Visualidades
Orlando Velázquez
México -
enero 11, 2021

México: el deseo que corrompe

El artista y grabador mexicano Orlando Velázquez busca retratar el instante en el que el lazo que conectaba al hombre con su hábitat se quebró. “La tierra es el principio y el fin de todas las cosas”, dice con algo de nostalgia. Lamenta que, producto de conflictos como el narcotráfico y la guerra contra las drogas, ya no se perciba la tierra como algo sagrado sino que se la conciba de modo meramente instrumental: como un recurso con el cual enriquecerse. Y contra esa cosmovisión, batalla.

Orlando nació en el estado de Guerrero, en México, y vivió en carne propia los picos de violencia que se generaron producto de la mal llamada “guerra contra las drogas”. Ese sendero recorre su serie El deseo que corrompe donde retrata la violencia producto de la ambición de poder. El proyecto fue posible gracias a una beca que le dio el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes (Conaculta).

Orlando quiso ilustrar esa tragedia en los términos de Dante Alighieri: “Quise confrontar la idea del infierno antiguo con mi visión del infierno en la tierra a partir del estudio de conductas humanas más contemporáneas que las del infierno de Dante”, plantea. Hijo de un orfebre, Orlando trabaja largas horas en un pequeño taller que tiene en su casa. Es meticuloso y persistente a la hora de intentar capturar las conductas humanas y sus emociones. 

¿Cómo llegaste al concepto de El deseo que corrompe?

Cuando inicié este proyecto recuerdo la oleada de la violencia en el país que estaba pues más fuerte que ahora. Y todo era principalmente  por esta cuestión de la pelea de las plazas de los carteles: la cuestión del poder era lo que estaba llevando a estas situaciones tan violentas.

Ya traía conmigo el gusto por la Divina comedia de Dante. Quise retomar la idea infernal que, en la Divina comedia, se representa como los círculos del infierno, donde se tortura a la gente.

Esta planteaba la cuestión de la conducta humana: cómo los deseos los llevaban a esos tormentos. Ahí retomé la idea, porque ya lo estaba viendo aquí, en mi país y lo estaba viendo en todo, en las calles, no solo en el periódico: en todos lados se podía ver la muerte que se estaba generando. 

Tomaste como referencia la Divina comedia pero la mexicanizaste.

Sí. Quería que todo ese imaginario remitiera a México. Por eso en algunas de las imágenes hay músicos tocando y un árbol incendiándose. Quise retomar y hacer una pequeña fusión del infierno antiguo con mi visión del infierno aquí en México.

Terminé una beca y estaba centrándome más en el estudio de la conducta humana. En el proyecto anterior había iniciado con el estudio de los vicios capitales. Pero no los consideraba vicios, sino como conductas que prevalecen en el ser humano. La idea que tenía era representar mi visión del infierno, pero alejándome de plantearlo como un lugar después de la muerte, sino como un infierno terrenal. La idea era confrontar la idea del infierno antiguo con mi visión del infierno en la tierra a partir del estudio de conductas humanas que son más contemporáneas que las del infierno de Dante. Propuse trabajar con el concepto del “horror al vacío” y las conductas que se generaban. Propuse trabajar con la ansiedad, con el miedo, el apego y la ira. 

¿En qué estás trabajando ahora?

Los tutores de la beca me sugerían probar un tipo de solución que correspondiera más con la emoción. Fue por eso que empecé a explorar otro tipo de dibujo que fuera más gestual y que estuviera más centrado en la emoción. En otros grabados creo que estaba todo más descriptivo, más ilustrativo: generan una narrativa a partir de un montón de personajes. Y, en estos, la intención es que quedara como el puro registro de la emoción. 

¿Cómo es el proceso? ¿Primero haces un boceto, lo dibujas?

Sí, es un proceso de mucha atención. Me gusta dibujarlo directo, ir construyendo la imagen ya directamente sobre la placa. No hago bosquejos previos. Las placas son de madera. Algunas son de un metro veinte por noventa centímetros. Hay un grabado que mide un metro ochenta con cuarenta centímetros, algunos que son un poco más pequeños.

Para los grabados de un metro por noventa centímetros demoro alrededor de un mes, creo. Entre la planeación del dibujo y el tallado. En las placas, que son como de cuarenta por sesenta creo que demoro alrededor de unos ocho días.

Es una actividad que requiere estar muy concentrado, ¿no?

Sí, la verdad es que sí. La mayor parte del tiempo la paso aquí, en este pequeño taller. Es mucho trabajo, muchas horas de planear. Fíjate que siempre he creído que lo más difícil es cómo componer la pieza. La cuestión técnica de cómo se va a desarrollar para mí es un poco más sencilla. Lo que me lleva más tiempo es la planeación y dibujar todo porque no hago bosquejos anteriores. Diría que es la parte que a mí más me gusta, el proceso creativo, que vaya saliendo. Cuando de repente viene a la mente algo y ahí mismo lo corrijo. 

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