Entrevistas
Mayeli Villalba
Paraguay -
diciembre 10, 2020

Ser afro en Paraguay

“Por lo menos sos una negra fina», le decían a Mayeli Villalba cuando era niña. Se lo decían con una cierta pena que ella no identificaba bien de dónde venía. Recién entendió un poco más cuando, años después, conoció a un grupo de personas que reivindicaba la identidad afro. Desde entonces, la fotógrafa afroparaguaya y co-fundadora de la Colectiva Ruda no paró de intentar conocer y abrazar al mundo afro.

Lo primero fue investigar: lo hizo familia adentro. “Fui criada por personas que crecieron con una subjetividad muy lastimada por el racismo”, cuenta. Encontró que sus tías negaban sus raíces pero que su bisabuela Anabell las llevaba con orgullo. Sobre ella, ahora hace un trabajo dentro del colectivo Ruda.

Como una segunda etapa de esa investigación salió a las calles a hacer retratos de personas afrodescendientes. Notó como a muchos y muchas también les costaba su propia identidad: “Es difícil asumirse como algo que es rechazado por la sociedad”, reflexiona Mayeli. El tercer momento de su investigación fue la introspección: autorretratos. Reconocerse a ella misma.

Parte de su trabajo, comisionado por el Centro de Fotografía de Montevideo, podrá verse en la muestra de la plataforma Africamericanos que pronto se inaugurará en Uruguay.   

Es poco común hablar de las comunidades afro en Paraguay. Mucha gente no sabe que existen.

A mí me pasó lo mismo y soy de acá. Tardé muchos años, recién de grande pude aprender sobre mis raíces afro aunque toda la vida crecí con señalamientos y calificativos que tenían que ver con ello. Obviamente, ahora una entiende muchas más cosas. Siempre crecí con «por lo menos sos una negra fina». Jugábamos con mis amiguitos y amiguitas a nuestras series favoritas y cuando había un personaje negro estaba implícito que yo era ese personaje. Si no había uno, era más difícil que yo encontrara quién ser. Había algunos conflictos dentro de esa posibilidad, como en los Power Ranger por ejemplo: había un personaje varon y negro, y todos sabíamos que yo no podía ser la rubia. Ese papel lo hacía una prima rubia. Implícitamente todos lo sabíamos. Al final podía ser Trini, la asiática que era la otra mujer pero no era blanca o Zack, que es el negro pero que no era mujer. Crecí con eso y de niña siempre me pasaban esas cosas sobre representación, identidad e imagen. Así crecí.

En 2010 o 2011, yo trabajaba en el Ministerio de Educación de Paraguay. Hicimos una política educativa con grupos focales de consulta. Uno de los grupos eran poblaciones afrodescendientes. Un día llegó un grupo de personas afro que trabajan en la visibilidad de la cultura y yo me miré en ellos y dije «yo soy de acá». Me marcó un antes y un después.

Obviamente no era la primera vez que veía a un grupo de personas afro, pero la diferencia es que antes no entendía qué implicaba eso. Su trabajo era hablar y reivindicar esa identidad y eso activó mucho mi formación. Empecé a trabajar en construir un vínculo con ellos. Es una comunidad que se llama Kamba Kuá, que está cerca de Asunción. “Kamba” es la forma en la que llamamos a la negritud de Paraguay. “Ku” es negro pero puede ser un objeto: una taza o cosas, una ropa, pero “Kamba” es una persona. Este grupo Kamba Kuá significa como “cueva del negro”, es un nombre que se le impuso a la comunidad en el siglo XIX.

Tomé la decisión de que en mis proyectos personales iba a investigar sobre la cuestión afro en Paraguay. Porque con googlear nada más no se consigue nada, hay un vacío en un ámbito que no se estudia, no se investiga y falta mucha información. En la universidad estudié trabajo social. Mi tesis fue con esta comunidad y esto me ayudó a sistematizar la búsqueda y organizar la información.  

¿Investigaste los orígenes de tu propia familia también en ese proceso?

Mi familia es de un pueblo que se llama San José del Rosario en San Pedro, es uno de los departamentos más grandes de Paraguay, mayoritariamente campesino. Mis ancestros fueron comprados por el segundo presidente de Paraguay Carlos Antonio López, que tenía haciendas en ese lugar y compraba personas esclavizadas de Brasil. La primera misión era canalizar para construir un arroyo y subir agua para poder beber y que los cultivos pudieran ser regados más fácilmente. Era acercar el agua. Ese pueblo se construyó con trabajadores esclavizados. Ese es mi origen afro. Ese pueblo está mezclado hoy porque cerca había una colonia menonita, entonces hay mezclas asombrosas.  

¿Para tu familia fue un impacto encontrarse con tu búsqueda?

La verdad es que con mi mamá siempre me es más fácil todo. Igual era un proceso de hacerle caer en cuenta también a ellos. Mucha gente vive la vida, salvan el día y ya está, no se dan tanto el espacio de filosofar; otras personas sí. Hay una negación siempre porque el racismo hace que la asociación negativa con la negritud sea algo muy difícil de desligar y nadie quiere asumirse como algo negativo, como algo rechazado por la sociedad. Primero hay que hacer un proceso interno para poder llegar a ese punto. En mi familia, mi tía decía: «por suerte ustedes ya salieron más blancas y más lindas”. O, por ejemplo, tengo un tío anciano que es el que tiene muchísima información y siempre dice: «soy super negro y por eso soy horrible». Ahí te encontrás con esas cosas que son muy dolorosas y hay que explicar cómo heredamos los traumas.

A mí no me pasa eso pero sí que fui criada por personas que crecieron con una subjetividad muy lastimada por el racismo y hay traumas que son heredados generacionalmente. El racismo es un aparato que genera muchos traumas. A mi bisabuela no la conocí en persona porque murió cuando mi mamá era una niña. Mi bisabuela es la figura que consensuó la negritud de la familia y eso fue fabuloso porque hasta mis tías, que decían que no eran negras, dicen que su bisabuela era negra.

Saber de mi bisabuela Anabella fue una llave para mí superimportante para poder conversar con mi familia sobre la negritud porque es una figura que tiene muchísimo amor por parte de todas sus nietas, que son mis tías y mi mamá y todas se quieren parecer. Obviamente que también son negras y a través de ella me fue mucho más fácil conversar y conseguir un espacio donde hablar de la autopercepción de la familia. Ahora estoy haciendo con las Rudas un trabajo con la historia de mi bisabuela Anabella como protagonista.

Pero fue con amor y mucho tiempo. Me voy a San José del Rosario una vez al año y ahora estoy yendo más por el proyecto. Cada vez que me voy hablamos. Es como a seis horas de Asunción, si todo sale bien.  

El amor y la paciencia parecen centrales en tu trabajo.

Lo que pasa es que me di cuenta de que este es mi trabajo de por vida. Por lo menos yo lo asumí así: desde 2011 que tomé la decisión de que este es el trabajo al que me voy a dedicar. Capaz dentro de cinco años esté harta y no haga más nada, pero por lo menos ahora creo que sí voy a trabajar mucho tiempo en eso. Es demasiado íntimo para mí, muy personal y tiene una importancia y una capacidad de responder a cosas que para mí son muy vitales. Además, me ayudó muchísimo a sanar heridas que fueron causadas por la violencia racista toda mi vida. Para mí es necesario hacerlo bien y encontrar la manera. Si la lentitud es la forma, entonces lo haré así.

Busco lograr llegar a personas con las que antes no he podido construir un vínculo muy cercano, aunque sea mi familia. Seguramente por eso me tomo el tiempo. Siento también que mi trabajo cambió muchísimo desde que empezó.  

¿Por qué?

Lo más evidente es que mi trabajo fotográfico al comienzo estaba dedicado a hacerle fotos a otras personas. Hay una primera etapa que fue fotografiar a las tres comunidades que se autoperciben afrodescendientes en Paraguay. Hice muchísimas visitas, hablé mucho con ellos para retratar su vida cotidiana, sus días, retratos.

Después me pareció interesante trabajar con gente como yo. Digamos que yo era parte de la diáspora paraguaya. No crecimos en ninguna comunidad que guarde la historia, la memoria, la conciencia de la negritud. Pero obviamente también somos afrodescendientes y se nos ve en la cara. Pensé cómo hacer para buscar gente así en la calle, en el teatro, en una manifestación, en el bondi, en los lugares comunes y corrientes por los que transito y entonces ahí fue la segunda parte: los retratos con personas que están fuera de la comunidad y con muchas de estas personas fue acercarme y plantearles por primera vez en sus vidas que tienen genéticas negras. Fue super lindo ese proceso.

Fue un trabajo muy delicado porque, así como mi familia no se quiere asumir, imaginate una persona que no está pensando en eso. Encontraba la forma. Por ejemplo decía: “Tengo un proyecto artístico, retrato gente que se me parece a mí, con esta clase de cabello como tenemos vos y yo, ¿viste nuestra nariz?, ¿o el color de piel?” Me ponía yo como intermediaria. Y después les decía: “Soy así porque soy afrodescendiente y me llama la atención cómo nos parecemos un montón, me parece que vos también tenés rasgos afro”. Decía eso pero adaptado a la situación, dependiendo si estaba en una fiesta, o dónde. Una vez me animé a hablarle a una chica en el autobús.

A una de las chicas que retraté la conocí en un 8M que es una de las manifestaciones más grandes que hay acá. Encontré una chica que tenía un afro orgullosísimo. Un cabello enorme, con mucho volumen y unos labios carnosos y gruesos porque estaban con glitter. Hay muchas formas de esconderse cuando uno tiene vergüenza de su cuerpo y ese no era su caso, dije: “Esta chica es negra y lo sabe”. Entonces era un ambiente muy liberal, todas nos hablábamos y le dije: «Che, qué tal, soy fotógrafa». No me acuerdo textualmente pero le dije: “Mirá nos re parecemos nosotras, podríamos ser primas porque nos re parecemos y yo tengo un proyecto en el que saco retratos a la gente que tiene características físicas parecidas. Mi proyecto es una investigación sobre la población afro en Paraguay”. La verdad es que la chica se mostró súper interesada. Cuando encuentro gente les pido una historia de su familia. No quiero que sea tan frívolo de retratar porque tienen cara de negra. Les pido que hablen con sus familias y que la próxima vez que nos encontremos me cuenten una historia.

Ahí lo que sucede es que primero se produce una conversación interna de esa familia, de decir «vamos a hablar de nuestra negritud». Segundo que el aval, la confirmación de la identidad negra, viene finalmente de una conversación con la familia y eso le da otra instancia. La persona se va segura de que tiene una raíz negra y eso mueve muchísimo a la gente. Después de eso vi muchas personas hablando por la causa, investigando y entendiendo muchas cuestiones de sus realidades y con muchas sigo en contacto hasta ahora.  

¿Y el tercer momento de tu trabajo?

Un tercer momento es mucho más autorreferencial porque hago autorretratos. Por ejemplo, un autorretrato de mis sentimientos, de cómo yo proceso esta experiencia. La violencia está muy presente también.

Me pareció que hasta un punto estaba bien eso que estaba haciendo pero que había cosas que yo no conseguía decir con retratos de otra persona. Me di cuenta de que son cosas que yo necesito decir. Esto que quiero decir es algo que está en mi cabeza, entonces me parece más honesto, una instancia de honestidad diferente. Poner mi cara para decir lo que quiero decir y hacerme cargo.

Me costó muchísimo hacerme fotos a mí, porque con esta cuestión de la imagen racializada que tenemos las personas que no somos blancas, nos cuesta mucho para nuestra imagen. No sé si a todas pero muchas coincidimos en que nos cuesta muchísimo a lo largo de la vida encarar el espejo, la foto. Cuando era adolescente empecé a sacar fotos y una de las ventajas que me daba sacarlas era no salir en las fotos porque yo era la que tenía la cámara. Siempre me costó mucho enfrentarme a mi reflejo porque tenía un cuerpo racializado y me costaba mucho ver mi cabello, mi nariz, mi frente. Era saber que estaba ahí pero no verlo.

De a poco empecé a encontrarle el lado bueno, a reconciliarme, a mirar con calma, a sanar y a entender que muchas cosas que había en mi cuerpo no eran un error sino una forma nada más. Hay muchísima gente que es así en el mundo, aunque no salga la publicidad en la tele o en el cine. O incluso pese a que las veces que sale es la referencia negativa. Fue hacer un proceso terapéutico a nivel psicológico para entender todo eso. Después entender también la importancia que tiene que cada vez seamos más las personas que asumimos esas formas corporales como algo normal. Sanar tu herida personal. Sobre todo las personas que trabajamos en comunicación y usamos redes sociales, que tenemos la posibilidad de ocupar ciertos lugares de identidad con nuestro trabajo. Entiendo también que es una herramienta política y a partir de ahí empecé a trabajar el autorretrato más desde ese lugar.   

¿Cómo fue ese salto hacia lo colectivo? ¿Cómo estás trabajando con Ruda con tu familia?

Con Ruda tenemos un proyecto que se llama Ancestras en donde cada una elige un trabajo protagonizado por una ancestra de su familia. La mía es Anabella, que es mi bisabuela que no conocí en persona. Estoy investigando cosas sobre ella. Conseguí una foto de ella que me enviaron de Buenos Aires. El resto es buscar la forma de representarla a ella y su historia y sus experiencias. La idea de eso es buscar el hilo conductor entre ella, mi abuela Fernanda que es la mamá de mi mamá, luego con mi mamá y yo. Sería un linaje de cuatro generaciones. Nuestra experiencia fue mutando muchísimo. Mi idea es ver un poco de qué cuestiones esenciales me agarro dentro de la historia de Anabella para explicar un poco el proceso en términos de linaje desde ella hasta mí.

Hay algo muy lindo en Ruda y es que somos dos personas que trabajamos desde la afrodescendencia: Koral, que trabaja en México y que también eligió a su bisabuela. Eso es maravilloso porque es México y Paraguay. Es sorprendente cuando descubrimos que vivimos tan lejos pero tenemos algunas cosas tan parecidas en cuanto a determinados procesos históricos. Eso es un acompañamiento, una forma de lidiar con lo que vas encontrando, una forma de sentirse no tan sola en el trabajo fotográfico que a veces es muy solitario. Algunas que trabajan, por ejemplo, una ancestra europea migrante. Es una mujer blanca que tuvo que salir corriendo de su tierra para refugiarse. 

¿Cómo piensas que se cruza este proceso con la irrupción del feminismo?

La verdad es que género, raza y clase no se pueden separar nunca, se retroalimentan y un fenómeno genera y modifica cosas del otro. No es lo mismo ser mujer y no estar racializada, nunca va a ser la misma experiencia aunque seas de clase alta. Podés estar racializada y nunca va a ser igual la experiencia a una mujer blanca. Esas tres cosas dialogan todo el tiempo entre sí y producen realidades.

Siempre cuento que primero descubrí que soy mujer, en el sentido de que entendí cuántas de las cosas que me pasan tienen que ver con que soy mujer en una sociedad patriarcal. Después, cuando descubrí el racismo, también descubrí qué es ser negra, más allá de tener el cabello o la nariz determinadas porque entendí que así como todos esos problema son porque soy mujer, todos estos otros problemas son porque soy negra y entendí que esos problemas no los tienen las mujeres que no son negras o indígenas. Las dos situaciones se retroalimentan permanentemente.

El feminismo lo que me dio fue abrirme un mundo gigantesco al entender que hay muchos paradigmas distintos y que ninguna realidad es natural, sino que todas son producidas. Hay sistemas enormes que producen estas realidades: el machismo, el clasismo, el racismo, que fue lo último que entendí a nivel teórico y profundo.

El feminismo fue súper importante porque me sacó de la normalidad, del mood robótico de seguir las reglas y de que esa fuera la única forma de vivir. Pinchar esa burbuja, al comienzo fue descubrir y entender que hay muchísimas otras cosas por fuera de la matriz. Fue estar abierta a buscar otras respuestas y hacerme muchas preguntas. Paraguay es muy machista y hay un montón de mitos sobre la glorificación de la mujer pero son solamente mitos. Es una fachada vacía, nomás, que sirve para sostener un status quo