Entrevistas
Misha Vallejo
Amazonas -
mayo 16, 2023

Mirar el mundo como un niño kichwa

Secreto Sarayaku es un proyecto transmedia que explora la vida cotidiana y la cosmovisión del pueblo kichwa de Sarayaku, originario de la Amazonía ecuatoriana. Conversamos con Misha Vallejo, coautor del trabajo, sobre el aspecto colaborativo de este experimento creativo realizado en tándem con los habitantes de la comunidad.

Por Alonso Almenara

Para ser un trabajo centrado en el pensamiento de un pueblo originario de la Amazonía, Secreto Sarayaku llama la atención, en primer lugar, por su experimentación con formatos, tecnologías y plataformas: el proyecto se compone de una página web, un fotolibro, un podcast y una exposición que se presentó entre noviembre de 2020 y marzo de 2021 en el Centro de Arte Contemporáneo de Quito. Es un ambicioso conjunto realizado de manera colaborativa por el fotógrafo Misha Vallejo y el pueblo originario kichwa de Sarayaku: las imágenes de Vallejo se combinan con textos de la declaración del “Kawsak Sacha” (Selva Viviente), donde los Sarayaku presentan su cosmovisión y formulan demandas políticas, en nombre suyo y en el de la naturaleza.

Este pueblo está ubicado en la provincia de Pastaza, al nororiente de Ecuador, en el curso medio de la cuenca del río Bobonaza. Es un territorio de gran tamaño —tiene aproximadamente 135 mil hectáreas— pero está ocupado en un 95% por bosque primario, con una alta biodiversidad. Ahí se distribuyen siete centros comunitarios kichwa. 

No es la primera vez que Vallejo se embarca en un trabajo colaborativo: este enfoque está presente en proyectos como Estados foráneos (2012-2013), Manta Manaus (2015), Al otro lado (2015) y Siete punto ocho (2018). Pero Secreto Sarayaku es el trabajo en el que el fotógrafo ecuatoriano ha llevado más lejos este principio, desdibujando los bordes de su propia autoría para lograr una obra representativa de un pueblo afamado por expresar con claridad sus intereses y hacer valer sus derechos.

El nombre de Sarayaku dio la vuelta al mundo en 2012, cuando la comunidad y sus líderes crearon un antecedente histórico en la región al enfrentarse al Estado ecuatoriano, exigiendo que se detengan las actividades de explotación petrolera que la empresa argentina Compañía General de Combustibles mantenía en su territorio, sin autorización de la comunidad. La Comisión Interamericana de Derechos Humanos declaró que el derecho de propiedad de la comunidad, su identidad cultural y su supervivencia habían sido violados y ordenó el cese de la actividad petrolera, además de medidas para reparar el impacto ambiental. 

El origen de Secreto Sarayaku se remonta a 2015, cuando Vallejo se enteró de una convocatoria para proyectos artísticos de la Asociación Humboldt / Centro Goethe de Quito, que buscaba promover la creación de obras que reinterpretaran la filosofía kichwa del buen vivir. Él tiene 38 años y nació en Riobamba. “Empecé en la fotografía tarde, haciendo fotoperiodismo”, cuenta. “Luego me he decantado por la fotografía documental: los trabajos que más me apasionan tienen que ver con el medio ambiente y la identidad. También me interesa trabajar lo que se ha dado a conocer como ‘narrativas glocales’, aquellas historias súper locales que al mismo tiempo ejemplifican cosas que pasan en el mundo entero. Secreto Sarayaku estaría dentro de esa categoría”. 

Después de una investigación de cinco años, yendo y viniendo de Sarayaku, el fotógrafo ecuatoriano presentó un trabajo que intenta capturar la vida diaria en esta comunidad, su filosofía ancestral y la convivencia de sus tradiciones con la influencia del mundo occidental, moderno y urbano. La idea exotizante de un pueblo amazónico aislado del exterior se rompe en fotografías que exploran, por ejemplo, la relación de los habitantes de Sarayaku con las tecnologías de la comunicación o su vocación por el activismo digital.

La curadora y crítica de arte ecuatoriana-salvadoreña Ana Rosa Valdez ha descrito este trabajo como “uno de los proyectos más sólidos de la fotografía contemporánea en el Ecuador”. En palabras de la experta, es “un homenaje a los seres que resisten en la Amazonía, que afirman su existencia a contracorriente del signo extractivista que imponen las fuerzas estatales, empresariales y de una sociedad urbana que, cómplice o cínicamente, impone con sus formas de vida una lógica sacrificial a los ecosistemas y territorios selváticos. Es un homenaje que celebra la autodeterminación de los pueblos amazónicos”. 

En esta entrevista, conversamos con Vallejo sobre el aspecto colaborativo de su trabajo, acompañando el texto con una serie de retratos suyos de niñas y niños de la comunidad de Sarayaku intervenidos por ellos mismos. En la exposición de 2020-21 en el CAC de Quito, estas imágenes colgaban suspendidas en un panel de madera, cayendo como lluvia. Para verlas —observa una reseñista de Artishock—, era necesario inclinarse ligeramente, como quien hace una reverencia.

 

“[Los kichwa] me preguntaron: ¿qué vas a dejar a la comunidad a cambio? En toda mi carrera, y lo digo con vergüenza, nunca había pensado en eso. Ellos fueron muy claros conmigo: el hombre occidental lleva siglos yendo a comunidades indígenas para obtener conocimiento o réditos. Van para extraer de las plantas compuestos que patentan y venden sin dejar nada a las comunidades. Y los antropólogos y documentalistas hemos repetido ese esquema: extraemos conocimiento con el que obtenemos prestigio.”

¿Cómo te involucraste con el pueblo de Sarayaku?

Sentía curiosidad por esta comunidad que en 2010 obtuvo mucho reconocimiento luego de enjuiciar al gobierno de Ecuador, y que ganó la batalla legal dos años más tarde. Creo que era la primera vez que una comunidad indígena le ganaba un juicio de esa envergadura a un gobierno nacional. Me interesaba mucho conocerles y por esa razón, cuando surgió la convocatoria de la Asociación Humboldt, propuse un proyecto en torno a la filosofía kichwa del buen vivir. Es una filosofía ancestral que nació en comunidades kichwas pero que luego fue apropiada por el gobierno de Rafael Correa, que la convirtió casi que un eslogan de campaña. De modo que en la sociedad ecuatoriana llegó a estar mal visto hablar de ello, lo que me parecía absurdo.

En el 2015 pude finalmente viajar a Sarayaku. No fue fácil el ingreso porque es una comunidad que funciona como un Estado: tiene presidente, vicepresidente, un cuerpo de gobierno conformado por curacas, e incluso un departamento de comunicación y uno de biología, que son como ministerios. Es bastante burocrático y necesitas un permiso para entrar. Pero el proceso de admisión fue muy interesante, porque además de las preguntas obvias de tipo “¿quién eres?” y “¿qué vas a hacer”, me preguntaron algo que me dejó pensando largamente: “¿qué vas a dejar a la comunidad a cambio?”.

En toda mi carrera profesional, y lo digo con vergüenza, nunca había pensado en eso. Ellos fueron muy claros conmigo: me dijeron que el hombre occidental lleva siglos yendo a comunidades indígenas para obtener conocimiento o réditos. Por ejemplo, van a la selva para extraer de las plantas compuestos que después patentan y venden sin dejar nada a las comunidades. Lo mismo pasa con el petróleo, los minerales, la madera. Y los antropólogos y documentalistas hemos repetido ese esquema: extraemos conocimiento con el que obtenemos prestigio. 

Lo que les dije, luego de pensarlo un rato, es que yo soy fotógrafo y que les podía dejar a cambio mi trabajo fotográfico para lo que necesitaran durante mi estadía. Y fue lo que hice: el primer día me pidieron hacer fotos para un catálogo de plantas medicinales que estaban preparando. Ese día aprendí muchísimo sobre botánica. Y a partir de entonces he estado viajando a Sarayaku, hasta el 2021, que fue la última vez que fui, y recuerdo que hicimos unos talleres de foto para niños. 

Estos viajes me han dado la posibilidad de estrechar lazos con la comunidad, especialmente con José Miguel Santi, que fue quien me recibió y que ahora es el jefe de comunicaciones de Sarayaku. Hemos forjado una amistad y debo decir que él tuvo un rol esencial en el proyecto, pues hizo muchas de las entrevistas que aparecen en la página web. Las hizo en kichwa, algo que yo no podría haber hecho.

¿De dónde vino la idea de hacer una página web?

Cuando hicimos el taller de fotografía con los chicos de la comunidad, me di cuenta de todos usaban la cámara del celular. Ellos manejan bastante bien la tecnología para comunicar lo que está sucediendo en el territorio. Eso fue lo que me motivó a hacer una página web, un poco en esta lógica activista de buscar una forma sencilla de llegar a la mayor cantidad de gente posible. Todos sabemos que los fotolibros y las expos son para un público reducido: nosotros queríamos algo de fácil acceso y gratis. Pero no nos detuvimos en la web del proyecto: una de las ideas que tuvimos con José Miguel fue hacer una cuenta de Instagram de Sarayaku. Esa cuenta ha quedado como un canal de comunicación manejado por la comunidad: ahí informan sobre sus fiestas, sus artesanías, e incluso discuten temas como la minería y la explotación petrolera. Ellos ya tienen una página web y una cuenta oficial de Twitter manejada por el departamento de comunicación. Tienen incluso una página de memes en Facebook que es increíble.

E·CO/23]

Este trabajo es una de las inspiraciones de E·CO/23], la nueva edición de nuestro encuentro de colectivos fotográficos, que este año tendrá como ejes temáticos: Ecologías, Territorios y Comunidades.

A través de esta convocatoria, nos interesa reunir historias que hablen de desarrollo sostenible, movimientos comunitarios y modos de habitar la tierra en comunidad para lograr nuevas narrativas construidas desde la pluralidad de la creación colectiva.

Cada proyecto seleccionado recibirá un apoyo de 5.000 euros para su producción. Los proyectos pueden ser presentados por colectivos ya existentes o por grupos de personas que trabajen en colaboración para este proyecto, de forma interdisciplinar.

Los grupos seleccionados participarán en un proceso colectivo de producción y reflexión que contará con un acompañamiento pedagógico junto a especialistas en las temáticas.

Una vez finalizada la etapa de producción se presentarán los resultados del proyecto en una o varias exposiciones que pueden itinerar y en las plataformas digitales de Fundación VIST, de la AECID, y de los Centros Culturales de España participantes o de las instituciones que éstos designen. De ese modo se busca consolidar redes para la creación y circulación de narrativas visuales en el territorio iberoamericano.