Visualidades
Juan Arias
Colombia -
enero 21, 2025

El lenguaje de las aves

¿Cómo puede una jaula aportar a la conservación del país con más especies de aves en el mundo?

Por Juan Arias

Esta historia comienza en una tarde del 2016, cuando, junto a un grupo de amigos, visitaba el mercado de Bazurto en Cartagena, Colombia. Ese día, mientras caminábamos tras el almuerzo entre los estrechos pasadizos del mercado, me detuvo un canto. Había pasado junto a un carnicero que, en medio del ruido y el calor, cortaba pedazos de carne en su puesto. Sobre su mesa, una jaula llamó mi atención. Dentro de ella, un pájaro amarillo trinaba, ajeno al bullicio. Me acerqué y le pregunté al hombre por qué tenía al ave encerrada y si no le dolía mantener una criatura tan bella en cautiverio.

Ayahuasca Musuk

—Es mi mascota —respondió—. Nos hacemos compañía el uno al otro. Lo llevo todos los días al trabajo. Y no soy el único—agregó, señalando a los puestos vecinos, donde otros pájaros amarillos también compartían jaulas con herramientas y mercancías.

Curioso, le pregunté:

—¿De verdad los traen todos los días?

—Sí —me dijo, sonriendo—. Algunos en bicicleta, otros en moto o en transporte público. Pero, si quieres ver algo realmente loco, deberías venir un domingo al parque de mi barrio. Desde temprano nos reunimos para competir quién tiene el canario (Sicalis flaveola) que canta más.

Intrigado, decidí asistir el siguiente domingo. Al llegar, descubrí un parque repleto de hombres sentados bajo los árboles, cada uno con su canario enjaulado. Me acerqué a uno de los grupos y les conté que era fotógrafo, que estaba interesado en su práctica. Aunque algunos me respondieron con timidez, otros me invitaron a observar las inscripciones. Una carpa publicitaria de cerveza albergaba una mesa donde se anotaban los nombres de los canarios participantes: “El Samurai”, “Mbappé”, “El Difícil”, “Mr. Black”, “Cobrita” y “Bebé”, entre otros. Las jaulas, personalizadas con adornos y telas bordadas, competían por trofeos con forma de canarios que premiaban a los cuatro primeros puestos.

El ritual era fascinante. En rondas, cuatro canarios eran colgados en una cruceta. Durante tres minutos, un juez contaba los cantos consecutivos compuestos por tres trinos sin pausa. Los dos mejores pasaban a la siguiente fase.

Quise entender más. Me acerqué a uno de los organizadores, pero antes de que pudiera lanzar mis preguntas, él me increpó:

—¿Tú eres de la Policía Ambiental? Dicen que eres fotógrafo, pero ¿cómo podemos creerte? No vaya a ser que nos estés perfilando.

Fue entonces cuando comprendí que esta práctica es ilegal y que muchos de ellos han sido arrestados en operativos que, según sus relatos, suelen volverse violentos. Para ellos, sus aves son motivo de vida o muerte.

De vuelta en Cali, compartí lo que había descubierto con amigos ornitólogos y avistadores de aves. Su respuesta fue unánime:

—Dinos dónde se reúnen para ir con la Policía a quitarles las aves.

Pero yo veía otra cosa. Quedé impactado por la pasión que estos hombres sentían por sus canarios. Durante meses, los visité y, poco a poco, logré que me permitieran fotografiar su práctica. Descubrí historias que reflejan su devoción: esposas que aseguran que sus maridos quieren más a sus canarios que a sus hijos; hogares donde, cuando no hay dinero para todos, el único que come es el pájaro.

Un día, Jesús, uno de los pajareros, me pidió que retratara a “Guerrero”, su campeón más querido. En su casa, entre trofeos protegidos con plástico para evitar el polvo, me mostró a “Guerrero”: el ave descansaba en una caja dentro del congelador de la casa. Había muerto años atrás, pero Jesús no podía despedirse de él.

Ayahuasca Musuk

Estas historias revelan contradicciones. Los pajareros me han cuestionado por qué los zoológicos y aviarios pueden tener especies enjauladas, pero ellos no. Argumentan que son estigmatizados como traficantes, aunque muchos no venderían sus aves por nada del mundo. También critican la hipocresía de ciertos sectores: los cultivos de arroz, aseguran, afectan más a las aves del país que su práctica.

Roland, otro pajarero, una tarde entre bromas y en serio me dijo que me quería enseñar las fotos más bellas de aves que había tomado un fotógrafo.  Me mostró un grupo de Facebook: Red de Observadores de Aves de Latinoamérica. Me contó cómo disfrutan observando aves en la naturaleza. En ese momento me di cuenta de que nunca se les había invitado a relacionarse con las aves de otra manera.

Con esta idea, me fui convencido que había que crear un espacio para el diálogo. Junto a amigos de la Colombia Birdfair y el Jardín Botánico de Cartagena, organizamos un encuentro entre pajareros y avistadores. Les pedimos a los pajareros traer jaulas vacías. Durante la mañana, compartimos conocimientos y resolvimos dudas de cada una de las partes y sus formas de relacionarse con la naturaleza. Por la tarde, inauguramos una exposición fotográfica y realizamos un acto simbólico: intercambiamos las jaulas vacías por binoculares y guías de avistamiento. Una escultura hecha con las jaulas, por el artista José Olano, marcó el comienzo de un nuevo acercamiento a la naturaleza.

Ese día caminamos juntos, pajareros y avistadores, observando aves en libertad. Fue un paso hacia la reconciliación entre dos mundos que comparten una pasión común: el amor por las aves.

Ayahuasca Musuk

Este proyecto fue financiado por National Geographic Society. Recibió el apoyo de Colombia Birdfair, Jardín Botánico Jaime Piñeres de Cartagena, Comfenalco Cartagena y Monteadentro Store.