Entrevistas
Marcela Vallejo
México -
diciembre 04, 2020

Fotografía y prontuario: del estigma a la resistencia

Cuando Susana Vargas fue a conocer a Juana Barrasa, nombrada por la prensa como Mataviejitas, se sorprendió por la dulzura de su voz, la bonita sonrisa de dientes chiquitos y el delineador de color azul eléctrico. De alguna manera se sintió identificada: a ella misma le habían dicho que había un efecto extraño al escucharla hablar con una voz muy dulce sobre temas relacionados con diversas formas de violencia.

Susana Vargas es una escritora, investigadora y profesora mexicana. Sus trabajos indagan las conexiones entre género, sexualidad, clase y tonalidades de piel para así considerar la noción de pigmentocracia como un sistema social que no necesariamente tiene que ver con el tono de la piel, sino con la manera en cómo este es percibido y definido por la clase social y el género.

“Una persona blanca no se lee blanca nada más por su pigmento,” dice Susana, “sino por todos los atributos sociales que la acompañan que son inseparables. No es como si la clase te la pudieras poner o quitar. No es una bolsa Gucci que te la quitas y ya. Es cómo hablas, es cómo te encarnas a ti misma”. 

Mataviejitas

Todo esto está articulado al estudio de la subjetividad, a la manera como nos constituimos como sujetos pues según ella, “ahí es tan importante la identificación sexo-genérica como de clase y tonalidad de piel”. Para entenderlo Susana se vale del concepto de performatividad, construido a partir de varias teorías por Judith Butler para los estudios de género, con el cual puede entender el sexo y el género, pero también la raza, desde la idea de algo que se hace en la repetición constante y que se encarna en una serie de acciones que tienen como base una materialidad corporal pero cuyas lecturas e interpretaciones son sociales. Desde ahí plantea sus estudios y posiciona la fotografía como un medio que le permite entender esa construcción de subjetividad en el contexto mexicano. Con esta perspectiva, Susana ha realizado investigaciones que se han convertido en los libros: Mujercitos (publicado por RM en 2015) y Mataviejitas (The Little Old Lady Killer. The Sensationalized Crimes of Mexico’s First Female Serial Killer, publicado el año pasado).

Hace unas semanas Susana Vargas participó como invitada en el en vivo de Los lunes de Cristina en instagram, conversando con Cristina de Middel. En el evento habló de una postura que define su trabajo intelectual y que consiste en tener una consciencia de género, una consciencia feminista. Ella entiende el feminismo como “el método crítico y analítico de la práctica de la autoconsciencia”, siguiendo la definición de Teresa de Lauretis en su libro Tecnologías del género. Esto podría traducirse sabiendo: “quién eres, dónde estás y cuál es tu posición de sujeto”, es decir, según Marika Combativa, una promotora en género y derechos humanos de Argentina a quien Susana citó en ese en vivo, es saber y entender a quién tienes al lado y a quién tienes arriba.  

Mataviejitas

Además de tener una consciencia feminista, para Susana es crucial “tirar para arriba, hacia el sistema y la estructura”, pues al hacer lo contrario “estarías oprimiendo y ejerciendo violencias simbólicas”. Posicionada de esta manera, en 2015 publicó Mujercitos. La investigación en la que se basa el libro fue su tesis doctoral. Empezó con un trabajo de archivo revisando ejemplares de Alarma! un periódico mexicano de nota roja publicado entre 1963 y 1986. La nota roja, en otros lugares llamada prensa amarillista, es un estilo de periodismo caracterizado por el contenido fotográfico explícito de crímenes violentos. Ella analizó las fotografías de los “mujercitos”, “hombres afeminados”, como eran llamadas en el periódico. Muchas de las fotografías se tomaban en redadas de la policía a fiestas clandestinas, o en las estaciones de policía a donde eran trasladadas.

“Mujercitos” era el mote despectivo que recibían las mujeres trans en esa época en el Alarma!. Susana aclara en el texto introductorio del libro que ella no se refirió a ellas como mujeres trans porque, en primer lugar, no era una forma común de nombrarse en el periodo en que fueron hechas las fotos (1963-1986), y en segundo, porque se trata de un apelativo de origen anglosajón que poco a poco ha sido apropiado. En la época en México, ellas se reconocían como travestis.

La fotografía tiene el poder de fijar ideas e imágenes. “A mi lo que me pareció interesante fue que se quedó fijada por más de veintitrés años consecutivos la imagen de un mujercito posando y no la imagen de un mujercito acribillado”, dice Susana. La realidad más retratada es la segunda, pero en Alarma! las imágenes que aparecían eran las de ellas posando y mostrando su feminidad. En el lanzamiento del libro en México participó, como invitada especial, Roshell Terranova, famosa artista mexicana, quien contó cómo para ella como mujer trans el periódico Alarma! había sido “el coco”, la publicación donde aparecía “lo peor que podía existir en la sociedad”. Con el trabajo de Susana se llevó la sorpresa de ver que las fotos de los Mujercitos decían otras cosas. 

Mataviejitas

Mataviejitas

No es posible saber hasta qué punto el fotógrafo tenía cierta complicidad con ellas, si les pedía posar, o si eran ellas quienes lo decidían. Y sin embargo, lo importante aquí es ver el resultado final. Sin duda, afirma Susana, lo que sí hay es una tensión entre el castigo al deseo homoerótico, que al mismo tiempo se ve liberado en la forma en que fueron hechas las fotos.

La intención al hacer la investigación y el libro era “regresar, darle importancia y volver a dignificar que fueron los mujercitos quienes se tomaron ese espacio y lo hicieron de ellas”. Para la autora, los mujercitos ejercieron resistencia al usar la fotografía como un espacio para mostrar su subjetividad femenina. La misma por la que eran discriminadas y estigmatizadas. Y esto, dice Susana, nos permite ver cómo la relación entre fotógrafo y fotografiado no necesariamente se da en una sola vía, no es únicamente una relación entre un sujeto activo (el fotógrafo) y uno pasivo (el fotografiado). Al menos en este caso, ella identifica un acto de resistencia que se da en el momento en que se alteran esas dinámicas, que podrían llamarse tradicionales, y se subvierte la relación de poder que subyace a ellas.

Tanto este libro como Mataviejitas, procuran contextualizar teorías sobre performatividad de género en un contexto mexicano, lo cual también podría extenderse a uno latinoamericano. Para ella la performatividad de género no se trata de un concepto que se puede aplicar a una determinada investigación y no a otra, ni de una metodología de observación: es una forma de entender el mundo y de asumirse en él. Es la forma de constituirse en tanto sujeto.

Esta perspectiva procura apartarse de pensar el género como esencialismo biológico, es decir, las mujeres son femeninas y los hombres son masculinos por naturaleza; o únicamente como una construcción social, en la que de alguna manera se asume que el género es algo que puede elegirse voluntariamente.  

Mataviejitas

Mataviejitas

Susana lo explica así: “no es que tú decides qué género vas a ser esta mañana, sino que estás constituida por el género que te fue asignado al nacer. Y este género funciona como una serie de actos repetidos y estilizados de los que no puedes realmente escapar, o sea, puedes ejercer resistencias cortas en ciertos desplazamientos; pero no necesariamente se subvierte el género, no es una elección. La performatividad implica pensarlo a partir de una serie de actos estilizados. No se trata de una decisión individual, sino de un sistema más grande, gracias al cual hemos llegado a asociar que rosa es niña.”

El ejemplo que ella da es el de las fiestas de revelación del género que últimamente han vuelto a tomar mucha fuerza y en las que vuelve a inscribirse la asociación rosa niña, azul varón. La fuerza que tiene esa performatividad está en la repetición, en hacerlo una y otra vez. En esas fiestas lo más impactante es que ese género se está definiendo aun cuando el bebé no ha nacido, pero ya se le están asignando una serie de atributos.

El género asignado al nacer se encarna y se performa en esos actos de los que habla Susana. Está constituido por una serie de atributos asignados y construidos socialmente. Uno de ellos indica que las mujeres, por ejemplo, no son violentas. En Mataviejitas Susana estudia el caso de una mujer declarada la primera asesina en serie en México. Analizó los reportes policiales y los discursos de la prensa en relación con discursos criminalísticos internacionales y la cultura popular mexicana, además de los retratos construidos por los investigadores policiales. 

Mujercitos

La llamaron Mataviejitas porque los crímenes, cometidos entre finales de los 90 e inicios del 2006, coincidían en la muerte violenta de mujeres que rondaban los 70 años, todas estranguladas. Al principio se pensó que era un hombre; luego, por descripciones de testigos que hablaban de una persona alta, musculosa, aparentemente con una peluca y con ropas de mujer, pensaron que se trataba de una travesti. En octubre de 2005 arrestaron a una serie de trabajadoras sexuales travestis y, ya que las huellas de ninguna coincidía, concluyeron que seguramente no era una travesti, pero con certeza debía ser una persona trans. Nunca imaginaron que podía tratarse de una mujer.

Susana cuenta que: “lo interesante fue que utilizaron sketches por computadora a partir de fotografías de lo que consideran el mestizo promedio en México y estos sketches eran igualitos a Juana Barrasa, quien después fue declarada la Mataviejitas. Al punto de que los oficiales dijeron que la reconocieron inmediatamente por los sketches. Cuando fue por pura suerte que la encontraron.”

En otras palabras: se asume que esas imágenes de búsqueda de criminales son hechas siguiendo procedimientos objetivos. Sin embargo, esas fotografías e imágenes y sus interpretaciones están atravesadas por narrativas internacionales de asesinos seriales que, explica la autora: “se reinscriben a partir de muchas películas y series. Y, por el hecho de que sea un fenómeno de Estados Unidos, se piensa que los asesinos seriales son exclusivamente hombres, blancos, americanos y muy inteligentes”.  

Mujercitos

Además, una mujer violenta “se sale de todos los cánones de normatividad femenina, es algo casi imposible de pensar.” Las imágenes y las narrativas a ellas asociadas, estaban todas atadas a una forma de entender el mundo en la que no es posible que una mujer sea una asesina, menos de ese nivel. Los retratos, además, reproducían la idea de que el sospechoso era un mestizo medio mexicano, no una persona blanca (en ese contexto, posiblemente de clase alta). La construcción de subjetividad y la performatividad de género, están atravesadas por esas narrativas también.

El problema y lo que llama la atención de Susana es que “exista en la fotografía y sobre todo en la fotografía con fines de identificación criminal la creencia de que es totalmente objetiva y verídica cuando también hay todos estos prejuicios e interpretaciones”. Evidentemente las imágenes no son hechos aislados, están atravesadas por discursos y narrativas, hacen parte de sistemas socioculturales y son hechas por sujetos en contextos históricos específicos. La carga de verdad que se espera y se exige de la fotografía implica una relación diferente con ella que con otros tipos de imágenes. Hablando con Cristina, Susana recordó a Susan Sontag en sus dos libros Sobre la fotografía y Ante el dolor de los demás, la autora establece una sospecha ante la fotografía como medio pues “por un lado le demanda la verdad, y por otro lado sabe que nunca puede darnos toda la verdad”. Por supuesto, eso se exige tanto de las imágenes como de los creadores y creadoras, Susana señala cómo también esto es responsabilidad de los espectadores.

Estos dos libros de Susana pueden leerse como un llamado a pensar cómo se construyen y se interpretan imágenes, y cómo ellas hacen parte de las formas en que nos constituimos como sujetos en sistemas sociales específicos. La lectura y la creación de imágenes requiere de una reflexión que ponga en cuestión la carga de verdad que se le otorga a las fotografías, pero también que nos ayude a entender cómo ellas están siendo parte de nuestra construcción personal. En ese sentido, es interesante ver cómo de alguna manera un periódico de nota roja como Alarma! generó un acervo de imágenes que aparecían en medio de la discriminación y la violencia, pero que dejan el mensaje de personas participando en la creación imágenes de sí cargadas de fuerza y dignidad. Y también, cómo el hecho de que Mataviejitas fuera una mujer, pone en duda la objetividad de la creación de fotografías con fines de identificación criminal. En los dos casos, además, la investigación que realiza Susana muestra la riqueza y la potencia que puede tener un trabajo de análisis de imágenes para entender las sociedades en las que vivimos y así poder hacer lo que ella propone con la “conciencia feminista”.