El giro de la imagen, parte I: de lo colectivo hacia lo colaborativo
La última edición del Encuentro de Colectivos E·CO parece haber sido uno de esos momentos que marcan cambios profundos en la forma como vemos las cosas. Acompañé las conversaciones que se dieron en La Paz entre los días 24 y 26 de octubre de 2023 con gran atención, intentando vislumbrar las apuestas al futuro que allí se enmarcaron.
E·CO es un evento que lleva ya cinco ediciones con la que se realizó este año, pero empezó algunas décadas atrás, en el año 2008, cuando tuvo su primera edición en São Paulo, en la Galería Olido, contando con la participación de alrededor de 8 colectivos fotográficos como No photo, Cia de Foto, Pandora, Supay Photo, etc. Su segunda edición fue en el 2010, en España, en La Tabacalera de Madrid. La tercera y la más grande, en el 2014, fue realizada otra vez en Brasil, en la ciudad de Santos. Esta, que fue casi la última edición, involucró a unos 80 artistas de 20 colectivos fotográficos en exposiciones, una ciudad container construida a la orilla del mar y muchas actividades alrededor. De tan grande y tan compleja la edición de 2014, su co-creador y director Claudi Carreras pensó que allí se había terminado la historia de E·CO. Hasta entonces, los E·CO eran eventos pensados exclusivamente para colectivos fotográficos de Iberoamérica.
El Encuentro de Colectivos en sus tres primeras ediciones juntó a más de 40 colectivos de toda América Latina, además de Portugal y España. La propuesta giraba en torno al quehacer fotográfico colectivo, a la mezcla entre estos colectivos presentes y a la creación de una nueva formación para producir un trabajo conjunto que se exhibía públicamente al final del evento. Yo participé en E·CO 2014, y les puedo decir de primera mano que ha sido una de las experiencias más vigorosas e interesantes que he vivido, aquello me marcó profundamente y de allí salieron ideas, inspiraciones, colegas de trabajo y amigos que me acompañan hasta el día de hoy.
Fue también una experiencia significativa y determinante para Gisela Volá, miembro de la Cooperativa Sub, colectivo que ha participado en todas las ediciones de E·CO y que no escatima palabras para elogiar lo que ha sido su experiencia. Tanto que ha sido ella la persona que convenció a Claudi Carreras de retomar E·CO después de 8 años suspendido. Gisela dice que aquellos encuentros le han transformado y que su impacto e importancia para las personas participantes es incalculable. Así, en el 2022, ahora bajo la producción de Vist Projects, regresó E·CO para su cuarta edición, con Gisela Volá como directora junto a Claudi Carreras. Luego, en 2023, tuvimos la quinta edición que se terminó hace unos días.
La reconfiguración de E·CO refleja, además del encuentro entre las diferentes experiencias de los directores, los cambios que se vienen dando en sectores de la sociedad y en el campo de la imagen. Atentos a repensar y cambiar las formas en las que producimos narrativas visuales, han propuesto un nuevo formato partiendo de preguntas como: ¿Quiénes tienen el poder de narrar? ¿Desde dónde lo hacen? ¿Cómo y por qué lo hacen? ¿De quiénes son las imágenes que representan a América Latina y a su gente? ¿Quién ha manejado el control de esa identidad? ¿Cómo se han creado los paradigmas identitarios que nos llevan a mirar a las personas como las miramos (y entendemos) hoy en día? ¿Cómo deconstruir la mirada estereotipada que ha predominado hasta aquí?
La cuarta edición de E.CO trajo muchos cambios importantes, lo que estoy llamando aquí el giro de la imagen, y el primero ha sido el cambio en la estructura del encuentro: 1. Desde los colectivos fotográficos hacía los colectivos transdisciplinares; 2. Desde las prácticas colectivas hacía las prácticas colaborativas. En estas dos primeras quiero concentrarme en este texto.
Los colectivos fotográficos han sido un fenómeno muy importante e ilustrativo de las prácticas fotográficas en América Latina, han marcado significativamente el escenario de la fotografía en las dos primeras décadas del siglo XXI. Estos grupos se caracterizaban por representar la unión entre fotógrafas y fotógrafos para actuar de manera conjunta y no jerárquica bajo un mismo nombre, buscando, desde la suma de fuerzas y esfuerzos, responder a las problemáticas enfrentadas en el campo artístico, fotográfico y laboral.
Pero antes de continuar, un aviso: si aquí me permito hablar en pasado, es porque estoy pensando y analizando a los colectivos que estuvieron en actividad a inicios de los años 2000. No digo con esto que no haya colectivos en ejercicio ahora, pero me permito mirar hacia años atrás y hablar desde este pasado cercano porque aún no puedo interpretar los cambios que han sucedido en el campo y lo que caracteriza a las formaciones colectivas del presente, incluso porque percibo que sus urgencias ya no son las mismas.
Así que, mirando atrás, es posible decir que estos grupos se han conformado como una estrategia a las dificultades individuales, en la búsqueda por crear oportunidades contra las deficiencias del sistema y afrontarlo. Es decir, para enfrentar los retos en la profesión apelaban a la actuación conjunta, la alineación de intereses particulares, la división del trabajo y de los costos. En este intento, maximizaban la exposición, la circulación y distribución de sus trabajos, tanto colectiva como individual. Ampliando, además, el alcance y el acceso a las oportunidades, así como sus diferentes redes.
El contexto que permitió lo que, desde mis investigaciones, llamo el boom de los colectivos fue un escenario latinoamericano no muy diferente de lo que tenemos hoy, pero que en aquel momento era más grave y urgente: crisis económicas y políticas, la recesión de los mercados, la globalización, los avances tecnológicos, la cultura digital y de redes, el dinamismo de los medios de comunicación, el fortalecimiento de los movimientos sociales en defensa de los derechos humanos, identitarios y territoriales, la carencia de políticas públicas y culturales, el desmonte de las instituciones culturales, la inestabilidad laboral y los cambios en los modelos de trabajo, entre otros factores. Este contexto, donde se entrecruzan elementos históricos, sociales, políticos y económicos, ha dado lugar a diferentes iniciativas de carácter autónomo, comunitario y autogestionado con énfasis en la horizontalidad, dispuestas a experimentar nuevos formatos y encontrar diferentes soluciones para hacer frente a los problemas experimentados.
En toda América Latina, la fotografía ha presentado propuestas de cooperación y colaboración muy interesantes y estimulantes, desde la organización de eventos y festivales, exposiciones o muestras, escuelas y galerías de fotografía, la creación de proyectos gráficos como libros y revistas, los fotoclubes, las agencias, etc. Distintas iniciativas han sido creadas para hacer frente a las adversidades sentidas en la región, promoviendo la asociación entre personas e instituciones para alcanzar sus objetivos y seguir produciendo y difundiendo imágenes que pudieran abrir diálogos e impactos en la sociedad latinoamericana, generando espacios de encuentro, disfrute, reflexión, crítica o denuncia. Los procesos llevados a cabo por estas asociaciones, sus impactos y conquistas, son catalizadores y ejemplos que contribuyen para que después los colectivos fotográficos aparezcan con tanta fuerza.
Entre las principales características de las configuraciones colectivas que hemos visto ocupar el campo fotográfico en décadas pasadas algunos parámetros que se destacan son la autonomía, horizontalidad, independencia, creatividad, inventiva, movilidad, flexibilidad, adaptación, autogestión, gestión colectiva, transdisciplinariedad, transterritorialidad, capacidad de recomposición, dinamismo, etc.
De los distintos tipos de colectivos que surgieron en el periodo observado, lo que más llamaba la atención era cómo cada agrupación respondía exclusivamente a sus demandas y contingencias específicas, tenían su propia personalidad y agenda. Con aproximaciones en sus formatos y dinámicas, incluso unos inspirándose en los otros, cada grupo era muy particular en sus formas de ser y trabajar. El colectivo brasileño Cia de Foto, por ejemplo, nacido en São Paulo en el 2003, estuvo reunido por una década y fue uno de los precursores de la firma colectiva en la fotografía. Formado por Carol Lopes, Rafael Jacinto, Pio Figueroa y João Kehl, el grupo desarrollaba trabajos para el área editorial y publicitaria, en paralelo a las investigaciones autorales de raíz teórica y experimental que cuestionaban el contexto y el significado de las imágenes, poniendo en cuestión el propio lugar de la fotografía.
Otro ejemplo muy diferente era la Cooperativa Sub, una cooperativa de fotógrafes en Argentina que, apoyada en lo documental, buscaba contar historias desde hechos reales. Creada en 2001, estuvo compuesta por Gisela Volá, Nicolas Pousthomis, Gabriela Mitidieri, Gerónimo Molina, Martin Barzilai, Verónica Borsani y Olmo Calvo Rodríguez. Trabajaban desde el concepto de cooperativa y su proceso de trabajo consistía en apoyarse para que cada miembro pudiera desarrollar sus proyectos individuales con el soporte del grupo y, en determinados momentos, abordar los temas de manera colectiva.
Independiente de sus formas más particulares de trabajo, el compartir e intercambiar las ideas o la producción, los procesos, los resultados y las conquistas o fracasos entre los integrantes era determinante en la manutención de las relaciones y la continuidad de un tipo de procedimiento que era muy político en su esencia.
Otro elemento que cabe destacar de los aspectos que iluminan y le dan valor a la práctica colectiva, es la cualidad de desafiar a las convenciones dominantes que valoran la individualidad por encima de todo, así como la competencia. En el ámbito de la fotografía, la figura del fotógrafo ha estado históricamente asociada a la imagen estereotipada del hombre blanco, cisgénero, perteneciente a la burguesía. La perfecta figura del «cazador de imágenes», el intrépido y aventurero explorador que va a los rincones más remotos del mundo para “revelar” la realidad de otras culturas y territorios, el detentor de la verdad absoluta, la narrativa única. La colectividad entonces aparece en oposición a este ideal romántico y colonialista, y desafía esta imagen ampliamente difundida y aceptada hasta hoy.
Por poco más de dos décadas hemos visto un sinfín de colectivos fotográficos naciendo y muriendo, grupos como Versus Photo, Ruido Photo, No Photo, Pandora, Cia de Foto, Cooperativa Sub, Monda Foto, Supay Fotos, Fundación PH15, Mídia Ninja, Encontraste, 7Fotografía, Ágata, Colectivo Rolê, Observatório de Favelas, Blank Paper, Kamera Photo, Sin Motivo, La ONG (Organización Nelson Garrido), Mafia, etc. Algunos se mantuvieron vivos por muchos años, otros tuvieron una vida muy breve. Lo cierto es que la moda pasó, unos pocos colectivos de fotografía siguen respirando con alguna dificultad y son aún más raras las experiencias de agrupaciones que lograron adaptarse a los tiempos y siguen vigentes, como Las Niñas, Nómada, Migrar Photo, War-mi Photo, Ruda Colectiva y otros. Las razones de este enfriamiento aún no están claras, lo cierto es que los tiempos han cambiado, encaramos una pandemia en el medio del camino y la fotografía ahora se enfrenta a otras dificultades, sumadas a las anteriores, pero que en este momento tienen pesos diferentes.
Fue acompañando este movimiento de los tiempos y escenarios que E·CO/22 propuso cambiar la invitación a los grupos participantes, desde colectivos fotográficos hacia colectivos transdisciplinares. La cuarta edición entonces abrió las puertas a colectivos que no existían anteriormente, pero que se formaran para la ocasión y pudieran participar. La idea era provocar y estimular a que los grupos estuvieran formados ya no solamente por fotógrafes, sino por personas de distintas disciplinas y saberes, buscando fomentar otras conexiones, profundizar en los temas desde las distintas formaciones, prácticas artísticas y de investigación. Los 8 colectivos seleccionados para aquella edición involucraron a periodistas, escritores, geógrafos, ilustradores, antropólogos, videógrafos, etc.
El segundo cambio, casi como una consecuencia (planeada) del primero, planteaba el movimiento desde las prácticas colectivas hacia las prácticas colaborativas. Si ya no era necesario que los grupos inscritos fueran colectivos estrictamente fotográficos ni tampoco que existieran previamente, inevitablemente la transformación hacia la colaboración, incluso con la posibilidad de ser temporal, abrió la ventana a mirar la colaboración como una acción que, muy cerca de confundirse con lo colectivo, plantea que ya no se trata de agrupaciones formadas exclusivamente entre pares (fotógrafes o artistas), sino aproximando a diferentes profesionales, realidades, universos y disciplinas, abriéndose incluso a la escucha y participación activa de las mismas comunidades retratadas y poniendo en jaque las formas de mirar y de narrar. Esto permitió ampliar la conciencia colectiva acerca de las individualidades y sus formas de hacer, respetando los diferentes procesos, vivencias y experiencias que se unen por un objetivo común y puntual hacia la cooperación con un mismo fin (o fines).
Muy anteriores a la fotografía, las prácticas colectivas o colaborativas guardan experiencias muy profundas de cómo podemos acercarnos, apoyarnos, crear y trabajar. Podemos y debemos inspirarnos en acciones desde otros campos de conocimiento y saberes, ya sean comunitarios o científicos desde las diferentes culturas, imaginarios y epistemologías. El movimiento emprendido desde E·CO es significativo y arroja luz sobre el tema, pone sobre la mesa las distintas formas en las que podemos trabajar juntos, unir las experiencias y aprendizajes para seguir contando las historias que merecen ser contadas ya no desde una única mirada, sino en la complementariedad de diferentes abordajes y formas de experimentar la fotografía y la imagen.