



The Animal Human Project: Imágenes para repensar la frontera entre especies
La última vez que la fotógrafa María Portaluppi visitó un zoológico era el año 2018, pero las inquietudes que la motivaron para no volver a este tipo de recintos ya tenían lugar en su vida desde el año 2015. En ese momento vivía en Ciudad de México, era parte de un seminario en el Centro de la Imagen y visitaba con frecuencia el zoológico de Chapultepec. Si bien, ir al zoológico era algo que disfrutaba por su cercanía con los animales, en esta ocasión había algo que le incomodaba.
Entrevista por Andrea Fajardo
En un principio, su devenir creativo no estaba enfocado en los animales, al menos no directamente. “Yo quería hacer un trabajo sobre la maldad humana”, recuerda. En paralelo, tuvo algunos acercamientos con el Museo de Anatomopatología Veterinaria “MANUEL H. SARVIDE» de la UNAM y comenzó a investigar sobre taxidermia y etología: la ciencia que estudia el comportamiento animal. Le permitieron hacer fotos, observar de cerca y registrar. Durante un tiempo, fue acumulando materiales, reflexiones e imágenes que asentaron las bases para crear The Animal Human Project en 2019, una investigación visual interdisciplinaria que invita a reconsiderar la relación entre humanos y no humanos.


Desde entonces, María ha organizado este proyecto en diferentes capítulos de acuerdo a las etapas de investigación, las experiencias y las preguntas que el mismo proyecto ha arrojado. Cada capítulo está enfocado en una dimensión de esa relación que se ha establecido entre humanos y animales. Una relación atravesada por el control, el desplazamiento, la explotación y los ejercicios de poder.
The Animal Human Project se encuentra ahora en exposición abierta al público en el Centro de Producción e Innovación MZ14 de la Universidad de las Artes de Guayaquil, y estará abierta hasta el 27 de junio de 2025. En esta entrevista, la artista nos cuenta algunos detalles de su proceso con esta investigación, planteando cuestionamientos pertinentes sobre cómo se ha construido nuestra mirada hacia el mundo animal.




Cuéntanos sobre los distintos capítulos que conforman The Animal Human Project. ¿Cómo llegaste a ellos y qué aspectos aborda cada uno?
Sí, en Este no es el paraíso [primer capítulo], la observación que logré hacer fue el nivel de ficcionalidad que se crea en un lugar como el zoológico, ¿no? El oso polar en un escenario como si fuera el Ártico. Tal animal que originalmente vive en las montañas, ahora rodeado de unas piedras de cemento con paredes pintadas… Lo que me llamaba la atención era el cambio de comportamiento, el hecho de que el lugar también condiciona al animal.
Por otro lado, Había una vez es un capítulo dividido en más partes, que tiene que ver con la taxidermia y con estos lugares expositivos. Si bien, existen museos de historia natural que son increíbles, hay otros donde simplemente son un montón de vitrinas y un montón de animales en exhibición.
Para mí, es una ficción totalmente guionizada en la que se decide qué escenografía poner, qué posición tiene el animal, etc. Me interesa hablar de esto también para cuestionarnos si todavía son realmente necesarios estos espacios y cómo llegan esos animales a los zoológicos.
Estado paralelo [otro capítulo del proyecto] nació junto con Este no es el paraíso, porque fui a hacer una investigación a la UNAM, de etología, y terminé en un museo de anatomopatología donde ves animales con ciertas enfermedades. Allí pensé en esto del horror, cuando un animal nace con un problema y es visto como algo raro, algo que da miedo, pero una vez que está detrás de una vitrina se vuelve algo para observar.
Después de esto, tuve la oportunidad de irme a estudiar un máster en el EFTI de Madrid, y quería seguir en este tema pero darle un tono más documental. Fue allí cuando hice un registro que se llamó Buena cama, pan duro y tierra llana, sobre la tradición de los galgueros en España [la caza de liebre con perros galgos]. Fue un poco difícil, es un tema muy controversial y yo estaba, obviamente, en una posición extranjera tratando de entender esa cultura y por qué era tan importante para ellos. Este es un trabajo que hice en 2018 y todavía lo sigo procesando, porque también hice fotos de las personas que adoptaban a los galgos y de los centros de rescate.
Y el último es un documental. Como vengo del cine también, decidí hacer un documental sobre Guayaquil y la fauna silvestre. De todas las ciudades en las que he vivido, siento que Guayaquil es la que más contacto tiene con la naturaleza y quería saber qué estaba pasando en ese aspecto. Al hacer el documental, salió otro capítulo llamado La espera, que acompaña las acciones de una fundación de rescate acá en Guayaquil, y también el día a día de los animales silvestres que esperan ser liberados.






A partir de lo que has descubierto en esta investigación, ¿cómo entiendes las relación entre humanos y no humanos históricamente? ¿Cuáles son los matices o perspectivas que se ponen sobre la mesa al hablar de este tema?
No me quiero llamar «animalista» pero siempre tuve cierto interés por los animales y, para mí, los documentales o fotografías sobre el horror de las avícolas y los grupos ganaderos, toda esta explotación de animales, son muy difíciles de ver.
Hablamos muy poco del antropocentrismo y el hecho de que el ser humano está por encima de todo. Por ejemplo, yo le doy amor a un perro o un gato que tengo y lo trato como mi hijo, a veces hasta lo humanizo, pero sigue siendo un animal. Y pareciera que sea como sea yo sigo teniendo el poder sobre ese animal.
La idea de este proyecto es analizar ciertas cosas que no vemos y que están detrás de estas relaciones de poder. Los zoológicos son lo más explícito, donde más puedes decir: «Oh, ver un animal encerrado. Ok, no me gusta». Pero me he puesto a pensar en que esta es una práctica que existe desde el siglo XIX hasta ahora, y seguimos viendo animales detrás de una vitrina aún con toda la tecnología que tenemos para cambiar eso.
También, por ejemplo, con el proyecto de los galgueros hay algunos que tienen hasta 30 galgos y en condiciones paupérrimas, pero yo trabajé con los que tenían dos, tres… personas en condiciones muy humildes que me decían: «Es que yo amo a mi perro. ¿Cómo nos pueden decir que esto es maltrato animal?” También hay que entender que esa es su forma de verlo y los contextos son distintos.
Cuando haces esta crítica a los zoológicos y museos que recrean hábitats, ¿cuáles piensas que son las principales problemáticas de estas instituciones?
Los zoológicos nacieron del intercambio de las colonias, ¿no? Llevándose animales exóticos que no existían en Europa o en otros lados, llevándose los animales de África y teniéndolos como colección. Esa sería una primera base de cómo se crearon los zoológicos. Esta sensación, desde mi punto de vista, de que “un animal me pertenece”, de no solo tener un perro o un gato, sino tener un animal exótico que me dé estatus.
Acá en Guayaquil hay un zoológico al que yo iba porque era de rescate. Tenían leones que un circo había abandonado y un camello, muchos animales que habían sido rescatados. Hasta que fui una vez más, vi una jaula que estaba llena de lémures y les pregunté: «¿De dónde rescataron lémures?» Me dijeron: «No, es que nosotros tenemos un intercambio entre zoológicos. Cuando ellos tienen superpoblación, nos intercambiamos.»
Entonces, ahí me puse a cuestionar de dónde realmente vienen estos animales. ¿Por qué no se hacen otros procedimientos en los zoológicos? Cuando son de rescate, esto de tener un campo donde puedan los animales rehabilitarse y luego ser liberados. ¿Por qué existen estos intercambios? Muchas veces, eso es lo que alimenta el tema de la caza y el encierro de animales.
Hay que empezar a tener regulaciones y lo mismo con los museos. Trazar un camino diferente para mirar a los animales un poco más. Seguimos viéndolos como sujetos que no tienen derechos, que no sienten… y creo que es necesario tener ciertas normas que les den una vida mejor cuando ya están fuera de su hábitat.


¿Crees que se tendrían que extinguir los zoológicos? Cuando hablas de los avances tecnológicos, ¿qué herramientas consideras más prometedoras para reemplazar estas prácticas de educación y entretenimiento? ¿Tienes algún ejemplo concreto?
Yo estoy de acuerdo con los zoológicos de rescate, con este tipo de zoológicos donde los animales están en recuperación o hay animales que ya no pueden ser liberados y allí tienen un espacio. Ahora, este espacio debe ser lo más cómodo posible, no esta ficción de la que hablo cuando ponen piedras de cemento y paredes pintadas para que se parezca a su hábitat, en lugar de darles un campo más abierto.
Yo no puedo decir: ¡cierren todos los zoológicos! Cuando detrás de eso existe toda una maquinaria y unos procesos para los animales que desconocemos. Pienso más en que, por ejemplo, ahorita si el zoológico de Temaikén tiene un tigre, ¿qué va a hacer? No lo puede devolver. Está bien, que se quede con el tigre pero que después no traigan otro tigre, ¿sabes?
Cuando yo era pequeña, mi forma de conocer animales era en las enciclopedias y en los programas de televisión abierta. Después vino la TV por cable y veía Discovery Channel, NatGeo, etc. Entonces, ir a ver un museo de historia natural era como ver “en vivo” al animal del que viste en la televisión y en la enciclopedia. Ahora, con el acceso a internet hay muchas formas de aprender sobre animales. Mi sobrino sabe mucho más de animales que yo, y lo sabe todo por YouTube.
Hace poco estuve en Roma y en algunos museos, por ejemplo, el videomapping acompaña muchas exposiciones. Para mí, si se usa bien, el videomapping es un gran recurso para la educación. Ni hablar, por ejemplo, de la inteligencia artificial. Hay un trabajo, no me acuerdo de quién o de dónde es, sobre cómo la IA está haciendo videos y fotos de animales que ya fueron extintos, trayéndolos un poco al presente.
Creo que hay un montón de cosas que se pueden hacer con lo que se tiene, así los museos pueden tomar más herramientas de la tecnología y suplir esa “necesidad” de un animal vivo o disecado.
Cuéntanos más sobre la fundación de rescate de fauna que destacas en el proyecto. ¿Cuál es su labor en Guayaquil y por qué consideras importante visibilizar su trabajo?
Esta fundación nació en 2018 porque un día les llegó un tigrillo bebé a la veterinaria que tienen de perros y gatos. Al tigrillo le llamaron Sacha [nombre que también lleva la fundación]. Estuvieron preguntando e investigando sobre cómo cuidarlo, todo el mundo les hablaba de eutanasia pero al final decidieron quedárselo para su rehabilitación. Después les llegó otro y luego otro, y en 6 meses ya habían recibido 200 animales. Se dieron cuenta de que esto era un problema y decidieron hacer la fundación para, de una manera más legal, conseguir donaciones.
Pienso que la creación de esta fundación fue muy importante para lo que sucede en Guayaquil porque trabajan con el Ministerio de Ambiente y con la UPMA [Unidad de Protección del Medio Ambiente]. Casi todos los animales que rescata la policía, van a Sacha. Ahora tienen un lugar de hospitalización donde los animales son tratados y muchos pasan al centro de reserva, que es ya en el campo, donde no tienen contacto con humanos y pueden ser rehabilitados para después liberarlos.
Pero eso también depende de cada animal, hay animales que son más fáciles de devolver a la naturaleza, otros con los que es imposible. Por lo general, estos animales son llevados a santuarios donde viven con otros en el campo, en los árboles. Es decir, hay formas de liberarlos aunque ya no sea en su hábitat.
Yo hago voluntariado allí llevando gente, a través de estas charlas, de las fotografías, de la exposición… es mi forma de ayudar y difundir su trabajo. Me dicen: «No nos pongas como héroes.» Pero yo digo que sí lo son, porque sin su labor no existiría una regulación para estos animales. Yo como guayaquileña crecí con zarigüellas, con culebras en mi casa, con iguanas, murciélagos, etc. De repente, el primer día que voy a Sacha vi mapaches, tigrillos, osos hormigueros, halcones, garzas… Toda una gama de animales que llegaron allí porque estaban en el patio de una persona.
Ya no solo es hablar de la iguana, la zarigüeya o hasta la culebra como fauna urbana. Es un mundo que no conocemos y no sabemos cómo reaccionar frente a un ocelote en el jardín, por ejemplo. Entonces, es educarnos y decirle a la gente que no los maten si los encuentran, que llamen a la policía. Creo que el trabajo que hacen en Sacha es muy importante para la ciudad y para la región.






¿Cuál es el contexto de Guayaquil, a nivel social y urbano, que está en medio de toda esta conversación sobre animales silvestres?
Guayaquil tiene una particularidad y es que fue creada frente al río y tiene una cordillera pequeña que se llama Chongón-Colonche, que está dentro de la ciudad. También tiene varios cerros y, claro, para la expansión urbana fue necesario comerse esos cerros y seguir rellenando porque era todo estero, como una ciénaga.
Muchos dicen: «Ah, es que esos cerros ayudaron al crecimiento Guayaquil”, pero en esos cerros antes había una vida. Y no es que ya no estén totalmente, simplemente se han mudado. Hay un bosque, el Cerro Blanco, que está protegido pero es parte de la cementera más grande del mundo, si se puede decir, que es Holcim. Entonces, tampoco es seguro que en cuanto terminen de comerse el cerro que tienen no vayan por el Cerro Blanco.
Guayaquil también está invadido de aves. Por ejemplo, aquí yo vivo frente al malecón y hay árboles en la noche repletos de garzas. Y esto pasa porque ellos vuelven a ocupar su espacio, ¿sabes? El espacio de donde los sacaron.
Ser una ciudad con una gran biodiversidad en el mundo y que no tenga regulaciones para la naturaleza en medio de la expansión, es un despropósito. Es un poco lo que quiero hablar en el documental, sobre la creación de Guayaquil, la forma en que ha crecido y cómo esto afecta a la fauna silvestre y a la urbana también.




¿Cómo ves el futuro de The Animal Human Project? ¿Qué otras experiencias, además de la exposición, te gustaría impulsar con este proyecto?
Mi idea es que esta sea una plataforma multimedia en la que que no solo yo aporte, sino que varios fotógrafos, videógrafos y documentalistas puedan ser parte de este cuestionamiento sobre nuestra relación con los animales, sin caer en la violencia ni en lo explícito.
El próximo trabajo que estoy enviando convocatorias es sobre los animales como medicina en comunidades indígenas, siempre desde un lado amigable y respetuoso. Me gustaría irme a la frontera entre Colombia y Ecuador, a las comunidades Cofán y Pasto, que ellos tienen unas técnicas para remedios con animales. Eso sería un documental y un trabajo fotográfico de unos 6 meses.
Me parece que es importante también entender lo que es el privilegio. Ayer comentaron, en una de estas charlas, algo que me llamó la atención para tener en cuenta en el proyecto futuro. Sacha, junto a otros grupos de rescate animal, visitan aldeas cerca de acá. El lunes se habían ido a unas islas que quedan en el golfo de Guayaquil, y que viven en la pobreza absoluta. Entonces, desde Sacha cuestionaban: ¿cómo se le puede decir a una niña en ese lugar que no coma chancho? Hay que también entender cada situación, entender el contexto de cada sociedad.
Hay mucha gente que sale de la exposición y me dice: «Odio a la raza humana», pero en la expo no ves a ningún humano matando un animal, por ejemplo. Esa es la idea de The Animal Human Project, no mostrar directamente la violencia pero sí reflexionar. Aunque sí hay fotos violentas, no voy a decir que no, pero con otras metáforas es posible que la gente salga con esa reflexión de lo mal que está el mundo.
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La expo The Animal Human Project estará abierta al público en el Centro de Producción e Innovación MZ14 de la Universidad de las Artes de Guayaquil hasta el 27 de junio de 2025.





