Campesinos mambeadores: la reivindicación del consumo tradicional de hoja de coca
En el Cauca, en Colombia, mambear o mascar la hoja de coca es una tradición que no es exclusiva de las comunidades indígenas. Los campesinos del sur del departamento, especialmente del municipio de Bolívar, eran conocidos como los bolsiverdes, porque era común verlos con una pequeña jigra o mochila tejida con hilos de algodón o fique que con el tiempo, de tanto meter y sacar hojas de coca tostadas y mambe, se iba tornando verde. La coca de esa zona era comercializada y apreciada en otras regiones del mismo departamento.
Con el inicio de la guerra contra las drogas en el país, fomentada por la inclusión de la hoja de coca en la Lista I de la Convención Única sobre estupefacientes de la ONU, el cultivo y consumo de esta planta fue criminalizado. Algunos años después el estado tuvo que reconocer el derecho a mambear o mascar hoja de coca como tradición cultural a comunidades indígenas del Cauca, la Sierra Nevada de Santa Marta, Putumayo y Vaupés. Sin embargo, excluyó a las comunidades campesinas de las mismas zonas.
Herney Ruiz es un líder campesino del corregimiento de Lerma en Bolívar, Cauca. A los 15 años se vinculó a la organización de su vereda pues le tocó “padecer todo lo que tiene que ver con la política de drogas, toda esa persecución”. La criminalización no distinguía entre campesinos cultivadores de hoja de coca para mambeo tradicional de aquellos que para el 78 empezaron a sembrar la hoja con fines de procesamiento de cocaína. Fue en ese año y hasta el 83 que se dio la gran bonanza cocalera en todo el país. En Lerma esto implicó una serie de cambios: en el uso de la tierra, en la forma de relacionarse con la planta, pero sobre todo ante la llegada del narcotráfico.
Con la bonanza llegó la violencia que se agudizó hacia el 83, e inició un proceso de intensificación que duró al menos 5 años más. Según investigaciones realizadas por Fabián Sevilla, estudiante de antropología de la Universidad del Cauca, para los pobladores del lugar lo que sucedió es “que la gente «perdió el sentido de la vida». Cuentan que con la bonanza la gente compró armas, vehículos y otros objetos, y en las cantinas se empezó a hacer muy común que se dieran asesinatos por «envidia», o «malos negocios»”. De cualquier manera, la forma de atender la situación fue mediante la organización comunitaria.
Ahí fue cuando Herney inició su camino para convertirse en líder. Cuenta que con los mayores decidieron encontrarse de manera clandestina para discutir lo que estaba sucediendo. Se reunieron con un joven lermeño que acababa de graduarse de la universidad, Walter Gaviria y en esas reuniones decidieron empezar creando un colegio pensado desde tres pilares básicos: la proyección comunitaria, la educación para jóvenes y adultos y el fomento y reivindicación de la cultura campesina. Desde 1990 hasta el 2000 lograron reducir a cero las muertes violentas en su territorio. Con la creación del colegio se inició el proceso de constitución del Territorio de Paz y Convivencia que en el 2013 fue reconocido mediante un decreto municipal.
Cecilia Paredes
Cecilia Paredes
Una de las formas de lograr el tercer pilar sobre el que se constituyó este territorio fue mediante el rescate de los usos tradicionales de la hoja de coca, tanto medicinales como nutricionales. La gente de Lerma junto a la fundación Tierra de paz inició hace varios años el trabajo de investigar y desarrollar proyectos alrededor de la producción y uso de la harina de hoja de coca. Hace dos años crearon el Reto coca con el cual reunieron a cocineros de diferentes partes de Colombia para explorar el uso de la hoja y la harina en la cocina colombiana, juntos “lograron crear más de 20 recetas” para resignificar, resaltar y revalorar el significado de la planta de coca en el país y el mundo.
¿Usted recuerda haber mambeado hoja de coca o cómo la consumían cuando era niño?
En la familia siempre han sido mascadores de coca y elaboradores de una piedra o cal, que es para mascar la hoja de coca, el mambe le llamamos. Uno miraba que los mayores mascaban, pero mi primer acercamiento de niño fue cuando tenía cinco años. Recuerdo que mi mamá me llevó a visitar a su abuela y ella me dio un hervido de hoja de coca con queso que me pareció muy rico. Luego, el siguiente recuerdo es cuando tenía 6 años y tenía un dolor de estómago y lo que hizo mi mamá fue mandarme a mascar hoja de coca. Yo crecí en una familia de mambeadores y productores de mambe, pero solo le puse cuidado a eso cuando iniciamos el proceso de Territorio de Convivencia y Paz de Lerma en 1988.
¿Qué pasó en ese momento?
En la década del 80 vivimos la bonanza cocalera y luego una oleada de violencia, toda esa persecución tanto entre nosotros mismos, pero también por parte del Estado por la política de drogas. En esa época encarcelaron a nuestra gente, sobre todo a nuestros mayores. Así que iniciamos un proceso organizativo, el profesor que se craneó todo esto fue Walter Gaviria egresado de la Universidad del Cauca y nos invitaba a las reuniones. Ahí nos decía que no teníamos que sentir vergüenza por ser lo que éramos: campesinos con una cultura y un conocimiento válido, aunque no hubiéramos ido a las universidades, y que eso era lo que lo que lo que caracterizaba a un territorio.
Ahí me tocó aprender a mascar hoja de coca. Me di cuenta de que si me sentaba a mambear los abuelos contaban, si yo no mascaba hoja de coca solo hablaban entre ellos. Yo quería aprender de dónde venía, por qué teníamos esa tradición siendo campesinos de mascar coca; cómo era una mambeada de coca, por cuánto tiempo, para qué se hacía.
¿Cómo fue el momento de la bonanza cocalera del 78 al 83?
En la década de los 70, por ahí en el 75, llegaron los Cuerpos de paz, eran norteamericanos. Ellos vinieron a enseñar el proceso de transformación de la base de coca. Yo los alcancé a ver, eran personas muy altas, de ojos azules, y pelo rubio, hablaban algo que nosotros no entendíamos.
Mi familia ha sido mambeadora y comercializadora de mabe y hoja de coca tostada. Eso es importante porque nos diferencia de otros campesinos que cultivan la hoja hoy, nosotros veníamos de una ascendencia yanacona. Mire, nosotros llevábamos la hoja tostada a Almaguer y de ahí se enviaba a San Agustin. En el 78, 79 mi tía vendía una libra de hoja de coca tostada, o sea, había que cosechar tres libras para obtener eso y tostarla en una olla de barro, en ese momento la libra valía 5 centavos (aproximadamente $100 pesos actuales). En el 80, cuando llegan los Cuerpos de paz, ellos pagaban a 50 centavos la libra de hoja cruda. Para finales del 81 ya valía 500 pesos ($112,000 pesos actuales).
Eso hizo que llegara mucha gente de otras partes de Colombia a sembrar hoja de coca. Pero también que se dejara de cultivar y de producir otras cosas, nosotros llegamos incluso a comprar leña en otros municipios. Además, llegó el alcoholismo, las armas. Eso implicó que después de la erradicación del 83, la gente intentara otras formas de vida pero con las armas y la violencia se intensificó. En el periodo del 83 al 87 murió, de forma violenta, casi la cuarta parte de la población de nuestro territorio.
Cecilia Paredes
Cecilia Paredes
¿Ustedes lograron desmarcarse o separarse de los cultivos de uso ilícito de la hoja de coca?
Eso absorbió a nuestras comunidades y tiene absorbido todavía a nuestro territorio, hoy con más fuerza. ¿Cómo hicimos? La misma política de drogas cuando comenzó a fumigar y a erradicar ha hecho que las comunidades se tengan que desplazar hacia las capitales. Llegó un momento en que algunas familias que hoy conforman lo que llamamos escuela agroambiental nos agarramos a pensar: entonces nos vamos y a dónde nos vamos y si nos vamos, qué vamos a hacer, nosotros no estamos preparados para vivir en una ciudad. Mucha gente empezó a irse, se cerraron algunas escuelitas, el pueblo empezó a quedarse cada vez más solo. Ahí nos dimos cuenta de que la única forma de resistir era volviendo a nuestra esencia: lo primero que hay que hacer es seguir sembrando coca porque nosotros tenemos menos de un cuarto de hectárea de tierra; lo segundo es no llegar al monocultivo y lo tercero es poder mantener nuestras semillas nativas.
A la par que se creó el Territorio de convivencia y paz nace una organización en lo que es Macizo Colombiano que es el Comité de Integración del Macizo Colombiano (CIMA) que reivindica los derechos de la comunidad campesina. Ahí comenzamos a pelearnos algunas apuestas y algunos mandatos, no solamente los lermeños, sino todos los que hicimos parte de la organización. Entre esos mandatos estaba la dignificación del cultivo tradicional de hoja de coca.
Hoy no se ha acabado el cultivo de coca para narcótico pero en medio de eso nosotros logramos con un ejercicio tan pequeño algo más grande. En las décadas del 80, 90 si se hablaba de coca era del campesino que es narcoterrorista. Cuando se hablaba de comunidades de coca no se reconocía al campesino y mucho menos al habitante urbano que venía de culturas del campo mascara, utilizara o conociera la hoja de coca. Ahora sí.
Claro, se pensaba y aún se piensa que mabear es una actividad exclusivamente indígena, y de hecho, de unos pueblos en particular.
Sí, entonces, en esas discusiones en el CIMA y en los espacios con nuestros compañeros indígenas, decíamos bueno, entonces la comunidad de la vereda mía conocemos el mambeo, tenemos toda una cultura y no somos indígenas. Entonces, nosotros ¿qué somos? Nosotros nacimos también con la coca.
Esas discusiones nos llevaron a defender y dignificar el uso de la hoja de coca tradicional en comunidades campesinas de origen indígena. Ahí empezamos esa lucha de dar a conocer al país que habían otras expresiones culturales en Colombia que mascaban la hoja de coca y la usaban en la medicina tradicional.
¿Ahí es cuando aparece la Alianza Coca para la Paz?
En el paro del 99, en el Cauca estuvimos 26 días en movilización. Una de las cosas que hablábamos era de la importancia de descentralizar la educación. Ahí le pusieron el reto al CIMA y la organización trajo a unos profesionales, entre esos a Dora Troyano. La encontré en un taller enseñando a hacer harina de hoja de coca entre el 2001 y el 2002. Y la invité a nuestro territorio, ella hizo un taller con 20 personas y nos enseñó una forma diferente de hacer harina y a hacer unos panes, pero en esa época nos quedaban durísimos y unas galletas que partían dientes.
A partir de eso iniciamos una hermandad con ella y continuamos las exploraciones. En el 2016 ella invitó al Sena a investigar la hoja de coca para la preparación de abonos líquidos y sólidos. En medio de esas capacitaciones ella invita a 20 chefs a que vieran nuestro consumo de la hoja también en la alimentación y con ese grupo, la fundación Tierra de Paz, liderada por Dora y la gente de Lerma empiezan a desarrollar recetas y platos gourmet para grandes restaurantes. Eso se constituyó en el Reto coca, ahora ya hay un recetario, hay un plato llamado, por ejemplo, el brownie Lerma.
¿Qué viene a futuro para el territorio?
Es muy difícil competir con la coca para narcótico por todo lo que eso significa. Pero a futuro es seguir: primero tratando de que ojalá algún día se nos dé el reconocimiento para no ser perseguidos por ser cultivadores de hoja de coca para la vida, como decimos nosotros. Dos, es seguir investigando, promocionando y mejorando lo que estamos haciendo, porque lo que nosotros hacemos acá ha sido con las uñas y con mucho amor. Queremos crear una casa museo de la hoja de coca, también queremos tener una biofábrica de preparación de abonos líquidos y sólidos, que la comunidad sea la escuela. Que nosotros sigamos cultivando y produciendo, por ejemplo, la harina y que nosotros mismos seamos los comercializadores. Mi sueño también es que se reconozca el valor nutricional de la hoja de coca, eso evitaría tanta desnutrición.