Entrevistas
Alexandra McNichols-Torroledo
Colombia -
diciembre 09, 2020

Para contar lo sagrado y lo violento, fotos impresas sobre hojas de coca

“Soy una artesana de la fotografía”, dice Alexandra McNichols-Torroledo. Todo aquel que conozca su obra va a coincidir con la definición. Esto no implica que esta fotógrafa colombo-estadounidense haya renunciado a la tecnología y a los procesos digitales. Pero sí supone cierta fascinación por la química, los laboratorios, las texturas de los papeles y los revelados. Está, dice, enamorada de la técnica.

Cómo contar la violencia sin que eso sea lo único que se cuenta sobre un territorio. De eso se trata el dilema que enfrenta al momento de relatar. En sus fotos se cruza lo artístico con lo documental y su formación como comunicadora fue clave para afilar el ojo. Quizá sea por eso que los temas en los que se enfoca tengan que ver con problemáticas sociales en América Latina y las múltiples violencias que se esconden detrás.

Hoy Alexandra vive en Estados Unidos y da talleres del proceso fotográfico de platino-paladio que, en sus palabras, es uno de “uno de los procesos analógico más exquisitos de la fotografía”. Sus trabajos han sido publicados en medios como El Espectador de Colombia y The Guardian, del Reino Unido. Su obra fue expuesta en Estados Unidos, Colombia y República Dominicana.

Junto a la artista Estefanía García Pineda, Alexandra está desarrollando un proyecto comisionado por Vist. Al trabajo documental que hizo con la técnica de platino-paladio en el resguardo Kitek Kiwe, una de las comunidades nasa de la región del Cauca desplazada por paramilitares en 2001, le sumarán una impresión artesanal en coautoría con ellos: imprimirán las fotos en papel de hoja de coca. Lo fabricarán en un taller en la misma comunidad, con los protagonistas de las imágenes.  

¿Por qué decidiste estudiar procesos analógicos en un mundo que tiende a ser cada vez más digital?

Cuando fui a la universidad no había ni computadoras. Lo más bello que vi en esos cuatro años en los que estudié Comunicación Social y Periodismo fueron dos cosas: en primer lugar, el laboratorio de fotografía, me enamoré. En segundo lugar, conté con una suerte increíble porque Mauricio Cruz, un gran curador de la época, vino a la universidad y en vez de graduarme con una tesis de periodismo, me gradué con una instalación, con una tesis de ciencia ficción, realmente nada periodístico. Vengo de una escuela en la que tuve una gran enseñanza artística de la comunicación social.

Hoy en día, si bien hago digital y aprovecho los beneficios de lo digital, mi amor y mi fuerte es lo artesanal. Amo estar en el laboratorio de fotografía: la textura del papel, tener que echar químicos. Cuando veo imágenes de gente con la cual me presento a becas, descubro que soy una artesana de la fotografía.

Tengo un amor por el proceso de platino-paladio: es un proceso exquisito, que además he enseñado en Colombia y en los Estados Unidos. Es algo que está desapareciendo ya que la mayoría de la gente se fue a lo digital, sin laboratorio de fotografía. Cuando viajo voy a los territorios con cámaras antiguas y también cámaras digitales mi base es la cámara antigua de 4×5 de placa.  

Trabajaste con esta combinación entre la cámara analógica y digital y encontraste diferentes sentidos en hacer imágenes con cada una de esas cámaras. ¿Cómo son esas diferencias y cómo se expresaron en ese trabajo en concreto?

Hago algunas tomas para hacer los negativos con la cámara de placa, que es de 1938 y otras con el celular. A veces es un poquito enloquecedor pero es muy interesante porque vengo trabajando sobre la belleza del proceso y cada formato nos habla de una historia diferente. La placa nos habla del pasado y tiene otro tiempo. El color nos habla del momento. A mi me gusta recolectar todo.

En cierto modo, con la cámara 4×5 estoy limitada al retrato. Por eso ves en mi fotografía que hay mucho retrato, a veces moderno. También me valgo de combinar con elementos de cada comunidad. La cámara 4×5 es una cámara que me permite disfrutar más del acto de ser fotógrafa porque es una foto pensada. A veces tomo fotos que no son para nada posadas. Pero estoy mucho tiempo, no voy con la rapidez de lo digital porque la placa es costosa, me toma tiempo revelar los negativos. Primero pienso qué quiero de la foto, trabajo con más ojo de fotógrafo.

La cámara de 4×5 me permite discutir más, hablar más con la gente y la cámara digital me permite ser más ágil, capturar escenas en las que por las condiciones de luz no podría volver a tener y momentos en los que tengo que sacar rápidamente.  

¿Cómo trabajás con el proceso del platino-paladio?

Para copiar uso una fórmula que me permite trabajar con negativo digital o analógico. Se trabaja en el cuarto oscuro. Pongo tres gotitas sobre el papel, son procesos que tienen que hacerse con cuidado. El preparado parece aguardiente. Con el tamaño del negativo marcado, volteo el preparado sobre el papel y con la vara de vidrio extiendo los metales. Luego lo pongo a secar y pongo el negativo sobre un vidrio. Lo llevo en el vidrio en una bolsa oscura y lo expongo al sol. Luego lo pongo en una bandeja y le agrego un revelador. La foto queda instantáneamente así y no va a cambiar. Luego de sacarlo del revelador -con guantes por el químico- va a una bandeja donde hay un agente limpiador y hago un lavado suave con agua durante 30 minutos.

En la pandemia enseñé este proceso virtualmente por primera vez. Tenía un compromiso en Colombia para enseñarlo en un festival y al final se llevó a cabo virtualmente. Fue un reto muy lindo hacerlo. Son procesos increíbles.    

¿De dónde viene ese amor por la fotografía analógica?

Mi amor con la fotografía empezó cuando, por primera vez, vi las clases de fotografía en mis estudios de comunicación. Soy bogotana, y en esa época tuve una o dos clases de fotografía. Después me fui a Europa de mochilera y ya cuando vine aquí y me dieron una beca del doctorado en 2008, entré en la fotografía. Con la beca fui a Estados Unidos donde estudié todos los procesos analógicos. En mis tres o cuatro años de experimentación trabajé con todo tipo de cámaras y desarrollé y aprendí todos estos procesos fotográficos que uso hoy en día. Mi fotografía está entre lo analógico y lo digital.  

Cuéntanos del proyecto que se podrá ver en la plataforma “Drogas, Políticas y Violencias”.

Trabajo desde 2011 con comunidades indígenas en Colombia que vienen sufriendo severamente en relación a las problemáticas del desplazamiento y al negocio de la hoja de coca. Era necesario plantear el problema de la guerra de la cocaína y de la coca.

En 2017 empecé a viajar a Cauca con mi cámara de 4×5. Presencié el ritual del Saakhelu de los nasas. Vienen los médicos tradicionales, cortan un árbol, lo abren por dentro y preparan agua bendecida con hojas de coca. Es un ritual muy bello porque la gente danza y cogen el agua y bendicen a todo el mundo. Quería pensar este problema desde lo sagrado de la hoja de coca ya que en Colombia no hacen esa distinción: la coca es la cocaína.

En uno de esos eventos empecé a trabajar la hoja de coca. Un médico me llevó a una escuela y me pareció increíble. Ese es el trabajo que presenté: una escuela que se llama Wasak Kiwe. Ahí fue que encontré este médico tradicional que me permitió ir a las clases. Pedí un permiso para poder entrar con la cámara 4×5, visitarlos, para que pudiera entrar incluso en la casa sagrada. Hice muchos viajes para que me aceptaran y el resultado fueron estas imágenes tan increíbles.

También entendí la importancia del tejido. Tejer las bolsas que se cuelgan para recoger la hoja de coca me pareció increíble. Compartir con los niños estar aprendiendo el ritual. También está la foto en la que aparecen los músicos, todos estudiantes de la escuela donde se habla el nasa yuwe, y donde siempre acompañan las clases con sus instrumentos. 

El the’wala (médico tradicional) es quien enseña la ritualidad de la hoja y de las hierbas ancestrales, pero todo basado en la hoja de coca. Las maestras son las que trabajan el tejido. Me pareció increíble, es muy lindo tener en Colombia esta escuelita que vuelve y rescata la tradición de la hoja de coca. Por eso titulé a esta imágenes como Coca pero en lengua nasa yuwe porque para mí es muy importante trabajar con la lengua de cada comunidad indígena.  

Haces también mucho hincapié en la violencia que está detrás de las políticas de drogas.

Hacía falta mostrar el lado de la violencia. La guerra de la cocaína, que no es la hoja de coca, está matando a todo el mundo, y ha tomado al país entero. En la región del Cauca asesinan a líderes todos los días y han habido masacres durante la pandemia. El trabajo muestra la belleza de los niños en la escuela pero al final la realidad de la guerra de la cocaína ha afectado a los Nasa.

Entonces, el proyecto que harán con Estefanía García Pineda es una continuidad de este trabajo que hiciste en la escuela en el Cauca…

Sí. Tengo una relación linda con Estefanía porque en el 2018 gané una beca del Ministerio de Cultura de Colombia para seguir con mi trabajo de Cauca que había empezado en 2017. Conocí un sitio que se llama Popayork, la primera propuesta indígena cultural en Colombia que es dirigida por un indígena nasa que se llama Edinson Quiñones y es un gran artista que trabaja mucho el tema de la hoja de coca.

En 2018 conocí a Estefanía y a Edinson y me llevaron al resguardo donde terminé estas fotos. El resguardo de Kitek Kiwe es de los sobrevivientes de una masacre del 2001 hecha por los paramilitares para poder controlar el negocio de la cocaína en la región.

La primera parte de mi trabajo era la escuelita, todo lo ritual y fotografiar a los niños haciendo los tejidos. La segunda parte implicaba buscar los efectos de la guerra de la cocaína en la comunidad Nasa. En ese resguardo me contaron su historia: viven un desplazamiento desde el 2001 y por fin se han podido establecer allí, un espacio que llaman Tierra Floreciente. El año pasado exhibí con Estefanía. Sabía que ella estaba trabajando el papel de hoja de coca y me pareció increíble que pudiéramos coger esas fotos y reimprimirlas en papel hecho con hoja de coca.

Para la escuela es maravilloso porque todos la trabajan mucho y este proyecto va a ponerlos a producir. Es un acto simbólico de recuperar la hoja de coca porque ellos perdieron toda la tradición con la masacre. Cuando visité el resguardo no había ni una planta. Esto es un acto de agradecimiento a la comunidad. Es un acto de devolverle a la comunidad.

La participación de Vist Projects va a permitir que se haga el taller, van a apoyar enseñando sobre la hoja de coca. Yo no tengo ese conocimiento pero Estefanía sí. Espero poder encontrarnos virtualmente, yo voy a estar allá con ellos y Estefanía dictará el taller. Invitamos a dos maestras y a un maestro de la escuela para que aprenda el conocimiento y del resguardo invitamos a la gobernadora que va a transmitir este conocimiento al the’wala y a uno de los miembros de la familia del líder que murió recientemente, asesinado.

Esto es una co-creación porque es un acto simbólico el de dar el taller y, al final, tendremos el papel. Y la cosa más linda es que también habrá una exhibición donde se va a mostrar el video del taller y la gente aprendiendo, tomando este conocimiento. Esperamos poder tener algunas fotografías impresas en el papel de hoja de coca que es parte de ese conocimiento y proceso de devolverle y trabajar colectivamente con la comunidad.