Álvaro Laiz - The Hunter
Entrevistas
Álvaro Laiz
España -
abril 16, 2021

Álvaro Laiz: Buscando el confín

Principios de los ´90. León, España. Noche. Un niño se acuesta a dormir pero no lo logra. O sí. Las historias fantásticas de travesías en tierras lejanas, seres y escenas desafiantes son su mecedora y su desvelo al mismo tiempo. Año 2016. Álvaro Laiz ya no es un niño. La institución vinculada a la ciencia y a la fotografía elige y le propone convertirlo en realidad. Así se hizo cuerpo The Edge, la cobertura fotográfica que se remonta a ese lugar del mapa en el que Siberia y Alaska, si no fuera por el mar de Bering, se tocan. En su aplicación, Laiz proponía viajar a esas tierras para seguir la huella de poblaciones ancestrales.

Sus obras anteriores son Future plans, Fosil, Atlantes, Transmongolia, Wonderland, The Hunter. En todas, las personas, sus cosas, sus paisajes, las personas no humanas.

Hoy es National Geographic Storytelling Fellow, y las fronteras de su cobertura se extendieron hasta Tierra del Fuego, como lo cuenta en esta entrevista. Y le toca fotografiar la otredad en la época que complejizamos las maneras de habilitar miradas y voces, pensamos: cómo representamos a los otros, cuál es el sentido, cuál es el límite.  

Tu trabajo The Hunter tiene un recorrido fotográfico, también en video. Utilizaste diferentes lenguajes para contar una historia basada en una leyenda y en caso concreto a la vez. ¿Cómo fue ese proceso?

Cambió por completo mi manera de entender la fotografía y el poder de la narrativa visual. Sin El Cazador jamás habría sido posible para mí hacer The Edge.


Cuando conocí el caso de Vladimir Markov, no daba crédito. Son cosas que ya no existen en nuestro mundo. Estamos tan metidos en la urbe y en nuestro mundo tecnológico que la historia de un tigre siberiano que persigue y da caza al hombre que intentó matarlo suena casi a otro mundo… Fue la oportunidad de adentrarme en el territorio de los arquetipos clásicos de el hombre en/contra la naturaleza: el capitán Ahab, Dersu Uzala,..

Le propuse el proyecto a Fundación Cerezales. Su apoyo supuso un trampolín, me permitió dar el salto de un documentalismo más apegado a lo real a un tono más autoral y, quizás, más libre.  

Álvaro Laiz – The Hunter

Álvaro Laiz – The Hunter

Pudiste jugar y construir una historia. ¿Cómo llegaste a esa historia?

La historia cayó en mis manos gracias a John Vaillant, autor de El Tigre, un libro que ha tenido muchísimo éxito a nivel mundial. Comencé contactando a autoridades locales del Primorski, parques naturales, etc… a partir de ahí empezó el trabajo de producción. El proyecto se compone de dos viajes largos al Prirmosky Kraj, en otoño y en invierno, durante la temporada de caza.

En el proyecto se mezclan dos historias: la de Markov el cazador, y mi propia experiencia con los cazadores udegei. Me interesaba mucho, por ejemplo, que estas leyendas que aparentemente son folklore tienen una base de pragmatismo muy fuerte, sobre todo en el caso del tigre.  

Álvaro Laiz – The Hunter

Álvaro Laiz – The Hunter

Son historias que sirven para sobrevivir, como todas las historias. En el Cono sur, por ejemplo, la espiritualidad, las leyendas y los mitos no están alejados de la supervivencia, tienen un sentido práctico.

Por eso me acerqué a la cultura del cazador. Es uno de los últimos remanentes del animismo en Rusia. Allí, durante la época soviética, los chamanes y todo aquello que tuviera que ver con espiritualidad fueron duramente represaliados. La caza, al ser una actividad individual y altamente especializada, ha mantenido vivas una serie de prácticas tradicionales de lectura e interpretación de la taiga ártica. Es un sitio extremadamente duro. La Jungla Boreal es un entorno de bosque cerrado con temperaturas por debajo de los 40 grados bajo cero en invierno y por encima de los 40 en verano. 

Sin embargo, la relación de los cazadores udegei con lo intangible o lo espiritual es muy poética. Hay dureza y delicadeza a la vez. Es una paradoja que ejemplifica muy bien el tigre siberiano. Un animal de más de 350 kilos de puro músculo capaz de aparecer y desaparecer como un fantasma en la taiga. Parte del reto a la hora de abordar el libro era conseguir aunar esas dos facetas. Y en ese sentido me siento orgulloso del resultado porque creo que The Hunt las equilibra bastante bien.  

Álvaro Laiz – The Hunter

Álvaro Laiz – The Hunter

Dijiste que este trabajo cambió tu vínculo con la fotografía.

Cambió porque me permitió jugar también con el espacio expositivo. El proyecto tuvo tres formas de expresión: una expo, un libro y un multimedia. Todos funcionaron a un nivel distinto, con matices diferentes. 

Por un lado, la historia tenía una parte narrativa super clara: principio, nudo, desenlace. Un cazador intenta cazar al tigre, pero solo logra herirlo y escapa. El Tigre regresa transformado en un espíritu vengador y el cazador se convierte en la presa… Creo que fue durante la conceptualización y producción del fotolibro cuando realmente ahondamos en el espíritu de la historia.

Probablemente si comenzase hoy el mismo proyecto habría muchas cosas que haría de forma diferente, pero creo que las decisiones que tomamos a la hora de articular el libro seguirían siendo las mismas.  

Tus proyectos anteriores, como el de Venezuela o Mongolia, fueron hechos en un lenguaje tradicional, el del fotorreportaje.

Sí, estoy de acuerdo. Vengo del periodismo, pero mi conexión a la antropología y la etnografía ha sido a través de trabajo de fotógrafo. En Mongolia empecé trabajando desde un punto de vista más clásico hasta que decidí probar cosas nuevas, porque sentía que lo que hacía no estaba funcionando. Ese cambio se produjo gracias a la relación que establecimos con la comunidad trans en Ulaanbataar. En muchos sentidos fue una primera experiencia: con el documentalismo de autor alejado de las reglas del fotoperiodismo clásico y con los temas que más tarde marcarían mis siguientes trabajos como la identidad o culturas animistas.  

Álvaro Laiz  – Wonderland

Álvaro Laiz – Wonderland

En ciertos lugares, particularmente en zonas del norte de Rusia, Mongolia y América las personas transgénero son consideradas como portales hacia la divinidad, chamanes. Realicé Transmongolian en 2009/2010. Dos años después, una antropóloga que había visto mi trabajo me invitó a Venezuela, donde existe un contexto similar con respecto a la comunidad trans.

A partir de Wonderland empecé a percibir la relación entre naturaleza y cultura de forma diferente. Allí me empezó a interesar el chamanismo y las culturas tradicionales, y comencé a incluir el entorno como un personaje más dentro de las series. 

Álvaro Laiz – Wonderland

Álvaro Laiz – Wonderland

Álvaro Laiz – Wonderland

Álvaro Laiz – Wonderland

Álvaro Laiz – Wonderland

Álvaro Laiz – Wonderland

En The Edge  tomas, definitivamente, un propio camino.

Sí, digamos que ha sido la confirmación de que mi cabeza funciona yendo al límite. Es decir, al límite de lo que conozco, de lo que sé hacer. Y eso es algo tremendamente excitante pero que también da mucho miedo. El proyecto nació gracias a una beca de explorer del National Geographic, y con la presión de replicar un poco lo que había ido bien en El Cazador, pero en un entorno incluso más duro: en Chukotka en el estrecho de Bering. Ahora bien, como todo lo que puede salir mal sale mal, mis planes saltaron por los aires nada más llegar allí y tuve que rehacer el proyecto sobre la marcha.

Mi primera experiencia en Chukotka resultó muy compleja desde el primer momento. A las dificultades logísticas (dos aviones, un helicóptero, motos de nieve y para finalizar un trineo de perros) se unen las burocráticas. Se trata de una zona militarizada, por su cercanía con Alaska y no puedes moverte por tu cuenta. Necesitas un montón de permisos. Es una zona compleja y en la que puede resultar difícil saber bien qué es lo que está ocurriendo si no cuentas con mucha experiencia en la región.

Cuando llegué, el fixer que había conseguido decidió que no iba a cumplir con su parte y desapareció. Me tuve que manejar solo en una zona en la que prácticamente tenía las manos atadas porque cada 5 días tienes que dar parte a las autoridades. Pero gracias a eso me replantee muchas cosas y conocí gente que me abrió la puerta de sus casas y la posibilidad de hacer algo completamente diferente a lo que había planeado. 

Abrí los ojos a lo que me iba encontrando. Gracias a la casualidad y la hospitalidad de personas maravillosas como Galina Kanchugá, una profesora de inglés originaria de Krasni Yar (la misma aldea en la que realicé El Cazador) descubrí que Chukotka era más que pastores de renos y cazadores de ballenas: era el nexo de unión entre Eurasia y el continente americano. Los estudios científicos sobre la genética poblacional en esa región han descubierto que este pueblo, los Chukchi, comparte un ancestro común con la mayor parte de las tribus nativas del nuevo mundo. Ese es el extremo del hilo del que comencé a tirar. Un cruce de ciencia y storytelling. Interesante, ¿no? 

Álvaro Laiz – The Edge

¿El descubrimiento de la genética de poblaciones fue sobre el terreno o ya tenías esa información?

Siempre he tenido mucha curiosidad por este tema en concreto; de hecho con el tiempo me terminé haciendo yo mismo el test de ancestría. Una de las ventajas de trabajar con National es que la institución te conecta con fotógrafos, editores y periodistas pero también con científicos, antropólogos y etnógrafos. Gente de muy diversas disciplinas con un interés común. Comprender mejor el universo en que vivimos.

The Genographic Project nació con el objetivo de mapear el recorrido del ser humano desde nuestros orígenes en África hasta la actualidad. ¿De dónde venimos? ¿Quiénes son nuestros ancestros y cuál es nuestro linaje? Para mi fue una ventaja porque durante mi trabajo en Chukotka, especialmente a partir del segundo viaje, pude involucrar a gente de la comunidad a través de este proyecto.

Yo estaba acostumbrado a trabajar las historias desde lo narrativo, pero en este caso me enfrentaba a una metodología completamente nueva, así que fue un reto. Existe muchísima literatura científica sobre el tema, sobre cómo se ha poblado el continente americano, sobre cómo han sucedido las migraciones. Pero obviamente no hay nada visual, no hay imagen, no había nadie al otro lado cuando un grupo de cazadores cruzó el Estrecho de Bering por primera vez hace 20,000 años… pero nos quedan la huella, los datos, sus ecos a lo largo del tiempo… Quedan sus descendientes.

Mientras comenzaba el proyecto una de las referencias que me vino a la cabeza fue In the American West, el gran trabajo de Avedon, en el que retrata los Estados Unidos desde dentro. Sin embargo a día de hoy ha tomado caminos un poco diferentes y sigue en proceso de cambio y evolución.  

Álvaro Laiz – The Edge

¿Cómo siguen evolucionando este proyecto y tu manera de fotografiar?

En principio estaba circunscrito al Estrecho de Bering, ahora abarca todo el continente americano. Estos últimos tres años he estado trabajando en Estados Unidos, en las regiones de Nuevo Mexico, Utah y Arizona y en México en Oaxaca. Resta parte de México, Perú, Chile y Tierra del Fuego argentina. El paso del tiempo, los viajes y las lecturas han hecho que el núcleo del proyecto incida más en nuestra condición de especie migrante. Somos una especie curiosa que parece condenada a caminar incansablemente hacia horizontes nuevos.

Mi punto de vista como narrador ya no podía tender a lo particular sino a la búsqueda de lo supraindividual; una perspectiva más amplia del ser humano como especie. Ésto implica hablar de la identidad desde un lugar diferente y entender nuestra relación con y en el tiempo de una forma distinta. Este cambio tiene mucho que ver con el pensamiento que me he encontrado a lo largo del recorrido desde Rusia, USA y Latinoamérica: reivindicar tus raíces y al mismo tiempo proyectarse en el futuro.

Pensar a largo plazo, ahora mismo, es casi un ejercicio obligado de supervivencia para nuestra especie. El cambio climático, nuestra relación con el entorno, con nuestros mayores, con las ciudades, con la tecnología… todo eso está dejando de funcionarnos. No podemos pensar que somos la última generación que va a habitar el planeta porque no lo somos. Al revés, estamos disfrutando de ventajas y de ciertas condiciones gracias a las generaciones anteriores. Ubicarnos dentro de una escala de tiempo mayor y (quizá) promover un cambio en esa mentalidad cortoplacista es uno de los ejes de este proyecto.   

«Conecté inmediatamente con esa forma de entender la identidad propia como una suma de identidades pasadas. Necesitaba reflejar esa multidimensionalidad de una forma gráfica».

Pensar en distintos planos de tiempo tiene que ver, también, con los objetos y la cultura con los que nos relacionamos. ¿Cómo se refleja esto en tus fotografías?

En relación a ésto, os voy a contar una anécdota sobre cómo nombran los Chukchi a los recién nacidos en Vankarem, que es una pequeña aldea situada bastante por encima del círculo polar. Tienen un vínculo muy fuerte con el pasado y ese vínculo se refuerza en rituales como éste. El recién nacido se somete a un proceso en el que se le otorga un nombre conforme a los ancestros que habiten en él, porque de acuerdo con la cosmogonía Chukchi cada uno de nosotros portamos el espíritu de todos nuestros antepasados: somos ellos. Conecté inmediatamente con esa forma de entender la identidad propia como una suma de identidades pasadas. Necesitaba reflejar esa multidimensionalidad de una forma gráfica. Por un lado significa jugar con el tiempo y por otra con el espacio a través de mi cámara.

Una de las cosas más bonitas del trabajo es poder dedicarle mucho tiempo a estar presente en cada lugar. A partir de mi segundo viaje al Estrecho de Bering me dediqué a estar con la gente, a entrar a las casas, saludar y sonreír. A escuchar. Le quité ansiedad al disparar, empecé a pensar. 

Álvaro Laiz – The Edge

¿Ese descubrir cómo se ponen los nombres movilizó también tu forma de hacer retratos?

Totalmente. Cada lugar, cada parte de este viaje me ha aportado nuevas preguntas que trato de responderme. Comencé una serie de fotografías desde un registro más documental. Eso cambió completamente en Chukotka. Me di cuenta de que lo que quería contar ya no tenía que ver solo con el pueblo Chukchi sino que necesitaba una forma de vertebrar el proyecto de norte a sur a través del continente americano en circunstancias y entornos completamente diferentes. Encontré en esos conceptos de identidad o ejes entre pasado, presente y futuro, las bases sobre las que comenzar a construir.

En Estados Unidos mientras trabajaba junto con la comunidad Navajo en Navajo Nation, me di cuenta de que para poder entender y poner en contexto estos eventos migratorios necesitaba mostrar cuándo habían pasado, ubicarme en lo que se denomina el Tiempo Profundo, el tiempo geológico que se mide en miles de años. Ahí nace la serie de las constelaciones.  

La fotografía del cielo es siempre fotografía del pasado.

Si, las diferentes dimensiones del tiempo y cómo lo percibimos están muy presentes en el proyecto. Hay otra parte de la instalación en la que trabajo en la visualización de los datos genéticos recopilados de los participantes del proyecto, que en el fondo son un mapa que permite ubicarnos en nuestra historia.

Tiene dos partes: sonora y visual. La visual está relacionada con cierto tipo de danzas rituales. Me interesa esta parte en la que el conocimiento requiere la invención de un lenguaje para preservarlo y compartirlo. La danza ritual aporta eso precisamente. Un código que transmite un mensaje de generación en generación de una forma muy arcaica, a través del gesto. Un conocimiento que necesita ser decodificado para ser comprendido en su totalidad. 

En ese sentido creo que las partes relativas al conocimiento científico y el conocimiento empírico del proyecto suponen las dos caras de una misma moneda. 

Álvaro Laiz – The Edge

Y es difícil hacerlo. En palabras es imposible ¿Cómo mostrarlo en imágenes?

Creo que cuando pienso en ello hay una parte de mi cabeza que asocia estas ideas con las pinturas rupestres, con cierto tipo de conocimiento esquemático, muy simple y elemental pero al mismo tiempo muy profundo. Lo que estoy buscando no es tanto que el espectador se pregunte por cómo está construida la pieza, sino sobre el lugar al que le remite. Es un poco la idea de la cueva, el útero, el origen… La parte de la instalación sonora procesa las diferentes secuencias de ADN en vibraciones, por ejemplo. Es algo tan subjetivo como eso.

El objetivo último no tiene que ver únicamente con obtener una imagen, un objeto o con un sonido, sino con encontrar otras formas de transmitir o decodificar el conocimiento y los datos. Transformarlos en una experiencia sensorial. De alguna forma, de inventarse un lenguaje que se adapte a las necesidades del mensaje.

Pasaste de trabajar como reportero en el diario Metro a estos proyectos. ¿Cuál es tu búsqueda? ¿Qué te motiva como persona a movilizarte a estos confines y a buscar las cosas en detalle?

No lo sé. Cada uno de estos proyectos ha supuesto un paso hacia lo desconocido. The Edge me está sirviendo para crecer tanto a nivel personal como a nivel profesional. Empiezo a entender muchas cosas de mí mismo a través de la fotografía, del mundo del arte y de esta libertad que me estoy permitiendo tomarme. Creo que cuando te dedicas a nuestro oficio es porque no puedes evitarlo.

Parte de esa fascinación por otros mundos que te queda de cuando eres pequeño, cuando ves el mundo a través de la literatura y las películas se convierte en el impulso de ser parte de ellas en la edad adulta. A su vez existe una conexión intuitiva, casi espiritual con los lugares y las historias que escojo que se contrapone con mi lado más analítico.

Creo que es en gran medida la fricción entre esas dos partes la que me ha hecho tomar ciertos caminos y no otros. 

Otra vez la ciencia y la poesía. Pero adentro tuyo.

Creo que los retos que me han planteado cada uno de estos lugares me han hecho ser más consciente de las decisiones que tomo y me han forzado a cambiar. No soy la misma persona que en 2009, 2012 o 2015 en muchos aspectos. Hace años cuando escuchaba a fotógrafos y artistas hablando sobre cómo vivían la fotografía no comprendía. 

Creo que es algo que nos pasa a todos llegado el momento. La forma de mirar, de relacionarte con el mundo es la que define tu experiencia vital. The Edge me ha obligado a plantearme muchas cuestiones que en muchos casos son contradictorias. Eso es algo que no puedes abordar de forma apresurada.

Afortunadamente gracias al apoyo de instituciones como National Geographic o el Museo de la Universidad de Navarra he podido y puedo dedicarle tiempo que necesito, algo que en estos momentos es, tristemente, un lujo. 

«Particularmente creo en que nuestro porvenir como especie pasa por la intersección entre pensamiento científico y conocimiento indígena. Los pies en la tierra y los ojos puestos en el cielo».

Estamos en un momento en el que trabajos como el tuyo se vuelven complejos. Hoy cuestionamos la mirada del otro. ¿Cuál es la legitimidad del otro para abordar ciertos temas? ¿Qué representa esa mirada? ¿Están cambiando las formas de aproximación? ¿Cómo se te da esta dicotomía?

He pensado en eso muchísimo, sobre todo a raíz de la colaboración con MUNAV (Museo Universidad Navarra). Tender Puentes es una residencia artística que pide dialogar con su colección de fotos. Autores como Napper, Clifford o incluso Ortiz Echagüe tienen una aproximación muy concreta, con un punto de vista típico de finales del XIX y principios del siglo XX, sobre qué es el otro. Este tipo de aproximaciones, que hoy día serían conflictivas, me han ofrecido la oportunidad de replantearme muchísimas cuestiones acerca de mi responsabilidad como narrador.

Creo que muchos grupos minoritarios han sido objeto de una representación estereotípica, de la búsqueda del exotismo o directamente de la falta de empatía por parte de documentalistas, artistas y científicos. Afortunadamente esas dinámicas de poder, aunque de forma muy paulatina, están cambiando a través, entre otros agentes, de artistas y científicos nativos capaces de narrar, no solamente sus propias historias, sino de contribuir con su punto de vista y sistemas de valores a una escala global.

En mi caso, eso exige que me cuestione quién soy, cuáles son mis marcos de conocimiento, cómo afectan a mi perspectiva y desde dónde me posiciono como narrador. En este proyecto he intentado abandonar lo documental y he abrazado la parte más subjetiva de mi trabajo buscando alejarme lo máximo posible de una representación estereotípica. Acercarme a un concepto mucho más global.

Creo que las historias, los mitos que nos contamos tienen un poder inmenso a la hora de conformar nuestra realidad. Cuestionarlos y analizarlos es una forma de evitar que nos posean, de perder pie. Y la única forma de librarnos de ellos también.

Creo que estamos en un momento histórico en el que los mitos de la revolución industrial están llegando al fin de su ciclo vital. Sencillamente no son sostenibles. El mito del crecimiento perpetuo, por ejemplo. Por eso es más importante que nunca escuchar voces de la periferia, alejadas de los dogmas clásicos. Particularmente creo en que nuestro porvenir como especie pasa por la intersección entre pensamiento científico y conocimiento indígena. Los pies en la tierra y los ojos puestos en el cielo.