

Reconstruir la memoria de un territorio en conflicto
Entrevista a Javier Murillo Tulande
“Los sueños son importantes porque la imaginación es una de nuestras primeras facultades políticas”. Con estas palabras, el artista visual Javier Murillo Tulande nos abre la puerta a su mundo creativo en un entramado de historias y exploraciones artísticas donde la memoria personal se entrelaza con la memoria colectiva del piedemonte amazónico colombiano, una región históricamente marcada por la violencia y el despojo pero también por la resistencia.
Originario de Florencia, Caquetá, Javier creció entre caminatas familiares al monte, relatos de guerra y paisajes transformados por el extractivismo. Después de haber realizado un mural para la caseta comunal de su barrio, viajó a Cali para estudiar artes plásticas y allí vivió alrededor de 10 años.
Basado en las memorias de su niñez y las vivencias de su familia en medio del conflicto armado en territorio amazónico, Javier ha construido una obra que explora los vínculos entre el arte, el territorio, los sueños y las plantas como la coca o el caucho, en un tejido de historias y contradicciones como potencias para crear. Su práctica artística, que abarca desde la pintura hasta la instalación y los procesos colaborativos-comunitarios, busca alejarse de los clichés que exotizan la Amazonia para dar lugar a un testimonio sensible, político y profundamente enraizado.
En esta entrevista, el artista caqueteño nos habla sobre la memoria como una grieta activa, la potencia política de los sueños y de la imaginación, las heridas abiertas en el territorio amazónico y la hoja de coca como un rizoma que lo conecta todo.

¿Cuál es un recuerdo de tu infancia que te haya impulsado a dedicarte a las artes?
Yo soy de Florencia, Caquetá, una ciudad ubicada en el piedemonte amazónico colombiano. También es una de las zonas más afectadas por el conflicto armado interno.
Desde pequeño siempre tenía una fijación por los animales y las plantas porque crecí en la ladera semirural de la ciudad donde no solo podía, sino que tenía que ir al monte por agua y por leña, principalmente. Eso implicaba unas caminatas que hacíamos en familia. En esas caminatas escuchaba todo tipo de relatos sobre aves que avisan el peligro, sobre serpientes con poderes, sobre plantas y cortezas para remedios, sobre las noches de cacerías, etc.
Sin embargo, también habían historias que se tenían que susurrar para no poner en riesgo la vida. El vecino que se fue y se perdió en la guerra, el familiar herido en combate o el campamento que nos montaron a 500 m de la toma de agua comunitaria. Estas historias las imaginé, las confundí, las mezclé en ese momento. Ahora trato de recrearlas construyendo imágenes, a veces desde la pintura y otras veces también desde la instalación.

¿Cómo trabajas los vínculos entre el pasado y la memoria, la violencia y la vida misma en la Amazonia para traducirlos a un lenguaje artístico?
Para mí hablar de vida es hablar de muerte. Y hablar, en sí mismo, es un ejercicio de memoria porque la memoria está viva mientras se está narrando, porque también la vamos haciendo imagen en nuestra mente. A veces siento que mi trabajo se preocupa por la relación entre la imagen y la vida, con todas las posibilidades que implica vivir en uno de los lugares con más vida y, por tanto, más muerte en el planeta.
Me gusta abordar o tocar temas de cosas que vivo, o que de alguna manera me tocan. La Amazonía que he vivido en el Caquetá, por ejemplo. Esta Amazonía que es el resultado de la invención de país después del genocidio indígena a manos de las empresas caucheras y de la guerra fronteriza con el Perú. La invención de ese país en ese territorio ha significado históricamente la militarización del paisaje, la explotación de recursos para el mercado, la profanación de plantas sagradas también. Lo he visto aquí en el patio de mi casa, incluso he sido partícipe de esas dinámicas.
Son las imágenes que construyo: el verde selva que se transforma en verde militar, la coca sagrada que se transforma en billetes, en una moneda de cambio, las ventanas de mi casa, desde las cuales ya no se aprecia el paisaje sino que destellan rafagazos.

¿Cuál es tu vínculo con la hoja de coca y por qué has decidido hacer obras de arte con esta planta? ¿Qué te inspira para crear analogías visuales o aterrizar conceptos como el dolor a través de la hoja de coca?
La primera vez que creí haber visto una mata de coca era muy niño. Yo estaba acompañando a mi familia a raspar, incluso me entregaron un surco que no alcancé a cosechar por completo. Ese mismo día vi cómo se dispara un arma.
Yo entré a la universidad en gran parte gracias al dinero de la hoja de coca. Mi quehacer artístico está relacionado con esta planta de diferentes formas.
Quería contar que mientras yo estudiaba arte, alguien en la selva trabajaba, sembraba, cultivaba y cosechaba coca para hacer eso posible. No necesariamente desde el dolor, ha sido más bien con el afán de visitar lugares del pasado, cuestionar los discursos que se posicionan sobre las realidades que veo. Porque en el trabajo del cultivo de hoja de coca, como en todo trabajo, siempre hay posturas éticas con la planta, con los compañeros, con la familia… hay aspiraciones, sueños. La exploración con este material ha sido como la fuente a donde siempre regreso.
La mayoría de mis trabajos no se tratan sobre la coca. Sin embargo, nacieron allí y se desviaron porque yo entiendo la coca como un rizoma que conduce a todos los lugares en la historia del Caquetá. Es una obra sin terminar, me gusta pensar esa exploración como una obra en proceso que se pregunta por los discursos ideológicos alrededor de este material y a ese ejercicio lo llamo como discursos ideológicos de una materia mal procesada, porque quiero hacer énfasis en en el proceso, precisamente.
Así como como esta exploración es un proceso, las plantas también pueden significar de acuerdo a los procesos que se les aplique.



¿Qué lugar tienen los sueños en tu proceso creativo y qué importancia les das al momento de crear?
Yo creo que los sueños son como la memoria imaginaria. Son las grietas de la memoria misma, de la memoria mía, la de mis familiares, mis vecinos. Creo que los sueños no suceden solo en la noche mientras dormimos, son imágenes que se detonan por deseos, temores o emociones. Es también la ensoñación.
Los sueños son importantes porque la imaginación es una de nuestras primeras facultades políticas. Hacer imagen del presente, del pasado, de los futuros posibles. Hacer imagen tiene la capacidad de crear realidad, así funciona el proceso creativo. Cuando estoy explorando o imaginando que exploro con algún material, se detonan imágenes que luego intento crear.
Cuando recuerdo historias o las vuelvo a escuchar, la memoria es inexacta y se reconstruye para suplir esa necesidad.

Has utilizado el árbol de caucho, una planta con una historia vinculada a la esclavitud y la violencia en el territorio amazónico, para construir narrativas visuales y metáforas. ¿Cómo ha sido esta investigación y hacia dónde te ha llevado como artista plástico?
Recién estamos en etapa de exploración del material junto a otro artista caqueteño, Juan Descans. Nos estamos vinculando con unas familias campesinas cultivadoras de caucho para intentar contar historias sobre lo que ha significado este árbol en el territorio, pues está asociado con el genocidio indígena de la región. Pero este árbol también fue utilizado como un prospecto de cultivo en las campañas de colonización de la selva caqueteña en los años 50.
Pero de momento estamos en etapa de exploración. Queremos encontrar el rumbo en conjunto con las familias porque entendemos que el caucho, actualmente, también se está proponiendo como una solución agroforestal para contraponerse a la ganadería que se está comiendo la selva. Incluso también se proyecta como una alternativa a la sustitución de cultivos ilícitos de la hoja de coca.
¿Qué herramientas, lenguajes o principios has encontrado en tu práctica artística para no caer en temas de apropiación cultural o en la reproducción de ciertos clichés sobre la Amazonia?
Lo más importante es hablar de lo que a uno lo atraviesa, de las experiencias de vida propias. Si yo hablo de lo que soy, no estoy apropiándome de nada ajeno. Incluso si coincidiera con ideas de otras personas, hacerlo así también es un ejercicio de sinceridad consigo mismo.
Yo dibujé, construí mi casa, me pinté con matas, raspé coca, escuché e imaginé historias antes de ser artista porque fue mi realidad, porque es mi realidad.
También trabajo con mi familia. Por ejemplo, mi papá me ayuda a construir las instalaciones porque tenemos conocimiento de autoconstrucción de hogares con madera sacada de la selva. Mi mamá me ayuda a sacar el pigmento o a recolectar la hoja de coca.
Por otro lado, la apropiación cultural sucede en una sola vía, es el extractivismo que hace occidente con otras culturas. En contra vía es colonización impuesta. El mestizaje funciona como un proyecto de blanqueamiento para que sintamos ajenos los saberes de nuestros padres, madres o abuelos indígenas.
La Amazonía ha sido imaginada de diferentes formas. Los relatos más posicionados han sido los de occidente, algunas veces como un infierno verde, otras veces como una tierra de promisión y de recursos inagotables, pero siempre exótica; y a mí no me interesa reproducir los clichés que reducen todo, en este caso la Amazonía, reducida a una sola gran idea, porque mi trabajo no busca representar la verdad. Yo lo que quiero es dar un testimonio, dar mi testimonio.



¿Qué crees que podría aprender Occidente sobre el territorio y la cultura amazónica?
Occidente parece que no aprendiera ni siquiera de Occidente mismo. Las guerras, los genocidios, la destrucción del planeta y un sin fin de cosas más. A estas alturas, cuando Occidente ha llegado tan fuerte a este territorio, transformándolo, destruyéndolo… me pregunto si acaso es justo con la Amazonía darle la responsabilidad de enseñarle algo a Occidente.
O sea, ya es suficiente con que se piense que el futuro de la humanidad, del planeta, depende de la Amazonía, y que si fracasamos aquí fracasa el planeta. Eso ya es bastante responsabilidad. Occidente debería recogerse un poco, pero por el contrario están pensando en colonizar el espacio.
¿Qué camino te gustaría recorrer para seguir creando y cómo ves el futuro de tu trabajo?
Yo quiero seguir conectando con el territorio y con mis memorias. Estoy buscando respuestas en momentos históricos, quiero seguir enriqueciendo ese ecosistema imaginario que he venido construyendo. He pensado en otras posibilidades formales para explorar la noción del tiempo, como los formatos audiovisuales, la narración oral o el paisaje sonoro.
Eso también surge como respuesta a los desafíos que supone ser artista en este territorio donde no hay un museo, no hay una galería, no hay un centro cultural, y para uno visibilizarse hay que salir de aquí. Eso supone muchos costos de transporte de obra, de embalaje, instalaciones, logística en general.
Ha sido difícil eso y hasta contradictorio, tener que salir de aquí para hacer carrera. Sin embargo, ahora quiero ir a conocer otras formas de imaginar la Amazonía, poner en diálogo otros acercamientos artísticos a la región y desde la región. Es cierto que ahora la esfera del arte tiene un especial interés por lo que se hace en la Amazonía y eso ha visibilizado muchas historias.
