Visualidades
Jaime Permuth
Estados Unidos -
junio 16, 2020

Olmedini el mago

La primera vez que vi a Olmedini fue hace 20 años. Yo estaba sentado en un vagón del metro de Manhattan cuando un hombre alto y elegante entró empujando un carrito rectangular. Me pareció raro que usara un smoking y una camisa roja de algodón. Su cabeza estaba coronada con un viejo sombrero de copa. Con mucha parsimonia empezó a silbar suavemente y metió la mano en su bolsillo para sacar una larga serpentina multicolor. 

En los siguientes minutos llevó a cabo una rutina clásica de magia latinoamericana. Lanzaba cosas que antes de empezar a caer desaparecían en medio del aire. Un pañuelo común y corriente entró a su puño cerrado y salió como una seda roja deslumbrante, que después sacudió para liberar, en medio de un aleteo, a una paloma viva. Hubo otros juegos de manos que llevaron al gran final: sacó un conejo blanco, hermoso y regordete de una caja de terciopelo aparentemente vacía, su pequeño corazón latiendo acelerado en su pecho, sus ojos moviéndose rápida y nerviosamente de un lado a otro. Cuando el silbido paró, el mago extendió una larga bolsa de terciopelo con adornos dorados para recoger aportes de los pasajeros. Poniendo un billete en su bolsa, le agradecí en español por su maravilloso show. Él sonrió y sacó una pequeña tarjeta de presentación de su bolsillo. Su nombre estaba escrito en letras brillantes sobre un fondo negro aterciopelado: Olmeidini El Mago. 

Ya era un mago famoso con su propio show de televisión cuando abandonó Ecuador a principios de los noventa. Olmedini llegó a Nueva York en busca de fama y reconocimiento internacional. Su sueño nunca se hizo realidad. Ahora tiene 79 años, sobrevivió a un derrame cerebral y está ciego de los dos ojos. A pesar de todo trabaja casi a diario en el metro. Para mí, él es un Don Quijote, un caballero de la triste figura. Su sueño de triunfar en Nueva York se mantiene y cada vez que desciende al inframundo de la ciudad, lo hace por la gloria del arte y la profesión que eligió. 

En 2018, veinte años después de habernos conocido, logré ponerme en contacto con Olmedini. Este proyecto es un documento fotográfico de su vida como un mago ciego: su fe, determinación y aguante mientras continúa trabajando en el metro de Nueva York para ganarse la vida.