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Musuk Nolte
Perú -
julio 28, 2022

Retratos de un país sediento

Con el apoyo de Bertha Foundation, Musuk Nolte documenta la problemática del acceso al agua potable en Perú: un país donde la pobreza alcanza a casi un tercio de la población, y cuya geografía compleja exige soluciones creativas para una crisis ecológica en marcha.

Por Alonso Almenara

¿Cuánto tiempo puede resistir una ciudad construida sobre aguas contaminadas? Es el problema al que se enfrenta el barrio de Belén, la “Venecia amazónica” que se extiende a orillas del río Itaya, en el corazón de la Amazonía peruana. Surgido a mitad del siglo XIX como un caserío de pescadores omaguas, este suburbio de Iquitos se ha convertido en su  puerto central y mayor atracción turística: ahí están su famoso mercado con toda clase de frutas, carne de monte y plantas medicinales, sus casas flotantes de madera y techos de palma, los vecinos que surcan avenidas de agua en balsas y canoas impulsadas a motor. La falta de conexión por carretera anuncia el carácter de una ciudad que, en sus aspectos más básicos, depende del río para sostenerse.

Pero Belén es también el barrio más pobre de Iquitos. Unas 2.600 familias se encuentran, literalmente, a la deriva: sus viviendas están construidas en una zona inundable, considerada de alto riesgo, y no cuentan con servicios básicos de agua potable, electricidad o alcantarillado. La contaminación es evidente. “Es la paradoja de este barrio donde la población vive sobre el agua pero no la puede usar”, dice Musuk Nolte, fotógrafo peruano becario del Pulitzer Center y ganador del Bertha Challenge 2022, un fondo para activistas y periodistas que cubren temas de justicia social. Nolte, parte del equipo de investigación de VIST, está preparando un reportaje de largo aliento sobre la problemática del agua en Perú, un país en el que entre 7 y 8 millones de personas (casi la cuarta parte de la población) no tienen acceso a una fuente de agua potable.

Ayahuasca Musuk

Musuk Nolte

En el barrio de Belén, la polución se explica, en parte, por el impacto de las industrias extractivas y por los desperdicios de los aserraderos. “Pero la población también es responsable de la contaminación del río”, observa Nolte. Al problema de la acumulación de basura —un estudio de 2014 advierte que la zona baja de Belén produce 300 toneladas de residuos sólidos al mes que, en su mayoría, son arrojados al río— se suma el de las letrinas a cielo abierto cuyos ductos se vierten en las aguas del Itaya. El resultado es dramático: el agua de este afluente del Amazonas no es apta para el consumo humano. Aún así, basta caminar cualquier día por el barrio para ver cómo los vecinos se bañan, lavan sus ropas y usan el agua contaminada del río para cocinar sus alimentos o beberla, sin temor alguno. Las enfermedades se han multiplicado: de cada 10 vecinos, cuatro sufren de algún trastorno respiratorio y tres de afecciones diarreicas. Existen, además, numerosos casos de malaria y leptospirosis, enfermedad que las ratas transmiten a los humanos, y que puede producir infecciones mortales en los riñones, el hígado, el cerebro, los pulmones o el corazón.

Musuk Nolte

“Ya hay ciudades que tienen restricción de agua, inclusive en la periferia de Lima, donde el agua llega a veces o no llega con la presión que debería. Pero si uno levanta un drone sobre los barrios privilegiados de la capital, verá que hay un montón de piscinas que usan grandes cantidades de agua”.

“Aunque la gente se enferme, no se ha generado una verdadera toma de conciencia del problema”, señala el fotógrafo. Nolte, que durante años ha mantenido una estrecha relación con Belén y sus habitantes, advierte que en unos meses se celebrarán los comicios en la región, y que la calidad del agua está lejos de figurar en la agenda política. Para colmo de males, la retórica de la industria del turismo en Belén tiende a resaltar la idea de que aquí la alegría brota a pesar de la adversidad. ¿Es una simple romantización de la pobreza? Probablemente. Aunque también es cierto que, cuando hace calor, es común ver a los niños jugando en el río, disfrutando del verano en medio de un ambiente que los pone en peligro.

“Mi papel como fotógrafo no es juzgar a las personas”, dice Nolte. Su trabajo consiste, más bien, en documentar situaciones apremiantes, tarea en la que el peruano destaca por la fuerza expresiva de sus imágenes: algo que resulta vital cuando las problemáticas sobre las que cierne su mirada son ignoradas por los medios de comunicación de la capital. El caso de Belén es único, pero cada piso ecológico de la variada geografía peruana sufre de problemas de acceso al agua por razones distintas. “Ya hay ciudades que tienen restricción de agua, inclusive en la periferia de Lima, donde el agua llega a veces, o no llega con la presión que debería. Pero si uno levanta un drone sobre los barrios privilegiados de la capital, verá que hay un montón de piscinas que usan grandes cantidades de agua. El acaparamiento de este recurso es irracional”.

Musuk Nolte

Cambios de mirada

La pandemia de covid-19 ha complicado aún más las cosas. El confinamiento elevó el consumo de agua de las familias peruanas, generando escasez y alzas de precio en el servicio, principalmente para las viviendas que se abastecen por camiones cisterna. Como dice Nolte, “en una situación en la que la manera de protegerse del virus es lavarse las manos, ¿cómo haces si no tienes agua?”. En Belén, la crisis sanitaria se vio agravada por la intensa actividad del mercado, que se convirtió en un foco infeccioso en la región. En mayo de 2020, cerca del cien por ciento de los comerciantes dieron positivo a la prueba covid

El cuadro crítico en esta localidad de Loreto, marcado por una falta de expectativas de cambio en la población, contrasta sin embargo con iniciativas como la que Nolte registró en Cusco: la siembra de agua que promueve la Asociación de Ecosistemas Andinos desde 2014. Esta práctica, originada en el periodo incaico, consiste en la siembra de queñuas, árboles altoandinos que son capaces de prevenir la erosión, y, sobre todo, de almacenar y filtrar agua que alimenta manantiales. Además de tener un impacto positivo en la agricultura, para Nolte esta campaña es “interesante culturalmente, pues retoma una práctica ancestral que ha sido actualizada con conocimientos contemporáneos”. 

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En agosto, el proyecto del fotógrafo peruano se trasladará al altiplano puneño, donde examinará la situación de una de las bahías del Lago Titicaca, en la desembocadura del río Coata. Ahí, la contaminación está vinculada al vertido de aguas residuales que provienen de la ciudad de Juliaca. El lente de Nolte seguirá a la activista Maruja Inquilla, quien lucha por mejorar las condiciones de salud de su comunidad. “Me recuerda a Ruth Buendía”, dice Nolte, en referencia a la activista reconocida internacionalmente por su lucha contra la construcción de dos plantas hidroeléctricas en la cuenca del río Ene, que ponían en peligro territorios pertenecientes al pueblo asháninka. “Maruja tiene ese mismo espíritu, ese carácter duro”. 

Cómo retratar un mundo desigual

Al inicio, Lima no iba a ser incluída en el proyecto, pero esto cambió luego del derrame de petróleo de un buque de Repsol en el mar de la costa central de Perú, en enero de este año. Nolte viajó a Ancón, una playa ubicada al norte de la capital, donde una mitad de la bahía está ocupada por familias pertenecientes a la antigua aristocracia limeña, y la otra, por pescadores artesanales. “La corriente había llevado todo el petróleo hacia la zona norte, casi como si hubiera decidido contaminar solo el sector más pobre. Cuando fui en bote a fotografiar las islas ubicadas frente a esa zona, en la parte privilegiada de la bahía habían personas en yates tomando champán como si nada hubiese pasado”, recuerda. “Si hubiera sido al revés, quizás habría habido una mayor presión para sancionar a la empresa”. En un contexto de desabastecimiento global de petróleo, Repsol nunca paralizó sus operaciones. 

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El proyecto de Nolte culminará en diciembre, bajo la forma de una publicación que articulará las cuatro facetas de su investigación y que, en sus palabras, “podrá servir también como una herramienta para el activismo”. Como resultado de la experiencia, algunas preguntas éticas ocupan la mente del fotógrafo: “alguien que vive en Lima y que quiere irse a fotografiar la Amazonía, por más buenas intenciones que tenga, siempre tendrá dudas sobre cómo aproximarse a ese tema, qué legitimidad tiene para hacerlo, y cómo evitar poner por delante sus prejuicios a la hora de representar al otro”. 

Nolte recuerda el caso de algunos colegas principalmente del hemisferio norte enviados  a América Latina por medios de prestigio: llegan siguiendo pistas que les ofrecen fixers locales que ganan comparativamente muy poco, y a los tres días están de vuelta, sin haberse empapado de la situación que vienen a documentar. No tiene respuestas definitivas para este problema, pero cree que se pueden evitar “algunos vicios de la profesión” con el trabajo a largo plazo, involucrando a las comunidades: “Lo crucial es integrar al otro, permitir que el otro participe en la toma de decisiones sobre cómo será representado. Y hacerlo partícipe, también, de los beneficios que el proyecto puede generar”.»