijos, siendo empujadas hacia la ruta del consumo y la violencia«.

Ayahuasca Musuk

Otro factor recurrente mencionado en las entrevistas era la maternidad y el riesgo de separación madre-bebé. «Tenían mucho miedo de quedar embarazadas en la calle y perder al hijo al llegar al hospital, ya que los bebés de madres usuarias son enviados a refugios», lamenta Luana, concluyendo: «Quedó claro que el conjunto de servicios públicos no daba cuenta de proteger a esta población de mujeres negras en situación de calle usuarias de drogas y que el uso de drogas limitaba los derechos civiles de estas personas». Desde Centros de Atención Psicosocial llenos de hombres tanto en consultorios como salas de espera hasta el acoso descarado practicado por empleados de refugios, las usuarias no encontraban acogida para las violencias de género que sufrían.

«Hubo un caso destacado de Janete, una mujer que era muy golpeada por su compañero y cuyo abuso de crack estaba vinculado a esa violencia. Ella, una mujer sin hogar, de tez oscura, reunió valor para buscar ayuda en una Comisaría de la Mujer y activar la Ley Maria da Penha por violencia doméstica. Como vivía en situación de calle y era usuaria de drogas, la delegada que la atendió dijo que no tenía derecho al refugio en la Casa de la Mujer, un dispositivo gubernamental para víctimas de violencia doméstica. Derivada a un refugio genérico, terminó volviendo a la calle, la tildaron de traidora porque había buscado a la policía y tuvo que huir; todo esto estando embarazada y con un hijo pequeño», denuncia Luana. «Janete me preguntó: hay comisaría de la mujer y casa de la mujer, pero no para mí. ¿Eso significa que no soy una mujer? Es decir, la mujer que no tiene hogar no está respaldada por la política pública para casos de violencia doméstica«. La pregunta de Janete se convirtió en el título del libro y llevó a Luana a explorar conexiones en los trabajos de feministas negras como Sojourner Truth que debaten cuál es el cuerpo femenino que es reconocido como mujer por las políticas públicas, cuestionando la famosa construcción de la filósofa Simone de Beauvoir: «No se nace mujer, se llega a ser mujer».

En los círculos de conversación que facilitó entre las usuarias, Luana dice que ellas notaron que las violencias sufridas por una eran las mismas que las sufridas por las demás, y que, además de debatir, necesitaban organizarse en un movimiento social verdaderamente interseccional de acogida, orientación y protección. A partir de los relatos recopilados para la investigación, Luana comenzó a trabajar junto a compañeras de lucha del movimiento de la población en situación de calle y de la Red Nacional de Feminismo Antiprohibicionista (RENFA). En uno de los proyectos, lograron llevar a cabo ciclos de formación política y contrataron mujeres que trabajaban como informantes del tráfico para actuar como movilizadoras en el territorio y formar a otras mujeres. Sin embargo, convertir el duelo y el dolor en luchas nunca es simple y, a menudo, tampoco es suficiente.

«La realidad es que no discutimos el tratamiento o la prevención de las sobredosis de cocaína en Brasil. Recientemente, Edilza Santana, que era coordinadora de RENFA aquí en Bahía, una de esas mujeres que venían de las calles, pasó por formación política y se convirtió en una gran líder, murió de una sobredosis de crack en el día de su cumpleaños. Recibió 15 piedras de ‘regalo’ del traficante», relata Luana, hoy con 38 años y la voz marcada por la pérdida de otra compañera muerta de manera evitable y violenta. «No logramos llegar a la realidad de esta mujer, madre de dos hijos, jefa de familia, que no puede recibir tratamiento porque las instituciones no acomodan a sus hijos. Un tiempo antes de morir, Edilza ya había ingresado a un centro de salud con síntomas de sobredosis de cocaína con crack, pero el Estado no tomó ninguna medida específica. No hay un protocolo para activar una red de cuidado para mujeres como ella, como ocurre en Uruguay, por ejemplo, a pesar de ser un país muy conservador».

Luana defiende que la sociedad civil brasileña cree espacios para emplear a estas mujeres y usuarios, garantizándoles voz e incidencia política, además de presionar para la adopción de protocolos de tratamiento y prevención de sobredosis a través de redes de apoyo y cuidado continuo en libertad. «También necesitamos pensar en la infancia, porque los niños sufren las consecuencias directas de lo que les sucede a sus madres usuarias, ya sea en situación de calle o no», recuerda la investigadora, destacando que existen protocolos desarrollados por la UNODC y otras agencias de la ONU que no se aplican en Brasil. «En toda América Latina, el mercado de crack/cocaína fumada está asociado a procesos de automedicación, traumas y sufrimiento en diversos grupos sociales. En algunos lugares, existen estrategias de tratamiento, pero nuestro país, literalmente, abandona a estas personas«.

Antes de concluir la entrevista, pregunto qué sucedió con Janete, la usuaria que fue rechazada por la red de protección a mujeres agredidas y que dio título al libro escrito por Luana. «Ella logró reorganizarse y, algún tiempo después, me confesó que aprendió a tener ‘placer’ en el uso de crack. Cuando su vida mejoró, la relación con la droga cambió y dejó el consumo abusivo», concluye la antropóloga, mostrando que el camino para abordar el abuso de drogas implica interrumpir el ciclo de criminalización y trauma, reduciendo el sufrimiento.

[ POT ]

PEDRAS, TRAJETÓRIAS E DESIGUALDADES

Uma entrevista com a antropóloga Luana Malheiro sobre o abuso de crack como sintoma do racismo e da violência de gênero.

«Sofri uma internação compulsória por uso recreativo de maconha aos 18 anos de idade e entendi que estava tudo errado», relata a antropóloga baiana Luana Malheiro, começando a entrevista com um depoimento pessoal doloroso sobre a tortura psiquiátrica a que foi submetida em uma clínica público-privada no início dos anos 2000. 

Nascida e criada em Macaúbas, no interior da Bahia, em uma família e comunidade conservadoras que criminalizavam todas as drogas menos o álcool, ela se mudou para a capital Salvador para estudar ciências sociais na universidade federal. Conheceu a maconha e se apaixonou pelos efeitos da planta. Fumava apenas aos finais de semana, expandindo sua consciência e vivências de mulher jovem que experimentava novas possibilidades do mundo e da sexualidade.

 Sua família descobriu e ela foi internada. Na entrevista com o psiquiatra, acreditando no compromisso profissional do médico, contou sobre seu uso recreativo de maconha. «O psiquiatra, que inclusive ainda atua no campo, apertou uma buzina escondida embaixo da mesa e apareceram três enfermeiros. Fui imobilizada, enforcada e jogada contra a parede em uma verdadeira luta corporal. Vivi muita violência nesse lugar, foram três dias amarrada em uma cama pelos braços. Me doparam com uma quantidade enorme de remédios. Sofri assédio sexual e ameaças de ser submetida à terapias de eletroconvulsão (choque)», conta, com a voz firme de quem fez muita terapia para lidar com tamanho trauma. 

Passou quase dois meses internada contra sua vontade, sem contato com o mundo exterior, até convencer o psiquiatra a deixá-la conversar com seu pai. «Disse que precisava sair dali porque não aguentaria mais uma semana». Luana interrompeu o curso de graduação para lidar com as sequelas da hipermedicação. Passou a refletir sobre as diferenças que tinha testemunhado no tratamento dado a portadores de transtornos psiquiátricos e a quem tinha sido internado por uso de drogas. Segundo ela, com os usuários, a equipe médica se sentia à vontade para ameaçar e constranger de forma moralista, o que não ocorria com as pessoas internadas por transtornos. «Se eu, que não tenho problemas com uso de drogas, passei por isso, imaginem quem de fato lida com o abuso de substâncias; após sofrer tanta humilhação, essa pessoa nunca mais vai acreditar em nenhum tratamento». 

 A internação forçada desorganizou sua vida e levou Luana a romper temporariamente contato com a família, sair de casa e aí, sim, experimentar situações de abuso de drogas. «Ficava indignada em saber que as pessoas que tinham me internado eram as responsáveis por elaborar as políticas de cuidado e tratamento aqui na cidade», desabafa. 

De volta ao ambiente acadêmico, Luana conheceu o sociólogo, pesquisador e professor Edward MacRae, que a introduziu à antropologia social sobre o uso de drogas. Ela queria escrever sobre sua internação, mas percebeu que precisava aprender mais a respeito das práticas de redução de danos e possíveis caminhos de tratamento e cuidado. Nesse caminho, encontrou a militância e passou a participar da Marcha da Maconha e de núcleos de pesquisa sobre o tema. 

Em 2007, fez estágio na Aliança da Redução de Danos, projeto que atuava no centro histórico de Salvador, lugar onde morava e circulava na época. «Foi minha primeira experiência trabalhando com pessoas em situação de rua. Ainda lidávamos com resquícios do uso injetável de cocaína enquanto o crack chegava com força«, relata. Nos anos seguintes, Luana organizou redes nacionais de mulheres antiproibicionistas, militou nos movimentos lésbico e pela mobilidade urbana e passou por uma formação em saúde mental. Trabalhou em Centros de Atenção Psicossocial (CAPS) e na gestão de distritos sanitários. Participou da criação e trabalhou no centro de convivência Ponto de Encontro, um espaço inovador de redução de danos e empoderamento político para pessoas em situação de rua usuárias de crack. 

Em 2010, durante a assembleia de fundação da Rede Latinoamericana e do Caribe de Pessoas que Usam Drogas – LANPUD em Salvador, um dos jovens que Luana acompanhava no Ponto de Encontro foi assassinado pela polícia com quatro tiros nas costas. «William era uma criança muito brincalhona – e usuária de crack. Quando ele foi assassinado, levei esse debate para dentro da LANPUD: o uso de drogas pode unir todos nós, mas alguns vão sofrer mais e outros estarão mais protegidos. Precisamos focar nas pessoas que são realmente alvo dessa guerra«.

No centro histórico da capital baiana, há mais de 30 anos, trabalhadores da redução de danos atuam de forma contínua com a população em situação de rua. «A galera que mora nos becos e ladeiras do Pelourinho sabe o que é redução de danos», conta Luana, que durante seu trabalho em campo constatou a presença de muitas crianças usuárias de crack dentro de casarões e cenas mais escondidas. Inicialmente, ela estudou três categorias sociais que viviam no território: sacizeiros, usuários e patrões. «O sacizeiro é o nóia, a categoria mais demonizada; já os usuários, que na antropologia chamamos de ‘nativizados’, formam o grupo de pessoas que usam drogas mas estão dentro da rede de saúde e cuidado; e o patrão, o organizador do território, que determinava quando e como poderia entrar a redução de danos», detalha, ressaltando que criou laços de afeto e confiança com todas as categorias.

Do cruzamento entre suas experiências de redução de danos em campo, seus vínculos com o movimento da população em situação de rua e sua militância feminista antiproibicionista, surgiu o conceito da tese de mestrado de Luana que, mais tarde, foi publicada como o livro «Tornar-se mulher usuária de crack: Cultura e política sobre drogas» (2020). Seu foco de pesquisa passou a ser, especificamente, a compreensão das trajetórias de uso e abuso de crack por mulheres em situação de rua no centro histórico de Salvador. «Para realizar as entrevistas sobre o que as levava ao abuso de crack, eu tirava essas mulheres do território, muitas vezes as levava para a minha casa e usávamos maconha juntas. Conto no livro que o uso de maconha foi uma estratégia metodológica para atrair atenção, acalmá-las e ajudá-las a falar sobre traumas graves como estupros». 

A partir do processo de escuta dessas mulheres, Luana afirma convicta que a violência racial e de gênero é a porta de entrada para o consumo mais abusivo de crack. «Das 20 trajetórias que acompanhei, 18 mulheres foram para a rua porque sofreram violência sexual no ambiente familiar», explica. «Na época do meu trabalho de campo, o Brasil estava debatendo a ‘epidemia’ de crack; eu me perguntava quando a gente ia falar sobre a epidemia de estupros de meninas», provoca, descrevendo o ciclo de violências que essas mulheres-crianças sofrem após romperem seus laços familiares primários. 

No ritual de entrada na situação de rua, os relatos sobre violações sexuais e racismo por agentes de segurança públicos e privados e de agentes do tráfico se repetiam na vida dessas mulheres: «sofri violência sexual de um policial junto com xingamento racial»; «fui estuprada e agredida pelo segurança particular do mercadinho»; «fui violada por um agente do tráfico e não pude resistir ou denunciar»; ou «perdi meu filho para a violência policial». Junto com as sequências de traumas, elas desenvolviam padrões abusivos em relação ao crack para aliviar suas dores. «Acontece a violência, a mulher passa dias em ritmo de abuso, usa maconha para interromper o episódio e procura um espaço protegido para se reorganizar até que outra violência seja gatilho para nova recaída no padrão de abuso», resume Luana. Umas das participantes da pesquisa disse: «O crack é forte, potente; é do tamanho da minha dor. Tem gente que toma whisky ou usa rivotril; aqui pra gente só tem crack, não tem outra coisa».

Luana também estudou a estratificação perversa da estrutura do tráfico de drogas de acordo com cor da pele e gênero. «As mulheres negras eram colocadas na linha de tiro para  trabalhar como olheiras, avisando quando a droga ou a polícia entravam no território. Durante o processo da pesquisa, três participantes foram assassinadas assim. Se a polícia chegasse e tivesse uma olheira, já chegava atirando; se o tráfico chegasse e não encontrasse a olheira, também chegava atirando. Essas mulheres em situação de rua, que não tinham escolaridade ou acesso ao mercado de trabalho formal, ingressavam no tráfico para sustentar a si e a seus filhos, sendo empurradas para a rota do consumo e da violência». 

Outro fator recorrente citado nas entrevistas era a maternidade e o risco de separação mãe-bebê. «Elas tinham muito medo de engravidar na rua e perder o filho ao chegar no hospital, já que os bebês de mães usuárias são encaminhados para abrigamento», lamenta Luana, concluindo: «Ficou claro que o conjunto dos serviços públicos não dava conta de proteger essa população de mulheres negras em situação de rua usuárias de drogas e que o uso de drogas limitava os direitos civis dessas pessoas». Desde Centros de Atenção Psicossocial lotados de homens tanto em consultórios como salas de espera ao assédio descarado praticado por funcionários de abrigos, as usuárias não encontravam acolhimento para as violências de gênero que sofriam. 

«Teve o caso marcante da Janete, uma mulher que era muito agredida pelo companheiro e cujo abuso de crack estava ligado à essa violência. Ela, uma mulher sem casa, retinta, juntou coragem para procurar ajuda em uma Delegacia da Mulher e acionar a Lei Maria da Penha por violência doméstica. Como vivia em situação de rua e era usuária de drogas, a delegada que a atendeu disse que ela não tinha direito ao abrigamento na Casa da Mulher, equipamento do governo para vítimas de violência doméstica. Encaminhada a um abrigo genérico, acabou voltando para a rua, foi chamada de traidora porque tinha procurado a polícia e teve que fugir; isso tudo grávida e com um filho pequeno», denuncia Luana. «Janete me perguntou: tem a delegacia da mulher e a casa da mulher, mas não para mim. Isso quer dizer que eu não sou uma mulher? Ou seja, a mulher que não tem casa não é amparada pela política pública para casos de violência doméstica». A pergunta de Janete se tornou o título do livro e levou Luana a explorar conexões nos trabalhos de feministas negras como Sojourner Truth que debatem qual é o corpo feminino que é reconhecido como mulher pelas políticas públicas, questionando a construção famosa da filósofa Simone de Beauvoir: «Não se nasce mulher, torna-se mulher».  

Nas rodas de conversa que facilitou entre as usuárias, Luana diz que elas perceberam que as violências sofridas por uma eram as violências sofridas pelas outras e que, além de debater, precisavam se organizar em um movimento social verdadeiramente interseccional de acolhimento, orientação e proteção. A partir dos relatos coletados para a pesquisa, Luana passou a atuar junto a parceiras de luta do movimento de população em situação de rua e da Rede Nacional de Feminismo Antiproibicionista (RENFA). Em um dos projetos, conseguiram realizar ciclos de formação política e contrataram mulheres que trabalhavam como olheiras do tráfico para atuarem como mobilizadoras no território e formarem outras mulheres. Porém, transformar luto e dor em lutas nunca é simples – e, muitas vezes, tampouco é suficiente.  

«A realidade é que não debatemos tratamento ou prevenção de overdoses por cocaína no Brasil. Recentemente, a Edilza Santana, que era coordenadora da RENFA aqui na Bahia – uma dessas mulheres que veio das ruas, passou por formação política e se tornou uma grande liderança – morreu de overdose de crack no dia do seu aniversário. Ela ganhou 15 pedras de ‘presente’ do traficante», narra Luana, hoje com 38 anos e a fala marcada pela perda de mais uma companheira morta de forma evitável e violenta. «Não conseguimos alcançar a realidade dessa mulher, mãe de dois filhos, chefe de família, que não pode se tratar porque as instituições não acomodam suas crianças. Um tempo antes de morrer, Edilza já tinha dado entrada em uma unidade de saúde com sintomas de overdose de cocaína com crack, mas nenhuma providência específica foi tomada pelo Estado. Não há um protocolo para acionar uma rede de cuidado para mulheres como ela, como ocorre no Uruguai, por exemplo, mesmo sendo um país super conservador». 

Luana defende que a sociedade civil brasileira crie espaços para empregar com essas mulheres e usuários, garantindo-lhes voz e incidência política, além de pressionar pela adoção de protocolos de tratamento e prevenção de overdoses por redes de apoio e cuidado permanente em liberdade. «Também precisamos pensar na infância, porque as crianças sofrem as consequências diretas do que acontece com as suas mães usuárias em situação de rua ou não», lembra a pesquisadora, ressaltando que existem protocolos já desenvolvidos pela UNODC e outras agências da ONU que não são adotados no Brasil. «Na América Latina inteira, o mercado de crack/cocaínas fumadas está associado a processos de automedicação, traumas e sofrimento por diversos grupos sociais. Em alguns lugares, existem estratégias de tratamento, mas o nosso país, literalmente, abandona essas pessoas».  

Antes de encerrar a entrevista, pergunto o que aconteceu com Janete, a usuária que foi rejeitada pela rede de proteção a mulheres agredidas e deu o título do livro escrito por Luana. «Ela conseguiu se reorganizar e, algum tempo depois, me confessou que aprendeu a ter ‘prazer’ no uso de crack. Quando sua vida melhorou, a relação com a droga mudou e ela deixou o consumo abusivo», finaliza a antropóloga, mostrando que o caminho para lidar com o abuso de drogas passa por interromper o ciclo de criminalização e trauma, reduzindo o sofrimento.