El debut cinematográfico del pueblo chimán
Chatdÿe Tsimane es un documental que cuenta la historia del pueblo chimán de Maraca’tunsi, una de las pocas comunidades indígenas de la Amazonía boliviana que aún vive íntegramente de la naturaleza: dependen del bosque para subsistir y, a la vez, el bosque depende de ellos para conservar sus ecosistemas vivos. Rodado y editado colaborativamente por el fotógrafo Manuel Seoane y miembros de esta comunidad, es el primer filme en el que los chimanes se ven representados y en el que deciden por sí mismos lo que desean mostrar.
Por Alonso Almenara
La palabra “pariente” guarda cierto misterio en el título del documental Chatdÿe Tsimane (Pariente Chimán), hecho colaborativamente por el fotógrafo Manuel Seoane y la comunidad chimán de Maraca’tunsi, originaria del departamento de Beni, en la Amazonía boliviana. Parece aludir a una cercanía o afinidad: ¿acaso la del documentalista con el pueblo que retrata la película? Pero “parientito” es también la fórmula que usan otras comunidades indígenas de la zona, como los moveños y los mojimas, para referirse a los chimanes, que consideran sus inferiores. A diferencia de éstas, el pueblo chimán conserva intactos sus modos de vida tradicionales: se dedican a la caza, la pesca, la siembra y la recolección para subsistir. Con una población de cerca de 17.000 habitantes, son los principales defensores del bosque en una región de la Amazonia codiciada por la industria maderera. Llamarse a sí mismos “parientes” es tal vez una forma de reivindicación. Es decir: no somos menos. Y aunque no lo quieran, estamos conectados.
Financiado por el Fondo del Programa de Exploradores de National Geographic, el mediometraje de 86 minutos se estrenó en junio del año pasado en salas de cine, museos y centros culturales de Bolivia. “Ahora estamos postulando a festivales, pero el objetivo final es subir la película a YouTube”, dice Manuel. “Porque si no se ve, no sirve de nada, ¿verdad?”.
El trabajo del fotógrafo paceño sobre temas indígenas y ambientales llegó a las rondas finales de World Press Photo en 2019 y 2022. Además de ser parte de la plana de exploradores de National Geographic, es becario de Reuters y del Pulitzer Center desde 2018. A sus 39 años, se considera más periodista que fotógrafo: “la foto es mi herramienta, pero rescato del periodismo la misión de mostrar realidades de manera fiel. Y creo que la mejor manera de hacerlo es cederle la palabra lo más posible a los sujetos que uno quiere documentar. Mi método de trabajo es ése: no voy con una idea preconcebida de lo que voy a contar, sino que me acerco a las personas, les pregunto qué es lo que quieren decir, y a partir de eso hay una reflexión mutua y ahí se crea la historia”.
Con Chatdÿe Tsimane saltó de la fotografía al cine —una decisión que aún le causa cierto vértigo— pero siguiendo el mismo principio. “Yo he estado trabajando mucho en comunidades rurales indígenas en proyectos documentales de diversa índole: con la minería ilegal en el Parque Nacional Madidi, al norte de La Paz; con la deforestación y la quema de bosques en la Chiquitanía. Y lo que siempre he visto es que la resistencia a estos fenómenos solo ocurre ahí donde hay presencia humana y local”, comenta. “Hay una cosa del enraizamiento, de decir: yo soy de aquí y esto es lo único que le voy a dejar a mis hijos y a mis nietos. Porque al final si no estás ahí, ¿a quién le importa?”.
Manuel entiende que para ellos, para los chimanes, el bosque es su casa y esto lo entienden de una manera personal. “Ellos no hablan de cambio climático o de extractivismo, pero entienden que si una maderera llega y empieza a tumbar los árboles, los animales se escapan y ya no tienen qué cazar. Entienden esto desde un efecto directo a su forma de vida”.
“De ahí Santos me dijo: ‘oye, ¿no se puede ver lo que hemos filmado?’. Lo probamos y eso sí que les fascinó, verse a ellos mismos en pantalla grande. Armé un primer corte de la película, se los mostré y también les gustó. Fue interesante, porque había una escena de borrachera. Y le pregunté a Santos si no le parecía que mostráramos eso. Y me dijo: ‘no me gusta, pero es verdad. Está bien que lo muestres’. Entendieron que podían usar el documental para hablar de esos problemas, para reflexionar sobre su vida.”
¿Qué fue lo que te inspiró a embarcarte en este proyecto?
Conocí a la comunidad chimán de Maraca’tunsi el 2020. Gracias al apoyo del Rainforest Journalism Fund y el Pulitzer Center, la periodista Karen Gil y yo hicimos un reportaje sobre la deforestación que existió en la zona en los años 90. Así nos enteramos de la historia de esta comunidad que habita el Bosque de Chimanes, y que es la única que se encarga realmente de protegerlo. Pero el reportaje trataba específicamente de la problemática maderera; una vez completado, me hice bien amigo de ellos y pensé que sería interesante retratar la vida de estos guardianes del bosque, mostrando la importancia del papel que juegan para la sostenibilidad de todo ese ecosistema. Fue ahí que le propuse a Santos Canchi, el corregidor de la comunidad, hacer un trabajo documental más grande sobre ellos y él aceptó encantado.
Pero mi idea inicial era hacer un fotolibro, que es el soporte más completo al que la fotografía documental puede apuntar: porque queda en el tiempo y porque ahonda en un tema, no solo a partir de imágenes sino también de un testimonio escrito. A Santos no le gustó mucho el concepto, y luego entendí las razones: en primer lugar, ellos hablan muy poco el español, por lo que leerlo se les iba a hacer imposible. Y además el libro es algo que, si bien a los lectores nos gusta, no es necesariamente muy atractivo para el público en general. Entonces Santos me dijo: “¿pero tu cámara filma, no?”. Le respondí que sí. “Pues hagamos una película”, propuso. Yo sabía que no era algo tan simple, pero acepté.
¿Habías hecho películas antes?
Hace años trabajé en un par de producciones audiovisuales en las que hice foto fija y asistencia de fotografía. Antes había hecho algunos ejercicios en video durante mi formación en fotografía documental en una escuela en Dinamarca. Entonces sabía usar la cámara y tenía nociones de cómo editar, pero hacer una película como tal, pues no.
Pero me gustó mucho la idea porque, a diferencia del libro, una película —hecha, desde luego, en chimán— la iba poder entender tanto un niño como un anciano de la comunidad, y ellos sí que no hablan una palabra de castellano. Es decir, comprendí que todo debía ser hecho en su lengua porque el producto era para ellos.
Obviamente, queríamos que la película pudiera llegar también a otras audiencias llevando un mensaje, pero lo que más me atrajo de esto es que era un proyecto que ellos querían hacer.
Cuéntame de la experiencia de trabajar con ellos.
Como yo no soy cineasta, le dije a Santos: “esto va a ser un experimento. Entonces hagámoslo juntos”. Porque si al final era decisión de ellos, por qué no involucrarlos activamente. Tuve la suerte de que unos años antes había trabajado dando clases de fotografía para niños en una escuela aquí en Bolivia, y que me habían quedado seis cámaras digitales a disposición, así que las llevé a la comunidad.
Obviamente, yo como fotógrafo sé manejar la cámara y la composición, pero no tenía idea de cómo es que ellos iban a recibir este material, por ahí que ni les interesaba. Pero ocurrió que, debido a la pandemia, los niños de la comunidad no estaban teniendo clases en esa época y tenían mucho tiempo libre. Con Santos decidimos aprovechar eso y esos niños fueron los primeros a los que les enseñé a usar las cámaras. Al principio, claro, dudé mucho. No sabía si iba a funcionar.
¿Y funcionó o hubo resistencia?
Funcionó muy bien. Se engancharon muy rápido a las cámaras. Los niños tienen mucha intuición. Ellos viven de aprender cosas, y todo su aprendizaje es a partir de la experiencia. Con las cámaras fue lo mismo. Yo básicamente les enseñé a encender el aparato y les dije cuál era el botón para grabar. Después ellos venían y ya sabían hacer zoom, sabían hacer fotos, seguramente hurgaban todo hasta encontrar para qué servía. Fue maravilloso.
Además ocurrió otra cosa muy buena. Llevé a la comunidad una proyectora pequeñita, porque dije: ya que vamos a hacer cine y ellos nunca han tenido esa experiencia, o han visto muy pocas películas, por qué no acercarles el lenguaje del cine, para que tuvieran más herramientas para imaginar lo que podíamos construir juntos. Y como la mayoría no hablaba español, llevé películas mudas de Chaplin. Les gustó muchísimo.
De ahí Santos me dijo: “oye, ¿no se puede ver lo que hemos filmado?”. Lo probamos y eso sí que les fascinó, verse a ellos mismos en pantalla grande. Ahí se empezaron a conectar con la película. Si al principio solo había algunos niños y un par de adultos que manejaban las cámaras, luego de esa proyección toda la comunidad me empezó a pedir los aparatos, incluidas las mujeres, que eran las más tímidas.
¿Qué era lo que les interesaba grabar?
Al principio era un juego: básicamente estaban descubriendo el audiovisual. Pero después les decía: “el Chimán no está solo haciendo chistes, ¿cierto? Por ejemplo, ¿qué has hecho hoy?”. “He ido a cazar”, me respondían. “Pues bien”, les digo, “la cacería es algo elemental de la vida chimán. ¿Por qué no graban eso?”. Al día siguiente empezaron a filmar la siembra, la cosecha, la pesca; es decir, empezaron a entender que este era un trabajo que les permitía mostrarse como son.
Ahora, yo no tenía claro cómo íbamos a empalmar todo este material, pero estaba decidido a que ellos también participaran en la edición. Y la solución que encontré fue usar las proyecciones diarias para anotar el footage que más les gustaba. Luego junté todos esos archivos filtrando el material redundante, lo monté en una secuencia de dos horas y se las hice ver. Al final de la sesión les pregunté si había algo de ese footage que no querían mostrar, si les parecía denigrante o negativo, pero me dijeron que todo les había gustado.
A partir de ese material armé un primer corte de la película, se los mostré y también les gustó. Fue interesante, porque había por ejemplo una escena de borrachera, de cuando ellos salen a la ciudad, reciben dinero y se lo chupan. Es algo que no se ve tan bien, en realidad. Y le pregunté a Santos específicamente si no le parecía que mostráramos eso. Y él me dijo: “no me gusta, pero es verdad. Está bien que lo muestres”. Entendieron que podían usar el documental para hablar de esos problemas, para reflexionar sobre su vida. Y fue muy bonito ver en ellos ese proceso de reflexión.
¿Cómo fueron las reacciones de la comunidad chimán al ver el resultado final?
La premiere no se dió en la comunidad porque no existían las condiciones para hacer una proyección con esas características. Fue en San Ignacio de Moxos, que es la ciudad donde ellos salen cuando salen a la ciudad. Hicimos una proyección en el cabildo indígena, que es una institución creada para tener un espacio de representación de las comunidades, y fue bellísimo. Ellos estaban felices.
De alguna manera, dentro de las mismas comunidades indígenas, el chimán suele ser visto negativamente porque tiene menor contacto con la ciudad que otras comunidades. Los mismos indígenas movimas o los mojeños, que ya tienen una relación mucho más mercantil con la tierra y con el Estado, los tratan con condescendencia: les dicen los ‘parientitos’, para disminuirlos. Es decir, los siguen viendo a través del prisma de una herencia colonial. Pero el día de la premiere, gente de esas mismas comunidades que había ido a ver la película me decía: ‘yo no sabía que los chimanes eran así’, porque siempre los ven calladitos. Pues claro, están calladitos porque no hablan muy bien castellano.
Yo he sentido que ellos han visto esto con mucho orgullo, el hecho de estar representados en la pantalla grande. Es la idea de que ya no es solo Superman y los personajes de cómics, yo también puedo estar ahí. Eso ha sido lo más bonito.
E·CO/23]
Este trabajo es una de las inspiraciones de E·CO/23], la nueva edición de nuestro encuentro de colectivos fotográficos, que este año tendrá como ejes temáticos: Ecologías, Territorios y Comunidades.
A través de esta convocatoria, nos interesa reunir historias que hablen de desarrollo sostenible, movimientos comunitarios y modos de habitar la tierra en comunidad para lograr nuevas narrativas construidas desde la pluralidad de la creación colectiva.
Cada proyecto seleccionado recibirá un apoyo de 5.000 euros para su producción. Los proyectos pueden ser presentados por colectivos ya existentes o por grupos de personas que trabajen en colaboración para este proyecto, de forma interdisciplinar.
Los grupos seleccionados participarán en un proceso colectivo de producción y reflexión que contará con un acompañamiento pedagógico junto a especialistas en las temáticas.
Una vez finalizada la etapa de producción se presentarán los resultados del proyecto en una o varias exposiciones que pueden itinerar y en las plataformas digitales de Fundación VIST, de la AECID, y de los Centros Culturales de España participantes o de las instituciones que éstos designen. De ese modo se busca consolidar redes para la creación y circulación de narrativas visuales en el territorio iberoamericano.