Visualidades
Cristina de Middel y Bruno Morais
América Latina -
junio 20, 2020

Cruzar el Atlántico de la mano de un espíritu

En medio de una ceremonia en Haití los fotógrafos Cristina de Middel y Bruno Morais vieron a una gallina caminar por una pared de piedra. No lo imaginaron, no se los contaron. Estaban en una parada más en su viaje entre África y América para reconstruir las rutas de Esú, el dios africano que acompañó a los esclavos desde una costa del océano hasta la otra.

Cristina y Bruno se habían conocido unos años antes en Río de Janeiro. Ella estaba en Brasil por segunda vez para fotografiar las favelas cariocas. Una amiga en común le presentó a Bruno, también fotógrafo, para que la acompañara en sus días de trabajo. Ella llevaba algunos años interesada en las religiones africanas. Él las conocía desde dentro: tenía más de una década practicando una de ellas.

Juntos viajaron de Brasil a Benin, de Benin a Cuba, de Cuba a Haití siguiendo la huella de Esú, el dios de las encrucijadas y una de las entidades más enigmáticas de la cosmogonía de África occidental. Midnight at the Crossroads documenta las transformaciones de este espíritu: tótem en África, niño en Cuba, joven en Brasil y anciano en Haití. 

En la travesía aprendieron que esa ruta era también el camino de los millones de esclavos obligados a viajar desde África hasta América. Y que al volver a trazar el círculo que hicieron hombres, mujeres y espíritus, no solo contaban su historia. También se transformaban ellos mismos.
   

Pasaron dos meses en Benín con una beca de la Fundación Zinsou. En Damohey, una ciudad de palacios de barro, visitaron todos los altares de Esú: los que protegen la ciudad, los que protegen al barrio, los que protegen la calle y los que protegen las casas. Dos guías en moto los pasaron a buscar. “Cada altar tiene una persona que lo cuida. Uno puede ir, dejar una ofrenda, pedir lo que quiera e irse”, cuenta Cristina.

En cada altar ellos bajaban a sacar fotos y el guía les pagaba la ofrenda a los cuidadores. En una de las paradas el guía no lo hizo. Bruno y Cristina recorrieron el lugar haciendo las fotos y, cuando estaban por irse, una de las motos no encendió. Lo intentaron durante veinte minutos sin éxito. Recién encendió cuando entregaron la ofrenda. 

A Cuba fueron dos veces a encontrarse con el niño Esú. La isla, cuentan a dúo, es 100% vudú y 100% cristiana. Ahí asistieron a una ceremonia oficiada por un científico que trabajaba en control de alimentos. En Brasil y Haití el vudú coexiste con las religiones evangélicas, que llevan décadas creciendo y haciéndose fuertes en esos países. En el discurso evangélico se encarna hoy esa mirada de las religiones africanas como demoníacas. 

Bruno se inició en la Umbanda casi al mismo tiempo que en la fotografía, hace unos 15 años. “Tu no tienes ninguna función aquí, vas a viajar por el mundo pero no tienes nada que hacer aquí”, le dijo alguna vez un espíritu. “Así empecé un proceso de estar siempre pensando: yo no creo en dios pero muchos milagros estoy viendo”. El viaje con Cristina lo transformó. “Pasé a tener una mirada más atenta de los pequeños milagros”, dice Bruno.
   

El día que la gallina trepó una pared estaban en uno de los puntos cúlmines del viaje. Era un gran templo, un espacio abierto entre cuevas. Habían preparado una comida que cargaron durante cuatro horas por las rutas de Haití. El lugar estaba desierto. Solo estaban el sacerdote, el guía que los acompañaba y ellos dos. Entregaron la ofrenda y empezaron a cantar. El sonido de sus voces retumbaba en esa cueva sin techo. La gallina apareció de la nada y caminó de manera inverosímil por las paredes. Más tarde, una mariposa enorme y marrón voló entre ellos. La ofrenda había sido aceptada.

Otro día, de nuevo en Haití, cruzaron un campo durante una hora hasta llegar a una ceremonia vudú. La cabaña estaba hecha de cuatro palos y palmas en el tejado. Ahí, los campesinos comenzaron a bailar un vals, un minué de burla hacia “los señores”, una danza en proceso de desaparición que esa tarde, sin embargo, estuvo tan viva. 

“Ese fue uno de los momentos en los que más privilegiados nos sentimos”, dice Cristina, “porque pudimos ver cómo se mezclan África y el Caribe y cómo los esclavos reaccionaron ante blancos que eran sus dueños, con culturas y juegos de poder tan distintos que al final lo único que puede salir es un minué de broma en una cabaña de paja”.   

Esú es la energía del cambio y la mutación, el espíritu que cuestiona nuestras certezas y nos hace dudar. Un espíritu que va tomando distintas formas a medida que (como ellos) viaja de lugar en lugar. Bruno y Cristina empezaron el viaje como amigos y colegas. Dos años y miles de kilómetros después se casaron en la misma ciudad en la que se conocieron. Lo hicieron, claro, en una ceremonia vudú.

Midnight at the Crossroads es un proyecto que lleva seis años y que en su última etapa tuvo apoyo de la Fundación Vist. El trabajo completo se puede ver en el sitio de Africamericanos.