Entrevistas
Isadora Romero
Ecuador -
marzo 28, 2023

Sesenta días atrapada en el hielo

Estacionarios (Extremophiles) fue el proyecto que la fotógrafa ecuatoriana Isadora Romero realizó a principios del 2019 en la Antártida después de una invitación inesperada de parte del Instituto Antártico Ecuatoriano. Durante dos meses vivió situaciones límite en un ambiente hostil, con temperaturas  muy bajas y la sensación constante de que el entorno no es adecuado para humanos. El viaje y todo lo que vivió en él la llevó a preguntarse por la relación entre los seres humanos y el entorno natural que les rodea.

Por Marcela Vallejo

Un día de enero del 2019 la fotógrafa ecuatoriana Isadora Romero estaba en un set de grabación en Riobamba, en medio de los Andes ecuatorianos, a más de 200 km de Quito. Tomó un descanso y revisó su celular, tenía varias llamadas perdidas de un número desconocido. Asumió que era del banco, para ofrecerle algún crédito, así que decidió ignorar las llamadas. Poco después, recibió un mensaje que decía: “Hola, soy el comandante Coral del Instituto Antártico ecuatoriano, y he estado intentando comunicarme con usted”. Isadora, por supuesto, quedó sorprendida, no sabía que existía ningún Instituto Antártico Ecuatoriano, no sabía por qué la estaban buscando, y empezó a dudar de que todo eso fuera verdad. 

Llamó al número que tenía y el comandante Coral le contó que habían visto su perfil en internet y que quería proponerle hacer parte de la expedición XXIII que saldría dentro de un mes. El viaje se haría con militares y científicos, y la idea era que Isadora pudiera desarrollar un proyecto fotográfico en la base que Ecuador tiene en la Antártica y luego, simplemente, entregara parte de las fotografías realizadas. Ella tenía que presentar un proyecto la semana siguiente, hacerse algunos exámenes y llegar a Chile unos días antes de iniciar la expedición.

Le advirtió que las condiciones ambientales del lugar eran muy hostiles y que no tendría conexión a internet. Le informó que estaría en uno de los mares más peligrosos del mundo y que tendría que dormir atada a una cama. Finalmente, le preguntó cómo le iba en condiciones de confinamiento, porque tendría que estar dos meses aislada, compartiendo espacio con personas muy diferentes. Isadora no entendía nada, el comandante Coral quería una respuesta de inmediato y ella no sabía qué decir. Le pidió un tiempo para pensar, el comandante le dio 10 minutos.

La artista llamó a su mamá, esperaba que ella la disuadiera, pero pasó todo lo contrario. Su mamá le dijo entusiasmada: “tienes que ir, es como si te invitaran de viaje a la luna”. 

“A mí todo esto se me hacía demasiado chistoso y me preguntaba por qué la vida me había puesto en esta situación”, cuenta la fotógrafa. “Me puse a investigar muchísimo sobre la Antártida y fui entendiendo que era muy loco que haya este lugar tan utópico, en el que algunos países se han puesto de acuerdo en que sea un lugar para el bien de la humanidad, un lugar en pro de la ciencia, un lugar que no tiene fronteras y en el que está prohibida la explotación no, si usted decía cómo fue posible que logremos estos acuerdos como humanidad y el resto del mundo sea una mierda, ¿no?”

Entonces, decidió que, si ella iba a viajar con científicos, haría su propia observación científica, pero no de los animales, ni de las condiciones medioambientales. “Como todos estos científicos iban a observar sus rocas, sus animalitos, el suelo, decidí que yo quería hacer  una observación de lo que sucedía con los humanos en la Antártida, por qué estábamos ahí, que estábamos haciendo ahí, cuál era la relación con el entorno.” Y así nació el proyecto Estacionarios (Extremophiles).

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La Expedición XXIII se convirtió en un viaje muy interesante y estimulante. En principio, porque tenía un toque lúdico: Isadora se dedicó a hacer sus propias recolecciones de elementos. Recogió, en frasquitos que luego expuso, elementos como: cabello de oceanógrafa, lágrimas de artista, desecho plástico. Quería jugar con la idea de la nomenclatura científica y ella misma creó una propia.

Al mismo tiempo, fue entendiendo cómo funcionan los procesos científicos. “Entendí que cada científico estaba tan loco como cualquier artista como que te pueden explicar el mundo a través de una piedrita, o del agua o de alguna cosa.” Y, al mismo tiempo, fue entendiendo el mundo militar y descubrió que la disciplina militar era, en cierto sentido, “necesaria», para poder construir y sobrevivir en un espacio como la base del Instituto en la Antártida.

Isadora sentía que estaba en un programa de esos de naturaleza, viendo pingüinos bebés, luego salía un animal de la nada y los mataba y había sangre por todo lado. Por otra parte, ella veía los paisajes más bellos que pudiera imaginar. Era como estar siempre al límite y esto la llevó a hacerse algunas preguntas. “Siento que me puso también en una situación de estar a la par con las otras especies. Es un lugar en el que tú ves que las otras especies viven de una manera y eso te lleva a entender cuál es el rol de la tuya en ese espacio.”

Una de esas preguntas tenía que ver con la necesidad humana de apropiar lugares, y de hacer explícita su presencia. Con ruidos, con símbolos, con instituciones. “Me di cuenta de que esta utopía, de este lugar que no es de nadie, está constantemente acechada por todos los intereses de explotación de los países que están en procesos de reclamación territorial.” 

Así, entonces, la fotógrafa logró responder a una de las primeras preguntas que se hizo cuando la invitaron a la Antártida ¿qué hace el Ecuador en ese lugar? En la Antártida hay recursos naturales que no han sido explotados, muchos de ellos se asume que en algún momento se van a acabar en los territorios continentales. 

Actualmente, hay 7 países que están haciendo reclamación territorial sobre la Antártida: Chile, Argentina, Nueva Zelanda, Australia, Francia, Inglaterra y Noruega. Juntos han hecho un tratado en el que reconocen la independencia del lugar y por eso no hay fronteras, ni se permite la explotación. El tratado se acabará en 2048. Mientras tanto, aunque no hay fronteras, las bases militares y científicas de cada país son como pequeños satélites nacionales: para entrar a cada una hay que tener permisos especiales y presentar el pasaporte, cada una tiene su bandera y su equipo de fútbol.

La experiencia le permitió también una mirada crítica sobre la ciencia y el arte. “En la Antártida es muy evidente cómo funcionan todos estos mecanismos estatales, cuya cobertura es la ciencia y el bien de la humanidad, pero por detrás están todos estos intereses de explotación. Por ejemplo, muchas investigaciones se hacen para ver cuál sería la forma más sostenible de pesca, la forma más sostenible de hacer turismo…”

La ciencia ha jugado un papel fundamental en la constitución de los estados nacionales, como dice Isadora, no solo se trata de fines filantrópicos, no es tan inocente. Y el arte igual. “Para mí este viaje fue una  de rendirme y decir: no hay inocencia en esta especie, no hay. Algo que todavía no logro resolver es cuál es este interés de dominación,  de apropiación, de catalogación. Tuve que aceptar que yo soy parte de esto también, obviamente, no quise hacer mi trabajo con inocencia,  por eso también el proyecto está lleno de ironía.”

Son muchos los discursos actuales que ponen a la especie humana como la culpable de la situación tan preocupante del planeta. Muchos de ellos están en lo cierto, la responsabilidad es enorme. Pero, probablemente, la solución no está en imaginar el mundo sin humanos. “Esa cosa romántica tampoco me parece que es la respuesta, pero sí poner sobre la mesa cuáles son los intereses reales, los actores reales. La discusión sobre la protección climática todavía es muy superficial y desde el arte, por supuesto, siento que se puede romper un poco eso y generar otro tipo de conversaciones.”

Dos meses de expedición, de situaciones límite, de estar en peligro y de sentir cómo el entorno afectaba su cuerpo directamente, llevaron a Isadora a una serie de reflexiones que ahora atraviesan su trabajo y que han dado fruto en proyectos como La sangre es una semilla, uno de los ganadores del World Press Photo del año pasado.

“Yo sentí que fue como ir al inicio del mundo, como ir a ver cómo empezó nuestra especie a ganar terreno. A partir de ahí, claro, mis otros proyectos siempre tienen eso en mente. No se trata de una cosa inquisidora contra los seres humanos , sino aceptar lo que somos y hacernos cargo de ello. Entonces, ¿cómo hacemos para no ser tan horribles? ¿Qué otras formas de vínculos podemos tener entre nosotros mismos? Haber estado en ese espacio también tratando de sobrevivir a un montón de cosas físicas, sociales e internas, sí, plantó unas bases y unas semillas bien fuertes para lo que seguí haciendo y lo que me sigue interesando.”