Entrevistas
Angélica Dass
Brasil -
junio 02, 2020

Un insulto racista en mi álbum familiar

La fotógrafa Angélica Dass nació en Brasil, el último país del mundo en abolir formalmente la esclavitud. Desde pequeña estuvo expuesta al racismo en distintas formas. En 280 chibatadas –en español: latigazos– llevó esa experiencia vital al terreno de la creación. Trabajó sobre su álbum familiar –el registro cotidiano de una vida cargada de rituales domésticos, vacaciones, amigos– y las combinó con una selección de tuits racistas que ella misma recopiló buscando palabras y frases claves en la red social.

Los tuits y las imágenes dialogan por oposición y cuando se superponen llevan al espectador desde el recuerdo de una infancia plena y feliz a la conciencia de lo que ella llama “salvajes banalidades y una fatalidad deshumanizante del otro”. 

—¿Cómo dialogan las imágenes con los tuits? 

—Creo que los tuits están para enseñar lo que no está en la imagen. Aunque se celebra a Brasil como ese paraíso multicultural, multiétnico e, incluso una palabra que no me gusta, multiracial, es una narrativa mentirosa. Los que fueron esclavizados en el siglo XIX siguieron siendo sirvientes del siglo XX y tuvieron menos oportunidades. La necesidad de mantenerlos deshumanizados, en una categoría humana inferior, ha sido parte de la historia de este país. Somos un país colonialista, clasista. Somos un país donde una parte de la población es considerada menos humana que la otra.  

«Me gusta mucho la gente negra, es una pena que ya no se pueda comprar».

—¿Cómo impactan los estereotipos raciales en las vidas cotidianas y en los deseos y sueños de las personas

—Los estereotipos son limitantes. Si te relacionas solo con base en estereotipos, no estás conociendo de verdad quién es la persona que está del otro lado porque tienes todo un imaginario sobre quién es. Las personas que se relacionan conmigo no lo hacen conmigo, sino con una imagen que tienen cristalizada sobre lo que yo debería ser. Esa relación ya empieza de una forma desigual e injusta. Me quedo todo el tiempo mirando la manera estereotipada en la que me representan y muchas veces acabo creyendo que eso es real.  

—De alguna manera, se meten dentro de las personas. 

—Uno de los tuits dice: «A mí me gusta la gente negra, solo que no me gusta para comprometerme o casarme». En ese punto te pones a pensar que ese estereotipo también fue una realidad a lo largo de mi vida. Los estereotipos desde muy pequeña me han enseñado que yo no era suficientemente lista, bella o interesante. Esas imágenes estereotipadas son limitantes porque encasillan a un grupo de personas en un único hacer, una única actividad, una única manera de existir en este planeta.  

—¿Cuándo te diste cuenta que el color de tu piel importaba? 

—Lo supe desde pequeña, pero una aprende a protegerse y a vivir con eso. No es solamente mi historia, es una narrativa que se expande. El papel de la mujer en la sociedad puede ser un paralelo clarísimo: tenemos los roles definidos y la manera en la que hay que comportarse, las cosas en las que tienes que ser buena y las cosas que puedes hacer y las que no. Durante toda mi vida siempre me he enfrentado a que la imagen que los demás tienen de mí llega antes que yo misma. Cuando vine a España descubrí que esa violencia cotidiana a la que yo estaba acostumbrada era diferente, porque estaba ahora en otro país. 

—¿En qué sentido era diferente? 

—Vivir en un entorno de discriminación, de racismo y de opresión es como vivir al lado de un basurero. Cuando estás viviendo al lado de un basurero, los primeros días el olor es horrible, pero después de un tiempito ya no sientes más el olor porque el cerebro se desconecta de eso para que puedas sobrevivir. Yo estaba acostumbrada, de una manera u otra, a vivir frente a esa violencia todos los días. Y en un momento el cerebro se desconectaba de eso, porque si no no podía salir ni a la puerta de mi casa. Pero cuando salí y mi casa empezó a quedar del otro lado del planeta, en otro continente, empecé a ver que los olores eran diferentes porque las narrativas y las dinámicas eran diferentes. No estoy diciendo que no haya discriminación. Estoy diciendo que es diferente. 

—¿Cuál es tu método para encontrar tuits racistas? ¿Qué palabras delatan el racismo? 

—Lo que hice fue buscar estas palabras en portugués: «No soy racista pero…» y ahí la persona suelta un estigma que a veces de tan absurdo parece un chiste. También busqué las palabras «negro», «empleada doméstica» junto con alguna palabrota. Hay frases feas, con gente con discursos racistas muy claros, pero lo que busqué fue la violencia cotidiana, las frases de doble sentido. El último tuit de toda la serie es de una persona que dice: «hacer chistes racistas no te hace racista». Lo elegí para el final como un cuestionamiento sobre esas cosas que son parte de lo cotidiano: esas frases de «negro con alma blanca», «eres oscura pero guapa». No son piropos, no son chistes, son racismo.

—¿Hay un “perfil típico” de tuitero o tuitera racista? 

—Muchas de las personas que escribieron esos tuits son muy jóvenes, no son señores mayores de los que se pueda decir «que facho este viejo». Lo interesante de usar Twitter es ver qué tipo de discursos estamos manteniendo vivos en esta generación. Algo estamos haciendo mal para que cosas que estaban vigentes en 1888 sigan tan sólidas. Ese es el punto: cómo podemos cambiar esa narrativa, cómo podemos hacer para que estos jóvenes empaticen y entiendan que esos mensajes están dirigidos a niñas como las de las fotos de mi álbum familiar. Ese álbum tiene las mismas escenas que ellos tienen en sus álbumes, aunque la niña que está ahí sea marrón.

«No soy racista, solo tengo una opinión diferente a la suya, no me gusta ver gente negra conviviendo conmigo ni ganando nada que pueda ser superior a lo del blanco, pero no soy racista en mi barrio hay hasta unos negros».

—Los mensajes de odio ya estaban en el mundo antes de tu nacimiento. Cuarenta y un años después ¿qué ha cambiado en Brasil?, ¿qué sigue igual? 

—Los años de gobierno de izquierda en Brasil han posibilitado que mucha gente que jamás iba a acceder a educación lo hiciera. Y ser activista, pensar sobre la situación de discriminación, solo es posible cuando se tienen las necesidades básicas cubiertas. Eso es lo que pasó con la población afrodescendiente brasileña. Con más acceso a educación tuvo la oportunidad de proponer ese tipo de reflexión, de entender de dónde hemos venido.

—¿Y ahora, en el Brasil de Jair Bolsonaro? 

—El Brasil de ahora es muy bipolar, con esos dos extremos donde una parte de la población ve a la otra como menos humana. Los titulares de los periódicos que se pueden leer hoy dicen que la epidemia está controlada porque la clase alta no la está sufriendo. Y una buena parte de los trabajadores esenciales y de los que hoy no pueden dejar de trabajar son afrodescendientes. Seguimos con la misma dinámica: los que fueron esclavizados hasta 1888 siguieron en la misma posición de servidumbre en el siglo XX, con excepciones que fueron maravillosas y que son las que ahora han traído las transformaciones.