Visualidades
Mayolo López
México -
junio 06, 2023

Xoco y el mito del progreso

Al sur de la Ciudad de México, el pequeño pueblo tradicional de Xoco resiste ante la construcción de “Mítikah, Ciudad Progresiva”: un lujoso megaproyecto inmobiliario que incluye uno de los rascacielos más altos de Latinoamérica. El complejo arquitectónico ha provocado una gentrificación que pone en riesgo las tradiciones y la esencia de uno de los pueblos originarios de la capital. En El pueblo que se resiste a morir, Mayolo López documenta este conflicto poniendo el foco en la vida cotidiana de los habitantes de un territorio amenazado.

Por Alonso Almenara

Con una altura de 267 metros y 68 pisos, la Torre Mítikah es el rascacielos más alto de la Ciudad de México. “Es como una obra de arte. Un ícono no solo para la ciudad, sino también para el país”, asegura uno de los videos promocionales. La edificación moderna, diseñada por los estudios Pelli-Clarke-Pelli, forma parte de un centro urbano de usos mixtos ubicado al sur de la capital, en la pequeña colonia de Xoco, el hogar de uno de los 141 pueblos originarios de la Ciudad de México. El complejo incluye varios edificios y un centro comercial, y ha sido llamado “Mítikah, Ciudad Progresiva”, tal vez en alusión directa a los modos de vida tradicionales contra los que se posiciona. Su construcción tomó catorce años, con largos periodos de receso debido a conflictos legales y a la resistencia que el proyecto ha suscitado por parte de un sector de vecinos de Xoco. 

En los últimos dos años, el fotógrafo Mayolo López ha documentado este conflicto en el ensayo visual El pueblo que se resiste a morir. López explica que esta comunidad es amenazada por la gentrificación, “que sienten cotidianamente en el alza de los impuestos prediales o en la toma de espacios públicos para la construcción de locales comerciales”. Temen además el uso excesivo de agua, un recurso que en la comunidad escasea. Pero lo que más genera preocupación es el golpe contra la identidad cultural y la memoria del territorio. López recalca que el estatuto legal de la construcción es, además, controversial, ya que “al tratarse Xoco de un pueblo originario, se debió haber hecho una consulta indígena previamente”. 

Uno de los atractivos de la “Ciudad Progresiva”, según el material publicitario, es su carácter futurista, que estriba en el modo en que el comercio y la vida cotidiana han alcanzado una perfecta integración. El espacio arquitectónico encarna un ideal: el de vivir dentro de un centro comercial tan vasto y tan completo que se vuelve innecesario salir de él. Tal vez la Torre Mítikah sea, en efecto, un ícono: un emblema de ese relato modernizador que promete consumo y entretenimiento las 24 horas, justificando a cambio los padecimientos de pequeñas comunidades como la de Xoco. 

“La torre principal de Mítikah es visible desde toda la ciudad, pero la historia de lucha y resistencia de estas personas es desconocida”, dice el fotógrafo. “Xoco es el pueblo que se resiste a morir. Y ni siquiera 267 metros de altura son suficientes para acabar con su memoria”.

Ayahuasca Musuk

 

“Esta historia es muy visual por las circunstancias específicas: es uno de los edificios más grandes de Latinoamérica y abajito está este pequeño pueblo que al final del día sigue resistiendo. La mayoría de las personas que luchan son mayores, pero también hay jóvenes interesados en conservar la cultura local. A pesar de todos los esfuerzos para borrarlo, Xoco sigue existiendo. Me gustaría que mi trabajo contribuya a preservar la memoria de este pueblo que luchó y resistió.”

¿Cómo surgió el proyecto El pueblo que se resiste a morir?

La zona de Xoco está muy cerca de mi casa, a unos quince minutos caminando. Yo siempre paso por ahí cuando voy a la Cineteca que está en la Ciudad de México. Así pude ver cómo la urbanidad empezó a cambiar por la obra. Y un día, por azares del destino, encontré un tweet de la Asamblea Ciudadana del Pueblo de Xoco, que se ha organizado para resistir contra el proyecto. Les envié un mensaje, fui a la asamblea, empecé a hablar con ellos. 

Fui con una asignación de un día porque en ese tiempo estaba colaborando con una agencia. Pero muy rápidamente me di cuenta de que el fenómeno era mucho más complejo de lo que pensaba y que no tenía mucha cobertura en los medios de comunicación. Entonces decidí empezar a documentarlo. 

¿Cómo te acercaste a los vecinos de Xoco?

Encontré desde el principio una afinidad, me identifiqué mucho con su lucha. Iba a todas las asambleas y en ese tiempo había mucho movimiento, muchas manifestaciones con aspectos de acción directa. Así me pude ir acercando y platicando con ellos, no solo del problema en sí, sino también de aspectos de la vida en el pueblo, incluso de temas vecinales que me ayudaron a entender mejor lo que estaba pasando a nivel de piso, más allá de las cifras, que son, de hecho, alarmantes. El impuesto predial, por ejemplo, se ha disparado: antes de los proyectos de megadesarrollo, los vecinos pagaban a lo mucho dos mil pesos mexicanos al año. Hoy están pagando por encima de 25 mil. 

Yo nunca antes había hecho un proyecto a largo plazo, pero me lancé con esta historia porque sentí que era muy necesario contarla. Dos años después de hacer las primeras fotos, me doy cuenta de que a la gente de verdad le da gusto que alguien se fije, que alguien voltee a ver lo que está pasando, y que aborde estos problemas con naturalidad y con amistad. 

¿Cuáles consideras que son las demandas principales de estas personas?

Según la Asamblea, el pueblo está dividido en tres facciones: quienes resisten contra el desarrollo de Mítikah; quienes se pusieron del lado de la empresa, aduciendo que como ya está aquí, hay que sacar provecho (este segundo grupo está más relacionado con la Iglesia y las tradiciones del pueblo), y finalmente la mayoría del pueblo que no se involucró en la organización. Pero por sobre todo, lo que hay es un sentimiento de negatividad contra estos edificios. 

Recuerdo un incidente muy feo que me tocó ver en una procesión. Es un evento en el que una multitud camina y baila con los santos por una avenida muy grande que bordea el barrio. Y desde uno de los edificios empezaron a lanzarles papeles mojados y cubetazos de agua. Obviamente, la gente se encendió: intentaron ingresar al edificio, pero es una construcción inmensa, ni siquiera se alcanzaba a ver quién había sido. Fue brutal, porque no sólo es un acto de violencia estética: se están metiendo con su cultura, con sus tradiciones. Y el enojo fue tan grande que incluso la gente que organiza las fiestas y que normalmente está muy alejada de la Asamblea, por no decir en conflicto, me decía que esto no puede pasar.

¿Las autoridades municipales han estado presentes para mediar el conflicto? 

No, al contrario. En la alcaldía Benito Juárez, que es donde está el pueblo de Xoco, hace muchísimos años gobierna el PAN, un partido de derecha que se ha visto envuelto en escándalos de corrupción inmobiliaria. Lo llamaron, justamente, el “cartel inmobiliario” porque el grupo de poder que gobernó la alcaldía en el sexenio pasado creó muchas empresas inmobiliarias que ganaron mucho dinero a costa de romper reglas de construcción, como construir edificios más altos de lo autorizado. Hicieron un desmadre. 

El problema empezó hace catorce años, cuando surgió la idea del complejo Mítikah, que desde el inicio tuvo el apoyo de las autoridades de Ciudad de México. En 2019 hubo un gran escándalo porque la constructora taló sin autorización 60 árboles que daban sombra a la calle Real de Mayorazgo, que luego se convirtió en una plaza comercial. Eso fue una parte central del conflicto. La gente dice que no quiere que le quiten la calle. Tal vez algunos están a favor de la obra, pero no de privatizar el espacio público. Luego de talar los árboles la constructora recibió una multa muy grande y en ese momento la jefa de gobierno, Claudia Sheinbaum, se posicionó, al menos discursivamente, en contra del proyecto. Hubo incluso una orden judicial para detener la obra, pero con argucias legales la empresa logró continuar. Al final del día, la realidad es que no hubo una voluntad política para ponerse del lado de los vecinos.

Ayahuasca Musuk

¿Qué era lo que te interesaba captar en estas imágenes?

Me interesaba sobre todo comprender el contexto y por eso ataqué el problema desde muchos ángulos: incluí no solo imágenes de las protestas, sino también de fiestas y de la vida cotidiana de la comunidad.

Has incluido algunos dibujos y escritos de niños. ¿Cómo fue la experiencia de trabajar con ellos?

Esto lo empecé a hacer hace poco y me gustó mucho. Lo que les digo a los niños es que me dibujen Xoco. Hay un dibujo que hizo una niña, por ejemplo, en el que aparece la Torre Mitikah y detrás está el sol. Y ahí hay algo interesante porque muchas veces la gente identifica el edificio con algo que les tapa el sol, pero al mismo tiempo es el reflejo del sol en los vidrios, que genera un calor avasallante. En general, la gente ve el edificio como algo negativo, algo invasor, algo que va completamente en contra de su forma de vida.

¿De las historias que escuchaste en las asambleas vecinales, hubo alguna que te llamó particularmente la atención?

Recuerdo el testimonio de un señor que se llama Francisco Pérez Gómez, nativo de Xoco. Estábamos en una reunión de personas longevas, y lo que decía era que ya se quería ir. Estaba tan arraigado que le dolía. Me hablaba de su huerta, de sus frutas. Xoco significa: “lugar donde crecen los tejocotes”. Recordaba su infancia. Y decía que ya estaba muy cansado, que quería vender todo e irse a otro lugar. La gente le decía: “no te vayas, tenemos que seguir la lucha”. Y pues sí, es muy triste. 

Los vecinos más longevos recuerdan que antes pasaba por ahí el río Churubusco y que en los 70s fue entubado y reemplazado por una avenida que le da vuelta a toda la ciudad. Es muy fuerte que todos recuerden que iban ahí con sus familias, de pequeños, a jugar o a ver la venida del río. Xoco es un pueblo muy antiguo que siempre estuvo alejado de la urbanidad. Pero a partir de los 60s la expansión de la ciudad lo fue alcanzando y ahora ha sido atrapado completamente. Las callecitas que todavía mantienen la identidad de barrio ya son muy pocas.

¿Consideras que estas personas pueden mantener sus costumbres en estas circunstancias?

Creo que se aferran a las tradiciones porque son muy conscientes de lo que está pasando. 

Los momentos clave en los que el pueblo afirma su identidad son las fiestas patronales que se celebran el día de San Sebastián Mártir y el Santo Jubileo. En esos días de fiesta todo el pueblo sale a las procesiones. Hay comidas en todas las casas y en la noche la gente sale a ver los toritos y a bailar. Son los días en los que sientes que todavía estás en Xoco y no en cualquier calle de la ciudad de México. 

Esta historia es muy visual por las circunstancias específicas: es uno de los edificios más grandes de Latinoamérica y abajito está este pequeño pueblo que al final del día sigue resistiendo. La mayoría de las personas que luchan son mayores, pero también hay jóvenes interesados en conservar la cultura local, como Tadeo, un niño que conocí, muy devoto de San Sebastián Mártir. A pesar de todos los esfuerzos para borrarlo, Xoco sigue existiendo. Me gustaría que mi trabajo contribuya a preservar la memoria de este pueblo que luchó y resistió.