Visualidades
Lorena Velasco
Colombia -
diciembre 15, 2020

Lorena Velasco: de la intimidad a lo colectivo

Lorena Velasco recordaba que sus abuelos maternos tenían una huerta, que le hacían trenzas en el cabello, pero no mucho más. En realidad, casi no los conocía cuando se acercó a ellos para tomarles fotografías. Lo hizo en medio de una pelea familiar por una herencia, por lo que su intervención no solo le permitió recuperar su propia historia sino intervenir en el conflicto. Está convencida de que, a través de la imagen, se pueden “decantar ciertas situaciones personales”. Por eso, cuando llegó la pandemia, le acercó a su hija de nueve años la herramienta de la fotografía. Juntas, pensaron las escenas a través de las cuales representar las angustias que aparecían como, por ejemplo, el miedo a que su gatito se contagiara de Covid-19. “Ahorita mismo estoy inmersa en ese universo personal, en este momento este es mi tránsito, no se qué me deparará el día de mañana”, reflexiona.

Es fotógrafa y presidenta del Foto Club Universitario de Popayán de la Universidad del Cauca-Colombia. En ella habita una doble sensibilidad: la introspectiva y la colectiva. En 2018, con una compañera, se dio cuenta de que faltaba una plataforma horizontal en la que mujeres fotógrafas emergentes pudieran publicar sin demasiados “peros”. Así fundaron Fotógrafas Latam. Abrieron un instagram y jamás se imaginaron que su necesidad era la misma que la de “miles de mujeres latinas”. Hoy es un colectivo que se dedica a la visibilización y promoción de fotógrafas de la región y “destacar el papel de la mujer latinoamericana en el medio visual”. 

¿Cómo fueron tus primeros pasos en la fotografía?

Mi acercamiento a la fotografía es a través de un grupo de fotógrafos de la ciudad Popayán, ciudad de sur de Colombia donde resido. Cuando llegué al Fotoclub universitario me encontré con una diversidad que alimentó todas mis inquietudes en torno a la foto. Me ayudaron, de manera técnica, a superar obstáculos y luego a profundizar para encontrar mi propio camino, mi esencia. Hicimos capacitaciones y viajes. Me encontré con referentes que marcaron mi obra.

Lo primero que aprendí fue la fotografía nocturna, luego los viajes. Luego, documental: trabajé mucho la fotografía social. Y después decidí cuál era mi camino: me interesaba decantar ciertas situaciones personales a través de la imagen.

Me cuesta el autorretrato, es algo que voy a tener que tramitar con el tiempo. Pero sí me interesaba hablar de mí a través del cuerpo y a través de las personas que me influenciaron. En ese sentido empecé a hacer un trabajo con mis abuelos maternos, ellos recrean esa infancia. Mi abuelo acaba de fallecer, pero en esa época estaban muy solos y atravesaban un momento complejo porque había una separación de bienes por una pelea familiar en torno a una herencia. Ellos no querían irse de su lugar. Nunca había tenido contacto con ellos y tuvimos que construir una relación empezando de cero.

En rigor, tenía recuerdos muy vagos de ellos. Me hacían trenzas en el cabello, me acuerdo la huerta, el patio. Pero no tenía relación afectiva con mis abuelos. Empezamos entonces a trabajar, a reconocernos mutuamente. Fue algo que marcó mi vida. Era un momento especial, estaba impactada por lo que estaba sucediendo.

Yo iba haciendo fotografías y empezaron a funcionar como una serie. Luego, en un taller empezamos a asentar la idea y empecé a investigar sobre los apellidos, los orígenes. Descubrimos que el apellido “Velasco” significa “hijos de cuervos chiquitos”. Y ahí el proyecto se transformó hacia una mitología: mis tías peleando por un territorio como si fueran cuervos, sacándoles la tierra a mis abuelos. Fui creando así una postura personal, porque hasta ese momento no la tenía. La serie se llama “memorias del silencio” porque él era sordo. La forma de comunicarnos era mediante cartas, mediante papelitos que escribíamos en la pared. Una muy bella relación.

Con todo esto, en algún sentido lo que buscaba era un poco hablar sobre mí misma, sin llegar al autorretrato. Quería hablar sobre las ausencias, las carencias, sobre lo que sentía que me hacía falta. Imprimía las fotografías muy grandes y ellos las pegaban en toda la casa. Todo eso llevó a que hubiera un acercamiento. Se limaron asperezas y todos fuimos entendiendo las diferentes posturas que había en la familia.  

En tiempos del Covid, ¿la pandemia también te llevó a una búsqueda introspectiva?

Ahorita en pandemia empecé a hablar también sobre mi hija de nueve años y la ansiedad que le produjo el encierro: los estímulos visuales y toda esa información que llega a nuestros oídos. Ella se preocupaba mucho con las noticias: que los gatos se iban a contagiar por ejemplo, porque ella tiene dos gatos. Eran cosas volátiles quizá, pero trascendentales para su psiquis, que detonaron en ella una angustia y la tratamos a través de la fotografía. Hicimos entonces una puesta en escena donde ella participaba teniendo las imágenes de acuerdo a sus sueños y sus textos.

¿Es la primera vez que haces participar al fotografiado del proyecto?

Es la primera vez. Con mis abuelos tenía un poco más en mi mente el concepto. Con Manuelita no, con ella fue un trabajo colaborativo.  

¿Lo volverías a hacer?

Me siento más cómoda haciendo cosas personales: cuando son situaciones tan privadas, hablarlo desde afuera es muy complejo. Yo puedo hablar de esas cosas tan sensibles desde el pleno conocimiento porque es algo vivencial, por eso me tomo la libertad de compartirlo y hablarlo. Si fuera un proyecto de otra temática y con personajes externos a mi entorno, sería un poco más complejo.

Sin embargo, lo hago y lo he hecho: mi primer proyecto se llamó Los niños del agua, lo hice en el Amazonas. La idea es recrear cómo fue el inicio del río bajo la tradición oral de los niños ticuna. Es una representación, es documental pero tiene algo de ficción. Entonces, lo he hecho dado que es una representación de sus historias, pero cada vez que trabajo y cada vez que me adentro en ese universo que se apropia de mí, cada vez es más personal. Cada vez me cuesta más, es más complejo. Uno se desgasta, se entrega con todo al sacar fotografías tan íntimas. Seguramente más adelante me liberaré un poco de esa presión, pero ahorita mismo estoy inmersa en ese universo personal. En este momento este es mi tránsito, no se qué me deparará el día de mañana. 

¿Cómo surgió el trabajo en Amazonas?

Fui a un taller y se convirtió en algo muy bonito, que fue mi primer proyecto. Lo recuerdo con mucho cariño. Recuerdo que conocí a un fotógrafo colombiano, John Quintero, que estaba trabajando para la BBC. Viajé con él a sus expediciones, sin mayor interés de hacer algo concreto. No tenía una idea pensada, estaba expectante de sorprenderme. En ese taller de narrativa visual me encontré con muchas cosas que tocaron fibras en mí.

El hecho de ser madre, creo que me facilitó el acercamiento con los niños. Me podía comunicar con ellos, tenían confianza conmigo. Ellos me empezaron a contar sus cosas, sus abuelas también. Y al año siguiente volví con una idea más consolidada para terminar el proyecto.   

Mientras estás enfocada en historias súper íntimas, eres la co-fundadora de un gran colectivo regional como es Fotógrafas Latam. ¿Cómo surgió esa iniciativa?

En el año 2018 estábamos viviendo el “Me Too” en su apogeo. Con una amiga, Fernanda Patiño, a quien conocí en el Amazonas, nos dimos cuenta que no existía una plataforma horizontal, sin tantos filtros para ser publicadas. Ella es de una ciudad de acá en el sur de Colombia, las dos somos de ciudades periféricas. Eso también generó una conexión, somos de provincia.

Las dos éramos fotógrafas y conocíamos de algunas iniciativas feministas que publicaban a algunas fotógrafas establecidas, pero nosotros queríamos darle el espacio a las que estaban arrancando, que estaban inseguras quizá. Queríamos contactarnos, armar una plataforma de difusión para fotógrafas emergentes. Porque Fernanda y yo éramos emergentes, entonces eso también es casi que autobiográfico.

Creamos el Instagram y pusimos dos hashtags, pero jamás imaginamos que nuestra necesidad era la de miles de chicas latinas. Tuvo una acogida gigante y el proceso de selección fue un éxito. De hecho, muchas chicas ya establecidas también quisieron participar. Eso fue un aliciente y un gran estímulo. Estábamos empezando a llamar la atención y nos estábamos poniendo en el mapa. Nace sin ninguna pretensión, nosotras nunca lo planeamos ni lo imaginamos. Dijimos “hagamos un instagram y veamos qué sucede”. El primer día tuvimos 158 postulaciones y nosotras éramos dos perfectas desconocidas.  

Llegaron a organizar un primer Congreso Fotógrafas Latinoamericanas en Popayán en 2019…

Hicimos el primer Congreso y fue muy interesante. Quisimos hacerlo aquí, en el sur de Colombia, en el lugar donde nació este proyecto que traspasó fronteras. En Colombia, capacitarse en fotografía implica viajar a ciudades capitales. Por eso, traer estos espacios de formación, académicos, de reflexión y diálogo a la provincia, descentralizar el movimiento fotográfico, es una premisa para Fotógrafas Latam. A Popayán vinieron 430 personas de toda Latinoamérica y tuvimos un concurso de fotografía con más de 400 postulaciones. Nunca se había cobrado un concurso en dólares en Colombia, pero teníamos que financiarlo, dado que nunca tuvimos apoyo de instituciones, todo lo hacemos a pulso. Antes éramos María Fernanda y yo, ahora para las exposiciones en otra parte del mundo tenemos un equipo de cinco chicas que han afianzado los lazos y que han sido pilares fundamentales para el crecimiento. Las cosas se van sucediendo, nunca las hemos forzado. No hemos hecho sino recibir amor de todo el colectivo.