Pablo Ortiz Monasterio
México -
septiembre 08, 2021

Cerca del boom

A mediados de los años 80 Pablo Ortiz Monasterio y otros fotógrafos le propusieron al entonces director del Fondo de Cultura Económica Jaime García Terrés editar y publicar una colección de fotolibros. El argumento principal fue que así como en los 70 se dio el boom latinoamericano de literatura, en ese momento iniciaría un boom de la fotografía. Lograron convencerlo y el resultado fueron 20 fotolibros editados por Pablo. Él ahora dice que ese boom tan anunciado no sucedió entonces, pero ahora, con las implicaciones de la revolución digital y el acceso a las redes sociales, está sucediendo.

Pablo estudió fotografía en Inglaterra y al volver a México inició su carrera como autor y editor de fotolibros. Para él, uno de los soportes más interesantes para divulgar y exhibir las imágenes. Su libro más conocido es La última ciudad publicado por la editorial Twin Palms en 1996. Pablo fundó en 1993 junto con Patricia Mendoza el Centro de la Imagen en Ciudad de México y años antes colaboró en el Consejo Mexicano de Fotografía, desde donde se organizaron los Coloquios Latinoamericanos de Fotografía.

Ayahuasca Musuk

Pablo, tú has hecho varios fotolibros. ¿Empezaste con La última ciudad?

No, mi primer libro fue Los Pueblos del Viento, la historia es larga, estudié economía y trabajaba como fotógrafo, al finalizar la carrera decidí concentrarme en la fotografía, me mudé a Londres, allá caí en cuenta de que los libros eran una plataforma extraordinaria para compartir la fotografía. Tres años después volví a México y empecé a trabajar en la Universidad Metropolitana, acepté un puesto de tiempo completo como profesor de fotografía en la carrera de diseño gráfico y enseñaba fotografía y aprendía diseño y producción editorial. Durante ese tiempo me buscaron del Archivo Etnográfico Audiovisual que pertenecía al Instituto Indigenista para un proyecto editorial; hicimos siete libros, uno mío, titulado Los pueblos del viento, sobre los huaves grupo indígena dedicado a la pesca, cosa más bien escasa entre los pueblos de Mesoamérica que fueron agricultores. Ese fue mi primer proyecto de largo aliento, lo trabajé durante 2 años.

En la década de los ochenta hicimos en el Fondo de Cultura Económica, “Río de luz”, colección que se volvió célebre con vocación iberoamericana. Ahí publicamos 20 títulos: al español Josep Renau con su libro American Way of Life, al ecuatoriano Hugo Cifuentes con Sendas del Ecuador, a varios fotógrafos argentinos en Democracia vigilada, al brasileño Miguel Río Branco con Dulce Sudor Amargo, a los mexicanos Graciela Iturbide con Sueños de papel, Pedro Meyer con Espejo de espinas, y Manuel Álvarez Bravo con Mucho sol, entre otros tantos.

Nos reuníamos cuatro veces al año con un comité editorial muy distinguido: Manuel Álvarez Bravo; Luis Cardosa y Aragón, el gran poeta y crítico de arte guatemalteco; la maestra Graciela Iturbide; Víctor Flores Olea, diplomático, político y fotógrafo; Vicente Rojo, diseñador y editor; Felipe Garrido gerente editorial del Fondo. Yo coordinaba el proyecto, fue una experiencia muy enriquecedora y disfrutable.

Ayahuasca Musuk

Los Pueblos del Viento – Pablo Ortiz Monasterio 

Por aquellos años mi proyecto sobre la ciudad de México estaba muy avanzado, desde el principio lo pensé como libro pero decidí no presentarlo en Río de Luz, a lo largo de los años tuvimos que rechazar proyectos de autores importantes y no me pareció correcto que yo me publicará en la colección.

Al proyecto de Ciudad de México le dediqué una década, empecé a mediados de los ochenta. En aquellos años los fotógrafos estábamos muy volteados a las zonas rurales, hacíamos fotografía en película blanco y negro, directa, comprometida, con visión política, la ciudad estaba documentada por los fotógrafos de la prensa diaria. Después de mi libro sobre los Huaves (Los pueblos del viento, 1981) me propuse investigar la tremenda ciudad donde había nacido y vivido la mayor parte de mi vida.

Para esos años Ciudad de México ya calificaba como megalópolis, siempre creciendo y cambiando. De cuando empecé a cuando terminé la población había crecido en tres millones, la ciudad no se está quieta, nunca deja de cambiar. Por años trabajé para construir una visión global de la ciudad, tenía sin duda un conjunto de fotos buenas e interesantes, pero con eso no hace un libro. Un catálogo es un grupo de fotos “buenas” a veces con un tema una después de otra; en el libro, en cambio, la temática de las fotos es muy importante, el sentido se construye en el orden que se le aplica y las imágenes se engarzan, se concatenan. Tiene un principio, hay un desarrollo y tiene un final. Para poder hacer un libro no solo hay que seleccionar las buenas fotos sino usar aquellas que el discurso solicita: aunque no sea tan buena la imagen es requisito fundamental saber que se quiere plantear y desde donde se mira.

Con el tiempo me di cuenta que describir la ciudad es prácticamente imposible y quizás inútil, me liberó de tener que incluir construcciones, parques y lugares emblemáticos, me concentré en construir la experiencia vital y sorprendente que resulta de caminar en Ciudad de México.

Hice una maqueta con fotocopias pegadas en un cuaderno y me lancé a Nuevo México a visitar a Jack Woody, director de Twin Palms, editorial especializada en fotografía con un catálogo formidable y una calidad de producción notable. Era mitad de los noventa. Todavía por esos años las editoriales al firmar el contrato te daban un adelanto de regalías y salí de esa oficina con un cheque de 5000 dólares. El libro fue impreso impecablemente en Kioto, Japón en photogravure con dos ediciones, en inglés con el logo de Twin Palms y en español con Casa de las Imágenes.

Ayahuasca Musuk

Desaparecen – Pablo Ortiz Monasterio 

Hay quienes dicen que el proceso de hacer un fotolibro es un misterio. ¿Para ti cómo se construye un fotolibro?

Bueno, no hay una fórmula. Sin duda alguna hay una parte intuitiva, que uno no sabe exactamente por qué y vas tomando decisiones que te llevan a lugares que no habías previsto. Pero si que hay una metodología que puede ayudar a tener un buen resultado a partir de un universo amplio de imágenes armar un conjunto breve con un orden específico. Lo primero que hay que hacer es revisar el conjunto y estar atento para escuchar las voces que emergen del conjunto.

Antiguamente lo hacíamos con las copias fotográficas, las echábamos al suelo para mirarlas desplegadas, hoy se hace en las pantallas. Al mirar grupos amplios las fotos hablan. ¿Qué tipo de cosas te dicen? por ejemplo: hay muchas fotos de noche, también detecto animales variados y por supuesto el trabajo de la comunidad. Esto no quiere decir que debemos hacer un capítulo de animales, otro de la noche y otro del trabajo comunitario, el proceso de escuchar las voces te permite entender el conjunto y también surgen ideas de cómo agruparlas.

Sin duda alguna en un buen libro fotográfico el principio y el final son fundamentales. Las fotos potentes, con mucha energía hay que administrarlas, saber ubicarlas para que el libro tenga un punto climático, y que fluya bonito. En ese sentido, los libros visuales se parecen a la música, tienen ritmo y hay movimientos o capítulos.

Es importante pensar en la unidad fundamental del libro, las dos páginas, que mientras las estés mirando no puedes ver lo demás. Esa unidad puede estar ocupada por una foto a doble página o dos fotos o cuatro o muchas, esto te permitirá marcar el ritmo del volumen.

Akadem – Pablo Ortiz Monasterio 

Ayahuasca Musuk

Akadem – Pablo Ortiz Monasterio 

Tú hiciste parte de los Coloquios Latinoamericanos de fotografía, ¿cómo fue esa experiencia?

Cuando los Coloquios yo estaba chamaco. Fui parte del Consejo Mexicano de Fotografía y desde ahí se organizaban, la figura señera de todo aquello era Pedro Meyer. Fue muy interesante poder conocer la fotografía de Perú, Ecuador, Colombia, Argentina, Paraguay, Brasil, Chile y demás. La verdad es que los fotógrafos no necesariamente somos buenos oradores o articulados teóricos, pero los Coloquios fueron una gran ventana, solo conocíamos a los fotógrafos latinoamericanos que sus libros o exposiciones llegaban a Nueva York, París o Londres.

Los coloquios fueron espacios que generaron una conciencia latinoamericana que antes no teníamos y que ahora con las redes sociales, nos es totalmente natural. Fueron los primeros pasos, no imaginábamos lo que traerían las redes sociales y ahí las relaciones se darían de manera horizontal sin tener que incorporarte a organizaciones como el Consejo Mexicano de la Fotografía.

Desaparecen – Pablo Ortiz Monasterio 

Desaparecen – Pablo Ortiz Monasterio 

Recordando toda esa historia, ¿cómo ves la fotografía latinoamericana actual?

Cuando hicimos el proyecto de Río de luz, en la segunda mitad de los ochenta y noventa, se lo presentamos a Don Jaime García Terrés, con la idea de que se avecinaba un boom Latinoamericano, como el de la literatura, pero ahora en la fotografía de autor.

Hicimos la colección con 20 libros y de boom hubo poco. Claro, publicamos trabajos muy interesantes, hay libros hermosos y es probablemente la única colección latinoamericana en sentido estricto.

Con la revolución digital y la democratización que trajo, se puede afirmar que hoy por hoy hay más de mil millones de fotógrafos en el planeta, si existen 7 mil millones de teléfonos que pueden hacer fotos. Digamos que solo una persona de cada siete hace fotos recurrentemente, tenemos mil millones de fotógrafos. Esto ha hecho que a lo largo de toda Latinoamérica haya surgido una cantidad de fotógrafos enorme, algunos muy interesantes, que están haciendo trabajos formidables y que podemos ver en las redes sociales. La democratización también se dio en términos de género, probablemente la mejor fotografía de nuestros países es hecha por mujeres.  Estoy convencido que hoy estamos más cerca de ese boom de fotografía latinoamericano del que vendíamos hace más de 20 años.