Julio de 2020. América Latina es el foco de la pandemia de Covid-19. Varios países de la región registran algunas de las tasas de infección per cápita más altas del mundo. Las perspectivas humanitarias y económicas son tremendas: en un informe, la ONU advirtió que además de las muertes por coronavirus se espera que el desempleo pase del 8,1% al 13,5% y 45 millones de personas entren en la pobreza. El PIB de la región se contraerá un 9,1%. Será la caída más grande en un siglo.
Cuando el nuevo coronavirus avanzaba por Europa pero apenas llegaba a América Latina, nueve fotógrafos y nueve fotógrafas latinoamericanos empezaron a trabajar en COVID LATAM, un proyecto colectivo que busca llevar un registro entre documental y periodístico de la pandemia en el continente.
Sebastián Gil Miranda –fotógrafo argentino nacido en París– los convocó porque consideró que con el virus recién llegado a Latinoamérica era una buena manera de acompañarse en el aislamiento, estando, dice, “juntos a la distancia”.
“No hay modo de hacer un abordaje regional de manera individual, porque la pluralidad de voces y de miradas genera un enorme plus, una potencia que trasciende”, explica. Tenía una experiencia previa como antecedente, un proyecto colectivo que mostraba el “otro lado” del Mundial de Fútbol 2014 y los Juegos Olímpicos 2016 en Brasil.
Comenzaron subiendo fotos individuales y creando entramados, construyendo narrativas colectivas. Después decidieron sumar historias que cada uno de ellos estaba desarrollando, para tener una perspectiva más profunda. “Sentimos que había que contar algo más”, explica Sebastián.
“La foto suelta en sí misma se quedaba corta y también está bueno contar el desarrollo de los trabajos que venimos haciendo cada uno de nosotros”. Durante tres o cuatro días, cada fotógrafo o fotógrafa hace un “take over” de la cuenta y publica su trabajo. La idea es que cada uno pueda desarrollar su propia narrativa visual para construir así una narrativa coral a partir de sus diferentes miradas. Un día a la semana publican el trabajo de colaboradores externos al colectivo, una forma de hacer el proyecto más inclusivo y participativo.
El resultado es un enorme retrato coral de la pandemia en Latinoamérica, construido a partir de imágenes que narran el encierro, la muerte y la desesperación pero también la esperanza, el encuentro, la intimidad familiar: una mujer que lee en la cama, una madre con su bebé en la bañera, la mano que sostiene la estampita del santo junto a la vela, el hombre que talla los féretros, el barbijo usado que cuelga el espejo de un auto, una boda con tapabocas y vestido blanco.
Todas son postales de una crisis sanitaria y social que agarró al mundo de imprevisto y golpeó a América Latina con la fuerza de un tsunami; imágenes que aunque resuenan con escenas de otras partes del mundo, no pueden ser otra cosa que profundamente latinoamericanas.
“Hay dos aspectos que fueron fundamentales para armar el colectivo: uno es la igualdad de género y el otro es la voz colectiva, esa voz que se construye y que no hay forma de lograrla de manera individual”, explica Sebastián. Es más que una elección formal: “Pensamos que de esta situación se sale de manera colectiva y de la crisis también”.
Cada foto va acompañada de un pequeño relato, muchas veces en primera persona. “Si bien apuntamos a las situaciones duras y desde los contextos más vulnerables, también nos interesa que esté vinculado a la posible reconstrucción, a la vida, lo que queda y a la posibilidad de reflexionar y entender que no estamos acá por casualidad”, dice Sebastián.
“Hay toda una crisis de desigualdad social muy grande, un gran maltrato al medioambiente y esta crisis es un llamado de atención que nos toca más de cerca con respecto a la cuestión climática, que todavía no termina de explotarnos en la cara. Intentamos que el proyecto nos permita ver si podemos salir de acá un poquito mejor de cómo entramos”.