Drogas – Políticas – Violencias (DPV) es una plataforma multimedia que plantea una nueva mirada sobre las políticas de drogas y sus consecuencias en América Latina. Más de 70 intelectuales, fotógrafos y artistas reflexionan en DPV desde diferentes puntos de vista y formatos. Nuevos trabajos de periodistas, escritores y científicos se sumarán para construir una narrativa distinta al discurso dominante en el último medio siglo: la guerra.
El fracaso de esta guerra se mide en víctimas: sólo en México han muerto asesinadas cerca de 300,000 personas y más de 60,000 continúan desaparecidas desde 2006. Pero también en lo económico, la salud y lo social.
Los gobiernos del mundo gastan 100 mil millones de dólares al año en políticas prohibicionistas —un cuarto del total es el presupuesto de Estados Unidos para el combate contra las drogas en América Latina—. Las cárceles de nuestra región están saturadas de pequeños vendedores, campesinos y consumidores, incluso aquellos para los que las plantas psicoactivas son sagradas o terapéuticas. Y el objetivo planteado por Richard Nixon el 17 de junio de 1971 en el discurso inaugural de la guerra contra las drogas ha estado lejos de cumplirse: hoy hay más 300 millones de consumidores de sustancias ilegales en el planeta.
DPV nace ante la necesidad de plantearnos preguntas nuevas para obtener respuestas diferentes sobre unas sustancias que están mucho más rodeadas de mitos que de saberes. Para ello hemos mirado a los campesinos del cultivo de amapola en las sierras mexicanas y a la regulación del cannabis en Uruguay; a la noche sin límites en Guatemala y al uso medicinal de los hongos psicoactivos; a las consecuencias geopolíticas del prohibicionismo y el narcotráfico y a los rostros de los cocaleros en la selva boliviana. Y seguiremos ampliando la mirada para entender la complejidad del fenómeno más allá de los estereotipos.
Desde DPV planteamos nuevas narrativas para tender puentes y entender los distintos fenómenos que se dan a lo largo de la cadena de producción y consumo de las drogas. Fomentamos diálogos creativos entre investigadores, líderes de opinión, periodistas y agentes culturales. Generamos relatos profundos para encontrar nuevos sentidos. Cambiamos el punto de vista.
Después de medio siglo escuchando el mismo discurso, creemos que es hora de contar una nueva historia. Una que no solo mire nuestra región desde el prohibicionismo, el estigma y la violencia. Una historia más humana para que las políticas sobre drogas también lo sean.
Participantes
Héctor Abad Faciolince
Johis Alarcón
Sara Aliaga Ticona
Arnau Blanch
Juan Brenner
Max Cabello
Andrés Cardona
Santi Carneri
João Castel-Branco Goulão
Joan Colom i Ferran
Charlie Cordero
Cooperativa SUB
Fabiola Ferrero
Luis Jorge Garay
Maya Goded
Mabel González
Sebastián Hacher
Nicolás Janowski
Marco Antonio Jiménez i Bernal
Ricardo Lagos Escobar
Ricardo León
Yael Martínez
Rafael Maldonado
Araceli Manjón-Cabeza Olmeda
María Azucena Martí Palacios
Belén Mena
Musuk Nolte
Guillermo Ospina
Jorge Panchoaga
Ana Lilia Pérez
Alejandra Rajal
Laura Restrepo
Jordi Riba
Federico Ríos
César Rodríguez
Bruno Morais
Ernesto Samper Pizano
Constanza Sánchez
Gena Steffens
Gemma Tarafa
Marcela Turatti
Rodrigo Uprimny
Juan Pablo Villalobos
Carlos Villalón
Augusto Vitale
David W. Murray
Orlando Zaccone d’Elia Filho
La Amazonía es el mayor bosque tropical del mundo. Más del 10% de las especies de plantas y animales que conocemos convive allí. En dos hectáreas de ella hay más variedades de árboles que en toda América del Norte. En sólo uno de sus árboles puede haber tantas especies de hormigas como en todo el Reino Unido.
En su cuenca hay más de 2.300 especies de peces, más que en todo el Océano Atlántico. Cerca de una sexta parte del agua fresca del planeta fluye por sus ríos y arroyos. El bosque Amazónico es también un amortiguador contra el cambio climático: regula la variabilidad climática y almacena alrededor de 130 mil millones de toneladas de carbono, casi el valor de una década de emisiones globales de dióxido de carbono.
Desde VIST, trabajamos en dos proyectos multiplataforma sobre sus potencias y amenazas: “The Amazon We Want”, junto al Panel de Científicos por la Amazonia, y “Atravesar Amazonia”, junto a Wildlife Conservation Society.
Científicos de los países amazónicos y socios globales nos hemos unido bajo los auspicios de la Red de Soluciones para el Desarrollo Sostenible (Sustainable Development Solutions Network SDSN) para aportar nuestros conocimientos y experiencia y realizar una evaluación científica del estado de los diversos ecosistemas, el uso de la tierra y los cambios climáticos de la Amazonía y sus implicaciones para la región.
El informe final de este Panel Científico por la Amazonía – previsto para el primer semestre de 2021 – será el primer informe científico realizado para toda la cuenca del Amazonas y su Bioma, y un llamamiento a los gobiernos, las empresas, la sociedad civil y los habitantes de todo el planeta a implementar las recomendaciones y actuar juntos para la conservación y el desarrollo de una Amazonía sostenible.
Lo que sucede en el mundo afecta la Amazonía y lo que sucede en la Amazonía afecta al mundo. De su conservación depende el bienestar de quienes habitamos hoy el planeta y de las generaciones por venir. Apelamos a la conciencia de toda la humanidad para salvarla. Aún estamos a tiempo.
La cuenca Amazónica es la selva tropical más grande y diversa del mundo. Es el hogar de más de 33 millones de personas y hábitat natural de miles de especies de animales y plantas. En el último siglo la degradación de sus ecosistemas se ha acelerado por políticas insostenibles que incluyen la sobreexplotación de recursos naturales y minerales, megaproyectos de infraestructura y actividades ilegales. Esta plataforma explora desde distintas voces y disciplinas las problemáticas que se presentan en la Amazonía peruana, buscando brindar información pertinente y diversa para comprender los retos que enfrenta esta región.
E·Co: Encuentro de Colectivos
E·CO es un proyecto que incluye un Encuentro de Colectivos Fotográficos, un proceso de creación colectiva con los invitados al encuentro, una exposición itinerante y una publicación.
El primer Encuentro de Colectivos Iberoamericanos se organizó en 2008 en São Paulo. Fotógrafos de decenas países trabajaron juntos en la ciudad de Sao Paulo durante varios días. El segundo fue en 2010, gracias a un proyecto junto al Ministerio de Cultura de España. Participaron colectivos de toda Europa y América Latina. El tercero, en 2014, se hizo en la ciudad de Santos, Brasil. Participaron colectivos de España, Portugal y América Latina e incorporó investigaciones y debates sobre la fotografía expandida.
Los encuentros de colectivos son un ámbito de intercambio y trabajo en común para decenas de colectivos de América Latina y Europa. Sus tres ediciones terminaron con una exposición y con redes que abrieron nuevos espacios para la fotografía. El próximo encuentro se hará en 2021 en Panamá.
Durante mucho tiempo se pensó que la única manera válida de registrar cualquier tipo de conocimiento era a través de la escritura y que solo lo que está escrito perdura a través del tiempo. Ideas como estas alimentaron formas jerárquicas de entender las diferencias culturales, así como la validación de las formas de conocimiento. Muchos pueblos han conservado sus conocimientos y tradiciones a través de la memoria y la tradición oral; no solo es importante reconocer esa diferencia, sino también la necesidad de alimentarla y promoverla. Como dice J. Vansina “la oralidad implica una actitud ante la realidad, y no una falta de algo.”
Imaginar el fuego de la memoria hace parte de nuestra apuesta por entender la relación entre memoria, tradición oral e imaginación. La metodología aquí propuesta, así como muchos de los ejercicios pedagógicos surgen del desarrollo de mi proyecto fotográfico Kalabongo en San Basilio de Palenque y de mi experiencia docente en universidades y talleres. Esta cartilla pedagógica propone posibles caminos para aprender sobre imagen y narrativa profundizando en las enseñanzas que cada persona ha recibido en sus núcleos familiares, lo que han escuchado de las personas más cercanas, lo que se cuenta en las cocinas, las calles o montañas de los lugares donde vivimos: nuestra herencia cultural, nuestros recuerdos más cercanos y las imágenes internas que hemos alimentado inconscientemente a lo largo de nuestras vidas.
Al escuchar o conocer historias, se activan nuestras propias imaginaciones y cada vez que se cuenta una historia, ella cambia, nunca es igual. Cada narrador, al traerla aquí y ahora, le añade algo nuevo, la alimenta, la apropia transformando en pequeños detalles el relato sin afectar el núcleo central.
En ese sentido, la cartilla busca ofrecer herramientas que permitan a lectores y estudiantes explorar, conocer y hacer uso de ese legado propio que han recibido como herencia para que de él surjan los relatos e imágenes que puedan generar puentes con distintos observadores.
Los contenidos que conforman la cartilla se enfocan en revisar nuestras historias para entender dónde y cómo se configuran las imágenes, cómo opera nuestro cerebro en ese proceso y cómo podemos alimentarlo. Para ello proponemos una metodología para convertir nuestras imágenes mentales, en imágenes fotográficas, sonoras o de video.
El procedimiento es creativo, se hace a partir de un conocimiento compartido a lo largo de la historia, que cada vez que se activa, se (re)crea. Esto permite, además, el encuentro entre personas. Así se hace posible el intercambio de saberes, que pueden seguir siendo alimentados. Este flujo de conocimiento y de memorias es importante, pues nuestras historias y relatos son valiosos. Conocerlas nos permite profundizar en nosotros mismos, conocernos y, sobre todo, nos abre la puerta para poder imaginar futuros diferentes.
La escritura de este texto inició con el Seminario Visualidades Locales, realizado entre el 11 y el 22 de febrero de 2021. Gracias a los aportes y la experiencia de los conferencistas: Rodolfo Palomino del Colectivo Kucha Suto; Fedérico Pita de Diaspora Africana de la Argentina; Yonathan Marín y Andrés Millán de Enturados; el investigador Abraham Nahón y la fotógrafa Angelica Dass. Y a las herramientas, estrategias e ideas muy potentes compartidas por los talleristas: Alfonso Díaz, del colectivo Prácticas Narrativas de México; Tomás Pérez Vizzón de la Revista Anfibia de Argentina; los compañeros de El Surti de Paraguay; Laura Cadena de Colombia, y la fotógrafa española Cristina de Middel.
El resultado final es parte de una investigación y una creación en conjunto. Hemos trabajado en las localidades colombianas de: San Basilio de Palenque, Bolívar; El Valle en Bahía Solano, Chocó, y en el Distrito de Aguablanca en Cali, Valle del Cauca, con grupos de trabajo con quienes construimos y ajustamos los contenidos aquí presentados.
En este camino nos han acompañado distintos grupos en cada lugar. Agradecemos enormemente sus aportes y apoyos a: el colectivo Kucha Suto, la Casa de la Cultura de Palenque, el grupo de mujeres Madremonte, la Fundación Mano Amiga, y la Fundación Canalón. Así como el acompañamiento en campo y en espacios de diálogo de un grupo de trabajo fundamental para el desarrollo de este contenido pedagógico: Rodolfo Palomino, Diogenes Cabarcas, Azul Río, Claren Simarra Cassiani, El Azul, Jahleel Shiloh, Felipe Amú, Jeisson Riascos ‘El Murcy’, Lina Botero, Pablo Tobar, Jorge Blanco, Juan Pablo Marin y Ximena Vasquez, quienes nos acompañaron en los procesos educativos en cada localidad; Miguel Ángel Ramírez quien nos guió y asesoró en el camino de la elaboración de este material pedagógico; Aquelarre laboratorio de diseño y comunicación visual que se encargó del diseño, ilustración y diagramación de la cartilla y Marcela Vallejo quien acompañando siempre con la escucha, compiló, gestionó la información y escribió de forma estructurada los contenidos de la cartilla. Gracias al trabajo mancomunado de este grupo de personas y de cada estudiante que participó en los talleres es posible que esta cartilla sea una realidad.
Imaginar el fuego de la memoria hace parte de una iniciativa de Vist Projects y la Agencia Española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (AECID). Este es un material pensado para activar la imaginación, narrar nuestras historias y así buscar, conocer y seguir nuestras propias imágenes.
Fotografía y video
Celulares inteligentes
Sin ninguna duda, en este momento los celulares inteligentes son la herramienta más usada para hacer fotos y videos. Casi todas las personas que tienen este tipo de dispositivos han hecho imágenes con ellos. Para poder lograr buenas tomas tanto de video como de fotografía es necesario saber qué tan sensibles son nuestros equipos y qué condiciones de luz necesitan para hacer fotografías o videos de buena calidad.
Cámara
Es una cámara fotográfica digital, en algunos casos tienen tecnología que evita que tenga espejos incorporados. En esos casos, funcionan con un sensor digital y un procesador de imagen. Con esta cámara podremos hacer fotos y videos de muy buena calidad.
1. Objetivo / 2. Tapa de cuerpo / 3. Selector de modo / 4. Tapa de flash / 5. Visor / 6. Botones de control / 7. Puertos de conexión / 8. Pantalla / 9. Batería
Captura de sonido
Celulares inteligentes
Los celulares inteligentes, de gama media para arriba, tienen micrófonos muy buenos y muy sensibles, eso permite, por ejemplo, que al llamar a alguien estando en un lugar muy ruidoso la persona al otro lado del teléfono pueda escuchar sin problema. La mejor manera de grabar es utilizando la aplicación nativa (esa que ya viene instalada en el celular) de grabación de sonidos del celular, o puede descargarse una. Recomendamos Grabadora de voz fácil, un programa gratuito y libre que permite grabar en diferentes calidades de audio. Si se va a utilizar los celulares para grabar voz, es importante ubicar el micrófono del celular apuntando hacia la persona que será grabada y a una distancia de 15 centímetros de la boca.
Micrófono
Este es un micrófono tipo cañón que permite enfocarse solo en el sonido que se encuentra frente a él y atenúa los sonidos que puedan surgir a los lados y atrás. Puede conectarse a la cámara e instalarse en la parte superior, para hacer grabaciones de entrevistas, por ejemplo. Tam-bién puede conectarse a la grabadora y a un celular. La espuma que recubre el micrófono además de protegerlo reduce el ruido del viento.
1. Micrófono instalado en cámara / 2. Cable de conexión / 3. Entrada de conexión / 4. Micrófono y espuma de protección / 5. Soporte de micrófono
Grabadora digital
Las grabadoras digitales tienen uno o más micrófonos incorporados y muchas de ellas permiten conectar otros. Es mejor si tienen batería integrada, esto permite muchas horas de autonomía. La mayoría son muy sensibles, y por ello hay que tener cuidado al momento de hacer la grabación, pues pueden captar sonidos como las vibraciones por movimientos o el roce con cosas.Al momento de la grabación lo ideal es que la grabadora esté ubicada sobre una superficie acolchada y evitar los movimientos.
Audífonos de monitoreo
Cuando hacemos grabación de audio con una grabadora de alta sensibilidad es muy importante monitorear lo que estamos capturando. Para esto son útiles los audífonos. Se conectan a lacámara o a la grabadora y permiten supervisar el sonido y su calidad.
Edición
Computador
Este computador será usado para editar las piezas de video, sonido y fotografía que hagamos a lo largo del taller. Se trata de una herramienta que nos dará muchas posibilidades de creación.
Para comprender los orígenes económicos, sociales y raciales de las actuales políticas de drogas en Brasil, es necesario analizar las condiciones históricas del uso y control de la marihuana en el país. Un examen detenido de la cronología de la prohibición de la planta revela conexiones con políticas y leyes de salud pública, así como con la tenencia y uso de la tierra, que ayudan a explicar el panorama de profunda desigualdad social, racismo estructural y violencia que persiste en Brasil en pleno siglo XXI.No es casualidad que esta parte de la historia no aparezca en los libros y programas escolares. Los investigadores señalan la falta de registros y documentos, lo que sugiere que la prohibición de la marihuana, adoptada hace casi 100 años, también borró el conocimiento sobre el papel socioeconómico de la planta en la evolución de varias sociedades humanas, incluyendo la brasileña.¿Cómo se puede imaginar un futuro cercano que incluya el fin de la guerra contra las drogas en Brasil sin conocer este pasado no tan lejano?En su artículo «Prohibición de la marihuana: racismo y violencia en Brasil», el historiador Henrique Carneiro informa que el cannabis fue traído desde África durante el período colonial y recibió diversos nombres en el país, todos de origen africano: Diamba, Liamba, Pango y Maconha, el término más popular que proviene del idioma quimbundo de Angola.
La criminalización del cannabis comenzó a aparecer en la posindependencia (1822), en paralelo al crecimiento del debate sobre la abolición de la esclavitud y los consiguientes cambios en la propiedad de la tierra en el país.
Además de su cultivo entre las cosechas de café y caña de azúcar, y de su consumo tradicional por parte de africanos esclavizados, quienes transportaban las semillas cocidas en la ropa y muñecas de trapo, la planta también era utilizada por la industria del cordaje. Las velas y cuerdas de las carabelas de las grandes navegaciones promovidas por los invasores europeos se fabricaban con fibra de cáñamo.La criminalización del cannabis comenzó a aparecer en la posindependencia (1822), en paralelo al crecimiento del debate sobre la abolición de la esclavitud y los consiguientes cambios en la propiedad de la tierra en el país. La primera norma que prohibía el uso de la marihuana por afrobrasileños de la que se tiene conocimiento data de 1830, emitida por la Cámara Municipal de Río de Janeiro, que penalizaba la venta y el uso de la planta, llamada «pito do pango». Los vendedores eran multados y los esclavizados eran encarcelados durante tres días, vinculando la represión al control de la población negra desde los primeros días de la prohibición.En 1850, D. Pedro II instituyó la Ley de Tierras (Ley 601), priorizando a los latifundistas, convirtiendo la tierra en una mercancía, prohibiendo el acceso a través de la ocupación y cesión pública, y regulando la actividad inmobiliaria. Varios autores señalan la interconexión entre este acontecimiento y la Ley Eusébio Queiroz, que había sido firmada dos semanas antes y se conoció como la primera ley abolicionista al prohibir la entrada de más africanos esclavizados en el país. Sin embargo, casi nadie relaciona ambas medidas con la creciente criminalización de la marihuana en las décadas posteriores.Ante el aumento del número de esclavizados liberados, en teoría, la ley de tierras garantizaría mano de obra barata y seguridad para los latifundistas agrícolas contra invasiones de negros e indígenas. En la práctica, con el tiempo, los trabajadores libres, impedidos de poseer propiedades, comenzaron a ocupar colinas y llanuras, formando favelas y periferias en las ciudades brasileñas. En ausencia de medidas de reparación y emancipación, incluida la distribución de tierras, la abolición de la esclavitud, finalmente firmada por la Princesa Isabel en 1888, se considera incompleta por estudiosos y líderes de los movimientos negros brasileños.Un año después de la proclamación de la República, en 1890, el artículo 159 del Código Penal amplió la criminalización del cannabis al prohibir el comercio de «sustancias venenosas». La marihuana se convirtió en objeto de persecución por parte del mismo departamento de policía encargado en ese momento de reprimir la umbanda, el candomblé y el espiritismo, culturas fuertemente relacionadas con las poblaciones indígenas y negras.«En ese contexto, las prácticas y costumbres negras, tan presentes en una sociedad recién salida de la esclavitud, representaban obstáculos para el lema de ‘orden y progreso’ deseado por la élite política e intelectual. Al igual que la umbanda y la capoeira, la marihuana estaba asociada a los africanos y sus descendientes, y su uso, además de obstaculizar la formación de una República moralmente ejemplar, podría difundirse entre las capas consideradas ‘sanas’, es decir, blancas, y arruinar por completo el proyecto de una nación civilizada», explica la investigadora Luiza Gonçalves Saad en la tesis «Fumo de Negro: A Criminalização da Maconha no Brasil», publicada en 2013 y convertida en libro.
Una de las principales fuentes de violencia social en Brasil son las condiciones del tráfico clandestino de marihuana, la droga ilícita más consumida y más asociada a la violencia policial y al racismo estructural
Cabe recordar que, en esa época, en gran parte del mundo occidental y en Brasil, la marihuana se utilizaba como medicamento y figuraba en las farmacopeas para una variedad de tratamientos clínicos. Sin embargo, a principios del siglo XX, médicos y legisladores que dominaban los debates sobre políticas relacionadas con la hierba destacaban su origen africano y su predominio de uso en el noreste de Brasil como argumentos para su prohibición total, consolidando un enfoque psiquiátrico eugenésico e higienista que se convirtió en la marca registrada de la criminalización de los usuarios de marihuana en el país.«Los cánones de la medicina legal, una especialidad que unifica los conocimientos de las áreas médicas y legales, mostraban que una nación con tanta influencia negra estaba condenada al fracaso si no se tomaban las medidas adecuadas», señala la investigadora Luiza Saad. Un personaje destacado en la cruzada contra la marihuana, estudiado en profundidad por Luiza, fue el médico y político Rodrigues Dória, quien publicó el primer texto sobre marihuana en 1915 y «no dejaba lugar a dudas: la marihuana habría sido traída por los africanos, sabidamente inferiores, y convertida en un medio de venganza contra quienes los habían sacado de su tierra natal».La influencia de este tipo de discurso racista culminó con la inclusión de la planta en la lista de sustancias prohibidas por la ANVISA (Agencia Nacional de Vigilancia Sanitaria) en 1932, nacionalizando la criminalización de la marihuana y aumentando el control social sobre las personas pobres y negras, muchas de las cuales vivían en favelas y barriadas. En este aspecto, Brasil fue pionero: prohibió la marihuana cinco años antes que Estados Unidos, uno de los países fundadores del prohibicionismo moderno.Mientras tanto, en la primera mitad del siglo pasado, las políticas urbanas del gobierno se basaban en la represión, las prácticas de saneamiento y la eliminación de viviendas consideradas irregulares. Durante la dictadura (1964-1985), prevaleció la visión de erradicación de las favelas, que también los militares consideraban focos de subversión. Incluso con la Ley de Reforma Agraria y la adopción de programas de alojamiento y vivienda popular después de la Constitución de 1988, en mayor o menor medida, la omisión del Estado en la distribución de la propiedad de la tierra y la garantía de derechos fundamentales persiste hasta hoy. Basta con observar las cifras de conflictos en el campo, la violencia policial, la falta de saneamiento y la extrema vulnerabilidad de las favelas y periferias ante eventos climáticos extremos como sequías e inundaciones.La aprobación de la Convención Única de Estupefacientes en 1961 y de la Convención sobre Sustancias Psicotrópicas en 1972 por parte de las Naciones Unidas globalizó las premisas de la prohibición y aumentó la represión del uso y el tráfico de drogas en países como Brasil. Como yo misma he escrito, «el vacío de control creado por el prohibicionismo fue ocupado por organizaciones paralelas y grupos armados que operan de manera clandestina, pero con la complicidad corrupta del Estado y el sistema financiero. La prohibición y las políticas de guerra alimentan un ciclo de homicidios, violencia policial, mal uso de los recursos públicos, encarcelamientos masivos y violaciones de los derechos humanos».Con el prohibicionismo potenciado por el legado colonial y en ausencia de políticas sistemáticas de reparación, la violencia armada estalló en Brasil. Entre 1980 y 2020, la tasa de homicidios casi se duplicó, pasando de 11,69 a 21,65 por cada 100 mil habitantes, una de las más altas del mundo. En los últimos 40 años, la narrativa de la lucha contra el narcotráfico ha dirigido la mayoría de las inversiones en seguridad pública y control de fronteras en el país. Como resultado, las estadísticas de la guerra contra las drogas muestran la cara más letal y flagrante del racismo estructural.Con tasas de homicidio que oscilan entre 45 mil y 50 mil muertes violentas al año, los índices de asesinatos de personas negras vienen aumentando en Brasil, mientras que para la población blanca se han mantenido estables. En 2017, una persona negra tenía 2,7 veces más probabilidades de ser víctima de homicidio que una persona blanca. Al menos cinco personas negras fueron asesinadas cada día en operativos policiales en siete estados monitoreados por la Red de Observatorios de Seguridad Pública; de un total de 3.290 víctimas identificadas en 2021, el 65% eran negras. En el país, hay más de 820 mil personas encarceladas; de ellas, el 68% son personas negras y alrededor del 30% están en prisión por delitos relacionados con drogas.El creciente número de arrestos e incautaciones de drogas, generalmente realizado por las autoridades, solo confirma que el prohibicionismo brasileño sigue fracasando en su objetivo central de reducir este mercado ilícito, aunque es muy eficaz en el control social racista y en la gestión penal de la pobreza.«En la actualidad, una de las principales fuentes de violencia social en Brasil son las condiciones del tráfico clandestino de marihuana, la droga ilícita más consumida y más asociada a la violencia policial y al racismo estructural. El debate sobre la legalización de las drogas en general, y de la marihuana en particular, es una demanda democrática y antirracista fundamental para la sociedad brasileña», concluye el profesor Henrique Carneiro.
Maconha no Brasil: terra, racismo e violência
Um breve histórico da proibição da maconha no Brasil.Por Rebeca Lerer
Para compreender as origens econômicas, sociais e raciais das atuais políticas de drogas brasileiras é preciso analisar as condições históricas do uso e controle da maconha no país. Um olhar mais atento à cronologia da proibição da planta revela conexões com políticas e leis de saúde pública e de uso e posse da terra que ajudam a explicar o cenário de profunda desigualdade social, racismo estrutural e violência que se perpetua no Brasil em pleno século XXI. Não por acaso, essa parte da história não consta de livros didáticos e currículos escolares. Pesquisadores apontam a falta de registros e documentos, indicando que a proibição da maconha adotada há quase 100 anos também apagou o conhecimento sobre o papel sócio-econômico da planta no desenrolar evolutivo das várias sociedades humanas, inclusive a brasileira.Como imaginar um futuro próximo que inclua o fim da guerra às drogas no Brasil sem conhecer esse passado não tão distante?No artigo «Proibição da Maconha: racismo e violência no Brasil», o historiador Henrique Carneiro informa que a cannabis foi trazida da África no período colonial e denominada no país de várias formas, todas de raiz africana: Diamba, Liamba, Pango e Maconha, termo mais popular que vem do idioma quimbundo, de Angola. Além do cultivo nas entressafras de café e cana de açúcar e consumo tradicional por africanos escravizados, que transportaram as sementes costuradas em roupas e bonecas de pano, a planta era utilizada pela indústria de cordame. As velas e cordas das caravelas das grandes navegações promovidas pelos invasores europeus eram confeccionadas com fibra de cânhamo.A criminalização da cannabis começa a aparecer no pós-Independência (1822), em paralelo ao crescimento do debate sobre a abolição da escravidão e consequentes mudanças na propriedade das terras no país. A primeira regra proibindo o uso da maconha por afro brasileiros de que se tem notícia data de 1830. Editada pela Câmara Municipal do Rio de Janeiro, penalizava a venda e uso da planta, chamada de «pito do pango». Vendedores eram multados e escravos eram encarcerados por três dias, vinculando a repressão ao controle da população negra desde os primórdios da proibição. Em 1850, D. Pedro II instituiu a Lei de Terras (Lei 601), priorizando latifundiários, transformando terra em mercadoria, proibindo o acesso via ocupação e cessão pública e regulamentando a atividade imobiliária. Vários autores apontam a interligação entre este acontecimento e a Lei Eusébio Queiroz, que fora assinada duas semanas antes e ficou conhecida como a primeira lei abolicionista ao proibir a entrada de mais africanos escravizados no país. Quase ninguém, porém, relaciona ambas as medidas à progressiva criminalização da maconha nas décadas seguintes.Face ao crescimento do número de escravos libertos, em tese, a lei de terras garantiria mão de obra barata e segurança aos latifundiários agrícolas contra invasões de negros e indígenas. Na prática, com o tempo, os trabalhadores livres, impedidos de ter propriedades, passaram a ocupar morros e várzeas e a formar cortiços, marcando o início de muitas favelas e periferias das cidades brasileiras. Na ausência de ações de reparação e emancipação – inclusive via distribuição de terras – a abolição da escravidão, finalmente assinada pela Princesa Isabel em 1888, é considerada inconclusa por estudiosos e lideranças dos movimentos negros brasileiros. Um ano após a proclamação da República, em 1890 o artigo 159 do Código Penal ampliava a criminalização da cannabis ao proibir o comércio de «substâncias venenosas». A maconha tornou-se alvo de perseguição pelo mesmo departamento policial então encarregado de reprimir a umbanda, o candomblé e o espiritismo, culturas fortemente associadas às populações indígenas e negras.«Nesse contexto, as práticas e costumes negros, tão presentes em uma sociedade recém- saída da escravidão, representavam empecilhos para o lema “ordem e progresso” pretendido pela elite política e intelectual. Assim como o candomblé e a capoeira, a maconha estava associada aos africanos e seus descendentes e seu uso, além de prejudicar a formação de uma República moralmente exemplar, poderia se disseminar entre as camadas ditas saudáveis – leia-se brancas – e arruinar de vez o projeto de uma nação civilizada», explica a pesquisadora Luiza Gonçalves Saad na dissertação Fumo de Negro: A Criminalização da Maconha no Brasil, publicada em 2013 e transformada em livro.Vale lembrar que naquela época, em boa parte do mundo ocidental e no Brasil, a maconha era usada como medicamento e listada em farmacopéias para uma variedade de tratamentos clínicos. Na virada para o século XX, porém, médicos e parlamentares que dominaram os debates de políticas para a erva destacavam sua origem africana e prevalência de uso no nordeste brasileiro como argumentos para sua total proibição, consolidando uma abordagem psiquiátrica eugenista e higienista que se tornou a marca registrada na criminalização de usuários de maconha no país.«Os cânones da medicina legal, especialidade que unifica o conhecimento das áreas médicas e jurídicas, mostravam que uma nação com tanta influência negra estaria fadada ao fracasso caso não fossem tomadas as devidas providências», registra a pesquisadora Luiza Saad. Personagem de destaque na cruzada anti-maconha estudado a fundo por Luiza, o médico e político Rodrigues Dória publicou o primeiro texto sobre maconha em 1915 e «não deixava dúvidas: a maconha teria sido trazida pelos escravos africanos – sabidamente inferiores – e transformada em meio de vingança contra quem os tinha tirado da terra natal». A influência desse tipo de discurso racista culminou com a inclusão da planta na lista de substâncias proscritas pela ANVISA em 1932, nacionalizando a criminalização da maconha e aumentando o controle social sobre pessoas pobres e negras, muitas residentes em favelas e cortiços. Nesse quesito, o Brasil foi pioneiro: proibiu a maconha cinco anos antes dos EUA, um dos países fundadores do proibicionismo moderno. Enquanto isso, na primeira metade do século passado, as políticas urbanas dos governos eram pautadas na repressão, práticas sanitaristas e remoção de moradias consideradas irregulares. Durante a ditadura (1964-1985), prevaleceu a visão de erradicação das favelas, também consideradas focos de subversivos pelos militares. Mesmo com a Lei da Reforma Agrária e a adoção de programas de habitação e moradia popular após a Constituição de 1988, em maior ou menor grau, a omissão do Estado na distribuição da posse da terra e garantia direitos essenciais perdura até hoje. Basta verificar os índices de conflitos no campo e de encarceramento, violência policial, falta de saneamento e a extrema vulnerabilidade de favelas e periferias a eventos climáticos extremos como secas e enchentes.As aprovações da Convenção Única de Narcóticos, em 1961, e da Convenção sobre Drogas Psicotrópicas, em 1972, pela Organização das Nações Unidas (ONU) globalizaram as premissas da proibição e acirraram a repressão ao uso e varejo de drogas em países como o Brasil. Como eu mesma já escrevi, «o vácuo de controle criado pelo proibicionismo foi ocupado por organizações paralelas e grupos armados que operam à mercê, porém com a cumplicidade corrupta do Estado e do sistema financeiro. A proibição e políticas de guerra associadas alimentam um ciclo de homicídios, violência policial, mau uso dos recursos públicos, encarceramentos em massa e violações de direitos humanos».Com o proibicionismo potencializado pelo legado colonial e, na ausência de políticas sistêmicas de reparação, a violência armada explodiu no Brasil. Entre 1980 e 2020, a taxa de homicídios praticamente dobrou, de 11,69 para 21,65 por 100 mil habitantes, uma das mais altas do mundo. Nesses últimos 40 anos, a narrativa de combate ao narcotráfico tem direcionado a maioria dos investimentos em segurança pública e controle de fronteiras do país. Como resultado, as estatísticas da guerra às drogas desenham a face mais letal e ostensiva do racismo estrutural. Variando entre 45 mil e 50 mil mortes violentas por ano, os índices de homicídios de pessoas negras vem aumentando no Brasil, enquanto para a população branca permanecem estáveis. Em 2017, uma pessoa negra tinha 2,7 vezes mais chance de ser vítima de assassinato do que um branco. Pelo menos cinco pessoas negras foram mortas por dia em ações policiais em sete estados monitorados pela Rede de Observatórios em Segurança Pública; do total de 3.290 vítimas mapeadas em 2021, 65% eram negras. Existem mais de 820 mil encarcerados no país; destes, 68% são pessoas negras e cerca de 30% estão presos por crimes de drogas.O volume crescente de prisões e apreensões de drogas, geralmente celebrado por autoridades, só comprova que o proibicionismo brasileiro segue fracassando em seu objetivo central de reduzir esse mercado ilícito – embora seja muito eficiente no controle social racista e na gestão penal da miséria.«Atualmente, uma das principais fontes de violência social no Brasil são as condições do tráfico clandestino de maconha, a droga ilícita mais consumida e mais associada à violência policial e ao racismo estrutural. O debate sobre a legalização das drogas em geral, e da maconha em particular, é uma demanda democrática e anti-racista central para a sociedade brasileira», conclui o professor Henrique Carneiro.