Semillas de agua: siembra de queñuas en los Andes
Perú es considerado uno de los paraísos del agua en el mundo. Según los rankings mundiales, este país ocupa el octavo lugar en la lista de países con mayor cantidad de agua, esto se debe a que el país cuenta con: parte de la cuenca del río Amazonas, 1006 ríos, el lago Titicaca, otras 12.000 lagunas, y al menos 3044 glaciares. Esto se puede resumir en 159 cuencas que bañan todo el territorio. Sin embargo, según Oxfam, entre 7 y 8 millones de peruanos no tienen acceso al agua potable, y Lima es la ciudad más vulnerable. En gran medida, esto se debe a que la mayor parte de la población peruana habita la costa, y por debajo de los 1700 metros sobre el nivel del mar es donde empiezan los problemas de acceso al agua.
Es posible que mucha de la gente que ahora vive en la costa llegó en busca de otras oportunidades y de posibilidades para la vida, como el estudio, la salud o huir de la violencia. Sin embargo, dada la situación del agua, muchos de ellos se han convertido en lo que Vandana Shiva llamó hace veinte años “refugiados ambientales”. Ella pensaba, en ese momento, en todos los posibles afectados por la escasez o el exceso de agua. Esta no es una realidad exclusiva del Perú. Según datos de la OMS y Unicef (2019) en todo el mundo al menos 2200 millones de personas carecen de acceso al agua potable.
Musuk Nolte / Bertha Challenge Fellow 2022.
Musuk Nolte / Bertha Challenge Fellow 2022.
Cuando Vandana Shiva escribía esto pensaba en la injusticia climática, porque no se trata únicamente del lugar geográfico ocupado por las personas, sino también de todo lo que ha llevado a que esta situación se profundice. La falta de agua tiene que ver con el cambio climático y los refugiados ambientales también son aquellos que, por ejemplo, han visto su casa morir o aquellos que viven con las consecuencias del desarrollo en forma de explotación minera y represas.
La lista de ríos muertos, lagunas secas y cuerpos de agua contaminados es interminable, y cada día crece más. Ya sabemos que vivimos en una tierra enferma. Como dice Donna Haraway en su más reciente libro Seguir con el problema, lo que ahora necesitamos es “reconstruir lugares tranquilos” y para ello propone estar presentes y generar “parentescos raros”, es decir, devenir, llegar a ser, de manera recíproca.
Es difícil saber si lograremos sanar este planeta, la utopía, dice Gabriela Damian Miravete, ahora es pensar en salvar la tierra y no en llegar a Marte. Lo cierto es que necesitamos atender los problemas actuales y darnos cuenta de que todos los seres que habitamos este planeta estamos interrelacionados. El agua, sin duda, nos permite varios caminos para verlo.
Musuk Nolte / Bertha Challenge Fellow 2022
Musuk Nolte / Bertha Challenge Fellow 2022
En la escuela nos enseñaron que el agua es un recurso no renovable. Esa es una visión muy problemática por dos razones: la primera es seguir asumiendo que los seres humanos podemos ver el mundo natural como una despensa dispuesta para nuestro bienestar, una que hay que explotar y de la que hay que extraer. Lo primero sería entonces cambiar esa noción del recurso. Lo segundo es que ahora sabemos que el agua sí puede volver a nacer, aunque para muchos esa es una noticia vieja.
Los incas sembraban agua: lo hacían cavando qochas en el suelo de la alta montaña andina durante la temporada de lluvias, es decir, entre diciembre y marzo. Estas cochas se iban llenando poco a poco de agua que después sería lentamente filtrada y llegaría a tierras más bajas, donde ellos tenían sus cultivos. El conocimiento agroecológico e hidrológico de este pueblo era amplio y complejo. Pero la siembra de agua tenía una premisa simple: el agua nace en las alturas y baña el mundo a medida que va bajando convertida en quebradas, ríos, lagunas.
Musuk Nolte / Bertha Challenge Fellow 2022
Musuk Nolte / Bertha Challenge Fellow 2022
Musuk Nolte / Bertha Challenge Fellow 2022.
Los actuales descendientes de los incas retomaron hace algunos años esta práctica, pero la sofisticaron aún más. En Cusco, de la mano de la Asociación de Ecosistemas Andinos (ECOAN), iniciaron en el 2014 el Festival Queñua Raymi o la fiesta de las queñuas. Una campaña de siembra de árboles altoandinos pertenecientes al género Polylepis.
Las queñuas son árboles nativos de los bosques andinos usados tradicionalmente para alimentar animales en las altas montañas y para usar su madera, especialmente como leña para fuego. Esto ha significado su deforestación. Las características de la queñua la hacen resistente al frío, es un árbol adaptado para sobrevivir hasta una altura de 5200 metros sobre el nivel del mar. Su importancia radica en la capacidad que tiene para regular el clima, prevenir la erosión, pero sobre todo almacenar y filtrar agua que alimenta manantiales y ojos de agua. Un dato para entender sus particularidades es que uno solo de estos árboles requiere el 5 % de agua que un eucalipto necesita para desarrollarse.
Los bosques andinos son paisajes muy vulnerables al cambio climático. Este bioma es la cuna de al menos el 60 % del agua que llega a la cuenca amazónica. Según algunos cálculos los bosques andinos actualmente “ocupan entre el 5 y el 10% de la superficie que tuvieron originalmente”. Las tasas de deforestación de estos biomas son muy altas y sus efectos muy graves. La fiesta de las queñuas es una iniciativa que, según Constantino Aucca, biólogo y presidente de ECOAN, nace de la frustración derivada del poco impacto que tienen muchas acciones contra el cambio climático.
Él y sus colaboradores, otros biólogos, ingenieros forestales y ecólogos, entendieron que no tenían que inventar nada nuevo porque la práctica de la siembra del agua ya existía, pero que además podían aprovecharla para restaurar los ecosistemas altoandinos, sembrando queñuas.
Siguiendo las tradiciones culturales, en ECOAN propusieron hacer la siembra de agua mediante aynis, es decir trabajos comunitarios que se realizan en fiestas. Para lograr esto, las comunidades involucradas se organizan para recoger las plántulas y hacerlas crecer en viveros comunitarios. Según ECOAN se producen 100.000 briznales de queñuas cada año. Después estas plantas son repartidas y se le paga un jornal a las personas que participan de la fiesta de siembra. Entre diciembre y marzo, la gente se organiza para la siembra.
Además de las queñuas se siembran también árboles nativos como qolles, molles y taras. Por supuesto, no solo se trata de sembrar, sino de cuidar. Las poblaciones involucradas también se encargan del monitoreo. Según Gregorio Ferro, confundador de ECOAN, la tasa de sobrevivencia de las plantas es de un 85 a 90 %. Esta siembra es una forma efectiva de restaurar ecosistemas y paisajes, pues al devolver al paisaje estas plantas nativas no sólo se asegura la siembra de agua, sino que también se aporta a la recuperación del bosque altoandino, el hábitat de insectos y animales y el acceso a los beneficios que la queñua ofrece a la gente de la región.
Lo que hay en esta fiesta es lo que Donna Haraway propone: estar presente, a través de la siembra de agua y queñuas; crear parentescos, con las plantas y con otros humanos. Esto último es quizá lo más potente, los indígenas y campesinos saben que al sembrar estas semillas no solo tendrán agua y plantas en sus tierras; el agua también llegará a las ciudades.
Así se reconectan diferentes mundos con un hilo que es el agua. Pero esto va más allá, la utopía es hacer del planeta un lugar habitable para las generaciones futuras, algo que se ve cada vez más difícil. Es interesante pensar en ese encuentro de mundos y conocimientos que es el queñua raymi: de lo más tradicional indígena, pasando por el habitar y cultivar el territorio, y transformarlo con la ayuda de la biología y la ecología. Todo a través de una fiesta campesina de trabajo comunitario que une el pasado y el futuro en el presente. Y permite recuperar y alimentar esas visiones de mundo que nos recuerdan que no hay recursos naturales, que no hay servicios ecosistémicos, hay vidas y universos en contacto.
Las fotografías son de Musuk Nolte en el marco del proyecto Geografía del agua, como parte del Bertha Challenge 2022. Musuk acompañó Queñua Raymis este año en las comunidades de Quelcanca, Patacancha, Rumira Sondormayo y Abra Málaga en las montañas del Cusco a más de 3500 m.s.n.m., donde se sembraron más de 500 mil queñuales durante la temporada de lluvias de este año. | Textos por Marcela Vallejo