Imaginar en Cahuita
Cahuita. Gente de mar, tierra y resistencia
En 1970, cuando el gobierno de Costa Rica declaró Punta Cahuita como monumento nacional, la gente de Cahuita, el pueblo, se opuso. No porque no quisieran que se conservara la riqueza natural que habitaban desde hacía más de cien años, sino porque no tenía sentido que un Estado desde su centralidad tomara una decisión de espaldas a la comunidad que realmente podía cuidar el ecosistema. Esa primera oposición, que luego iría a más, demostró que en Cahuita es difusa la línea que traza dónde termina el territorio y dónde comienza la gente.
Cahuita es un distrito del cantón de Talamanca, en la provincia de Limón, ubicada en el extremo oriental de Costa Rica. Lo habitaban, en el último censo en 2022, 13.463 personas, que son indígenas, afrodescendientes, personas mestizas o blancas, mulatas y chinas. Esta población se dedica mayoritariamente al turismo, por eso las calles, asfaltadas y en tierra, están llenas de hoteles, cabinas (hospedaje de habitaciones anexas a un edificio principal), restaurantes, bares y otros negocios para turistas. Pero no siempre fue así. En 1828 William Smith, proveniente de Bocas del Toro, una ciudad panameña a 80 kilómetros de Cahuita, y su familia, se asentaron en algún lugar de Punta Cahuita, atraídos por la inmensa riqueza del arrecife de coral y de las tortugas verdes y de carey que se alimentaban y refugiaban allí. Con el tiempo, la punta se fue poblando de afros de Talamanca y de Jamaica, de indígenas de la región y de extranjeros. Los hombres se dedicaban fundamentalmente a dos labores: las de mar y las de tierra. Es decir, la pesca, para la que eran mejores los panameños, y la agricultura, un oficio en el que tenían experiencia los jamaiquinos. Las mujeres también realizaban estas labores, pero estaban sobre todo dedicadas a los cultivos de cacao y a la transformación del coco en aceite y otros productos.
A pesar de estas divisiones, la relación de la población con el mar es indudable. Por eso, tras el interés del Estado por cerrar a la población el ecosistema con el que convivían, hubo resistencia. En 1978, cuando efectivamente Costa Rica declaró a Punta Cahuita y territorios cercanos (en total, 1067.9 hectáreas) como Parque Nacional, la comunidad que habitaba el área delimitada fue forzada a reubicarse. Pero la unión comunitaria se hizo manifiesta: la lucha fue por acceder a la playa para conservar sus formas de vida, trabajo y supervivencia, por que el Estado pagara las compensaciones a las familias que dejaron sus tierras y por la participación de la comunidad en las decisiones sobre el ecosistema. Tras diversas estrategias, como cierres del parque y múltiples diálogos, firmaron un acuerdo en 1997 para que los cahuiteños pudieran aprovechar una zona del parque y para que la comunidad y el Estado lo coadministraran. A pesar de que la comunidad logró tener voz y participación en las decisiones que se toman en el parque, esto no impidió que sus formas de vida cambiaran drásticamente en apenas 40 años.
En Cahuita la población tenía una forma de vida tradicional que aún sobrevive, pero que ya no es el centro de las actividades de sus habitantes. La pesca de langostas y peces, por ejemplo, era una de las actividades principales. Tanto así que la población desarrolló al menos cuatro formas de pescar: con cuerda y anzuelo; con boyas y trasmallos; con redes agalleras; o con múltiples anzuelos y plomo para pescar en la profundidad. Pero ahora las autoridades nacionales regulan esta actividad a través de licencias. Además, en estos años la población dejó de cultivar cacao por cuenta de una plaga que afectó los sembrados. El turismo, entonces, se posicionó como la gran actividad para la población. Las casas, antes de maquenque, que era la arquitectura tradicional, ahora son en su mayoría de bloques y madera. Tanto así que el único momento en el que la población retomó muchas de sus tradiciones fue durante la pandemia de Covid-19 en 2020, cuando los vecinos, por ejemplo, intercambiaron alimentos para que todos y todas pudieran comer.
A pesar de que el discurso oficial sitúa a Cahuita desde el relato del paraíso de la biodiversidad y la belleza, su población se niega a que se hable del ecosistema y no de la gente. Una de las maneras en las que han resistido es a través de la música. En Cahuita vivió y murió Walter Ferguson, uno de los más grandes calypsonians limonenses, aunque era originario de Panamá. Ferguson inmortalizó en su canción Cabin in the wata la historia de resistencia de la gente de Cahuita que no pudo negarse a dejar la tierra de recién declarado parque nacional, pero que tampoco se resignó a que los sacaran sin más. Como el contador de historias que era, Walter Ferguson narra cómo míster Bato, un navegante o boga, construyó su casa en el agua del mar, ya que lo sacaron de su tierra en el parque. En su honor, el Festival Internacional de Calypso de Costa Rica lleva el nombre del músico, quien murió en febrero de 2023.
La población de Cahuita sigue luchando por su visibilidad. Por ejemplo, por conocer de primera mano la información de un Plan Regulador Costero al que temen, pues saben que cuando el Estado ha querido “ordenar” la tierra, los cahuiteños se han quedado sin ella. La gente de mar y tierra de Cahuita sigue resistiendo.
Fotografías del taller
Participantes
Estudiantes:
Charlie Henry Lira
Keylor Traña McCloud
Joyce Morales Moreno
Javier Mullings Hutson
Tiago Castro Rojas
Serena Sánchez Hurtado
José Balducci Agostinelli
Marcelo Martínez McCloud
Shernan Spencer Huertas
Doña Elma Buchanan Dixon
Don Peck Ferguson Drummod
Don Donald “Danny” Williams Shirley
Don Roberto Humphrey “Tarras”
Coordinación General:
Claudi Carreras
Dirección del Proyecto, Responsable de los Talleres y Edición General:
Jorge Panchoaga
Registro Audiovisual:
Jorge Moreno Blanco
Juan Arias
Nestor Baltodano
Bolívar – Colombia / 2020
Chocó – Colombia / 2020
Valle del Cauca – Colombia / 2020
Panamá / 2021
Guatemala / 2021
Coroico – Bolivia / 2021
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