Visualidades
Sub Cooperativa
Argentina -
septiembre 10, 2020

Trabajo en proceso: la marihuana más allá del lugar común

Un grupo de amigues con ropa a la moda, singulares, riendo a carcajadas. Un hombre mirando al techo, con el torso desnudo, fit, con dinero. Un joven en un baño de inmersión entregado al placer. Una chica con el pelo fucsia y campera de jean en una terraza. Si a cualquiera de esas escenas les agregáramos una cerveza, una gaseosa fresca o unas zapatillas con logo, el resultado sería unívoco: una publicidad. 

Algo de esa pátina tomaron los fotógrafos de Sub Cooperativa Gisela Volá, Nicolás Pousthomis y Gerónimo Molina pero con la diferencia de que lo que está presente en las imágenes de su serie no es una bebida famosa ni una pieza de indumentaria, es algo todavía ilegal y que en los discursos oficiales se estigmatiza: la marihuana. 

El suyo es un trabajo en proceso comisionado por Drogas – Políticas – Violencias, la plataforma multimedia que intenta desmontar mitos y estereotipos a través de la ciencia, el periodismo y el arte. En el caso de la Cooperativa Sub, la idea es correr el foco de los lugares habituales en los que se pone al consumo y mostrar hasta qué punto muchas veces las sustancias ilegales coexisten con vidas cotidianas que encajan dentro de lo que llamamos normalidad. 

 La idea de cómo encarar el proyecto surgió a raíz de una anécdota que Gisela le contó a sus compañeros. El año pasado, en el marco de la visita de una amiga chilena y su hija adolescente, terminó fumando cannabis en la terraza con ellas dos y su propio hijo de 17. Para ella se trató de una bisagra: una sustancia que estaba en su vida de manera más o menos oculta ahora se convertía en parte de un ritual familiar. Entonces, desde el colectivo pensaron en qué pasaba si la manera de desestigmatizar era mostrar a los cercanos y las cercanas. El desafío es mostrar lo colectivo desde la propia intimidad. “Somos nosotros”, dice Gisela, “los que fumamos o cultivamos”. Y entonces, ¿por qué la cámara debería apuntar hacia otro lado? 

¿Qué quieren lograr con este trabajo?

El objetivo es desarticular el cliché asociado al consumo. Coca-Cola no te vende ‘una bebida marrón horrible’, sino el vaso con hielo en una playa como un momento de felicidad, vende una sensación. Entonces nos preguntamos: ¿de qué manera podemos utilizar algunos de esos recursos expresivos? Trabajamos, en conjunto con una colorista de cine, una visualidad de publicidad de los 90 que lo hace intergeneracional. El trabajo está en un proceso inicial. Por ahora elegimos las imágenes que transmiten placer, disfrute, goce y son las que se usan para empatizar en publicidad; estamos haciendo un chiste semiótico, pensando lo publicitario como opuesto a la clandestinidad a la que obliga la ilegalidad.  

¿Con qué discute el mensaje que quieren transmitir?

Siempre se piensa en las personas que fuman como un cliché: jóvenes perdidos de temperamento débil que “se hacen adictos”, bohemios, marginales o “pobrecitos” que tienen problemas que no pueden resolver. La verdad es que no es así. La gente no sólo fuma por problemas; problema es el mundo en el que vivimos. Se fuma porque fumar te conecta con otros sentidos que no están despiertos o por relax o porque te concentrás. Con estas fotos la apuesta es apuntar a gente que tenga un prejuicio armado sobre quiénes fuman y quiénes no. Lo que nos interesa es desestigmatizar y mostrar una diversidad, que puede ir desde quien fue tu jefe o el que te vende ropa cara. Nos interesa mostrar que las que fuman pueden ser personas que están al lado tuyo y vos ni lo sospechabas.  

¿Cómo resultó apuntar ‘hacia adentro’?

Desde el fotoperiodismo y el documentalismo durante mucho tiempo se pensó que las historias estaban afuera. Son tiempos de incorporar que las historias, muchas veces, nacen desde el interior y aparece un espejo, la cámara gira en 360. Creo que este trabajo es un gran compromiso: fotografiar a mis hijes no es algo que hago porque me queda fácil, sino que es asumirme políticamente. Cuando por primera vez fumé con mi hijo, se dio algo maravilloso. Esa instancia individual fue un inicio y luego se extendió a buscar otras historias desconocidas parecidas a la mía. El trabajo se trata de eso: mirar el propio ombligo y también el de otres.  

Es un trabajo en proceso pero, ¿cómo contarías las historias de aquellos a quienes –por ahora– fotografiaron? 

Empezamos tomando imágenes de mi hija de 19 años, tatuadora, diseñadora de indumentaria, que vive sola, cultiva y fuma de manera social con amigues: miran una película, juegan a la play. Luego, de mi hijo. Y de Guillermo, vendedor de trajes de etiqueta que cuando llega del trabajo lo que más disfruta es cerrar las puertas y cortinas, fumar y darse un baño de inmersión, modo relax. Otra historia que retratamos es la de un hombre de casi 50 años, que vive en un country, juega al tenis y es jefe. Para él, el cannabis es un cable a tierra, una contención emocional, una compañía. También tomamos fotos de Javito, un DJ que ahora hace streaming y fuma prensado porque no tiene espacio en su casa para cultivar. Por último, fotografiamos a Sofía, Tobías y Alexis, un grupo de universitarios que experimentan con semillas para ver cómo van pegando las distintas cepas y que cuando fuman se juntan a comer algo rico.

¿Cómo juega la clase social en este trabajo? 

Somos una cooperativa de fotógrafxs nacidos y criados por la crisis del 2001. Durante unos diez años miramos a una determinada parte de la sociedad: campesinos, trabajadores, asambleístas, luchas sociales. En un momento giramos la cámara hacia las clases altas. Creo que fue uno de los desafíos más grandes porque nos dimos cuenta de lo que significa el poder. En los sectores populares nunca nadie nos había pedido ni un permiso y cuando entramos a este otro sector, aparecieron los abogados y los contratos. En este trabajo de consumo de cannabis hay algo vinculado a los estigmas y estereotipos. Uno es el de las clases sociales: se piensa que los que fuman no tienen un mango y tildan al de clase más baja como “drogadicto”. No es así y por eso nos parece necesario hablar de las clases medias y altas, que le compran a los pibes del barrio de al lado.