

La imagen como raíz y el poder de la fotografía afrovenezolana
Gabriel Pinto es un fotógrafo de Caracas, Venezuela, con raíces familiares en Barlovento. Inició su camino en la fotografía con la mirada puesta, justamente, en su historia familiar y cultural. Su obra no nace solo del impulso por retratar lo que ve, sino por traducir lo que siente, lo que recuerda, lo que le atraviesa. Una mirada cultivada por la memoria y la historia oral de un territorio afrodescendiente, por silencios heredados y por gestos cotidianos que resisten al olvido en un país cuyo contexto social y político es cada vez más complejo, vertiginoso y contradictorio.
Entrevista por Andrea Fajardo
Barlovento es una región altamente marcada por la herencia cultural africana. Ubicado en el estado Miranda, al este de Caracas, este territorio fue un importante centro de plantaciones de cacao en la época colonial, donde se establecieron comunidades afrodescendientes que mantienen vivas sus tradiciones al día de hoy.
Entre las expresiones de la cultura afrobarloventeña está el tambor mina, cuyos ritmos y danzas tienen raíz en tradiciones musicales africanas traídas al continente por personas negras esclavizadas. Estas tradiciones llegaron a mezclarse con elementos indígenas y españoles, dando lugar a una expresión cultural única en Venezuela que se toca en celebraciones como Semana Santa, fiestas patronales y cumpleaños de santos.
En esta entrevista, Gabriel Pinto nos habla sobre los orígenes de su mirada, los territorios que lo habitan, las imágenes que lo han formado y los desafíos de contar historias con una estética propia en un territorio como Barlovento, y como Venezuela. Lo que sigue es un viaje al corazón de una práctica visual que se ha construido con memoria, con muchas preguntas y con una firme convicción: la de mirar para no olvidar.

¿Cuál fue la primera imagen (que recuerdes) con la que sentiste una conexión particular y que te impulsó a elegir el camino de la fotografía?
La primera imagen que marcó un antes y un después en mi vida fueron las fotografías del álbum familiar. Era un retrato de mi abuela, joven, radiante, congelada en un instante que parecía eterno. Al verlo, sentí una conexión profunda, como si a través de la imagen pudiera tocar su historia, sentir sus sueños y comprender su vida más allá del tiempo. Fue entonces cuando entendí el poder de la fotografía: su capacidad de preservar memorias, emociones y fragmentos de quienes somos.
Los álbumes familiares son más que simples colecciones de imágenes; son cápsulas del tiempo, testimonios de la vida y sus momentos más significativos. Cada fotografía guarda una historia, un instante irrepetible que sigue vibrando incluso décadas después. Descubrir estas memorias me despertó la inquietud de capturar el mundo con mi propia mirada, de congelar emociones y construir recuerdos a través de mi fotografía . Así nació mi pasión por la fotografía: del deseo de guardar aquello que el tiempo no puede borrar.


Naciste en Caracas pero tus raíces y tu crianza fue en Barlovento, que tiene una importante población afrovenezolana. ¿Qué sonidos, imágenes, personas o historias de Barlovento llevas siempre contigo y cuáles han inspirado tu trabajo?
Caracas-Barlovento: es el tránsito constante entre el concreto y la naturaleza. Yo nací en Caracas, pero mis raíces están profundamente sembradas en Barlovento. Mi familia es de migrantes, mirandinos y andinos que, aunque dejaron sus tierras, nunca dejaron su identidad. Yo soy parte de ese movimiento, de esa memoria viva que no se apaga. Crecí en una familia que, a pesar de todo, trató de no soltar sus raíces, que las cultivaron en cada conversación, en cada comida. Y así entiendo que la identidad no tiene fronteras.
La migración no fue solo un viaje, fue la reafirmación de que el origen no se abandona, se transforma. Caracas nos recibió, pero nunca nos quitó lo que somos.
La comunidad afrovenezolana es una de las bases fundamentales en la construcción de la identidad de Venezuela. No se trata solo de reconocer su presencia, sino de entender que su historia, su cultura y su lucha han moldeado el país en todos los ámbitos: social, cultural, económico y político. Desde la época de la colonización, la comunidad afrovenezolana ha resistido la opresión y el olvido impuesto por estructuras coloniales. A través de nuestros conocimientos, la espiritualidad, las tradiciones y las luchas por el reconocimiento, se ha tejido la memoria colectiva del país.
Sin embargo, el reconocimiento de la comunidad afrovenezolana ha sido una batalla constante. La invisibilización y el racismo han intentado borrar la historia. Es crucial reivindicar el legado y darnos el espacio que siempre hemos merecido en la construcción del país. No se puede hablar de Venezuela sin hablar de la afrovenezolanidad. Nuestra historia es resistencia, es cultura, es memoria viva, su lucha es presente y no podemos mirar hacia el futuro sin reconocer que la justicia comienza con la reivindicación de nuestros pueblos.
Barlovento ha sido una fuente de inspiración para mí. Si hay alguien que llevo siempre conmigo es mi bisabuela, Juana Pinto. Ella es la mujer que me ha inculcado el sentido de pertenencia por lo nuestro, me ha enseñado con su ejemplo y ha sido mi guía. A través de ella, he aprendido el valor de nuestras raíces y la riqueza de nuestra identidad.
La imagen que nunca se borra de mi mente es la casa de bahareque, rodeada de un verde exuberante, el hogar donde mis tíos siempre me esperaban con los brazos abiertos. Es un lugar que representa el calor de la familia, la conexión con la tierra y el arraigo que define mi historia. Ese momento está congelado en mi mente
He tenido el privilegio de conocer a mujeres sabias e inspiradoras. Una de ellas me relató una historia que resuena profundamente en mí: en una noche de tambor, el canto y el baile llenaban el aire cuando un hombre entró en la rueda y comenzó a danzar sin descanso. Nadie podía sacarlo y los cantadores se preguntaban: ¿Quién es ese? Nunca pudieron verle el rostro. Entre los cantos, uno de ellos improvisó: «Yo canté con el demonio un año y cuarenta días, y te la voy cantando con Dios te salve María.» En ese instante, una brisa levantó el polvo y desapareció. Con este cuento me quedó claro que hasta el diablo ha bailado tambor en Barlovento.



Tu trabajo tiene una raíz muy sólida en la memoria ancestral. ¿Cuál ha sido la enseñanza más dura y cuál ha sido la más bonita que te ha dado esa investigación sobre la memoria?
Explorar la memoria ancestral ha sido un viaje de aprendizaje constante, lleno de momentos de reflexión profunda.
La enseñanza más dura ha sido enfrentar las historias de pérdida y olvido, entender cómo la memoria de un pueblo puede ser fragmentada por el tiempo y las circunstancias. Sin embargo, en ese mismo camino, la enseñanza más bonita ha sido descubrir la resiliencia de la memoria, cómo a pesar de todo las voces del pasado siguen vivas en las tradiciones, en los relatos, en la esencia misma de quienes las heredan.
Ha sido un recordatorio poderoso de que la memoria no solo guarda el ayer, sino que también da forma al mañana, donde las nuevas generaciones lo asumen con una nueva voz sin olvidar su guía. La memoria no es solo un reflejo del ayer, sino la semilla que florece en el presente.
¿Cómo es hacer fotografía y trabajar con los límites entre lo artístico y lo documental en un país como Venezuela?
Hacer fotografía en Venezuela es enfrentar una realidad compleja, intensa y, muchas veces, contradictoria. Aquí, la frontera entre lo artístico y lo documental no es solo una cuestión estética, sino también una forma de interpretación. La fotografía no es solo un medio para capturar imágenes, sino una forma de testimonio, de denuncia, de expresión en un país donde la realidad es cambiante y los desafíos son constantes.
Trabajar con lo documental en Venezuela significa observar sin filtros, registrar la cotidianidad sin adornos, mostrar tanto la belleza como las dificultades.

En tu investigación visual sobre la identidad afrovenezolana, ¿cuáles son las herramientas o pautas que has encontrado para combatir los estereotipos y la exotización de los pueblos afrodescendientes?
El desafío no solo radica en representar la identidad afro venezolana, sino en desmontar los imaginarios impuestos por siglos de dominación visual. La imagen ha sido históricamente un espacio de poder, donde la mirada hegemónica ha reducido los cuerpos afrodescendientes a lo exótico, lo marginal o lo folklórico. Frente a ello, la fotografía y la investigación visual se convierten en herramientas de resistencia.
Para combatir los estereotipos y la exotización, es fundamental partir desde la autorrepresentación: que las propias comunidades afrodescendientes sean las narradoras de su imagen, sus historias y sus realidades, evitando la mirada externa que clasifica y romantiza. Descolonizar la imagen significa cuestionar los cánones estéticos heredados.
La imagen, en este sentido, se convierte en un acto político: no sólo documenta, sino que repara, dignifica y devuelve la voz a quienes han sido históricamente silenciados.

Si tu trabajo pudiera traducirse a una canción, ¿cuál sería y por qué?
En el proceso de investigación sobre la música tradicional de Barlovento, me encontré con un canto de faena que pude grabar a Felicia Palacios.
Este canto, profundamente arraigado en la cotidianidad de un día de trabajo, no solo refleja el ritmo del esfuerzo, sino también la identidad y el sentir de quienes han construido con sus manos la historia de la región. Su melodía, su cadencia, su fuerza lo convierten en uno de los cantos más bellos que he escuchado en Barlovento. Este canto se llama «la quebrada y la arena».
¿Qué le dirías a Gabriel de niño que no sabía que sería fotógrafo?
Atrévete a mirar más allá, a ver lo que otros no ven. Atrévete a explorar cada rincón sin miedo, porque lo que ahora es solo curiosidad, algún día será tu fuerza, tu manera de conectar con el mundo. No la cambies. No te limites, no te cuestiones demasiado si lo que sueñas es posible, hazlo posible. Observa, siente, vive.



¿Cómo ves el futuro de tu trabajo y de la fotografía o las narrativas visuales en Venezuela?
Veo el futuro de mi trabajo fotográfico como un camino de reafirmación y un espacio donde la identidad no solo se muestra, sino que se narra. Como joven afrovenezolano, el desafío es romper con las miradas impuestas, desmontar los estereotipos y construir imágenes que sean testimonio y reivindicación.
Más que documentar, quiero que la imagen dialogue, que cuestione, que inspire. Que sea un camino para quienes vienen detrás, que cada vez más jóvenes encuentren en la fotografía una forma de contar su historia y verdad.
Para mí la imagen se debe convertir en una herramienta de reparación, en un espacio donde la identidad afrovenezolana sea contada desde su propia voz, sin intermediarios, sin distorsiones. Que la fotografía no sea solo un reflejo, sino un acto de resistencia, un testimonio vivo de nuestra historia y nuestro presente.
Veo el futuro de la fotografía en Venezuela como un territorio de posibilidad. A pesar de los desafíos, las narrativas visuales se están transformando, se están construyendo desde nuevas miradas, desde lenguajes que cuestionan y reivindican. La fotografía y las narrativas visuales pueden desmontar los imaginarios impuestos, desafiar las formas en que históricamente hemos sido representados.
Es hora de reclamar la imagen como un espacio de identidad, donde nuestra memoria se narre desde la dignidad y la diversidad, donde cada historia encuentre su lugar, no como un objeto de observación, sino como un sujeto de transformación.
El futuro que imagino es que la imagen no se limite a documentar, sino que sane, que reescriba narrativas que se reconstruyen desde la dignidad. Toda historia merece ser vista.

