Entrevistas
Paula Huven
Brasil -
septiembre 19, 2023

Una madre y una hija se miran juntas al espejo

En su proyecto Devastación, la fotógrafa brasilera Paula Huven explora el vínculo complejo entre madres e hijas: durante 15 minutos, se sientan en silencio, mirándose la una a la otra frente a un espejo bidireccional, a través del cual son fotografiadas. Inspirada por el psicoanálisis lacaniano, esta serie de retratos en tándem altera la relación tradicional entre fotógrafx y sujetos fotografiados, para hacer de las imágenes obtenidas una creación compartida.

Por Alonso Almenara

Para la fotógrafa brasilera Paula Huven, el deseo de fotografiar surgió como un asunto familiar. Nacida en Belo Horizonte, se inició en esta disciplina mientras cursaba una licenciatura en Comunicación, con un primer trabajo documental en el que se propuso registrar la vida cotidiana de su abuela. Poco después se mudó a Río de Janeiro y fue contratada como fotorreportera por el diario Folha de São Paulo; lo que no le impidió trabajar, a la par, en proyectos de fotografía autoral en los que desarrolló su interés por la feminidad y los lazos filiales. En 2014, esa búsqueda la llevó a volver a su ciudad natal para emprender, durante dos meses, un proyecto en el que convocó a un grupo de madres e hijas para retratarlas. Huven estaba interesada en explorar fotográficamente lo que había descubierto durante un largo proceso de psicoanálisis: el concepto lacaniano de devastación, constitutivo, según el pensador francés, de la feminidad.  

Como todo en Lacan, es dudosamente complicado de explicar. La palabra “devastación” remite a un problema: es el nombre técnico de una carencia que toca el ámbito del habla y el lenguaje, y que se origina en una solicitud interminable de amor entre una niña y su madre. Un requerimiento que, a la larga, hace imposible que la hija se desprenda de su progenitora. A partir de una reflexión en torno a esta noción y a su propia experiencia familiar, Huven confeccionó un experimento en el que les pidió a madres e hijas que se sienten durante quince minutos en silencio, mirándose la una a la otra frente a un espejo bidireccional, a través del cual fueron fotografiadas. 

El acto de mirarse en el espejo guarda un sentido especial en el psicoanálisis lacaniano: el niño o la niña, enfrentado a su propia imagen, comprende por primera vez que su cuerpo es otro, separado del de su madre. La imagen especular es más que un simple reflejo: es un momento fundacional en la psique, el episodio que marca nuestro origen como individuo.

“¿Qué sucede cuando se miran en el espejo y lo que encuentran no es solo ellas mismas, sino la imagen de la otra?”, escribe la investigadora Carolina Junqueira dos Santos en el texto curatorial que acompaña este trabajo, publicado en formato fotolibro por el sello Origem. “Esta inversión desestabiliza un orden en la relación: sus miradas y sus imágenes se combinan, se alejan de sus propios cuerpos, se entrelazan en el cuerpo de la otra. Los rostros de la madre y la hija; instancias de una intimidad abrumadora, también adquieren el grado más alto de extrañeza”. En esta conversación, Huven comenta los entretelones de la experiencia y reflexiona en torno a lo que comprendió de la feminidad en el proceso.

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¿Cómo surgió la idea de este trabajo?

La idea surgió de mi propia experiencia como madre: tuve a mi primera hija mientras vivía en Río de Janeiro, lejos de Belo Horizonte, la ciudad donde vive mi mamá. Pero cuando mi hija cumplió los 3 años, volví a Belo Horizonte y me sentí muy conmovida por la evolución de los sentimientos que surgieron en ese proceso. Me identifiqué mucho más con mi madre; pero al mismo tiempo, al ser madre, esta relación se volvió un poco más perturbadora debido a las interacciones entre mi madre, mi hija y yo.

En ese momento me encontraba además en análisis, profundizando mucho en las complejidades del inconsciente y en cómo se constituye nuestra subjetividad. Como mujer, llegué al concepto de Lacan sobre la «devastación». Junto con esto, siempre he tenido un gran interés en la práctica del retrato, que ha sido una parte esencial de mi producción artística. Me parece que la fotografía en general, pero especialmente el retrato, es muy poderoso para crear relaciones y experiencias. 

También tuve una experiencia personal muy intensa con el espejo. Al tener el hábito de mirarme en él, me di cuenta de que el silencio frente al espejo habilita procesos profundos. Eso me llevó de vuelta a Lacan, que habla precisamente de cómo se constituye la subjetividad femenina a partir de la sensación de la hija de querer separarse de la madre, algo que entra en conflicto con la necesidad de identificación. Este proceso también está muy influenciado por una dimensión de lo indecible, de lo que no se puede expresar, aunque es muy sensible.

Así que la idea del proyecto fue apareciendo a partir de estos tres elementos: mi experiencia con mi madre y mi hija, mi experiencia en el análisis y mi experiencia con los retratos. Pensé en esto como una posibilidad de crear un encuentro entre madres e hijas que fuera profundamente enriquecedor y proporcionara una experiencia única, un encuentro en el que pudieran interactuar de una manera especial, alejadas del ajetreo diario. Porque en la vida cotidiana siempre estamos influenciados por muchos gestos, palabras y distracciones que desvían nuestra atención del contacto real con los demás. Así que la idea de permanecer en silencio, casi en una experiencia meditativa, es una propuesta para poner en contacto esta afectividad mientras se mantiene lo que está sucediendo en silencio.

Imaginé esto por un tiempo e hice una primera prueba con una amiga que estuvo de acuerdo. Incluso ella escribió uno de los textos del libro, en el que cuenta su propia experiencia en primera persona. Y vi que funcionó, porque también era una incógnita: ¿qué iba a pasar? A partir de esta primera experiencia, entendí que algo especial estaba ocurriendo entre ellas.

Para tomar estos retratos colocaste la cámara detrás de un espejo. ¿Qué cambió desde el momento en que las madres e hijas se miraban en el espejo y no directamente a la cámara?

El espejo entre la cámara y sus miradas hacía que se miraran entre ellas. Sabían que yo estaba allí, pero no tenían contacto directo con la cámara. El contacto principal y esencial para el trabajo era que una mirara a la otra. Esto generaba una dualidad en la experiencia, porque el espejo es algo en lo que nos miramos para vernos a nosotros mismos, para reconocernos a través de él. Pero en este caso, ellas se estaban mirando a sí mismas y a la otra, lo que generaba una extrañeza: es raro mirarse en el espejo y encontrar a otra persona además de tí misma. El espejo también tiene una connotación psicoanalítica que tiene que ver con cómo se constituye la individualidad del niño a medida que se distingue de su madre, reconociendo en la imagen especular su cuerpo como algo distinto al de su madre.

Es casi como un juego: un juego de no reconocerse a sí mismas como un cuerpo separado de la madre, estar juntas de nuevo. Juntas pero separadas. Esta especie de confusión de cuerpos, subjetividades, memorias, historias, creatividades, traumas y lazos, generaba situaciones en las que todo estaba en ebullición.

Mencionaste que la idea de este proyecto surgió de preocupaciones vinculadas a tu relación con tu propia madre. ¿Este trabajo te permitió comprender mejor esa relación?

En efecto, la idea surgió de las dificultades en mi relación con mi madre. Pero luego me di cuenta de que esas dificultades no eran exclusivamente mías, sino que son experimentadas ampliamente en las relaciones entre madres e hijas. Así que, por supuesto, tenía curiosidad por saber si lo que estaba viviendo también estaba ocurriendo en otros lugares; pero más que eso, la idea era provocar una sensación de extrañeza o de reconocimiento en la relación.

Para mí es muy importante reflexionar en torno a lo que la fotografía puede generar más allá de la imagen. La imagen es el resultado de algo que está ocurriendo. Y me planteo la cuestión de qué puede transmitir y expresar esa imagen sobre lo que las personas están viviendo. Esto queda bastante abierto, pero en este caso, había dos aspectos primordiales: la experiencia de ellas, que se relaciona con mi propia experiencia.

Devastación data de 2014. En lo sucesivo, ¿has seguido desarrollando las intuiciones sobre la maternidad que te llevaron a emprender ese proyecto?

Así es. Mi trabajo más reciente, titulado Retrato de la artista como madre, también está relacionado con esta idea de «devastación». Tuve una segunda hija en 2018, y con la pandemia y todo lo que ocurría en esa época, mi dedicación a la maternidad se volvió más intensa. Fue entonces cuando empecé a encontrar en mi celular algunas fotos que mi hija, Maya, de tres años, había tomado de mí en casa. Como sabes, la cámara del celular se puede desbloquear sin contraseña. Así que comenzó a tomar fotos mientras yo realizaba tareas cotidianas como cocinar, lavar ropa o simplemente descansar en la cama exhausta. Encontrar estas fotos hechas por mi hija fue como un regreso de mi propia mirada a través de la suya. 

Realmente me impactó ver esas imágenes y darme cuenta de cuánto estaba yo inmersa en esa vida materna. Retrato de la artista como madre trata sobre las fotos que ella tomó de mí, y creo que conecta con la idea de la Devastación en el sentido de la potencia de la mirada y lo que esta puede provocar cuando vemos cómo otra persona nos ve. En ambos casos, en las relaciones entre madres e hijas, se trata de qué tipo de identificación, reconocimiento y encuentro consigo mismas pueden experimentar. Ver una imagen de uno mismo moviliza muchas cosas. En Devastación ellas se encontraban frente a sí mismas, y ahora yo me encontraba frente a una imagen en la que ya no era la autora, sino el sujeto retratado.