Toponimia es el conjunto de nombres propios de un territorio. El Colectivo Nómada, nacido hace un década en Costa Rica y expandido a varias latitudes, bautizó así a su trabajo en la provincia de Limón, donde hicieron un recorrido por distintas ciudades, países y hasta continentes sin salir de la ruta 32 que une a esa provincia con San José. En su recorrido en auto fueron desde África de Guácimo hasta Brooklin, El Cairo y la Francia de Siquirres; desde Venecia, Boston y Nueva York de Matina hasta Jamaica Town y Argentina de Pocora.
Hay quienes explican esa elección de nombres como producto de la inmigración de afrodescendientes que construyeron el ferrocarril a fines del siglo XIX y que tenían algún vínculo con muchos de esos lugares. El Colectivo Nómada no se detiene en el origen: como en gran parte de su trabajo, se concentran en el presente; en la cotidianidad de las comunidades que habitan esas regiones. El trabajo se hizo con apoyo de la convocatoria Africamericanos- AECID para proyectos audiovisuales. En esta entrevista, sus autores hablan de manera coral sobre el colectivo y el proyecto.
Empezamos en 2008 como grupo de amigos de la universidad. Originalmente éramos doce y ahora somos cuatro. Éramos un grupo de estudiantes que trabajábamos para medios de comunicación, por lo menos los que estábamos en Costa Rica. Necesitábamos una alternativa para poder publicar porque estábamos muy sometidos a las cuestiones editoriales de los medios de nuestro país, donde no hay una fotografía vinculada a relatar algo en profundidad. La idea de ser colectivo era una válvula de escape.
Nos gusta contar historias que tienen que ver con lo cotidiano. Como colectivo lo que nos interesa es la vida cotidiana, lo que podría llamarse «la simple normalidad».
La vez pasada decíamos que somos una especie de «monstruo compuesto». Uno es el corazón, otro el cerebro, otro es los pies que se mueven. ¿Quién es cada cosa? ¡Nos turnamos! Esto es curioso porque se piensa que trabajar en colectivo implica que todos seamos un cerebro, o todos un corazón, pero nosotros tenemos esa particularidad de estar en desacuerdo entre nosotros. Aun así logramos sacar trabajos adelante y que cada uno conserve su mentalidad sin necesariamente no tener una misma línea.
En algún momento algunos asumen un rol de gestores, otro de editor, otro de fotógrafo y otro escribe y eso varía. El monstruo cambia según el proyecto, esa cabeza o la manera de cómo mover el proyecto también. Entre los cuatro, como grupo más depurado y después de muchas experiencias y mucha gente trabajando, ya llegamos a un buen nivel en el que sabemos qué puede aportar cada uno para cada proyecto.
No hay firma individual en la mayoría de nuestros trabajos. Cada uno tiene sus proyectos por fuera pero como colectivo no nos interesa tener una huella firme dentro del grupo. Lo que sí nos interesa es definirnos como grupo que promueve la fotografía en nuestra región.
No tenemos ideales o aspiraciones muy grandes porque venimos de la nada y si seguimos de la nada, al menos hemos logrado sobrevivir, durante todos estos años, de la fotografía. Obviamente si lográramos sacar de la región nuestras imágenes y nuestro trabajo sería excelente, es buenísimo pero tampoco no tenemos esa intención de ser LOS fotógrafos, los cazadores de trofeos fotográficos. Tampoco es que vamos a hacer fotografías con discursos vacíos o sin algún sentido. Si tiene sentido para nosotros y si tiene honestidad, entonces es algo válido.
Tenemos esa necesidad de estar merodeando y viendo, y eso también nos ha hecho no estar en la industria competitiva sino más bien desde un lado de continuar haciendo. Muchos de los colectivos que estaban cuando nosotros empezamos ya no existen. Por eso Nómada también es: una mentalidad.
El colectivo nos ayuda a gestionar y hemos aprendido mucho sobre esa parte porque en esta región si algo no se gestiona, no sirve. Nosotros vemos cómo seguimos, cómo nos financiamos y buscamos apoyo. En la primera etapa el colectivo era mucho de producir para la nada. En otros países la gente produce y sabe que hay una infraestructura que lo va a sostener, o que un medio le va a comprar un tema y aquí eso no existe. Tocas una puerta y más bien te dicen que te están haciendo un favor.
Nos hemos adaptado a la cuestión de la pandemia porque llevamos mucho tiempo trabajando y dialogando de manera virtual. Es muy raro que nos reunamos en un mismo lugar, entonces la mayor parte del tiempo nos juntamos por estos medios y ahora en estos tiempos de pandemia, a nosotros nos recordó a la forma en la que siempre trabajamos, nada más que ahora lo reforzamos.
Ahora tenemos la ventaja de que estamos cerca pero nos vemos cada cierto tiempo. Cuando nos visitamos tratamos de ver la forma de hacer algo, por lo menos un taller, charlas o inclusive salir a hacer fotos.
Toponimias muy importante porque hicimos una exposición en dos regiones porque hay una separación muy grande entre la capital y la región del Caribe. Nos interesaba llevar este trabajo de Toponimias a San José, a la capital, para que las personas tomaran conciencia del tema pero sin olvidar a los protagonistas, a los fotografiados. Entonces también llevamos el trabajo a Limón que es la región donde se elaboró.
A veces, los impactos que nos interesan como colectivo tienen que ver más con lo local que con lo internacional. Sentimos que trabajamos en una escala pequeña pero es una escala que logra ser más significativa con respecto a un posible impacto.
El proyecto Toponimias consistió en fotografiar lugares que se llaman como grandes ciudades. En esta región llamada Limón buscamos «New York», o trabajamos en «Venecia» y esa era la intención del proyecto y visitar esos lugares nos ayudó a tener una imagen de ese Limón que se preconcibe.
En Toponimias éramos todos montados en un carro, tuvimos la oportunidad de que Tona viniera desde México y pudimos tener una experiencia muy intensa porque era llegar, fotografiar todo el día, buscar lugares que posiblemente no mucha gente había fotografiado porque eran localidades muy específicas, muy pequeñas. En esos lapsos de tiempo cuando llegábamos a la noche nos sentábamos a debatir cosas, editábamos en las cámaras.
Hicimos un fanzine para repartir, se vinculó más hacia ese lado porque en esas localidades la fotografía casi que no estaba, no solo por la distancia sino que son pueblos que quedaron sobre la vía del tren y en muchos de esos poblados no hay una tradición de que gente se acerque a hacer fotos. En el fanzine estaba el mapa del recorrido, que era importante más que nada por los nombres de los lugares. Era como si nos hubiéramos ido a pasear a Venecia, a New York, a Toronto en apenas unas horas.
Muchos problemas tienen que ver con llegar a un lugar y querer encontrar el lado exótico, ¿Por qué no fotografío una santería? Para nosotros es más bien llegar a un lugar, merodear y fotografiar a la gente como es, más lo cotidiano. Nos cuestionamos esos relatos paternalistas, neocoloniales. Nos acercamos a Toponimias porque empezamos a tener un sentido de identidad hacia lo que pasaba en Centroamérica. Hay un completo desconocimiento sobre la fotografía centroamericana. La mayoría de fotógrafos son de afuera que vienen a trabajar problemáticas. Esa visión la pulimos a lo largo de los años para no ver el territorio como algo exótico o utilizarlo como un safari.
Trabajar en el calor de Limón fue algo que determinó la forma de hacer fotos porque trabajábamos muy temprano o muy de noche. Tuvimos que relajarnos y esas fueron experiencias que nos marcaron. La experiencia de hacer fotografía en el carro nos llevó a desarrollar una técnica con las luces del carro y nos ayudaba a tomar fotos en la noche.
Allá vivimos en una casa donde uno de los miembros del colectivo vivió durante mucho tiempo. Y eso también fue enriquecedor. Más allá de explorar el territorio nos encontramos con la definición de Nómadas. Nos gusta sentir el territorio y luego muchas veces vamos a los lugares y documentamos como colectivo lo que nos atraviesa del territorio.