La piel de las imágenes
Entrevistas
Mateo Caballero
Bolivia -
diciembre 27, 2023

La piel de las imágenes

El fotógrafo, artista visual y músico, Mateo Caballero (La Paz, Bolivia), transita entre la fotografía editorial, la artística y las artes visuales para reflexionar en torno a la imagen, su materialidad y su poder como instrumento para fortalecer vínculos humanos. A través de la fotografía, la educación, el bordado y el juego crea imágenes que le permiten explorar los espacios de la memoria y del tiempo, temáticas muy presentes en sus investigaciones.

Por Maira Gamarra

Mientras deambula por múltiples lenguajes, procesos, métodos y técnicas, Caballero establece encuentros, diálogos y colaboraciones también diversas y se muestra un artista interesado en el proceso más que en el resultado.    

El trabajo manual está muy enmarcado en su producción artística, en el que experimenta y arriesga juguetear con la materialidad de las imágenes como un lugar que le da pie a la performatividad y la reflexión donde, el gesto de intervenir en ellas, crea capas de significación y un espacio-tiempo que conecta diferentes inquietudes, motivaciones, realidades y temporalidades que se encuentran y resultan en el objeto intervenido que aparece casi como una reliquia. Es ahí en esta experimentación curiosa y dedicada donde el bordado surge en su obra como una acción que se mueve entre lo gestual, lo manual, lo tecnológico, y lo afectivo y que, al hacer uso de herramientas como el fuego, la aguja y el hilo, conecta técnicas artísticas tradicionales con los lenguajes artísticos contemporáneos, configurándose como un acto de resistencia a la velocidad y fugacidad de la vida.

Ayahuasca Musuk

En algunos de tus trabajos más antiguos el uso del bordado está presente, ahora vuelves a utilizar esta técnica en trabajos más actuales, ¿qué es lo que buscas con este gesto que está tan enmarcado en diferentes series al largo del tiempo? ¿Por qué el bordado?

Los textiles me han acompañado desde la infancia, pues mi madre desempeñó el oficio de diseñadora, costurera y bordadora durante muchos años de su vida. Siempre me sentí atraído por ese fascinante universo de agujas, dedales e hilos de colores, pero no fue sino hasta el año 2018 que decidí integrar la materialidad textil a mi obra. En ese momento, creé una obra que entrelaza la imagen fotográfica y el texto bordado sobre tela. Para elaborar la parte textil de esta obra, trabajé estrechamente con mi madre durante casi un mes. Durante este tiempo, ella me enseñó el arte del bordado a mano, y yo aprendí no solo técnicas, sino que también compartimos momentos de diálogo profundo y sensible. El bordado se convirtió en una maravillosa oportunidad meditativa, nacida de la labor manual realizada en silencio. Experimenté también que, cuando se realiza en comunidad, el bordado estimula el diálogo y fortalece los vínculos afectivos entre quienes participan en esta actividad.

Al incorporar el bordado a mi práctica artística, añado capas sucesivas de tiempo extendido. Considero esta actividad manual como una forma de reflexionar sobre la imagen, de pasarla a través de mi cuerpo y cuestionar mis propios límites frente a ella. Bordar las fotografías, para mí, implica una exploración material y estética que se extiende hacia la sonoridad y el ritmo; una performatividad que, de cierta manera, vulnera el soporte físico pero lo carga de sensibilidad y de tiempo.

Ayahuasca Musuk

La materialidad de la fotografía es algo que te interesa bastante. Tus intervenciones son muy físicas, manuales, dedicadas, detalladas, yo diría incluso muy íntimas, como si establecieras relaciones muy profundas, largas y lentas, con las fotos a las que decides afectar. No es algo puramente decorativo, por más que haya mucho apuro estético en las imágenes. Veo eso muy claro en la serie “Arde, la piel de las imágenes”. ¿Tiene sentido eso que te digo?

El abordaje de la materia, lo táctil, me proporciona una conexión más íntima con la imagen y expande la duración del proceso creativo más allá del gesto fotográfico. La intervención material de las imágenes conlleva un riesgo que no tomo a la ligera. Cuando se quema, perfora o altera materialmente la imagen, no solo afecta el soporte o el objeto/foto; todo el contenido conceptual de la imagen sufre una alteración irreversible. Este riesgo me fascina, y lo asumo con absoluta entrega. Mi interés no radica en decorar mis imágenes, sino en poner a prueba su resistencia, comprender cómo responden a ciertos estímulos y cómo mutan ante determinadas tensiones. Me motiva cargarlas con nuevas huellas para darle nuevas dimensiones a mi labor como fotógrafo y artista.

En «Arde, La Piel de las Imágenes», trabajo con una serie de fotografías que realicé a mi hija Julia hace algunos años. Exponiéndolas a un daño quizás más rotundo que la simple perforación con aguja, las someto al fuego, hiriendo ostensiblemente la superficie de las fotos con la luz magnificada por una lupa. La respuesta del papel fotográfico fue extraordinaria; además de sufrir quemaduras, en ciertas áreas surgían laceraciones o ampollas, como si se tratara de piel viva. A pesar de ser una alteración tan violenta, encontré una posibilidad de profunda introspección y meditación sobre mis relaciones con esas imágenes, con mi paternidad y con la fotografía en general.

El tiempo, la memoria, la familia, son temas comunes en tu obra
¿Qué es lo que estás buscando decir o encontrar, Mateo? 

En un principio, respondí a la necesidad de explorar mis afectos más cercanos, reflexionando sobre el paso del tiempo y la posibilidad de olvidar o ser olvidado, temas que se manifiestan de manera recurrente en la fotografía. Creo que mi experiencia como padre marcó un punto de inflexión en mi producción artística. A partir de la paternidad, comencé a reflexionar sobre la capacidad que tiene la imagen para convertirse en un articulador de vínculos, no sólo como un contenedor de memoria, sino como un generador de nuevas experiencias afectivas y anclajes temporales. Desde entonces, he recurrido constantemente a mis afectos como ejes, como canales de exploración, involucrando a mi familia en los procesos de creación o aprendizaje, y estableciendo relaciones de la misma naturaleza con otras personas a través del diálogo y la mutua afectación.

En este sentido, la búsqueda en sí misma suele ser lo que más me interesa, ya que rara vez llego a resultados preconcebidos. En definitiva, lo que me fascina es la vibración compartida con les otres, comprendiendo que, como artista, el proceso suele ser más apasionante que el producto final, la pieza terminada.

Otro tema que te acompaña en tu producción es el juego. Es frecuente en tu obra la creación de estratégias que establecen el diálogo y la acción compartida con otres y con el público, como una invitación a que se involucren con la obra. Pero seguramente tiene que ver con alguna otra inquietud, ¿cuál sería? ¿Cuál es el lugar del juego que tanto te interesa?

El juego, como dinámica creativa, se manifiesta en distintas fases de mi trabajo, tanto en el proceso de reflexión que conduce a una obra como en la interacción del espectador con la misma, tocándola, modificándola, interviniéndola. En este sentido, considero que se establece una aproximación más sensible a mis reflexiones e inquietudes, ya que el juego se convierte en una herramienta que facilita el diálogo entre estas y las preocupaciones de quienes se acercan a la obra. El juego me fascina porque siempre se presenta como una invitación amable, apelando a una curiosidad infantil que llevamos dentro, y que puede estar más o menos despierta, pero siempre esperando ser desencadenada.

 En mi proceso creativo, el juego suele actuar como un catalizador de emociones, permitiéndome no tomarme las cosas tan en serio, pero al mismo tiempo, entregándome por completo, al igual que lo hacen los niños en sus juegos. Esta dinámica me ofrece la posibilidad de crear y modificar mis propias reglas, estableciendo metodologías creativas a las que me esfuerzo por ajustarme de la manera más rigurosa posible. Sin embargo, lo que más me conmueve es la oportunidad de construir puentes de diálogo con aquellos que observan y, si así lo desean, participan en la obra.

Me parece interesante que algunos de tus trabajos artísticos surgen en relación a grupos de fotos hechos en momentos anteriores y con funciones otras, así que me quedo pensando ¿qué es lo que estás buscando decir cuando le das otra vida a estas fotos que estaban guardadas? ¿Por qué volver a estas imágenes? Cuando haces fotos ya las haces pensando en algún proyecto futuro o son relaciones que se establecen realmente después? 

He sentido la necesidad de volver a inscribirme en antiguas fotografías, reinterpretándolas y añadiendoles nuevas capas de tiempo. Este proceso se convierte en un diálogo continuo con mi pasado y en una oportunidad de reconocer y dialogar con versiones anteriores de mí mismo. Al encontrarme con formas de hacer y pensar las imágenes con las que ya no me siento identificado, esta revisión se transforma en un proceso de redescubrimiento y reevaluación. Es como hojear las páginas de un diario y encontrarme con la persona que fui, abriendo la puerta a una conexión más profunda y reflexiva.

En cuanto a mis nuevos proyectos, he decidido tomarme más tiempo para la captura de las fotos y someterlas a procesos de diálogo previo. Este enfoque más reflexivo y colaborativo en mi práctica artística implica un diálogo activo, ya sea conmigo mismo o con otras personas, y se traduce en imágenes que no solo son productos finales, sino registros visuales de un proceso de exploración y co-creación. La elección de trabajar sin prisa, sin preconceptos y sin rutas previamente establecidas sugiere una apertura a la espontaneidad y a las sorpresas creativas, permitiendo que las imágenes evolucionen de manera orgánica.

Un ejemplo de estos procesos de reencuentro con imágenes anteriores y con el bordado es la serie “Aura”. El hecho de que hayas decidido volver a mirar y trabajar con estos retratos tradicionales después de algunos años, ahora intervenidos, tu gesto de darles otro significado a través del diálogo con las líneas, las formas y los colores, me hace pensar que estás emprendiendo una resignificación no apenas de tus archivos, pero también de las prácticas utilizadas desde la fotografía. 

Aura es una serie fotográfica que originalmente trabajé entre 2011 y 2015. Al volver a enfrentarme a esas fotos siete años más tarde, experimenté lo que mencioné anteriormente. Aunque recordaba el contacto con las personas retratadas, sus nombres y de dónde venían, no me reconocía a mí mismo en esas fotos. Mi identidad como autor había evolucionado a lo largo de los años, modificando mis metodologías y formas de pensar. Surgió la necesidad de una resignificación.

Introducir el bordado en la serie fue mi intento de infundir nuevas capas de significado a esas imágenes. Lo hice mediante una metodología deliberadamente pausada y una aproximación casi ritual a los instrumentos y materiales que utilicé para intervenir las fotografías. El bordado se convirtió así en una exploración que transformó las imágenes, dotándolas de una nueva vida que creo refleja mi búsqueda constante de transformación como artista.

Hay un trabajo tuyo que ya tiene algunos años pero que me encanta, que es Mitologías Imaginarias. Es un trabajo colaborativo, hecho en conjunto con Natalia Peña y con niños en edad escolar. La aproximación y las provocaciones que ustedes proponen en este trabajo, desde la pedagogía, desde el juego (otra vez el juego) es algo que me interesa porque rompe con unas lógicas a las cuales estamos tan acostumbrados en la fotografía, como el ego, la autoría, las jerarquías y en este trabajo las búsquedas y las potencialidades son otras. ¿La fotografía es una excusa? 

Mitologías Imaginarias surge de la necesidad de sumergirnos en la sabiduría genuina de los niños. Natalia Peña, desde la perspectiva de la pedagogía y la performatividad, y yo, explorando la imagen fija y en movimiento, nos propusimos adentrarnos en estos conocimientos junto a niños y niñas de comunidades rurales en Bolivia. Los relatos e imágenes que nos compartieron nos cautivaron de inmediato, presentándonos visiones del mundo extraordinariamente distintas a las que estábamos acostumbrados. Estas concepciones revelaban una complejidad y sensibilidad profundas, conscientes del entorno, del presente y de la comunidad. Sus interpretaciones del mundo emanaban una autenticidad elocuente. A través de este proyecto, nos colocamos de cierta manera a disposición de los niños y niñas, explorando conjuntamente su territorio, su tiempo y sus imaginarios. Sus formas de comprender el mundo resultaban siempre fascinantes y estimulantes para nosotros, quienes buscábamos articular esos relatos a través de la imagen. Para aquellos que, como espectadores, entraron en contacto con el proyecto, fue una experiencia enriquecedora.

Mitologías Imaginarias experimentó una constante transformación, evolucionando desde ser una experiencia de creación en comunidad hasta convertirse en un ensayo fotográfico o un dispositivo para seguir imaginando, especialmente cuando la pandemia nos confinó durante meses en los espacios domésticos. En todo momento, primó la necesidad de crear a través del juego y encontrarse a partir de la imaginación.