Ilustración - Florencia Merlo
Daniela Rea
México -
junio 29, 2021

Una guerra que se pierde al sur y al norte del Bravo

En el 2015 una caravana de familiares de víctimas de homicidios, secuestros, encarcelamientos y desapariciones en México cruzó a Estados Unidos para reclamar al gobierno y a les ciudadanes de ese país que asumieran su responsabilidad por las consecuencias políticas y sociales de la llamada “guerra contra las drogas”.

Su tarea en Estados Unidos no era sencilla: se trataba de hacerse escuchar ante una sociedad que aprendió a mirarles a través de los discursos políticos y policiacos que borraba la humanidad de las personas detrás de sus muros, ilegales, wetback que vienen a quitarles sus derechos; aprendieron a nombrarles a través series de televisión donde las personas latinas siempre son las ladronas, las violadoras, las que venden droga; acumulaban en sus ojos y oídos siglos de historia sobre quienes habitan al sur del río Bravo como unos salvajes que hacen sacrificios humanos y se comen el corazón de sus víctimas, que se matan entre sí, que no alcanzan a ser personas.

Pero ahí andaban las madres, las esposas, las hijas; repitiendo tercas lo que una y otra vez habían dicho a sus conciudadanes y a sus gobiernos; ahí andaban en plazas públicas, en foros, en esquinas, con altavoces, con gritos, con lágrimas:

Estoy aquí por el secuestro de mi hijo Gerson y el asesinato de mi hijo Alan y el asesinato de mi yerno Miguel. A Gerson lo secuestraron el 15 de marzo del 2014 en Medellín, Veracruz. Se pagó rescate y nunca lo regresaron. Su hermano Alan, de 15 años, y Miguel, de 25, fueron a buscarlo y los asesinaron. Yo después de eso tuve que salir de Veracruz, desplazada, porque las autoridades decían que mi vida, la de mi hija y mi esposo corrían peligro.

La guerra contra las drogas trae la militarización y en vez de acabar con los cárteles, está acabando con nuestros jóvenes. Aquí hemos conocido a muchas madres que han perdido a sus hijos por la guerra contra las drogas. Me uno a ese dolor, sé lo que es perder a un hijo, queremos más educación sobre el consumo de drogas, en vez de que los estén encarcelando o matando.

Maricela Orozco, México

Esas madres y familias dolientes de México se encontraron en Estados Unidos con algo que no esperaban: otras madres y familias de ese y otros países que también intentaban hacerse escuchar, que también gritaban los nombres de sus hijos muertos o encarcelados.

Mi hija murió hace dos años. Salió de mi casa un sábado por la mañana, tomó un polvo y murió dos horas después. Era mi única hija. Supimos que tomó éxtasis en un 91 por ciento de pureza, lo suficiente para drogar 5 o 10 personas. Desde entonces abogo para que las sustancias ilícitas sean reguladas, creo que si Martha hubiera tomado algo con la calidad y la pureza regulada, aún estaría viva.

Ella quería tomar drogas, pero no quería morir. Ningún padre quiere ninguna de las dos cosas, pero no puedes recuperarte de la muerte. Estoy aquí porque quiero que los representantes de la ONU escuchen nuestros gritos de nuestras pérdidas. No quiero que el mundo pierda a otra Martha.

Escribí el libro «5 mil 742 días» que son los días que mi hija vivió. Lo empecé seis horas después de que murió y lo terminé 102 días después, cuando ella habría cumplido 16 años. Es la historia de mi pérdida. Amé ser la madre de Martha y ahora estoy poniendo esta energía en asegurar que otras familias no tengan esta pérdida. Ella era estudiante, era la cuarta vez que consumía éxtasis, la suya no fue una muerte por adición, fue una muerte por curiosidad.

Anne-Marie Cockburn, Reino Unido

Nuestro hijo es Dylan Bassler. Tenía 21 años cuando murió por consumo de drogas, el 4 de abril del 2014. El consumió una droga mezclada, street oxy, que venía combinada con fentanilo. Ese día se fue a dormir y no despertó.

El fentanilo es un opiáceo sintético, similar, pero mucho más potente que la morfina. Usualmente se usa para tratar a pacientes con fuertes dolores crónicos, pero el relacionado con las recientes muertes por sobredosis es producido en laboratorios clandestinos y mezclado con heroína o cocaína en forma de polvo. Así se incrementa su potencia, el nivel de adicción y se abarata su costo.

La política contra las drogas no está funcionando. El combate no es atacar, sino educar a la gente en el consumo. Hay un estigma muy fuerte hacia los jóvenes y la gente que consume es criminalizada, así se inhibe la búsqueda de apoyo y atención médica. Nuestro hijo no sabía que estaba consumiendo esto. Él era pintor, un artista y su existencia quedó trunca.

Jennifer y Steve Woodside, Canadá

He tenido muchas pérdidas por la guerra contra las drogas. En mi comunidad, la política antidrogas se enfoca en los pobres, en quienes ni tienen casa, esas son las comunidades atacadas por esa guerra y la consecuencia es más gente criminalizada. Se encarcela en mayoría a latinos y afroamericanos, para beneficiar a una industria privada en las prisiones. Es injusto que se haga esta criminalización, este racismo en nuestras comunidades, un círculo vicioso. En las vidas diarias ha crecido la presencia de las policías y eso hace más grande la división, la gente no cree en la policía y la policía no cree en la gente.

Quiero que la ONU sepa que la encarcelación no es la respuesta correcta al tema de drogas, sino que debe bajarse en la compasión al ser humano, en la ciencia, en la salud pública.

Elizabeth Ollins, Brooklyn, NY

Ese encuentro evidenció que la política prohibicionista contra las drogas ha dejado víctimas aquí y allá: las personas que mueren por sobredosis o por consumir drogas contaminadas debido a la no regulación y fabricación clandestina de los enervantes, las que mueren por falta de tratamientos, las que son desplazadas de sus territorios que se usan para la siembra, las que pierden su libertad por someterse a la siembra de enervantes, las que son asesinadas y desaparecidas en esa lucha por el control de tierras y rutas de tránsito, las que alimentan los pequeños ejércitos para el control de esas rutas, las que son encarceladas por consumo, las que son encarceladas por producir, las que son encarceladas en cárceles privadas para hacernos creer los gobiernos que están cuidando la seguridad del país.

Los gobiernos de la región lanzaron una guerra diciendo que erradicarían la producción y tráfico de drogas porque las drogas causaban muerte; sin embargo éstas no se han erradicado y las muertes se han multiplicado y diversificado las formas de morir. La política prohibicionista ha dejado más víctimas de las que el consumo de drogas en sí dejaría: en México entre el 2007 y 2018 -desde que Felipe Calderón retomó la prohibición- 5,545 personas perdieron la vida por ingerir sustancias prohibidas y 278 mil 771 fueron asesinadas de manera violenta¹.

El Informe Mundial sobre las Drogas 2020 de la UNODC², el último publicado sobre el tema, evidenció otras contradicciones de esta política prohibicionista que tiene 50 años asolando la vida de la región: es una política que castiga la pobreza. Los opioides farmacéuticos para usos médicos se concentran en países ricos: más del 90 por ciento de la disponibilidad mundial de éstos están en el 10 por ciento de la población con más recursos. El informe también señaló que la pobreza, la educación limitada y la marginación social aumentan el riesgo de trastornos por el consumo de drogas y limitan la posibilidad de acceder a tratamientos por la discriminación y el estigma.

La política prohibicionista ha multiplicado las formas de morir y una guerra se pierde al norte y al sur del Río Bravo.

¹ Según datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (Inegi).

² wdr.unodc.org