Subvertir lo cotidiano
En su proyecto Un día dentro de los días, el fotógrafo argentino Santi García se propuso documentar la vida de una comunidad de pescadores en el Golfo de Fonseca, en Nicaragua. Sus imágenes no buscan esconder la pobreza que se vive en esta región, pero tampoco la ponen en primer plano: son, en cambio, un testimonio fiel de la belleza y el placer que experimenta esta comunidad incluso en una situación adversa.
Por Alonso Almenara
“Hoy por fin pude romper el hielo con los pescadores. Bendito sea el fútbol, bendito el mate, bendito Messi”. Esta entrada del diario del fotógrafo argentino Santi García registra el momento exacto en el que echó a andar su proyecto Un día dentro de los días, que documenta la vida cotidiana de una comunidad de pescadores de La Salvia. Esa tarde Santi iba caminando por la playa, con un mate en la mano, cuando los vio jugando a la pelota. Hasta ese momento, él había sido el bicho raro, el outsider, el extranjero que había llegado a un pueblo de Nicaragua con una cámara, convocado por una ONG. Se acercó y uno de los pescadores le dijo: “eh, Argentino, ¿sabes jugar al fútbol?”. Y así empezó todo, recuerda: “Fue lo más hermoso del viaje”.
Santi es natural de la Patagonia; tiene 28 años y lleva tres recorriendo Latinoamérica. Ha trabajado para medios de comunicación independientes, siempre como fotógrafo freelance. “Me hubiera encantado poder ejercer el fotoperiodismo, pero, como sabés, hoy es muy difícil vivir de eso”. Entonces decidió viajar y, con la cámara, hacer todo tipo de trabajos que sustenten la travesía. Ha hecho fotografía comercial, pero lo que realmente le interesa es emprender proyectos como Un día dentro de los días. Aquí reacciona contra cierto tipo de fotografía documental: aquella que insiste en mostrar la pobreza de manera sensacionalista, sin tener en cuenta la dignidad de las personas.
Ubicada en el extremo occidental de Nicaragua, La Salvia es una zona de bajos recursos y difícil acceso que los medios de comunicación tradicionales condenarían, típicamente, a aquél dudoso tratamiento informativo: la región no cuenta, ni siquiera, con servicios básicos como agua potable o electricidad. “Sin embargo la comunidad vive, trabaja, se educa y disfruta de sus días, de su naturaleza, de su mar, de su campo entre temblores, un volcán, lluvias y tormentas torrenciales que tiran árboles gigantes cambiando su disposición constantemente”, dice el fotógrafo.
Allá la pesca es la fuente principal de trabajo: los hombres, desde muy jóvenes, preparan redes para salir al mar en busca de camarones, langostas y pescados, mientras que las mujeres empujan las lanchas que se adentran en el golfo a las cinco de la mañana y luego, al mediodía, las reciben de regreso para preparar, con el resultado del pesca, el almuerzo para toda la familia. Es en este lugar donde Santi se enamoró otra vez del fútbol —ese juego maravilloso que nos conecta por medio de un balón— y donde lanzó este proyecto de documentación visual cuya lógica le interesaría, en el futuro, replicar en otras regiones.
«Me gustaría replicar este trabajo en otras comunidades, en otros países. No insistir en esa mirada catastrófica típica de ciertos medios que documentan la vida de comunidades que están siendo afectadas por problemas ambientales, sociales o políticos. Eso sucede y es grave, y está bien que se sepa, pero también sucede que estas personas viven, se desarrollan, juegan, estudian.»
¿Cómo fue que empezó Un día dentro de los días?
Llegué al Golfo de Fonseca a través de una ONG llamada Health & Help, que brinda asistencia médica y humanitaria en la zona. Yo vengo viajando por Latinoamérica hace bastante tiempo y este tipo de proyectos siempre me interesan. Conversé con ellos, me dijeron que necesitaban a un fotógrafo para documentar las actividades que la clínica que manejan allá y me aceptaron.
A raíz de eso empecé a caminar por la comunidad y me surgió la necesidad de contar la vida cotidiana de estas personas: cómo a pesar de la falta de servicios, de una educación extremadamente precaria, la comunidad se sostiene. En realidad nunca noté un fatalismo, un discurso de tipo “acá no se puede progresar”. Para ellos es normal levantarse a las cinco de la mañana para preparar sus cosas y salir a pescar. A mí eso me llamaba mucho la atención porque sentía que era una vida bastante normal, muy alegre por momentos. Obviamente la pobreza existe en La Salvia y es explícita: hay problemas de salud bastante complicados porque la alimentación tiene carencias y porque, al no haber agua potable, surgen un montón de enfermedades estomacales o respiratorias. Pero, a pesar de eso, la vida sigue. Y a medida que iba conociendo el lugar se me ocurrió la idea de contar un día en la vida de estas personas: cómo es la existencia cotidiana de los pescadores, cómo viven las mujeres.
¿Qué elementos de esa vida cotidiana te interesaba explorar?
Una de las cosas que me interesaba mostrar es la relación de esta comunidad con el mar. Les hice varias preguntas en torno a eso. No recibí respuestas muy grandes o concretas, pero hubo una que me marcó mucho. Uno de los pescadores me dijo: “yo no no puedo definir algo tan grande, pero sé que el mar da y da para todos. Porque acá nosotros somos de Nicaragua pero aquellas lanchas que ves a lo lejos son de El Salvador, estas otras son de Honduras”. Esa relación con el mar es muy fuerte. Pero a la vez es ambigua porque, al no haber un sistema de recolección de basura en la comunidad, hay mucho plástico y eso también genera problemas.
Más allá de la relación con el mar, me interesaba también captar la relación con esa tierra en la que viven y en la que caminan casi siempre descalzos. Es arena volcánica ya que a pocos metros tienen un volcán que ya no está en actividad, aunque persiste el mito de que en cualquier momento se puede despertar. A mí me interesa mucho esa simbiosis que ellos tienen con la naturaleza.
¿Cuánto tiempo duró este proceso de documentación, y cómo se fue desarrollando tu relación con la comunidad?
Estuve un mes y una semana allá. Me hubiera gustado quedarme más tiempo pero era imposible por razones burocráticas. No hice ningún registro los primeros diez días; así que el trabajo se concentró en un periodo de aproximadamente tres semanas. Desde mi llegada me llamó la atención la comunidad, pero no encontraba por dónde establecer la comunicación. Yo era un bicho raro ahí, si bien todos sabían que era el fotógrafo de la clínica, porque la información viaja muy rápido en la comunidad: son solo 60 o 70 familias.
El contacto se dio finalmente a través del fútbol. Ellos juegan a la pelota todos los días. Salen a pescar bien temprano, almuerzan de regreso y a continuación tienen un rato de descanso en el que juegan al fútbol y a las cartas. Luego se ponen a reparar las redes y a preparar las cosas para el día siguiente. Fue en ese momento de ocio que decidí acercarme: uno de ellos me preguntó si quería jugar fútbol y a partir de ahí fui a jugar todos los días. No estaba acostumbrado a jugar en ese clima —jugábamos bajo el sol, con 38 grados—, pero eso me dio la posibilidad de ser, al menos en esa instancia, uno más.
A partir de ese momento siempre llevé la cámara. Quería que se acostumbraran al aparato, que no lo vieran como una presencia esporádica, sino como algo que está siempre conmigo, algo habitual. Y entre esas charlas que teníamos en los tiempos muertos, tomaba fotos. Por suerte hubo muy buena onda: nunca me pusieron mala cara o se incomodaron.
Ahora, debo decir que los niños de la comunidad son todos unos personajes. Cada vez que veían la cámara venían corriendo a posar o a pedirme que les hiciera cierto tipo de fotos. Esa relación con los niños me llevó a tener una relación con sus madres, y fue muy bonito. Fue poco tiempo, pero con una intensidad grande, porque no solo quería aprovechar esos días para tomar fotos, sino para interactuar. Espero que esa interacción personal y humana se vea reflejada en las imágenes.
¿Este trabajo está cerrado o todavía lo quieres desarrollar más?
Me gustaría replicar Un día dentro de los días en otras comunidades, en otros países. No insistir en esa mirada catastrófica típica de ciertos medios que documentan la vida de comunidades que están siendo afectadas por problemas ambientales, sociales o políticos. Eso sucede y es grave, y está bien que se sepa, pero también sucede que estas personas viven, se desarrollan, juegan, estudian. En La Salvia viven su día a día con mucha dignidad. Y estoy seguro de que lo mismo ocurre en comunidades de Perú, de Bolivia o Argentina. Me gustaría llevar este proyecto a esos lugares, a cada lugar donde yo pueda tener ese contacto humano.