Visualidades
Misha Vallejo
Ecuador -
agosto 05, 2020

La sabiduría del pueblo que derrotó a las petroleras

En 1996 el Estado de Ecuador cedió territorios indígenas del pueblo Sarayaku a una empresa petrolera. A fuerzas de demandas y resistencia, la comunidad logró retrasar la entrada de las empresas por varios años. En 2002 las empresas entraron al territorio con la custodia del ejército. Abrieron caminos, talaron árboles, usaron explosivos y deforestaron terrenos. Duró un año, pero todavía perdura: se calcula que en el territorio Sarayaku todavía quedan 1.400 kilos del explosivo pentolita.

Después de varios años de luchas, en 2012 la comunidad le ganó un juicio al estado ecuatoriano en la Corte Interamericana de Derechos Humanos. La CIDH condenó al Estado por otorgar una concesión petrolera sin consultar con las comunidades y sentenció que el Estado estaba obligado a reconocer, en un acto público, su responsabilidad, pagar una indemnización y retirar los explosivos que la petrolera había dejado en la selva, algo que hasta hoy no ha sucedido.

Era la primera vez que una comunidad indígena ganaba un juicio de este tipo y el fotógrafo Misha Vallejo quería contar esa historia. Pudo viajar en 2015, tres años después del fallo de la CIDH.

Desde Quito, el viaje hasta el territorio amazónico Kichwa de Sarayaku puede durar hasta tres días. Por eso, cada vez que Misha va hasta allá se queda al menos diez días. Su primera vez fue después de que la comunidad Sarayaku le ganara el juicio al Estado ecuatoriano.

De esos viajes nació Secreto Sarayaku, un proyecto transmedia que consta de un documental web interactivo en secretosarayaku.net, un fotolibro, una futura exhibición y un podcast próximo a publicarse. A cada uno de estos elementos se puede acceder ya sea en conjunto o por separado. 

“La comunidad Kichwa de Sarayaku”, explica al inicio del proyecto, “siempre ha tenido una conexión física y espiritual con la selva y sus seres guardianes para mantener el balance en su mundo. La comunidad cree en el Kawsak Sacha o Selva Viviente, que asegura que el bosque húmedo tropical es un ente vivo, consciente y sujeto de derechos, en donde todos sus elementos: plantas, animales, humanos, ríos, viento y más, están vivos, tienen un espíritu y están interconectados”.

“Si uno de ellos corre peligro el resto se verá afectado como en una reacción en cadena. Por esta razón la comunidad toma de la selva solo lo necesario para sobrevivir y nada más. Para ellos, la protección de su hogar es primordial, no solo para su propia supervivencia, sino para la de la humanidad. En los tiempos en los que vivimos, implementar esta filosofía podría hacer una gran diferencia para nuestro planeta. Mediante la documentación de su vida diaria, este documental transmedia reinterpreta su cosmovisión”.

“Llegué con muchos prejuicios”, admite ahora. Iba lleno de imágenes teñidas de verde, como un regreso a cierto estado de naturaleza idealizado. Lo que se encontró era muy diferente. “Fue muy shockeante que una de las primeras veces que estuve ahí vi jóvenes en la plaza central escuchando reguetón o cumbia en sus celulares”, recuerda. “Fue la colisión de dos mundos porque venía con una idea medio idealizada de la comunidad pura, pero no es para nada así”. 

Para los sarayaku la tecnología es una herramienta, una forma más de proteger la selva. Las redes sociales les sirvieron para difundir su lucha: los hace visibles y eso los protege de la desaparición. “Tienen internet desde principios de los 2000, con una conexión satelital”, cuenta Misha. “Ellos la usan para diseminar este mensaje ancestral de protección a su tierra. Usan un método súper contemporáneo, occidental y globalizante para mandar este mensaje de conservación y rescatan su autodeterminación, porque ellos mismos dicen ‘no necesitamos sus miradas paternalistas, que nos digan qué tenemos y que no tenemos que hacer. Nosotros lo vamos a discutir por nuestros propios medios’”.

Los chicos de la comunidad tienen celulares que se conectan por WiFi al satélite. Usan Facebook e Instagram y chatean en quichua. Es una forma de difundir el idioma y mantenerlo vivo. “Utilizan esta tecnología occidental para comunicarse entre ellos y aún así le dan valor a su propia identidad”, cuenta. “Yo no escucho la misma música que escuchan mis papás o mis abuelos, entonces ¿por qué esos jóvenes tendrían que escuchar lo mismo que sus papás o abuelos?”, se pregunta. 

La primera entrevista que hizo para Secreto Sarayaku fue a Marcelo Santi, el tío del joven que lo hospedaba. En el video, Marcelo levanta los pulgares, se besa las manos y las extiende hacia arriba. Habla con un lenguaje de señas que parece imposible de no entender: Marcelo es sordo, y desarrolló su propia forma de comunicación. Con sus manos, explica qué significa para él la selva. Misha decidió empezar con él “porque esta es como cualquier comunidad donde hay una diversidad de personas, de habilidades especiales y, además, era el único que no necesitaba traducción, el vídeo en inglés y español es el mismo”.

El de 2015 fue el primero de nueve viajes. Siempre se hospedó en casas de familias. “Ahí no hay hotel, no hay restaurantes, creo que hay una sola tienda. Por eso la logística es que tú mismo lleves comida para ti y la familia con quien te vas a quedar, para compartir. Y ellos comparten contigo todo lo que tienen de la selva”, cuenta. “Nunca comes solo, siempre en familia, o vecinos, o quien sea que te invita. Todo es comunitario”.  

Le costó ganar su confianza, había mucho recelo generado por viejas traiciones cometidas por otros que, cómo él, un día se acercaron a los sarayaku. “En la comunidad tuvieron un par de experiencias no muy gratas”, relata. “Me contaron que fueron espías, gente que se hizo pasar por estudiantes de antropología e investigadores pero que resultaron ser trabajadores de empresas petroleras que investigaban quiénes eran los líderes, a quién se le podía pagar o comprar algo”.

En ese momento entendió por qué el proceso para que autorizaran su entrada había sido tan burocrático, cuatro meses de trámites, de enviar cartas al presidente de la comunidad, luego al Departamento de Comunicación. Y por qué una vez que le dieron el permiso, las preguntas continuaban. “Querían saber qué quería hacer y qué iba a dejar a cambio. Ellos desde su experiencia saben que el hombre blanco ha ido a su comunidad, desde antropólogos hasta biólogos, para obtener conocimientos sobre plantas ancestrales para poder hacer medicamentos… y ellos nunca se quedan con esos conocimientos. Por eso, ahora si alguien quiere entrar a la comunidad, piden algo a cambio; no dinero pero sí conocimiento”.

En la primera visita, entonces, él hizo un registro fotográfico de plantas medicinales para un catálogo que la comunidad estaba preparando. Después dio talleres de fotografía y vídeos con celular. Ahora quiere regresar para donarles libros y conversar con ellos sobre el proyecto. 

La decisión de hacer de Secreto Sarayaku algo más que un libro tuvo que ver con superar la narrativa lineal. “En la tradición oral quichua de la Amazonía las historias son circulares, e incluso me atrevería a decir que son telarañas porque hay detalles que algunos van cambiando y en torno a eso se va tejiendo con otras historias que transmiten y hasta cambian algunos significados de elementos”, explica.

“Por eso en la web son seis capítulos que tratan acerca del ciclo de la vida, el nacimiento, la niñez, hasta la muerte… pero los capítulos están enlazados entre sí, entonces puedes tomar desvíos y de repente no te das cuenta y estás en otro capítulo. Te marea y te desubica y eso me gusta porque es como una selva virtual. Yo en la selva me pierdo, no puedo caminar solo porque si tomo un pequeño desvío no tengo ni idea de dónde estoy. Acá también, el usuario es quien controla a dónde ir, si quiere puede tomar un desvío y de repente, se puede perder y eso es parte de la experiencia: conocer algo de lo que no tenías idea o no lo esperabas”.