«Un niño emocionado con la naturaleza es un aliado para toda la vida»
Javi Velásquez es el fundador de Amazon Forever Biopark, una iniciativa que combina el rescate de animales en peligro de extinción con la educación ambiental. Ubicado a una hora de Iquitos, el proyecto del biólogo marino peruano ha logrado captar la imaginación de los niños de la región, gracias, en parte, a la creación de Huayo, un personaje en el que ellos se sienten reflejados. El futuro que proyecta Velásquez es uno en el que el vínculo cercano con la naturaleza sea lo que impulse a los ciudadanos de Iquitos a defender el bosque. Tiene varias sorpresas en preparación: entre ellas, Huayo: la película.
Por Alonso Almenara
Fotografías de Andrés Cardona
Cuando Javi Velásquez empezó a rescatar manatíes, hace 15 años, no imaginaba que esa aventura lo llevaría a crear una de las principales atracciones turísticas de Iquitos, o a dirigir, próximamente, una película de animación en 3D. Su historia empieza con la fundación, en 2007, del Centro de Rescate Amazónico (CREA), un refugio ubicado a treinta minutos de la capital loretana, creado para albergar y llevar de regreso a su hábitat natural a los manatíes, especie considerada en situación vulnerable por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza.
Velásquez es biólogo marino y sabe bien que la supervivencia de estos mamíferos robustos —y sorprendentemente ágiles bajo el agua— no sólo está puesta en riesgo por la destrucción de su hábitat. En realidad, el peligro más cruel al que se enfrentan es la cacería furtiva: es decir, el contacto directo con los seres humanos. Por eso decidió iniciar, en paralelo a su trabajo de conservación, un proyecto educativo ambicioso, con la idea de estrechar el vínculo que los iquiteños tienen con la naturaleza. Hoy dirige Amazon Forever Biopark, un Área de Conservación Privada que protege 11 hectáreas de bosques de arena blanca y ecosistemas de aguajal, a las afueras de la ciudad. Ahí, los visitantes —muchos de ellos niños en edad escolar— entran en contacto con centenares de animales de especies diferentes rescatados del tráfico ilegal, y reciben una educación ambiental amena, que combina teatro, escultura y recursos audiovisuales.
“Iquitos, la ciudad más grande de la Amazonía peruana, es un espacio muy urbano, con menos áreas verdes que Lima. La naturaleza es para los niños algo lejano, que no conocen y con lo que no se identifican”.
El proyecto ha sido un éxito gracias, en parte, a la creación de Huayo, un personaje que ha logrado captar la atención de los más pequeños. Amazon Forever Biopark es un proyecto merecedor del Premio Nacional Ambiental de Perú (recibido en dos ocasiones, en 2016 y 2019), y es actualmente el parque más frecuentado de Iquitos: el año pasado recibió a 26000 visitantes. “Esto es extremadamente importante”, dice Velásquez, “porque se ha convertido en un proyecto autosostenible. Está diseñado para los niños de la región, pero es financiado gracias a la inmensa afluencia de turistas que vienen a visitarnos”.
No fue un camino evidente. “Al inicio íbamos a las escuelas de la ciudad con una presentación de Power Point”, recuerda el biólogo peruano. “Hablábamos de los manatíes y la naturaleza, y encontrábamos que en realidad los niños tenían mucha información: sabían que hay que cuidar el bosque, que no hay que botar basura en la calle, pero no se sentían involucrados”. En 2016, el equipo del CREA realizó una encuesta que confirmó lo que Velásquez sospechaba: que la gran mayoría de niños de Iquitos —cerca del 80 %— nunca han visitado el bosque amazónico.
“La ciudad está rodeada de tres ríos que constituyen una frontera natural que no le ha permitido expandirse más”, explica Velásquez. “Así se han ocupado todos los espacios de bosque. Es raro, pero Iquitos, que es la ciudad más grande de la Amazonía peruana, es un espacio muy urbano, con menos áreas verdes que Lima. La naturaleza es para los niños algo lejano, que no conocen y con lo que no se identifican”. Cambiar esta situación era una tarea compleja, y los primeros esfuerzos de Velásquez no lograban enganchar con los pequeños.
La inspiración para cambiar de acercamiento llegó con la visita de Ralph, un amigo canadiense. “Ralph rescata aves. Y había descubierto, después de treinta años de trabajo, que cuando llegaba el invierno sus aves migraban a Sudamérica y acá las mataban”, cuenta Velásquez. “Entonces decidió venir aquí para sensibilizar a la población”. Ralph visitó a empresarios, funcionarios, autoridades académicas en busca de financiamiento, sin conseguirlo. Hasta que un día se contactó con una funcionaria canadiense que decidió ayudarlo. “Entenderás que para Ralph era importante saber por qué: qué diferenciaba a esta persona de las cincuenta que le habían negado el apoyo. La funcionaria le contó algo que nunca olvidará: que una vez un señor había ido a su escuela llevando un águila, había hablado del ave y de su rol en el ecosistema, y que eso la había impresionado. Desde entonces, ella ofrecía ayuda a esta clase de proyectos cada vez que podía. Ralph empezó a llorar. Años atrás, él iba a las escuelas llevando su águila. Era el hombre que la funcionaria había conocido de niña”.
Para Velásquez existen dos tipos de educación: “una educación para el cerebro, que puede durar toda una vida, y hay otra que puede tomar cinco minutos, que es una educación para el corazón. La segunda está en función de las emociones. Si tú logras emocionar a un niño con la naturaleza, estás logrando un aliado para toda la vida”. Luego de la visita de Ralph, Velásquez abandonó las presentaciones de PowerPoint, los libros y la teoría, y se propuso crear las condiciones para que los niños de su ciudad se puedan conectar vivencialmente con la naturaleza.
Es sorprendente que la mayoría de niños de Iquitos no hayan visitado nunca el bosque amazónico. ¿Qué significa este dato para ti?
Estadísticamente, los adultos que cuidan la naturaleza tienen algo en común, y es que de niños tuvieron un fuerte vínculo con ambientes naturales: ya sea que los llevaron a la playa, a la montaña, a una granja, tuvieron mascotas o fueron al bosque. Entonces es improbable que de acá a 20 años, cuando toda esta generación que no tuvo la oportunidad de acercarse a la naturaleza tome las riendas de un lugar tan frágil e importante para el planeta como es la Amazonía, lo pueda hacer con un criterio de desarrollo sostenible o de conservación. Por eso nos pareció importante generar un espacio accesible donde ese contacto con el bosque pueda darse. Creamos un área privada de conservación que está a una hora de Iquitos y desde 2017 empezamos a llevar a niños de las escuelas locales para que tengan una primera experiencia con la naturaleza en un programa educativo que se llama ‘Un día en el bosque’.
El programa tiene como objetivo explorar la naturaleza de forma divertida. Lo que buscamos es construir experiencias memorables: es decir, que la persona, cuando tenga 40 o 50 años, recuerde que a los ocho años visitó el bosque y se enamoró de la naturaleza.
Actualmente el proyecto ha crecido y hemos desarrollado diversas herramientas con las que el niño puede inspirarse. Tenemos un centro de rescate de animales donde trabajamos con manatíes, perezosos y aves: todos son animales confiscados, víctimas del tráfico ilegal, que son rehabilitados para devolverlos a la naturaleza. También hay un circuito etnobotánico donde los niños aprenden el uso ancestral de las plantas, como el ayahuasca o el barbasco, que los pescadores usan para atraer a los peces. Otra estrategia es el arte para la conservación: hemos instalado esculturas hechas por artistas locales utilizando madera reciclada del bosque. Tenemos también el primer acuario educativo del paiche, donde los visitantes se pueden maravillar viendo nadar al pez más grande del Amazonas.
Pero la estrella de nuestro proyecto es sin duda el personaje de Huayo, un fruto mágico del bosque. Es a través de historias, cuentos y leyendas que nuestro programa educativo cobran vida.
¿Cómo surgió la idea de Huayo?
Fue un trabajo largo de dos años en el que creamos varios prototipos con la asesoría de especialistas en educación infantil. La idea era inventar un héroe con el que los niños se pudieran identificar, pero también queríamos hacer algo original, con características propias de la cultura amazónica. En la literatura infantil hay muchos tipos de personajes: animales que hablan, extraterrestres, espíritus del bosque. Huayo es diferente: es un fruto que nace del árbol más sabio y más viejo del mundo. La historia es así: hace miles de años existían los árboles gente, que cuidaban el bosque amazónico. Cuando llegaron los primeros humanos, los árboles gente hicieron un trato con nuestra especie: nos permitieron usar la naturaleza a cambio de cuidarla. Luego empezaron a enraizar. Pero cada doscientos o trescientos años, estos seres se despiertan y preguntan cómo va el mundo. El mundo iba bien: los nativos sabían cuidar la naturaleza. Pero hace poco el árbol más viejo, Arbubuelo, ha despertado y no ha podido creer lo que está pasando: los bosques están desapareciendo y los animales se están extinguiendo. Arbubuelo se quiere poner de pie, quiere reñir a los humanos pero no puede. Está muy viejito. Entonces se le ocurre una idea. Usa toda su energía y hace madurar su último fruto. Así nace Huayo, que recibe una misión especial: ir a las ciudades en busca de las personas con el espíritu más poderoso para salvar la naturaleza. Esas personas son los niños.
“Uno siente una esperanza muy fuerte cuando trabaja con los más pequeños. Porque es bien difícil cambiar la conducta de los adultos, pero es sumamente fácil cuando es el niño quien corrige a los papás. Comportamientos culturalmente muy arraigados pueden cambiar de la noche a la mañana si el que insiste es el engreído de la casa.”
Lo hermoso de Huayo es que se ha convertido en una herramienta extremadamente potente para despertar el interés de los más pequeños. No es lo mismo que yo como Javier me pare frente a ellos y les hable de la naturaleza y los manatíes, a que salga Huayo, con sus ojos grandes de color amarillo. Los ojos de los niños se abren como platos cuando lo ven. Se emocionan, luego van a casa y cuentan lo que han visto. El proceso educativo se convierte en lo que estábamos buscando: una experiencia memorable.
El éxito de Huayo los ha llevado a proyectar la realización de un largometraje animado en 3D. ¿En qué etapa se encuentra el proyecto?
Uno de los saltos más grandes que estamos haciendo como proyecto es apostar por Huayo: la película. Yo también soy guionista de cine y aquí he tratado de combinar mis dos pasiones: contar historias y proteger la naturaleza. Ahora estamos trabajando en pulir el guión. Hemos recibido un estímulo económico del Ministerio de Cultura para la preproducción y eso nos debería ayudar a conseguir el resto del financiamiento. Es todo un reto hacer una película de esta naturaleza en Perú, pero hemos logrado lanzar un primer teaser que ya está disponible en Youtube.
¿Cómo ha sido la respuesta de los niños ante estas propuestas?
Una de las experiencias más impresionantes es cuando vemos a un niño bajar del bus, cruzar el puente y le decimos: este bosque es de ustedes. Ves al niño correr y de pronto todavía no asimila dónde está, se detiene, mira alrededor y dice “guau, ¿así es la naturaleza?”. También hay niños que llegan asustados y con mucho recelo, temen a los insectos y no se quieren sentar en el suelo. Pero pasan unos 20 minutos y ya los ves correteando, revolcándose, agarrando la arena. Ese cambio es bastante alentador. Hay niños que después de seguir nuestro taller nos dicen: “cuando regrese a casa voy a sembrar una plantita”, o “yo tengo una tortuguita y voy a hablar con mi papá para traerla aquí, para que ustedes la puedan liberar”. Son indicadores tal vez indirectos, pero muy potentes para nosotros, que nos dicen que estamos en buen camino.
¿Es verdad, entonces, que el cambio empieza con los niños?
Recuerdo que cuando empezamos a hacer talleres de teatro en las escuelas, muchos papás nos llamaban y nos preguntaban: “¿Ustedes son los que están desarrollando el proyecto Huayo? Es que mi hijo me tiene loco porque cada vez que paseamos en la moto y vemos una botella en el piso, me hace parar, bajarme y recoger la botella para que juntos busquemos un tacho. Su amigo Huayo le ha dicho que no debe haber basura en la calle”.
Uno siente una esperanza muy fuerte cuando trabaja con los más pequeños. Porque es bien difícil cambiar la conducta de los adultos, pero es sumamente fácil cuando es el niño quien corrige a los papás. Comportamientos culturalmente muy arraigados pueden cambiar de la noche a la mañana si el que insiste es el engreído de la casa. Como dice una frase de Galeano: “Mucha gente pequeña, en lugares pequeños, haciendo cosas pequeñas, puede cambiar el mundo”.