Sandra Rodríguez - Fotos: Musuk Nolte
Perú -
enero 06, 2021

Perú: un libro colectivo para contar la indignación en tiempo real

“En la tarde del lunes 9 de noviembre se consumó en el Perú un golpe de estado en plena crisis económica y sanitaria”: así comienza 11/20, un libro urgente. El prólogo está escrito por la antropóloga Sandra Rodríguez quien, junto al fotógrafo Musuk Nolte, ideó una publicación colectiva en caliente, para reunir imágenes y relatos que contaran la represión y la crisis que atraviesa el país sudamericano. El libro se puede ver online aquí.

La misión, cuenta Sandra, era publicar el libro “cuando la indignación estaba activa, cuando podíamos captar esa emocionalidad”. Insiste en que no es un trabajo para representar el pasado sino para seguir interviniendo el presente. “Es un esfuerzo que nace de la indignación masiva. Es la idea de hacerle un espacio a esas emociones que surgen, antes que empezar a dar un diagnóstico y pasar la página”, dice.

Las movilizaciones en todo el país a raíz de la destitución por “incapacidad moral” de Martín Vizcarra y la posterior asunción como presidente interino de Manuel Merino marcaron un hito en la historia peruana. Se calcula que casi un cuarenta por ciento de la población participó, de un modo u otro, de las protestas. Sandra explica que se trata de una manifestación compleja, en la que confluyen diversos discursos, intereses, clases sociales. Hay, ahora mismo, muchos sentidos en disputa por las calles peruanas.

Merino renunció pocos días después, asumió Francisco Sagasti. Si bien la crisis se contuvo con ese hecho, todavía quedan vivas muchas de las cuestiones que sacó a la luz: la “generación bicentenario” y su significado, un sistema de partidos quebrado y varios asesinatos todavía impunes. Como el de Bryan Pintado Sánchez, que tenía 22 años o Inti Sotelo Camargo, de 24. Ambos fueron fatalmente heridos por múltiples disparos de perdigones de plomo.

Para Sandra, las muertes de Inti y Bryan precipitaron el desplome absoluto de la legitimidad del gobierno de facto. En el libro, subraya “el nivel de brutalidad policial captado y compartido por fotógrafos independientes y ciudadanos de a pie”.  

¿Cómo se arma un libro colectivo?

El rol de Musuk y el mío ha sido de idear y de coordinar, fundamentalmente. La autoría la pensamos difuminada en la idea de lo colectivo. Hay una semana fundamental, del 9 al 15 de noviembre. El 15 se da la renuncia de [Manuel] Merino y queda la incertidumbre de quién iba a asumir. Hasta el 16 hay bastantes protestas. En esa semana, a Musuk se le ocurre la idea de empezar a organizar esta especie de archivo colectivo, ya que era muy claro cuál era el rol que estaban teniendo las imágenes que estaban siendo producidas por fotógrafos independientes.

Había mucha producción y circulación de imágenes y eso hacía no solamente que se compartiera, sino que creaba una emocionalidad particular al ver imágenes de la violencia policial: eran fundamentales para que la gente sintiera más indignación. Todo esto deja muy claro que Merino no podía continuar en el poder.

A Musuk se le ocurre la idea, lanza la convocatoria abierta desde su editorial KWY para la fotografía. El plazo límite era el 30 de noviembre. Unos días después me invita a participar para armar los textos. Ahí pensamos algunos temas que sí o sí creíamos que debían ser tratados en esta publicación: entre ellos estaban la brutalidad policial y la generación del bicentenario. 

Se planteó que estas movilizaciones visibilizaron la emergencia de ese nuevo actor, la llamada “generación del bicentenario”. ¿Qué significa?

La etiqueta surge desde la gente que protesta pero termina también siendo cooptada por discursos más oficiales. Ahorita no, pero estuvo en ese momento muy en disputa. Caló muy fuerte: Perú cumple su bicentenario de la independencia el otro año, entonces desde hace dos años han creado un organismo que se encarga de organizar ciertas celebraciones y obras emblemáticas para inaugurar en ese momento. Digamos que, hasta ese momento, se había abordado el tema solo desde el discurso oficial.

La denominación surge, entonces, en un afán de cuestionar esta narrativa oficial celebratoria pero media vacía. Estamos celebrando una “república a medias”. El bicentenario no es lo que nos dice el discurso oficial sino la ciudadanía en las calles.

Pronto, por la coyuntura, la movilización tuvo mucho respaldo popular según las encuestas. Más del 90 por ciento de la población estaba en contra del golpe de Estado. Los medios empiezan a usarlo como un slogan. Ya cuando Francisco Sagasti asume cambia el nombre de la beca “Presidente de la República”, hace el gesto simbólico de cambiarlo por “generación del bicentenario”. Algunos periódicos de derecha conservadora empiezan a hablar de la “generación del bicentenario”, empiezan a hacer el perfil comercial. Cala muy bien, lo cuenta en el libro José Carlos Agüero: la idea de la generación del bicentenario tiene un anclaje en lo viejo.

Es rápidamente utilizada en el discurso más condescendiente, que celebra la juventud: “ay, los jóvenes, que nos dan enseñanzas”, dicen. Si bien la generación del bicentenario crea la idea de un interlocutor y le da un rostro a la gente que está protestando, al mismo tiempo diluye que es una manifestación compleja en la que hay muchos discursos, varias clases sociales con distintos intereses y que no todos salieron a defender la democracia con un ideal cívico. Existen también aquellos que salieron con una indignación más visceral, contra todo lo que representa el poder, incluso la idea misma de la democracia. Hay toda esta disputa de sentido.  

Resulta interesante pensar que las movilizaciones no fueron solo en Lima, la capital. ¿La difusión de las imágenes jugó un rol en ese proceso?

Hay muchas imágenes que, en realidad, son fotografías de los mensajes que circulaban en las pancartas. Matheus Calderón intenta hacer el análisis sobre cómo circulan los mensajes, cómo circulan en la protesta. Cómo tiene la doble vida de habitar la calle y también habitar internet.

Nos parecía importante incluir relatos de regiones. Fue una movilización enorme a nivel nacional: han estado en las calles unas tres millones de personas simultáneamente en varias partes del país, incluso en provincias muy pequeñas. Mientras íbamos conversando salían las particularidades de cada lugar. Me llamó la atención el texto sobre el departamento de Loreto de Norma Rivas. Cuando mueren Inti y Bryan, el día 14, se empezaron a organizar vigilias nacionales en honor a ellos. En Loreto se hizo un homenaje a ellos y a las víctimas del Covid. Eso habla de cómo se crea equivalencia entre las víctimas de coyuntura y las víctimas de una violencia mucho más estructural, que afectó durante la pandemia por la ausencia de servicios de salud. Hay imágenes muy terribles de mayo, junio: se acumulaban los cadáveres en el hospital. Me parecía muy particular que se homenajeó a ambos tipos de víctimas en un solo espacio. En el departamento de La libertad la protesta también fue masiva. Los chicos dicen: “nunca he visto tanta gente protestando en mi ciudad”.

Creo que se cumple con la idea de incluir textos de análisis y textos más testimoniales. Siento que la publicación es un poco liminal. Es algo que se gesta en medio de la protesta y queríamos sacar esto en caliente, cuando la indignación estaba activa, cuando podíamos captar esa emocionalidad de lo que estamos viviendo. La publicación habita este espacio liminal entre la indignación activa y esta mirada hacia lo que ha sucedido, habita ambos espacios. En ese sentido, creo, también cumple su función.

Yo hago énfasis en que esto no es un texto para representar el pasado sino para seguir interviniendo en el presente. No queremos decir “esto pasó”, no es un esfuerzo académico. Es un esfuerzo que nace de la indignación masiva. Es la idea de hacerle un espacio a esos afectos o emociones que surgen, hacerle un espacio a que eso se explaye antes que empezar a dar un diagnóstico y pasar la página.  

¿En qué momento está Perú ahora?

Definitivamente, ya no estamos en la mirada hiper optimista que estaba colmando los sentidos comunes. Cuando asume Francisco Sagasti se crean discursos del tipo: “hemos recuperado la democracia” o “estos jóvenes ya no se quedan callados”, “esta generación va a cambiar al país”. Creo que, semanas después, se abrieron varios estallidos sociales simultáneos, protestas de sindicatos, mineras, cervecerías, múltiples protestas en todo el país. La más importante fue el paro agrario en reclamo de los trabajadores de agroexportadoras. Lo que les pagaban era una miseria.

Rápidamente se levantó el fantasma del terrorismo para deslegitimar la protesta. La represión ha sido muy fuerte, mataron a un chico en el norte que se llamaba Jorge Muñoz, también lo mencionamos en el texto. Estábamos en la perplejidad de ver cómo todo volvía a la normalidad.

Sin embargo, creo que noviembre sí ha sido un evento que marca algo fuerte en la cultura política de Perú. Tengo amigos que es la primera vez que han salido a la calle, y eso puede modificar cómo piensan otras protestas en otros lugares del país. Creo que la clave es esta toma de consciencia de lo que significa el poder ciudadano.

Más allá de eso, siento que Perú tiene un andamio de impunidad para los crímenes que comete la policía que es muy sólido. Ha pasado más de un mes y no hay responsables de la muerte de Inti y Bryan, que es una de las demandas principales que quedaron de las manifestaciones. Se ha conseguido que el Estado cree un fondo para apoyar a las víctimas de las movilizaciones. Pero estamos en el momento en que te das cuenta de que la violencia y la impunidad tienen una historia y un arraigo muy profundo en las estructuras del Estado. Es un momento de realismo, después de esa primera oleada optimista.