Entrevistas
Nadia Granados
Colombia -
agosto 17, 2022

Machos, violencia y propaganda: cómo dinamitar la imagen de un narcopaís

En Colombianización, Nadia Granados asalta el imaginario audiovisual sobre el que se construye la identidad de su país. En una crítica ácida que usa desde narcotelenovelas hasta reggaeton, combina videoclip, instalación y performance para romper en pedazos la Marca Colombia, esa ficción decorativa que «trata de vender un país que no existe».

Por Alonso Almenara

Toda marca país es una suma de clichés, y no hay mejor ejemplo de ello que Juan Valdez, la marca emblemática de café colombiano. El personaje que la encarna fue creado en 1960 por la Federación Nacional de Cafeteros y se transformó en un hito en la historia de la publicidad: no importó que lo interpretara un actor extranjero, el cubano-estadounidense José Duval. Como si fuera una producción kitsch de la edad dorada de Hollywood, el origen del nation branding colombiano viene amarrado a esta figura risible, por exótica: un campesino bigotudo y sonriente, de genéricos rasgos latinos, acompañado por su mula Conchita, con la cordillera andina de fondo. Medio siglo después, el imaginario audiovisual del “país cafetero” dio un giro expectante con la campaña Colombia es pasión, que inauguró en 2005 lo que hoy se conoce oficialmente como Marca Colombia. Mientras que la publicidad de Juan Valdez impulsaba un producto de exportación, la campaña lanzada por el gobierno de Álvaro Uribe acompañó el viraje neoliberal colombiano con una promoción agresiva del territorio nacional. El objetivo: atraer turistas y capitales extranjeros, y contrarrestar las radiaciones tóxicas del narcotráfico y la violencia paramilitar sobre la reputación del país.

Nadia Granados ha construido su obra como una serie de intervenciones salvajes para dinamitar esa clase de propaganda. Asociada al personaje de “La Fulminante” y reconocida como una figura clave del movimiento posporno latinoamericano, la performer bogotana ha interrogado las formas de violencia que encubre la narcótica publicidad estatal, utilizando las herramientas que la cultura popular pone a su disposición: el imaginario del cabaret, el lenguaje de las telenovelas, el cine de serie B y la pornografía. Sus primeras performances calaron hondo en la lucha por los derechos de las mujeres y de las disidencias sexuales en una sociedad fracturada por la violencia del conflicto armado. Pero su personaje no tuvo dificultades para cruzar fronteras: la sexualidad virulenta y el humor macabro de “La Fulminante” la convirtieron en un fenómeno de Internet. 

En Colombianización, Granados vuelve al ruedo para ampliar el alcance de sus luchas. El pornoterrorismo y el drag siguen presentes, pero ésta vez son usados para operar una ambiciosa deconstrucción de la historia reciente de Colombia. La propuesta ganadora del XI Premio Luis Caballero, otorgado por la Alcaldía de Bogotá, es esencialmente multiplataforma: es una página web, una serie de performances callejeras y una exposición en la Galería Santa Fe, que reúne videoclips, ambientaciones y lo que la autora llama “cabarets políticos”: una suerte de terapia de choque para salir del plácido sueño de la Marca Colombia. 

Lo que nos es revelado al despertar, dice ella, es el lado B de la propaganda: el de la distopía neoliberal que, durante décadas, ha hecho de la muerte un negocio y del terror una forma de gobierno.

 Imagen: Nadia Granados

Hablemos de la palabra “colombianización”. ¿Qué significa para ti?

Yo no sé de dónde viene esta palabra, pero sé que empezó a usarse mucho a partir de los noventa, principalmente en torno a México. Fue un término muy usado durante el gobierno de Felipe Calderón, cuando estalló una violencia explícita y grotesca, y ciertas prácticas vinculadas al narcotráfico colombiano, como el sicariato en moto, se exportaron o se volvieron trasnacionales. Claramente, la palabra se usa de manera despectiva para referirse al proceso por el cual un país se vuelve más violento, en un contexto marcado por el tráfico ilegal de drogas y el surgimiento de mafias vinculadas a los gobiernos. 

¿Qué fue lo que te interesó de este concepto, y cómo surgió la idea del proyecto?

La reflexión sobre esa palabra fue uno de los detonantes de mi tesis de maestría, que llamé Colombianización: exploración audiovisual en torno a un fenómeno cultural tipo exportación. Es un texto en el que combiné varios intereses míos, y que fue la base para el proyecto que presenté al Premio Luis Caballero. Uno de esos intereses es lo que aquí llamamos “tipo exportación”: aquellos productos que Colombia exporta y que contribuyen a dar forma a la identidad del país.

Otro interés tenía que ver con las narcotelenovelas y la clase de discursos que estas producciones movilizaron en torno a lo narco. Me llamaba mucho la atención cómo las narcotelenovelas empezaron a posicionar y a validar figuras masculinas violentas como el patrón, el sicario, el paramilitar, el empresario. Personajes poderosos que han hecho mucho daño, pero de los que los colombianos sentimos una suerte de orgullo nacional. Y me interesó combinar esas ideas con una exploración de la Marca Colombia, que es una campaña de propaganda que, en mi opinión, trata de vender un país que no existe. O un país reducido a elementos decorativos, como las flores, las esmeraldas, la alegría, las mujeres bonitas… como si Colombia fuera un paraíso listo para llenarse de turistas y de inversionistas extranjeros. 

Uno de los problemas que encuentro ahí es que esa imagen fue montada gracias a un proceso previo de “pacificación” que dio como resultado transformaciones profundas en los territorios. Muchas personas fueron desplazadas de las zonas rurales del país para que todo quedara listo para ser vendido. 

 

“Uno de mis intereses era mostrar que la idea de una ‘colombianización’ falsea el problema de la violencia en este país, porque lo reduce todo a un asunto de drogas ilícitas. Así se terminan ocultando crímenes muy graves, como las desapariciones forzadas, el terrorismo de Estado. Es como si lo narco sirviera para tapar todo lo demás”.

Foto: Mónica Torregrosa – Archivo Galería Santa Fe – IDARTES

Estás denunciando, de algún modo, el viraje neoliberal del país a inicios de los noventa, y sus secuelas.

Mi proyecto se interroga sobre cómo es que este país se “colombianizó”: no fue un proceso accidental, sino que fue un proyecto planificado por administraciones de derecha, y que ha generado dificultades muy grandes en términos de derechos humanos, de desigualdad y de violencia. Siempre he pensado que la violencia en este país no surge de la nada, sino que es el resultado de múltiples violencias no resueltas. Estamos en un momento en el que es importante señalarlas y señalar a los responsables. Y creo que somos muchos los que nos encontramos en este proceso de denunciar, de levantar la voz, de faltarle respeto, también, a esta gente.

 ¿Qué papel juega el narcotráfico en el discurso oficial sobre Colombia?

Uno de mis intereses era mostrar que la idea de una “colombianización” falsea el problema de la violencia en este país, porque lo reduce todo a un asunto de drogas ilícitas. Así se terminan ocultando crímenes muy graves, como las desapariciones forzadas, el terrorismo de Estado. Es como si lo narco sirviera para tapar todo lo demás. Incluso hoy, es tabú decir: “en Colombia hubo un genocidio”. Muchos de nosotros hemos hablado reiteradas veces de los 6.402 “falsos positivos” que asesinó el gobierno de Uribe, pero creemos que esa es sólo una pequeña fracción de las matanzas orquestadas por las fuerzas militares del gobierno. 

Fotos: Mónica Torregrosa – Archivo Galería Santa Fe – IDARTES

Yo soy de Perú, un país donde el branding prácticamente ha sido naturalizado, y donde la marca país juega un papel central en la producción de discursos sobre la identidad nacional. ¿Qué sucede cuando la publicidad se convierte en un discurso de Estado? ¿Existe algún riesgo para la democracia?

El origen de la Marca Colombia está vinculado a las campañas publicitarias de Juan Valdez, el café colombiano tipo exportación. Esa fue la primera imagen, la que quedó grabada en el imaginario de los consumidores a nivel global. Desde entonces, la propaganda se ha ido intensificando, hasta alcanzar un punto culminante a inicios de este siglo, con la llegada de Uribe al poder. 

De hecho, esa fue la coyuntura que me motivó a empezar a producir un arte con intenciones contrapropagandísticas, o a entender, si se quiere, el arte como una herramienta de comunicación alternativa. Durante esos años, la figura de Uribe estuvo inmersa en propaganda. Parecía un actor: se vestía con ruanas y se presentaba como un hombre cercano al pueblo, un tipo católico, heterosexual, tradicional. Fue una cosa espantosa, porque al mismo tiempo se empezaban a conocer indicios de que Uribe estuvo vinculado al cártel de Medellín cuando era director de la Aeronáutica Civil. Y no solo eso, sino que con esa imagen se trataba de tapar todo el terror que generó su administración. Hubo persecuciones, ejecuciones extrajudiciales, criminalización de la protesta, paramilitarismo… Esa es una parte de la historia de Colombia que ha sido manipulada. No es por gusto que las narcotelenovelas empiezan a transmitirse en el momento en que Uribe inicia la desmovilización paramilitar. Esos programas tenían un rasgo en común: presentaban al paramilitar como un héroe. 

El gobierno de Uribe lanzó también la campaña Colombia es pasión, una frase que has incorporado en tu canción “Brandaland”. 

Colombianización incluye cuatro videoclips realizados por Raúl Vidales. La música fue producida por Bclip, un productor de reggaeton y de música urbana que me ayudó mucho a condensar los textos de mi tesis para transformarlos en canciones. “Brandaland” es un dembow, una música súper rápida y chillona. Lo que nos interesó fue usar ritmos que se asocian mucho a este país y que gustan mucho, pero para hablar de otras cosas. El reggaetón era importante, además, porque es un género muy vinculado a la estética narco, esa estética mafiosa que pone en escena a gángsters despilfarrando dinero que no se sabe de dónde viene. La letra utiliza eslóganes de campañas publicitarias, como la frase “sonrisas tipo exportación”, que viene de una campaña que dice, literalmente, “aquí sonreímos como si la alegría se pudiera exportar”. Esa frase es una mierda, pero es representativa de este tipo de propaganda. Es como si sonreír fuera nuestro deber. 

 Hablemos de las figuras masculinas que parodias en tu trabajo. 

Una de las canciones de Colombianización se llama “Capitalismo gore”, que es también el título de un libro de la autora trans feminista mexicana Sayak Valencia. Ese libro ha sido una gran influencia para mí. Me interesa, sobre todo, la relación que establece Valencia entre los tráficos ilegales, las transacciones alrededor de la muerte, y la manera en que los hombres construyen su identidad. Ella explora cómo una cierta idea de la masculinidad se fortalece con la participación de los hombres en ejércitos, sea cual sea el bando. Matar se convierte en un trabajo que te permite ingresar al mundo capitalista. Es matar para volverte un hombre y, al mismo tiempo, un consumidor. 

Entre los personajes que escogí para caricaturizar o exagerar esa masculinidad violenta está Broly Banderas, el sicario más famoso de las redes sociales. Usé un discurso suyo, que manipulé y tergiversé. Es un discurso muy cínico sobre por qué matar por dinero, que para mí es una de las preguntas importantes de este proyecto. Estamos en un país lleno de víctimas de gentuza como ésa, asesinos a sueldo, imbéciles que toman un arma porque les pagan un dinero y pueden ir y meterte un tiro en la frente. A mí eso me da mucha rabia, y parte de mi trabajo tiene que ver con explorar las razones por las que existen estas personas. Hay todo un sistema aspiracional vinculado a ese hombrecito.

“Me di a conocer con ‘La Fulminante’, una suerte de drag queen que ironiza sobre la construcción de una feminidad exagerada, muy explícita, muy sexual. En Colombianización quise hacer lo contrario. Encarno personajes masculinos a partir de los relatos de violencia que han marcado la historia reciente de Colombia”.

Lo que nos lleva a tu uso del drag king, o la práctica de personificar a través de la vestimenta y el maquillaje estereotipos de género masculinos. 

La verdad es que yo llevo muchos años practicando el drag. Me gusta masculinizarme, va con mi personalidad. De hecho, es algo útil: al pasar como chico, puedo ir tranquila por la calle sin que nadie me joda. En realidad, el drag es una parte importante de mi práctica artística desde el inicio. En 2010 me di a conocer con ‘La Fulminante’, una suerte de drag queen que ironiza sobre la construcción de una feminidad exagerada, muy explícita, muy sexual. En Colombianización quise hacer lo contrario. Encarno personajes masculinos a partir de los relatos de violencia que han marcado la historia reciente de Colombia. El drag king fue la herramienta que usé para apropiarme de esos discursos y convertirlos en un acto escénico. 

¿Qué son las “violencias confusas” de las que hablas en el texto curatorial de la muestra?

Hablo de violencias confusas porque no tenemos claro de dónde vienen. Para mí, la muerte de mi hermano a manos de las FARC, en 2001, fue el resultado de una violencia confusa. No se sabe quiénes, exactamente, son los responsables, ni por qué lo hicieron. Una masacre como la de El Salado, por ejemplo, ¿quién la ordenó? ¿Por qué? Mataron a cien personas en tres días. Se sabe que estuvo ahí el ejército, pero sigue siendo confuso, sobre todo porque no hay responsables y nadie paga. A las víctimas simplemente se las lleva de un lugar a otro. Eso es confundir, ¿no? Hay gente que lleva cuarenta años buscando a sus muertos. Hay niños que crecieron sin padres, en la mitad de la nada, y no se sabe por qué. Por eso es tan importante la verdad. Que la verdad no solamente se sepa, sino que se reconozca públicamente y se acuse y se castigue a los responsables. Eso es algo que en Colombia aún no ha sucedido. 

La Comisión de la Verdad y la Justicia Especial para la Paz, ¿no han aportado, justamente, más claridad y menos confusión? Por otro lado, tomando en cuenta que has ganado un premio oficial de la Alcaldía de Bogotá con un trabajo que denuncia a personajes poderosos de la política colombiana, ¿no reconoces ahí una forma de progreso?

Sobre el premio, creo que tuve suerte. La Alcaldía de Bogotá es una institución con cierta autonomía y los miembros del jurado son escogidos por concurso y tienen total independencia. Esta vez tenían simpatías de izquierda. Si hubieran sido de derecha, yo jamás hubiera ganado. Pero, más allá de eso, es cierto que el proceso de verdad ha cambiado algunas cosas. Y no solo el proceso. Estamos llegando a un punto en el que la verdad ya no está en manos del Estado o de los grandes medios de comunicación. Cuando  empecé a hacer radio, a inicios de los 2000, la situación era bien distinta. No había teléfonos inteligentes e Internet apenas empezaba a masificarse. Una de las cosas que nos impulsaba era, precisamente, luchar contra el monopolio de la información, divulgando otros pensares sobre la historia de este país. Han pasado casi 20 años y ahora hay un montón de pequeños medios de comunicación independientes que tienen gran acogida. Incluso un youtuber que critica al gobierno desde su celular puede tener un millón de seguidores. Las versiones oficiales se han debilitado y los grandes medios están desacreditados. No hay que olvidar que el feminismo también ha jugado un papel importante, así como muchas preguntas nuevas que ha traído este siglo en torno a la participación de otras voces y otras maneras de pensar en la discusión pública. Ya no puedes ser un hombre blanco poniendo tus patas sobre todos los demás, ya eso se acabó. Ya no se aceptan las violaciones. Ya no se acepta el terror como método para hacerse respetar.

Cuando preparabas esta muestra, no podías saber que Petro iba a terminar siendo elegido presidente de Colombia. Dado que tu trabajo denuncia discursos y prácticas de gobiernos de derecha, alguna expectativa debes tener con un hombre de izquierda en el poder. 

Pues yo me confieso: soy admiradora de Petro desde hace más de 20 años. De joven me abrió mucho la mente escucharlo hablar. Me fascinaba su elocuencia, su conocimiento profundo de este país y la manera en que confrontó durante muchos años el sistema paramilitar, el genocidio, el problema de las tierras y los desplazados. Veía en la televisión los debates del Congreso solo para escucharlo hablar sobre la verdad histórica. Pero no tengo que decir que soy petrista para que se lea o se adivine, ¿no? Ahora, ¿qué pienso de lo que está haciendo en el poder? Celebro su discurso antimilitarista, la idea de que no queremos más muerte, sino que queremos vida. 

La necropolítica que hace de la guerra un negocio, y que fue la política Uribe, tiene que acabar. Celebro también que Petro no haya esperado para descabezar a veintidós generales de la República, veintidós personas probablemente implicadas en violaciones de derechos humanos. Las fuerzas militares necesitan un saneamiento. Creo entonces que Petro tiene la capacidad intelectual y conoce lo suficiente de este país como para hacer cambios muy rápido, y creo que no le va a temblar la mano para hacerlos. Además, me parece que Petro no solo va a ser un político importante para Colombia, sino para toda Latinoamérica e incluso a nivel mundial, por todo lo que está planteando en cuanto a energías renovables y a la prioridad de la vida sobre el extractivismo. 

Pero no es sólo Petro. Lo acompaña Francia Márquez, una persona del mismo nivel, una mujer negra que ha sido minera, empleada doméstica, que surge de las luchas sociales más radicales de este país, las luchas afro, las luchas por el agua, por la vida. Márquez también está marcando este momento histórico, se vuelve como una luz que irradia desde acá hacia el mundo. A mí me parece súper bonita la idea de que estamos viviendo una época nueva, porque muchas cosas del pasado sencillamente ya no las vamos a aguantar más. Y una parte de lo que ha cambiado es que hemos debilitado el sistema heteropatriarcal desde el feminismo y las disidencias de género. Que Petro sea presidente es un signo de que esta sociedad está cambiando. Al final, lo importante no es tanto quiénes nos representan en el gobierno, sino todos nosotres aquí abajo viviendo una serie de transformaciones en nuestra vida cotidiana y nuestras formas de relacionarnos.