Textos
Sergio Galarza
Perú -
septiembre 23, 2021

Locazo

En enero de este año el congresista peruano Daniel Olivares recordó en una entrevista televisiva que es fumador de marihuana. Olivares, miembro del Partido Morado que lidera Julio Guzmán, candidato a la presidencia en las elecciones del 11 de abril, había contado hace varios meses que fumaba yerba pero entonces el país no estaba en campaña presidencial, y quizás por eso esta vez la Comisión de Ética del Congreso abrió una investigación para aclarar si violó el Código de Ética con su comportamiento. Ya se sabe que en época de elecciones cualquier declaración más o menos controvertida de un rival es aprovechada para acusarlo de lo que sea sin importar los argumentos, lo importante es descalificarlo usando la bulla del escándalo.

Olivares estudió Derecho en la Universidad de Lima, una de las más caras del Perú, a la que suelen ingresar chicos de colegios privados que pertenecen a una élite social y económica. Es la misma universidad donde yo estudié. Recuerdo que había una gran mayoría de blancos y que al final de mi carrera la superficie de los parkings para los carros de los alumnos y profesores era casi la misma que ocupaban las aulas. La biblioteca, sin contar las salas de estudio, podía ser la cochera de los empleados administrativos. Mis compañeros simpatizaban con los partidos de derecha, aunque la política ocupaba una parte mínima de nuestras conversaciones. El Partido Morado se ubica en el centro, lo que para la derecha más rancia es ubicarse a la izquierda, sobre todo por su posición en temas como la defensa de los derechos de la comunidad gay, pese a que en la izquierda existe un sector machista y homófobo. Puede decirse que Olivares es un progre, lo que en Perú se llamar caviar, palabra que  busca resaltar el lujo que disfrutan los burgueses que defienden a la población menos favorecida y a las minorías. Pero a mí Olivares me recuerda a otro personaje, al fumón que le robaba la yerba a su viejo y que fumaba con él.

Olivares ha contado que ha fumado en familia. Además ha matizado su discurso al señalar que él defiende el uso medicinal de la marihuana, más no su legalización para lo que llaman uso recreativo, o sea ponerse locazo, como decíamos en la universidad con mis compañeros cuando fumábamos yerba. Según Olivares no existe un acceso real para los pacientes que necesitaran el cannabis como medicina. Pero comprar yerba en la calle es casi tan fácil como ir a una farmacia por una aspirina, sólo hace falta tener olfato callejero para saber quién la mueve en el barrio. Una noche un amigo me llamó para que consiguiera un troncho para su mamá, enferma de cáncer. La mujer no soportaba los dolores y fumar yerba podía aliviarla. Solucioné el problema con una llamada y en menos de una hora estaba en casa de mi amigo.

Quienes abogan por la legalización de la marihuana en general alegan que una medida así acabaría con los problemas que provoca el comercio clandestino. El negocio pasaría de unas manos a otras, digamos profesionales por su titulación más que por sus conocimientos del cultivo, que controlarían la calidad del producto y el precio ya no dependería de la desesperación del comprador. Mis patas fumones fantaseaban con ir a la farmacia y comprar yerba de calidad, no esa basura que a veces se veían obligados a comprar en un callejón frente a la Base Naval de Surco. Cualquiera se podría poner locazo cuando quisiera, relajarse después de una jornada agotadora de trabajo, coronar una cena entre amigos con un tronchito, divertirse con sus hijos fumando mientras ven un partido de fútbol. Ya no habría que correr el riesgo de ser arrestado por la policía por posesión de drogas y chantajeado para no acabar en la cárcel. Pero me pregunto si la sociedad peruana estaría preparada. Dudo que los que peor llevarían la legalización de las drogas serían los conservadores, hipócritas en realidad, porque estoy convencido de que un conservador es alguien que reprime un deseo y se ampara en una excusa moral. (No se me malinterprete, no quiero decir que un conservador sea un fumón en potencia, mi mención apunta a un sentido más amplio). Una medida de tal magnitud afectaría a los distintos eslabones del tráfico ilegal, significaría un despido y sin indemnización. Salvo el caso de los campesinos, que podrían seguir cultivando para otro comprador, el resto, como los microcomercializadores de droga, por ejemplo, se quedarían en la calle.

Aporto un brevísimo testimonio. Fumé durante toda mi juventud, conocí a dílers de yerba de toda condición económica y social y me metí en problemas con la policía. Pero como descubrí la forma de sortear los obstáculos a mi placer nunca se me ocurrió frenar, yo era mi propio dios y organizaba el mundo a mi manera. La marihuana me llevó a otras drogas, que a su vez me abrieron los sótanos de los infiernos de la noche y sólo el amor pudo rescatarme de mi caída libre. Que suene cursi no me importa, es la verdad. No me gustaría que mis hijos fueran fumadores, no quiero que repitan mi experiencia, esta montaña de mierda desde la cual intento ver el horizonte y no consigo aclarar qué sería lo mejor. Tengo amistades rotas por culpa de las drogas. No se trata de un dilema moral entre lo que está bien y está mal, sino entre lo que te puede hacer daño o no, y poca gente posee la madurez suficiente en su juventud para dominar la fuerza del placer. Lo tengo controlado, me decía a mí mismo, como me digo siempre que cruzo ciertos límites, pero lo que me animaba era la emoción del momento, la violación de lo prohibido. ¿Me habría convertido en un drogadicto sin prohibiciones de por medio? No puedo saberlo como tampoco se puede saber qué consecuencias tendría la legalización de la marihuana. Quizás lo que necesitamos compartir nuestro temores respecto a un cambio que sabemos llegará y estamos posponiendo.

Los cambios generan miedo, lo podemos asegurar todos, pero más difícil resulta enfrentarse a la incertidumbre que puede generar una decisión que nunca se tomó.