Entrevistas
Edu León
España -
diciembre 18, 2020

En un rincón de La Mancha dónde hay más cocaína de la que podrías imaginar

“No se trata de criminalizar sino de mostrar que las drogas no son el problema”, dice Edu León, fotógrafo y documentalista español. Durante varios años trabajó sobre migración en Europa y en Latinoamérica. Y hace más de una década vive en Ecuador. Allí fue donde, a raíz del triple secuestro y asesinato de tres periodistas del diario El Comercio, empezó a conocer a fondo las consecuencias que produce el narcotráfico en el territorio.

Por una casualidad pasó parte de la pandemia de Covid-19 en Madrid. Aprovechó para registrar cómo vivía el encierro su madre de 75 años. Y durante ese periplo recordó un dato que conoció hace un tiempo: su pueblo natal, en la zona española de La Mancha, tenía un muy alto índice de consumo de cocaína. Allí decidió volver, para entender –y documentar– el revés de la historia que empezó a tejer a miles de kilómetros de su casa.

Desde entonces viaja hacia allí para sacar fotos y conversar. Con exconsumidores, consumidores actuales y con otros actores sociales.  

¿Cómo fue tu experiencia en Ecuador?

Hace tres años mataron a tres periodistas en la frontera de Ecuador con Colombia. Un grupo de periodistas de Ecuador y Colombia nos unimos de manera desinteresada para investigar el tema. Fuimos a la frontera, que está olvidada por el Estado. Nos reunimos con unos periodistas locales y nos dijeron que los medios de Quito siempre van a la noticia parapetados por los paramilitares.

Lo importante para mí fue escuchar esas voces de resiliencia, la verdadera resilencia de esa gente que convive con la problemática del narcotráfico. Luego descubrimos que el Estado ecuatoriano tiene mucha relación con lo que pasó y que todos tenían negocios con diferentes carteles.

Para mí lo importante fue darles voz, escucharles, sobre todo porque la gente va siempre temiendo a ese lugar y nunca se escuchan los verdaderos problemas de ahí. Creo que en esos problemas hay muchos grises y no todo es blanco o negro. Está el agricultor, está la mujer que «cocina» porque tiene que educar a sus hijos o conseguir gasolina para poder pasar el río. Es la convivencia. No podemos juzgar a personas por su entorno, no podemos victimizarlas más.  

Y esa experiencia en parte de hizo volver a mirar tu lugar de origen con otros ojos.

Creo que los medios, y los fotógrafos también, hemos sido siempre culpables de ir a los sitios con prejuicios y hablar de drogas a través de lugares comunes como la sangre, las armas, el pobre en condiciones precarias. E ir siempre con esa mirada de victimizar.

Yo soy de un pueblo de la Mancha. Sí, el de Don Quijote. Recordé que cuando era adolescente salió una noticia sobre un estudio en las aguas residuales de varias localidades españolas. Y mi pueblo era el primero o segundo en cuanto a consumo de cocaína.

Investigué y no era solo esa noticia. Hay un montón de noticias actuales que señalan a mi pueblo. Mi primera intención era ir, luego de no ir por mucho tiempo, y mirar todo con sospecha. La intención era poner esos titulares bajo las fotos que hiciera. Luego se desarrolló más el tema. Hablé con la asociación de exadictos que se acababa de crear y, claro, hay muchas problemáticas. Hay una gran parte de la población que consume y hasta hay chavales de 14 años consumiendo heroína.

Iba a trabajar con la asociación de ex adictos e iba a dar un taller para que, a través de la fotografía y la escritura, la gente interpretara sus emociones. Era chévere porque la idea era que mi mirada y las suyas se mostraran en el pueblo y hacer una semana de coloquios y debates con toda la información. Pero hay gente en contra de hablar del tema. Por ejemplo, los padres empezaron a quejarse en los colegios contra las charlas sobre drogas y dejaron de darlas. Ese es el nivel de hipocresía que existe en las problemáticas de consumo. Vemos el crimen allá y aquí no somos culpables de eso. 

¿Cómo es el pueblo?

El pueblo es una excusa para hablar de esto. Podemos decir que es un lugar de La Mancha de cuyo nombre no quiero acordarme, porque podría ser cualquier pueblo. Es un lugar más o menos grande, tiene 20 mil habitantes. Es un pueblo que pasó por la agricultura y ahora tiene más industria. Está en la ruta de El Quijote y hasta hay molinos de viento. Se identifica con eso: los molinos y Sara Montiel, que también nació en la zona.

Ayer vi en una exposición de Magnum, de cuerpos, y había una fotografía de Cristina García Rodero de uno de estos lugares de Galicia. Había una foto de un señor de rodillas quitándose sus culpas y una mujer que mira a la fotógrafa con desprecio, como diciendo: «esta es la culpa que llevamos nosotros pero en silencio, no tienes que venir tú a mirarnos».

Es un poco lo que pasa en el pueblo. Este problema lo sabemos todos pero se queda aquí y no se habla de ello. Creo que ese es el problema y hay más del 70 por ciento que alguna vez probó algún tipo de droga. Es un índice muy, muy alto.   

¿Cómo estás trabajando?

Es muy difícil estar en entornos de consumo porque por la pandemia el consumo ha cambiado a una forma más privada, a la intimidad de las casas. Es difícil documentar eso en este contexto. Así que estoy trabajando desde una parte más simbólica y otra más periodística.

Entrevisté a una señora mayor que habla de las drogas desde su desconocimiento. También a José, que es de la asociación de exadictos, un testimonio muy duro. Y entrevisté a jóvenes que utilizan la droga con información y son más responsables.

También quería hablar con los de de la guardia civil y la policía municipal, pero ya me han quitado la palabra. Intenté con el párroco, me dijo que no. Me parecía interesante cómo el cura en los pueblos es la representación de las culpas: el confesionario es un gran crea culpas. Pero bueno, me dijo que no. 

¿Cómo es volver?

Yo pasaba todos mis veranos ahí. Mi padre murió cuando yo tenía siete años y siempre que voy al pueblo es eso de «eres igual que tu padre». Ahora volví de una forma inesperada y lo encontré extraño. No soy ni de aquí ni de allá. Veo a algunos amigos del pueblo que son personas que siguen levantándose y su misión en el día es ir al bar, tomar alcohol y poder drogarse.

No es que yo sea ajeno del todo a esa vida. En Ecuador consumí cocaína, está muy barata y yo lo hacía una o dos veces al año. Cuando lo hacía, consumía de forma destructiva y este trabajo tiene un poco de autocrítica. No es que todo el mundo tenga problemas con las drogas: del 100 por ciento de los que usan de drogas solo el 10 por ciento tiene alguna problemática por su consumo. Para mí consumir cocaína conlleva políticamente mucha muerte, y eso tiene que ver más con la guerra contra las drogas, que con las drogas en sí. Ese es el punto: las drogas no son el problema. El problema de quién lleva el negocio.  

¿Es público en el pueblo que estás haciendo este trabajo?

Yo fui franco y creo que eso ha jugado en mi contra pero bueno, quería ir de una forma abierta. No quiero mostrar solo lo que veo, sino también la investigación y las charlas que voy teniendo con diferentes personas.

Creo que es importante que haya un espacio abierto al diálogo, que es lo que nos hace falta. El joven por una prohibición no va a dejar de drogarse pero si tiene información va a ser más responsable su consumo. Si a un joven le dices: «mira, estas son las drogas, estas son las consecuencias». No son tontos.

¿Qué te gustaría lograr con este trabajo?

A veces los fotógrafos aspiramos a cosas que están fuera de nuestro alcance. No me interesa tanto publicar sino que se genere un espacio. Creo que, en la fotografía, tenemos que dejar de pensar en nosotros como firma y empezar a generar espacios multidisciplinarios. En el pueblo me contacto con sociólogos para hablar de la droga y generar un espacio de diálogo y de entendimiento. Esa es mi aspiración.  

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