Entrevistas
Cristina de Middel
España -
abril 20, 2021

Cristina de Middel: un ventrílocuo cruza la calle

La fotógrafa Cristina de Middel convence al equipo de atletismo de Tijuana para entrenar frente al muro que separa a México de Estados Unidos. Si esta fuera una nota de un periodico amarillo, ese podría ser el titular. Y en la portada estaría la foto de uno de los atletas saltando en garrocha frente al muro. La primera lectura podría ser humorística. Cristina suele refugiarse allí: tiene un sentido del humor que se les escapa por los ojos y que se refleja en su forma de mirar al mundo.

Pero si se mira de cerca, lo que está diciendo es otra cosa. Cristina, multipremiada artista, asociada a la Agencia Magnum, sabe lo que hace y lo hace con profundo amor y respeto. Entró al mundo de la fotografía cuando la idea de la fotografía como algo capaz de cambiar al mundo ya estaba en crisis. Empezó como fotoreportera y como tal retrató desgracias ajenas hasta que descubrió que no quería ser parte de eso. No renunció a utilizar la imagen testimonial, sino que lo integró a algo mucho más profundo. En su mirada, los migrantes que arriesgan son héroes, y quiere mostrarlos como tal. Cristina es valiente. No se esconde detrás del canon o los laureles. No se repite. Lo que hace desde su imaginación desbordante es mostrar el mundo tal cual lo ve ella: un mundo rico, contradictorio, donde lo que percibimos como verdad quizás no lo sea, y donde el humor puede decirnos más sobre el estado del mundo que muchos de los trabajos que solemos ver.


Te vemos en la frontera de Tijuana: donde todo el mundo busca sangre vos encontrás caballos e imágenes que a veces parecen de ensueños. ¿Cuándo te diste cuenta que había que expandir el lenguaje hacia otros lugares?

Entré al fotoperiodismo cuando entraba en esta crisis, y ya se sentía que la audiencia estaba agotada de que le cuenten siempre lo mismo de la misma manera. No he vivido la época dorada en la que ibas a Vietnam y volvías con fotos que cambiaban la política interna de Estados Unidos y hacían que la población se movilizara para que termine la guerra. ¿Sabes? Ese poder político de concienciación de la fotografía no lo he vivido nunca. Entonces, lo veo de otra manera. Lo que me gusta es que se entienda. Creo que hay una mezcla de eso y de dar mi opinión, y mi opinión tiene que ver con cómo veo.

Fueron 10 años trabajando como fotoperiodista. Fue un proceso acumulativo. Un día, en Haití, estaba en un hospital trabajando con Médicos Sin Fronteras y vino una señora, me miró como atravesándome el alma y me dijo: «¿Por qué no me ayudas?». Es verdad que la podía ayudar porque lo que me había gastado en el billete, en la cámara, en editar las fotos, en vivir en Haití que es carísimo… Mi defensa fue: «Estas fotos van a ayudar», y conforme lo decía me daba cuenta de que no me lo creía ni yo.

Otro momento que me marcó fue cuando estuve en Siria para cubrir una crisis. Siria estaba recibiendo refugiados de Irak y empezó a recibir refugiados del Líbano; estaba vista como el eje del mal total, como “el” país terrorista. Fui con la idea de mostrar que era un país que recibía refugiados de las guerras vecinas. En un momento cogí un autobús y llegué a un lugar pensando que ahí estaba la guerra… y estaba todo el mundo en la playa. Parecía el chiste de un humorista español que se llamaba Gila y que llamaba por teléfono al enemigo para organizarse. Es absurdo. Hablé con un soldado y le dije: “¿Dónde es exactamente la guerra?”. Y me dijo que ahí no podía entrar, que era una piscina militar. Entonces, pues, en la televisión bombardean con el mensaje de que todo está destruido, y son dos edificios en dos calles al norte, el resto sigue normal, la gente está en las terrazas, en las discotecas. Dije: «No quiero formar parte de esto, me salgo».  

 ¿Cómo hiciste para desapegarte de los dilemas alrededor de la representación, la creación y la verdad que tanto preocupa a los fotoperiodistas? ¿Cómo superaste esa tensión?

Para mí es un debate superadísimo, claro. Lo sabemos desde hace un montón de tiempo: al unir los puntos entre cosas muy distintas como una historia y la realidad, a veces se solapan y a veces no. Y eso no significa que sea menos riguroso. Puedes seguir aprendiendo a través de la ficción. Más que acabar el debate se trata de bajarlo del pedestal a la verdad. Sería un poco como “matar a tu padre”. En ese sentido es que “la verdad no existe”: no existe un link necesario entre la fotografía o cualquier forma de narrativa, y la verdad. Y no pasa nada, se puede seguir. Te das cuenta y ya, la Fotografía no pierde ni un ápice de su valor intrínseco.


Hablando de verdad: con tu trabajo Afronautas nos has engañado a todos. Lo creímos hecho en África y luego nos enteramos que fue realizado en el patio de tu casa.

El problema no es que yo «te he engañado». Tú has creído que para hablar de África hay que estar en África. Eso, por las construcciones que tenemos hechas. Habría que replantearse todo esto para poder usar la fotografía como una herramienta más completa, con la cámara de vídeo o la cámara con la imagen en movimiento, por ejemplo. No intento dar lecciones pero es una reflexión que cada uno tiene que hacer.  

¿Cuesta correrse de la exigencia alrededor de la fotografía documental?

La fotografía tiene una carga, como si no pudiese existir al margen de la verdad. En ninguna disciplina artística, de comunicación, literatura, publicidad, cine, cómics te piden que sea verdad. Pero con la fotografía, sí. ¿Por qué?

Me ha tocado afrontar un montón de debates, responder entrevistas sobre mi manera de trabajar, sobre lo que es documental y lo que es ficción, y qué problemas morales tiene… Son batallas con las que tengo que lidiar cada vez que presento trabajos. Ahora, se está por publicar en una revista francesa y me pedían pies de foto. ¿Y qué te pongo de pie de foto? «La cara de Benito Juárez recortada con el Popocatépetl de fondo.» Están cargándose toda la narrativa, entonces eso ya es una batalla. Es decir, no te voy a explicar que una descripción literal de lo que sale en la foto le quita toda la lectura simbólica que le puedes dar a una imagen porque necesitas que sea verdadera y necesitas que sea cartesiana respondiendo a algo. Son batallas. Lo que hago es decir: «Es que mis fotos van sin pie de foto. Si quieres no la publiques, pero no me pidas pie de fotos».

Tu trabajo parece más cerca de Buñuel que de Cartier-Bresson.

No creo que me acerque en talento ni a uno ni al otro pero de influencia e inspiración, diría que es un 50 y un 50. De todas formas, Cartier-Bresson no era documentalista, era un artista. Dentro de la familia de Magnum yo soy más de Cartier-Bresson que de Capa. Pero igual sería mitad y mitad porque la motivación y los temas que elijo no son solo surrealismo per se, no es solo hacer un ejercicio estético, conceptual o simbólico. Utilizo ese lenguaje para hablar de temática contemporánea porque creo que funciona y creo que nos puede ayudar a entender el mundo mejor y a encontrar soluciones a sus problemas. Igual que la mitología griega, que responde a situaciones concretas y a hechos concretos que se repiten tanto que al final se convierten en mito.

Capaz tengas que inventarte un género, ¿no? Como un surrealismo documental, como una ficción documental.

Ya entramos al mundo de las etiquetas. Para mí es documental porque no hablo de mí. Hablo de migración, de un programa espacial, de racismo, de prostitución. Os comparto mis preguntas pero es documental. En ese sentido me acerco más a Capa que a Buñuel.  

Después de Afronautas estableciste un mega vínculo con África, pese a que las fotos fueron en tu casa.

Fue porque tenía curiosidad y el gusto por viajar, pero he hecho muy poco de documental en África. A través de Afronautas me empezaron a llamar mucho y a vincularme con el continente. Me invitaron a exponer ahí y tenía ganas de saber cuál sería la reacción de los africanos a trabajos como Afronautas. Acabé muy involucrada con el Festival Lagos Photos, que comisarié un par de años y sigo teniendo un vínculo muy fuerte con ellos.

Allí hice This is What Hatred Did, que es un contrapesa a la aparente superficialidad de Afronautas. Fue una colaboración entre dos visiones de dos continentes partiendo de una historia totalmente suya, que es el libro “Mi vida en la Malez de los fantasmas” de Amos Tutuola: un cuento de terror que cuenta la pesadilla de un niño cuyo pueblo es atacado por cazadores de esclavos. Hicimos una versión real del cuento, escenificamos toda la historia en un barrio al que van todos los fotoperiodistas a nutrir la imagen miserable y peligrosa de Africa, Makoko. Me parece bonito tener un diálogo con el fotoperiodismo mucho más sutil. . Decidí hacerlo en Lagos para incidir en la necesidad de profundizar y dar voz a la gente de ahí.  

¿Dar voz?

Sí, darles voz para que participaran en el relato de una historia. Yo no estaba haciendo un trabajo documental, estaba buscando una excusa para mostrarlos de otra manera que no fuese la tradicional del fotoperiodismo. Los dos contamos una historia que es de ellos. Fue como si confrontáramos nuestras bibliotecas visuales y nuestras maneras de ver el mundo y entenderlo a través de la fotografía..

Makoko es un barrio bastante peligroso. Para entrar necesitas permiso de los jefes de los clanes. Tenía que trabajando con ellos de modelos y en los lugares en los que ellos habían decidido. Era: «Tú haces la foto aquí». Yo podía sugerir pero no dependía de mí. Con cada escena, por ejemplo, yo les decía: «Ahora tenemos que hacer la foto de la diosa», que es como el espíritu de una superwoman, así la llaman en el libro. La señora es como un fantasma que tiene 400 hijos debajo de la falda, el arquetipo de la fertilidad. Entonces, ¿cómo la representarían vosotros? Lo leíamos, decíamos «ponte así», «yo lo haría así» «probemos ahora así». Y poco a poco íbamos construyendo la versión visual del cuento entre todos.

Por ejemplo, en el libro había una fiesta de fantasmas. La primera idea que se me vino era dar una fiesta de cumpleaños de fantasmas. Me puse a buscar en Lagos la típica tarta de boda para que se viese bien en la foto y fue imposible, allí no se celebra con tartas así. Tienen otros postres. Entonces fue mi gran gasto en producción, que tampoco era mucho porque eran coñas de Halloween… Pero la tarta me costó 200 dólares y tuve que encontrar una señora que me hiciera una tarta.  

¿Te enamoras de los lugares?

Enamorarme, me he enamorado de México. Llegué a finales del 2014. Tenía un amigo al que no veía desde hacía 11 años. Luego fui con Ramón Reverte, con la editorial R.M. Él me enseñó el universo mexicano: estuve una semana en Ciudad de México, me presentó a Graciela Iturbide, a Pablo Ortiz Monasterio, me llevó a las librerías… Al segundo día ya sabía que me iba a quedar.
Me acuerdo que estábamos yendo al mercado de La Lagunilla, esperábamos en el semáforo y de repente cruzó la calle un ventrílocuo con su muñeco. Pensé: “Quiero vivir en un lugar en el que los ventrílocuos crucen la calle». Es que cada sitio tiene una fotografía asociada, y me gustó ese punto de tensión de tener que estar siempre atenta. Me sentí en casa en ese sentido, a nivel de humor y de todo. Me siento más distanciada, más libre, con menos responsabilidad. México es un sitio que me inspira y en el que puedo aprender mucho y en el que creo que puedo dejar algo también.

Vuelvo a asociarte con artistas. Ahora con Buñuel, con Bolaño y tantos que eligieron México.

Es que es un lugar fantástico. Por eso he tardado tantísimo en hacer un trabajo sobre México, le puse mucho cuidado para ver si podía aportar al debate. Ahora estoy terminando un trabajo sobre la migración. Uso la novela de Julio Verne Viaje al centro de la Tierra para explicar el paso de los migrantes a través de la República Mexicana, desde la frontera sur hacia la frontera norte para llegar a Felicity, el centro oficial del mundo y que está en Estados Unidos, justo a unos kilómetros de la frontera, en California.  

Es como un viaje al centro de la tierra pero en la superficie.

Utilizo la literatura fantástica que para mí tiene mucho que ver y me ayuda a explicar una parte de México fascinante. Me parece importante enseñarlo así, con sus paisajes increíbles y la riqueza y la espiritualidad de sus costumbres. Es la parte bonita de México, la de de las maravillas geológicas, las cuevas, las mariposas que vienen a reproducirse, las ballenas. Y lo confronto con la parte más documental del viaje, como el paso de La Bestia. Luego hay personajes a lo largo del camino que tienen un punto mitológico como las patronas, los sicarios, los desiertos. Hay gente muy buena y gente muy mala como en cualquier gran gesta, en cualquier gran sentido de aventura o viaje.  

En una de esas fotos muestras a alguien en un muro dando un salto.

Hago pequeños juegos para cambiar la percepción del migrante y mostrarlo como un héroe, que lo es porque se echa un viaje para el cual hay que tener mucho valor y resistencia. Siempre me chocó el tema, sobre todo desde que llegó Trump al poder. No creo que se pueda generar más empatía a través del testimonio de: «Ay, pobres, no sé que…». Me gusta ir hacia atrás y pensar en el momento en el que decides viajar y dejar a tu familia. Es brutal. Hay pueblos muy pobres en Guatemala en los que se juntan todos, eligen a tres adolescentes, le pagan a un coyote para que los cruce a Estados Unidos y una vez allá envíen remesas pero al pueblo entero. Imagínate tener 14 años y tener esa responsabilidad.¿Harías un viaje así para salvar a tu familia, con catorce años? Vale con la Greta Thunberg, que hizo una huelga de hambre frente al parlamento sueco: Y muy bien por ella. Pero hay un montón de otra gente que está haciendo cosas increíbles y que se perciben y presentan de una manera que para mí no es ni justa ni correcta.  

Luego está La Bestia, los sobornos, la policía, la migra, el narco y la violencia asociada al tráfico de personas. Esa es la parte documental, la respeto al cien por cien: subo al tren con ellos, les hago fotos, me cuentan, los entrevisto. Me sirve para entender mejor de qué estoy hablando. Hago un balance entre la parte estrictamente documental y la parte más imaginativa. Luego en Instagram y en los concursos eligen una parte más imaginativa… pero bueno, pero la otra también está ahí. y se verá cuando el proyecto esté acabado y salga el libro

En mis proyectos utilizo la simbología propia de mi cultura occidental, que es básicamente la de la mitología griega y de todo lo que hemos ido filtrando a lo largo de los siglos. Eso hace que la audiencia que a mí me interesa, que no son los migrantes sino los que compran el New York Times y leen los periódicos en Europa, se reconozcan en el tema, sientan atracción y se acerquen a la historia de otra manera. Me gusta contar la migración desde la valentía de la parte mitológica, del viaje iniciático, que no se refleja ya que casi siempre los presentan como víctimas o criminales. 

En tu trabajo hay un proyecto político, una intencionalidad política.

Mi trabajo es más serio de lo que lo presento. Me suelo ir hacia el chiste o hacia la ironía pero trabajo con mucha seriedad. Es un juego pero es un juego profesional. A mí me interesa que la gente entienda, no desde el punto «tienes que tener solidaria» sino «tienes que tener admiración», en este caso. La misma admiración que tienes hacia Greta. Tu pena no sirve de nada, tu admiración sí.

Mencionabas que es posible que te vayas de la fotografía.

Sí. Ahora mismo estoy con tres proyectos en distintas fases. Me apetece hacer cosas de estudio, imagen de movimiento, experimentar el documental ya con películas o en pantallas de cualquier tamaño.  

¿Lo testimonial se acabó?

No. Antes ocupaba todo el espacio, ahora ha quedado un vacío que tienes que rellenar con información que el testimonial no da: información atmosférica, emocional y sentimental. Me apetece documentarme cuando intento documentar a otros, registrar lo que pasa en mi cabeza, qué asociaciones hago, qué referencias tengo cuando me están contando algo, cómo estoy traduciéndolo. Eso estoy mirando. Es como un documental expandido porque sí te voy a escuchar pero también van a estar de fondo los monos con platillos que tengo en el cerebro.

Se rumorea que tenés un cuaderno donde anotás todas las cosas que te dicta ese mono. Ahí pintás, dibujás, tomás apuntes.

Anoto frases que escucho por la calle, coincidencias que he visto… México está llena de esas imágenes, África también pero México más, o quizá lo entiendo mejor. Son momentos que se solapan en mi cabeza formando un collage de la realidad: Agarras una cosa que pertenece a un lugar y a un contexto y lo colocas en un sitio donde no debería. Se te conectan las neuronas de una manera muy interesante. A veces hago dibujos. Hay muchos esquemas, fotos que nunca pude hacer, proyectos imposibles como recorrer España por orden alfabético de sus pueblos. Me gusta fantasear con esas ideas porque de esas ideas imposibles nacen vástagos.