Espinas, bananos y transparencias
Shinji Nagabe es artista visual y fotógrafo, vive entre São Paulo y Madrid. Brasileño de origen japonés, su obra es la síntesis de la mezcla de su herencia multicultural, complejizada por la experiencia migrante. El artista incorpora a su obra cuestiones de identidad, tradición, costumbres, colonialidad y sexualidad. La fantasía y la ironía son elementos también muy presentes en su producción visual, donde la fusión cultural, de colores, elementos y discursos producen imágenes rigurosamente escenificadas.
Por Maíra Gamarra
Tu trabajo artístico empezó a tomar otra forma después de que salieras de Brasil y te mudaras al extranjero. La experiencia como migrante te afectó tan intensamente y fue a través del reconocimiento de esta identidad que tu trabajo se hizo más potente. Cuéntanos un poco cómo te afectó la experiencia de ser migrante y cómo eso se traslada a la producción artística.
La experiencia de vivir en el extranjero tuvo un profundo impacto en mi trabajo artístico, proporcionándome un viaje de autodescubrimiento y reflexión sobre mi identidad. Al salir de Brasil y establecerme en distintos países, me di cuenta de que siempre me sentía un poco fuera de lugar, ya fuera porque me tildaban de «japonés» en Brasil, de «gaijin» en Japón, o porque cuestionaban mi «brasilidad» en Europa.
Esta constante sensación de ser un «no-lugar» o algo fuera de contexto se ha convertido en la esencia de mi trabajo artístico. La perspectiva de ser un extranjero que, al mismo tiempo, pertenece a todos los lugares en los que he estado ha moldeado mi mirada creativa.
La experiencia de ser un observador externo me ha ayudado a comprender y aceptar que soy una mezcla de todas estas influencias culturales.
En la serie Espina, tu mencionas que, después de un cierto tiempo de producción, empezaste a darte cuenta de que esos niños que fotografiabas eran en realidad una representación de ti mismo, de tu infancia y de los recuerdos y simbolismos relacionados con esa etapa de tu vida. Coméntanos un poco sobre esto, por favor.
En la serie Espina, a medida que avanzaba el tiempo de producción, empecé a darme cuenta de que los niños que fotografiaba eran en realidad una representación simbólica de mi propia infancia y de los recuerdos relacionados con esa etapa de mi vida. Al principio del proyecto, la creación de imágenes y máscaras era una expresión artística intuitiva, sin plena conciencia del significado subyacente.
Mi infancia estuvo marcada por la soledad, ya que mis padres y hermanos se pasaban el día trabajando, dejándome solo en casa. Durante estos momentos de soledad, desarrollaba juguetes utilizando materiales sencillos, una práctica que se convirtió en parte esencial de mi proceso creativo. Cuando empecé el proyecto Espina, la idea de retratar a niños vestidos con uniformes blancos y calcetines hasta la rodilla me vino sin que supiera muy bien por qué. Sólo cuando revisé los libros de mi infancia descubrí un cuaderno escolar japonés en el que todas las ilustraciones mostraban a niños vestidos con uniformes blancos. Este descubrimiento trajo a la luz una referencia impregnada en mi memoria emocional, revelando que cada imagen creada en el proyecto era un reflejo del mundo en el que había vivido.
El proceso de creación de las máscaras y la elección de los elementos visuales de la serie Espina fueron, por lo tanto, una forma de rescatar y reinterpretar los símbolos de mi infancia creativa. La soledad, la necesidad de inventar juguetes y la influencia de la estética escolar japonesa se convirtieron en elementos esenciales de la narrativa visual del proyecto. Así, cada niño fotografiado y cada máscara creada no sólo contaban la historia de los niños retratados, sino que también funcionaban como un autodescubrimiento, revelando capas profundas de mi propio viaje e identidad. El proyecto se convirtió así en una inmersión profunda en la comprensión de quién soy, conectándome de forma íntima con mis orígenes y el niño que fui.
En 2021 publicaste el libro República de las Bananas, una crítica a la escena política brasileña (pero que sin duda habla del contexto de otros países), envuelta en una ola ultra derechista y conservadora que ha hundido el país en Fake News, extremismo religioso, retrocesos y demás, una realidad casi tragicómica que decides explorar satíricamente en este proyecto. ¿Cómo surgió este trabajo y qué repercusión ha tenido en Brasil y en otros países?
El proyecto República de las Bananas apareció como una respuesta directa a la escena política brasileña tras las elecciones presidenciales de 2018, marcada por el auge de la extrema derecha y un ambiente político impregnado de discursos retrógrados y fascistas. Tras recibir una gran cantidad de odio en las redes sociales debido a mis posiciones críticas, mi primera reacción fue sustituir mi foto de perfil por la imagen de un plátano, un símbolo que resumía irónicamente la situación. El plátano se convirtió en una metáfora para expresar la frustración y la indignación que sentía en aquel momento.
A partir de este impulso, empecé a desarrollar el proyecto, creando armas hechas de plátanos y explorando la obsesión por la fruta como forma de alivio emocional. La idea evolucionó hacia la creación de una república ficticia, donde un dictador basado en los principios de la tríada conservadora de «Dios, Patria y Familia» justificaba los discursos conservadores y extremistas. Decidí abordar la situación desde la ironía y la ficción, utilizando estas herramientas como medio de expresión, teniendo en cuenta la intensidad del discurso del odio en aquella época.
La serie tuvo una importante acogida y fue finalista del Premio Louis Roederer en 2019 en Arles (Francia). También se proyectó en varios festivales de Brasil y otros países. El libro «Banana Republic», publicado en 2021, participó en la categoría de fotolibros del Festival ZUM/IMS. El uso de la ironía y la ficción permitió transmitir los mensajes de forma subversiva, aportando una reflexión más profunda sobre la realidad política en Brasil y, por extensión, en otros contextos globales.
Serie República de las Bananas.
Diorama, tu obra más reciente, es, en cierta medida, la continuación de una investigación crítica sobre cuestiones políticas y geopolíticas, en la que se abordan temas como la migración, la colonialidad, la sexualidad, los estereotipos asociados a la latinidad, etc. ¿Cómo ha sido la recepción de este trabajo por parte del público?
Durante la pandemia, empecé este trabajo de forma intuitiva, utilizando telas translúcidas e impresiones de archivos fotográficos sobre ellas. Coser se convirtió en una práctica tranquilizadora en medio de la tensión del momento, proporcionando una expresión artística que, en cierto modo, se hacía eco de mi experiencia pasada.
La elección de trabajar con telas y fotos impresas fue una adaptación al contexto de la pandemia, ya que no podía salir a fotografiar. La intervención en las imágenes a través de la costura refleja mi necesidad de crear una conexión con mi propia identidad. Las telas transformadas en banderines simbolizan las capas de mi personalidad, sugiriendo que cada individuo es una suma de varias capas que se acumulan a lo largo de la vida.
La práctica de rellenar las fotos para darles volumen resultó ser un descubrimiento significativo, que conectaba con la influencia de un cuadro japonés que mi madre tenía en casa, utilizando una técnica llamada «oshie». Este descubrimiento sacó a la luz no sólo mis experiencias personales pasadas como inmigrante en Japón, sino también mi situación actual como inmigrante en España, donde la presencia de la inmigración latinoamericana es más marcada.
He adoptado un enfoque que permite una amplia interpretación por parte del público. He optado por mantener las piezas abiertas, para que cada individuo pueda experimentar la obra con su propio repertorio de ideas, creando así una experiencia personal única para cada espectador.
Las grandes dimensiones y los colores vibrantes de las piezas se han elegido deliberadamente para captar la atención visual. Reconozco que, como latinos, tenemos una afinidad cultural con los colores intensos, las expresiones vibrantes y una apertura a la sonrisa, elementos que se reflejan en las obras.
Una característica interesante de la serie es la posibilidad de tocar las piezas y cambiar el orden de las capas. Esta interactividad ofrece la oportunidad de cambiar la disposición de las capas, alterando así el significado y la interpretación de la obra. Al interactuar con las piezas, cada individuo crea una narrativa única y personal, lo que contribuye a una multiplicidad de perspectivas en torno a la obra.
En cuanto a su recepción, la acogida ha sido positiva, y ahora me doy cuenta de que el debate en torno a la obra y sus preguntas está, de hecho, teniendo lugar. La naturaleza abierta e interactiva de la serie ha estimulado diversas conversaciones, permitiendo a la gente explorar las cuestiones políticas, geopolíticas y culturales abordadas en las obras de una manera más íntima y personal. Cada interacción individual enriquece la comprensión colectiva de la obra, convirtiéndola en una experiencia rica y atractiva para el público.
Serie Diorama.
Diorama es también una exploración artística que va más allá de la fotografía e incorpora otros elementos que dan cuerpo a la materialidad del objeto. ¿Es la primera vez que crea obras tridimensionales? ¿Cómo ha sido experimentar con otras materialidades asociadas a la fotografía?
Aunque empecé con la fotografía, desde el principio mi trabajo siempre ha estado centrado en la materialidad. Tengo afinidad por los objetos baratos, de bajo coste, y me gusta darles un nuevo significado, y la esencia de mi trabajo se caracteriza a menudo por la «gambiarra». Crecí en un entorno en el que crear «gambiarras» era fundamental para la creatividad, y este enfoque práctico ha sido siempre la base de mi proceso creativo. Por eso, incluso cuando creo fotografías, éstas no son más que el resultado de una experiencia más amplia y táctil con objetos y materiales.
La incursión en obras tridimensionales fue una progresión natural de mi interés por la materialidad. Anteriormente, para una exposición en 2021 en el Centro Can Baste de Barcelona, presenté rostros hinchables gigantes que se activaban mediante detectores de movimiento. Estas piezas se basaban en fotos de personas que yo había fotografiado, explorando temas como los sueños y el poder mediático de la fotografía y la fama. Las esculturas se inflaban y desinflaban según la interacción de la gente con ellas, creando una experiencia dinámica.
La serie «Diorama» supone otro experimento con la tridimensionalidad de las piezas. En este contexto, la idea de ser una pieza única es crucial, ya que las fotografías, que antes podían replicarse, adquieren ahora una singularidad. Este planteamiento añade una dimensión conceptual a la obra, fomentando la reflexión sobre la singularidad e irrepetibilidad de las piezas. Además, al explorar el espacio tridimensional, considero cómo involucra al espectador, contribuyendo a la experiencia sensorial y conceptual de la obra.
Tu obra tiene referencias de diferentes culturas: mientras vemos la viveza del color y elementos que remiten a la intensidad, el calor, el tropicalismo, la cultura popular o las fiestas brasileñas, también observamos una marcada sobriedad en las poses y un formalismo estético, elementos asociados a la cultura japonesa. ¿Hasta qué punto la utilización de estas referencias es consciente en tu proceso? ¿Cómo integras estos elementos en su trabajo?
Las referencias a diferentes culturas presentes en mi obra son, de hecho, una expresión consciente de mi experiencia vital marcada por la dualidad cultural. Al ser de origen japonés y brasileño, crecí inmerso en esta rica intersección cultural. En casa, por ejemplo, teníamos un altar budista, donde la imagen de Nuestra Señora de Aparecida compartía espacio con la figura de Buda. Esta coexistencia de influencias culturales forma parte intrínseca de mi vida, especialmente en el contexto brasileño, donde el sincretismo religioso es una realidad palpable.
Esta dualidad cultural se manifiesta de forma natural en mi obra y las múltiples referencias coexisten armoniosamente. Esta integración de diferentes elementos culturales es una representación directa de mi propia identidad y de la riqueza que surge de esta interconexión.
Vivo como una especie de «aspiradora de influencias», adaptándome continuamente a los nuevos contextos en los que me encuentro, como la inmigración a Europa. Mi proceso de trabajo se guía por el instinto, siendo una expresión natural del repertorio cultural que experimenté en la infancia y de las influencias presentes en mi entorno actual.
En la creación instintiva, a menudo sólo comprendo plenamente las razones que subyacen a la elección de materiales, colores y técnicas durante el proceso de reflexión posterior. El autodescubrimiento se produce a lo largo del camino, y cada obra es un viaje de comprensión que reúne las reflexiones que surgen durante el proceso creativo. Este enfoque fluido e intuitivo da como resultado una expresión auténtica y profundamente personal, que conecta las distintas facetas de mi identidad cultural.