Toni Amengual: en busca de los límites de la fotografía
Toni Amengual se define como artista, fotógrafo y educador visual. En su biografía dice que dedica su vida “al estudio de la especie más compleja del planeta y a la que pertenezco: : Homo sapiens sapiens”. Utiliza la fotografía como herramienta para investigar los vínculos de las personas con el mundo. Antes trabajó como reportero de los principales diarios españoles. Pero fue su curiosidad como “constructor de libros” lo que terminó de revelar su mezcla genética: la búsqueda estética en simbiosis con las tesis de la biología, carrera en la que se graduó siguiendo la herencia de su padre científico.
Nació en 1980, es de Mallorca y vive “a tocar del mar”. La trilogía de photobooks conformada por PAIN (2014), Devotos (2015) y Flowers for Franco (2019) lo llevaron lejos: a la colección permanente del MOMA, al ranking de la Revista Time por su aporte a la recuperación de la historia colectiva. Para Amengual, recuperar y renovar los relatos sobre la memoria tiene que ver tanto con revisitar los sitios de la Guerra Civil Española como los símbolos del vaciamiento patrimonial que genera la industria del turismo. Su mirada sin punto de fuga ahora mismo lo conduce a Roma, adonde irá becado para realizar un nuevo ensayo. Toni piensa, hace fotos, las comparte: no es rebeldía social, dice, es necesidad de autoconocimiento.
Siempre estás rompiendo límites. En 2010 ya tomabas fotos con tu celular para publicar en Facebook.
Busco experimentar y hacer cosas diferentes. Tengo la pulsión de estar probando cosas nuevas constantemente. Me aburre lo que ya conozco y ya sé hacer. Luego me paro a pensar y siento que lo que he hecho debe tener algún sentido. En esa fase intento ordenar lo hecho y darle sentido a nivel de proyecto. Me gusta buscar los límites de la fotografía. Para ello la hibridación me parece una de las mejores maneras de hacerlo. La fotografía entendida de forma clásica me parece que es un campo conservador y aburrido. Aprecio mucho los grandes trabajos documentales de mitad de siglo XX, pero entiendo la fotografía como algo vivo. Como una disciplina científica que evoluciona y busca soluciones adaptadas a su tiempo. Tal vez esa idea de la fotografía como ciencia me venga de mis estudios en Biología y de tener un padre médico que a sus 71 años sigue evolucionando y trabajando más que nunca.
Tu obra tiene una impronta muy personal. Es de todo menos cerrada, arcaica o conservadora.
Estudié biología y fotografía. Me interesaba llevar una forma de vida fuera de la rutina y de la autoridad. No me llevo bien con las rutinas impuestas. Soñaba con poder viajar, ver mundo, conocer gentes y lugares diferentes y tener una vida interesante. Creo que de momento, con esfuerzo lo voy consiguiendo. No lo he conseguido a través de un medio de comunicación impreso, como era mi idea inicial. Abandoné rápido la idea del fotoperiodismo porque me parecía que era un lenguaje muy constreñido a nivel expresivo.
Notaba que lo que me interesaba de la fotografía era su capacidad de contar historias y al mismo tiempo la posibilidad de abordarlas a nivel personal. Me gusta hacer trabajos de corte documental pero con una fuerte visión de autor. También me gusta usar el código humor, aunque sea negro. En el mundo de la creación está asumido que los artistas utilizan la fotografía; a mí me gusta pensar que soy un fotógrafo que utiliza el arte.
¿Cómo llegaste hasta ahí?
Fue de forma involuntaria. Mi idea inicial era la de trabajar a nivel fotoperiodístico, pero rápidamente me di cuenta de que mi trabajo no encaja en esos circuitos. Pero mi obra empezó a tener aceptación en circuitos más artísticos: exposiciones, festivales, museos.
¿Cuál crees que es el papel de los fotógrafos que utilizan el arte, cuál sería el circuito para estas producciones? Los medios ya no son el lugar para publicar producciones visuales más profundas. Nos encontramos en una especie de limbo, y tú has intentado trabajar y comercializar tus proyectos desde las redes sociales.
El panorama es complicado. Soy un firme defensor de la imagen y de la fotografía, del relato visual como generador de conciencia y de opinión. Siempre pongo el mismo ejemplo: si no fuese así, la publicidad no la utilizaría, y es su arma número uno. Podemos discutir por qué los medios de prensa ya no la valoran, creo que serían plataformas súper interesantes si se renovaran y se conectaran con las nuevas formas de trabajo que desarrollamos una nueva generación de fotógrafos y fotógrafas documentales. Intuyo que el problema es que quienes dirigen las redacciones están muy lejos de esta generación y todavía más de las que vienen.
El mundo del arte también es un mundo complicado porque son temáticas complejas y difíciles. El refugio de mi sustento es la docencia, me parece un lugar donde puedes trabajar muchísimo. También las instituciones deberían coger ese relevo; hablo de festivales, museos y de espacios públicos cuya función es hacer una pedagogía visual y hablar de temas que pueden ser incómodos socialmente.
¿Y sobre las redes sociales? ¿Cuál es nuestro papel en la era de la Imagen? ¿Cómo proyectas nuestra sociedad post pandemia?
En cuanto a las redes sociales y el mundo online, la pandemia y lo que estamos haciendo ahora es un ejemplo: hay herramientas muy potentes y las estamos utilizando. Tienen sus pros y sus contras. Hay que conocerlas sabiendo que estamos jugando en casa de otros. Pero son espacios para proyectar muchas cosas y hacer mucha difusión. Mi apuesta a nivel personal es la presencia bien desarrollada a nivel de web, a nivel de redes sociales. No quiero volverme adicto ni volcar cosas que no sean interesantes. Una pregunta pertinente también es cómo capitalizar todo ese trabajo. Al final le dedicamos mucho esfuerzo a difundir contenido de calidad en internet y es completamente gratuito.
Te gusta la docencia.
Si no me gustara no lo haría. Esa es una de mis máximas. Entiendo la docencia como una extensión de mi trabajo fotográfico. Al final trabajo para generar conciencia a través de la imagen. Eso lo consigo realizando mis propios proyectos y acompañando a mi alumnado en el desarrollo de los suyos. Al final son dos caras de la misma moneda.
¿A qué apelas cuando trabajas? ¿Cuál es el motor de movimiento de cada proyecto?
Es la pregunta del millón. Y la respuesta no vale ni un euro. He llegado a la conclusión de que hago lo que me da la gana pero no sé porqué me da la gana. El motor de trabajo es la necesidad de hacerlo. A la hora de generar proyectos hay una pulsión, hay algo que me obliga. Yo no duermo si no hago mi trabajo o si no tengo las cosas en su sitio o si no hago fotos. Pero al final tanto a la hora de desarrollar proyectos como de hacer docencia, como decía, siento la necesidad de generar conciencia a través de la imagen.
Sé que puede sonar naif pero sigo creyendo que mostrar el trabajo, hacer que circule, se vea y se comparta puede servir para generar conciencia. Una cosa es compartir una foto en Instagram, otra es conseguir cajas de resonancia y que la gente que ve tu trabajo se cuestione y se pregunte cosas. Ese es para mi el éxito.
¿Creciste en Mallorca?
Soy de Mallorca y vivo cerca del mar y de mi familia. Me siento muy privilegiado por ello. Aunque con 18 años cuando me fui a estudiar Biología a Barcelona no era consciente de ese privilegio. Mi carrera la he desarrollado en Barcelona. En aquel momento, hace 20 años, había mucha diferencia entre estar en una gran ciudad o en un lugar como Mallorca. Hoy ha cambiado todo, por suerte. Hace dos años que he vuelto y también soy consciente de que hay mucho trabajo por hacer en Mallorca.
En 2014 publicaste PAIN con una enorme repercusión. ¿Qué recepción tuvo en el mundo de la fotografía ese libro en particular?
Fue un hit. Como ya dije, yo hago las cosas porque me entusiasman, porque me gusta colaborar con gente de cualquier campo que haga cosas interesantes, entiendo que eso siempre hace que se multipliquen los resultados. Respecto al libro, no era consciente de lo que tenía entre manos. Cuando lo pensé, dije: “Quiero que exista, me parece una idea maravillosa. Pongamos todo para que suceda». Así editamos PAIN. Vendí 500 libros en tres meses a través de mi página web.
Si has leído algo acerca de las descargas de dopamina que suponen las redes sociales para nuestro cerebro: todo está pensado para que seas adicto, esos tres meses fue un subidón de dopamina muy loco. Tenía un tono de móvil y la vibración determinada cuando alguien compraba. Imagínate la escena: iba por la calle y me iba entrando pasta y disparándose la dopamina en mi cerebro. Con el tiempo descubrí que eso no era normal. En el momento no eres consciente pero al hacer el segundo libro (DEVOTOS) se bajó el soufflé y volví a tocar con los pies en el suelo y a alquilar un trastero para guardar los excedentes de la producción.
El libro fue muy bien acogido por el público. Y a nivel crítica. Por medio de un muy buen plan de medios, conozco el enemigo desde dentro, tuvo muchas repercusión en los medios de comunicación. La guinda final fue recibir el premio Photoespaña al mejor libro autoeditado del año.
Recuerdo que estaba haciendo un encargo en Roma y me llamaban desde Madrid. Yo pensaba que me llamaban de alguna compañía de seguros o de teléfono para venderme algo y les colgaba. Cuando llegué por la noche al apartamento y me conecté a la wifi vi el mail en el que me decían que había ganado el premio. Me preguntaban si podía estar al día siguiente en Madrid para la recogida del premio. Me fascinó la planificación de una organización como PhotoEspaña y que en ningún momento se hablase de presupuesto para viajes ni estancia. Por descontado que el premio no tenía dotación económica.
Pero volviendo al libro, PAIN logró que se hablara de él porque era una contradicción en sí mismo: un libro de fotografía que aparentemente no tiene fotografías y que hay que romperlo para poder verlas.
Tu proyecto Finlandia, Tinder y la oscuridad es perturbador. ¿Cómo fue gestado?
A mí más que perturbador me parece conmovedor. La idea original fue explorar cómo una plataforma como Tinder ha revolucionado nuestras formas de relacionarnos. Decidí ir de residencia artística a Finlandia porque necesitaba cambiar de aires. Llevaba demasiado tiempo en Barcelona. Finlandia es un país que conozco bien, trabajé como biólogo allí mientras estaba en la universidad, y desde entonces he vuelto bastantes veces. Pensé que el proyecto cuadraba bastante bien con la dificultad o la idiosincrasia finlandesa: allí es muy difícil acceder al ámbito privado, el país y sus gentes son fríos. La estrategia de usar Tinder me permitía acceder a las intimidades de las y los finlandeses.
En esa época estaba dando muchas clases de fotografía a alumnado de entre 20 y 25 años. Entre ellos el tema Tinder siempre salía con naturalidad porque para las nuevas generaciones es algo habitual, una forma más de relacionarse. Yo les insistía en que hicieran un proyecto sobre Tinder. Pero no les interesaba. Supongo que sería como si a mí cuando era estudiante me hubiesen dicho: “Hazme un proyecto sobre el Mercado de La Boquería de Barcelona».
Desde mi visión, Tinder es pura contemporaneidad. Por una parte abordas una nueva forma de relación por medio de apps y por otro lado contiene un fenómeno interesantísimo que es tener todo un archivo de usuarios que se autorrepresentan por medio de fotografías.
Sí, ¡pero fotos con un ciervo o un jabalí recién cazados, en la nieve, sangrando…!
Precisamente eso es lo interesante, como se representa cada cual. Hubo un trabajo de edición fotográfica pero siempre tratando de conservar la originalidad y la creatividad de la gente. Quise mostrar que hay muchas personas haciendo cosas maravillosas sin tener conciencia de eso, sin pretensiones artísticas. De alguna manera demostrar que en fotografía realmente no hay línea entre la alta y la baja creación. Es sólo una cuestión de percepción, y que la fotografía es a día de hoy el medio de expresión más democrático.
A tus trabajos los vincula cierta mirada irónica, un clima denso y el rescate de lo kitsch. Tienen, quizá, un aire a Martin Parr.
Sí, es una de mis referencias. Otra de mis referencias es José Manuel Navia. A él le escuché en un taller la frase: «Hay un mercado para la desgracia de los suburbios y hay un mercado para la crónica de palacio. Pero no hay un mercado para la desgracia de palacio». Eso me hizo pensar que no hace falta ir a los suburbios a buscar la desgracia ajena porque la tenemos aquí dentro, en nosotros mismos.
Y eso hizo que me diera cuenta de que las construcciones sociales que nos constituyen a nivel personal nos impiden ser libres. Esas son nuestras miseria. Me parece interesante poner esa idea sobre la mesa en mi obra. Mi forma de tomar conciencia y desarticularlo es mostrarlo. Me alegra que las encuentres densas, es curioso porque para mi no lo son. Para mi son sencillamente reales. Pero que tú las sientas densas me lleva a pensar que estás proyectando tus propias construcciones sociales a través de mi trabajo, y eso es lo que se pretende.
¿Acaso esa densidad termina de profundizarse en Flowers for Franco?
Uno siempre va buscando más profundidad. Tal vez en Flowers For Franco he llegado a la mayor profundidad de la que soy capaz de momento, pero aspiro a seguir descendiendo.
Este proyecto también surgió por intuición. En España hay un lugar que se llama el Valle de los Caídos; allí está la cruz más alta del mundo (120m) y hay enterradas más de 33 mil victimas de los dos bandos que participaron en la Guerra Civil (1.936 – 1.939). Estuve en ese lugar de niño con mis padres en un viaje que hicimos a Madrid. Muchos años después me acordé de ese sitio al verlo en la película Balada Triste de Trompeta de Álex de la Iglesia. Así que cogí la mochila, la cámara y el flash y me fui para allá.
Hoy Facebook me recordó que eso sucedió hace 8 años. Una vez allí el despliegue visual del lugar te hace tomar conciencia de las capas de historia y sufrimiento que comporta ese lugar. Y esas mismas capas de historia y sufrimiento también te constituyen a ti como persona. El artista Francesc Torres decía: “El hecho más determinante de mi vida sucedió antes de que yo naciese, se llama Guerra Civil Española”. Yo nací en el ´80, ya ni había franquismo pero esa película continúa.
¿Tus ensayos representan la necesidad de hacer un ajuste de cuentas? ¿Te mueve cierta rebeldía social?
Si se miran de manera superficial pueden parecer ajustes de cuentas adolescentes, pero la voluntad debajo de todo eso es el autoconocimiento. Hay una voluntad muy fuerte de tratar de entender(me), conocer(me) y liberar(me) de lo que no me pertenece.
Tu trabajo trasciende la política pero no se puede entender sin la contradicción política española que antes se reflejó en el franquismo y hoy lo hace por el enfrentamiento que encabezan Cataluña, Baleares y en menor medida Valencia.
La polarización es clave. Reconozco que Baleares tiene un contexto particular. Somos una isla, somos como la Suiza de España. Yo hago mis incursiones en tierra firme, hago mis fotos y luego vuelvo a mi isla, la geográfica y la mental. No me siento español, si se puede sentir algo como la patria o la nación, por lo cual hay un punto de distancia que me permite trabajar de esa forma.
Un ejemplo de esa polaridad a nivel personal se refleja detrás de lo del Valle de los Caídos. A nivel familiar mi padre procede de una familia humilde. Pudo estudiar gracias a becas del estado (franquista). Por sus orígenes humilde siempre ha tenido una mentalidad muy combativa y de izquierdas. Mi madre en cambio es de pueblo y tuvo una formación distinta, y unas orientaciones políticas en su casa de derechas.
Cuando mi abuela materna hablaba de la guerra tenía claro que el bando republicano eran una pandilla de asesinos. Si matan a tu hermano es lógico que pienses eso.
Cuando era mi padre el que a veces contaba historias de sus años en la universidad contaba cómo la policía franquista la que torturaba, hacía desaparecer y mataba a sus compañeros. Fue una guerra fratricida, y como tal fue un baño de sangre entre iguales. Hubo vencedores y perdedores, pero los que más perdieron fueron aquellos a quienes les mataron a sus seres queridos.
Cuando yo explico esto mucha gente me dice: «En mi familia pasa lo mismo». Esos temas en casa no se hablan porque acaban mal, cada cual tiene su punto de vista.
Hay una viñeta muy buena de El Roto, la uso cuando presento mi trabajo: es el dibujito de un niño en blanco y negro, con sangre en la nariz, que dice: “Hoy en clase hemos dado historia de España». Me parece brillante porque si hablamos de historia de España, acabamos (como dicen en Argentina) a las piñas siempre.
¿En qué proyecto estás pensando ahora?
Llevo un par de años trabajando en el paisajismo de Mallorca y en el tema del turismo. Salió de forma intuitiva, me apetece hacer fotos en Mallorca. Primero pensaba a nivel local, luego descubrí que el desarrollo turístico de Baleares está muy conectado con el franquismo.
También me han otorgado la beca de la Academia de España en Roma, así que pronto iré a hacer una estancia allí. Presenté un proyecto sobre la relación que existe a nivel visual entre el turismo y la iconografía del patrimonio de Roma. De alguna forma esto se vincula con el proyecto de Finlandia, pues investigaré cómo la gente se presenta a nivel fotográfico.
En el caso de Roma sería cómo la gente genera imágenes de otras imágenes que ya existen en la ciudad de Roma, cómo se relacionan con ellas, con el patrimonio, y cómo el turismo ha generado un tipo de relación que, desde mi punto de vista, es bastante hueco. La clase turista en su mayoría visita Roma para ver los grandes monumentos que ya conoce por fotos para fotografiarse en ellos, pero desconoce la historia y lo que allí ha pasado.
Es la espectacularización de la historia. Eso, a su vez, se vincula con mi trabajo del Valle de los Caídos, un lugar al que muchas de las personas que lo visitan desconocen y ni siquiera se cuestiona el lugar en el que están. A eso se le suma cómo ha afectado al fenómeno turístico el COVID.
¿Qué conoces de la fotografía que se produce en América Latina?
A través de Vist voy viendo cosas que se va explorando en América Latina. Argentina es el país con el que tengo más relación, tuve la suerte de hacer un intercambio hace unos años con artistas de allá. Estuve en la provincia de Córdoba y fue interesante.
Siento que hay un panorama muy experimental. A nivel de creación se hacen cosas bastante punteras, fuera de los cánones. Hay mucho movimiento creativo. Y esta idea de crear puentes me parece fundamental.
Todos hablamos en castellano, pero además hace falta generar una mayor interacción, más intercambio para ver qué pasa en otros lugares, qué están haciendo otros. Me parece muy enriquecedor poder conocer un país a través de la creación cultural y fotográfica.