Entrevistas
Gianni Bulacio
Argentina -
septiembre 21, 2021

A la tierra le gusta la sangre

El fotógrafo Gianni Bulacio nació en Jujuy, la provincia más al norte de Argentina. Desde siempre tuvo la inquietud de contar las historias que lo rodeaban. Como le costaba hacerlo con palabras, decidió “gritarlo con imágenes” y eligió la cámara como la herramienta. Así, de a poco, fue estudiando los rituales, intentando entender sus significados, sus orígenes y los sincretismos de los que son resultado. Descubrió, de pronto, que las ofrendas también incluyen sangre. 

Es Licenciado en Fotografía por la Universidad Nacional de Tucumán, Argentina. Trabaja como reportero, es colaborador de Associated Press y Reuters, a la vez que colabora para Acnur, Naciones Unidas. Recibió el primer premio en el concurso de fotografía del Museo en los Cerros en 2012, el primer premio del concurso ‘Great Scapes’ de World Nomads de 2015 y una Mención de Honor en el salón de arte de la provincia de Jujuy en 2019.

Ayahuasca Musuk

Gianni Bulacio

¿Cómo decidiste contar historias cercanas a tí?

Fue totalmente a conciencia. Siempre me gustó poder contar cómo es mi mundo, el lugar que me rodea, su cultura, su belleza. Desde un comienzo me interesó poder contar desde los ritos. Por ejemplo, rituales que se hacen más allá del cerro. Yo hago muchas fotos de las montañas y el cerro. Creo que hay que saberlo pensar, con su tiempo, para poder entender las maravillas. Siempre fui malísimo para contarlo con palabras, entonces me interesó poder gritarlo con imágenes. 

Gritar la belleza y gritar, también, el silencio de este lugar. Así es que nacen algunos proyectos, como mi libro, que se llama “Sueño” y nace del grito contenido, de esa necesidad de contar mi lugar de una manera íntima, de contar el alma de las montañas. Creo que todo mi trabajo tiene que ver con la necesidad de poder contar mi lugar. No solamente Jujuy, sino, en general, la cultura andina.

 

¿Qué relata “Sueño”? 

El libro nace de las ganas de contar un territorio, el lugar. Se planteó como una experiencia de un viaje sensorial pero con el dramatismo de un sueño. En el libro aparecen noches estrelladas, muchos paisajes y también retratos de niñas y niños. Yo, de alguna manera, veo en sus ojos el brillo de las estrellas. Me hace pensar que es el brillo que se tiene cuando alguien se anima a soñar infinitamente. Nace de una iniciativa de los cerros, que yo ya venía haciendo. La idea nació en un taller de fotolibro en el Museo de los Cerros, dictado por Julieta Escardó. Ahí íbamos a aprender, a pensar, tres días de un proceso lindo con nuestro propio trabajo. 

La selección fue un poco difícil, fue un proceso en el que intervienen un montón de personas, de opiniones, cabezas. Yo abrí el juego a todos los participantes del taller, mismo a Julieta. Yo venía con imágenes, con fotos de niños y niñas vestidos con trajes típicos de la cultura, propias de eso que se habla tanto del realismo mágico de la cultura andina. Son niños vestidos con trajes de tinkus, trajes de caporales, de saya, de diferentes danzas. Se me ocurrió mezclarlo con el paisaje porque me pareció una buena forma de contar de manera onírica el territorio. 

La idea era que fuera un libro que entrara en las dos manos. Yo había hecho un libro chiquito una vez, de cuatro centímetros por cuatro centímetros. Muchas de las personas lo agarraban y se lo llevaban al pecho, con las dos manos, como ese gesto de cuando te parece algo muy bonito. Entonces, también quería que este libro tuviera un poquito de eso y quería que fuera un libro que viaja, que te acompaña.

¿Cómo te concentraste en las ofrendas?

Nací en Jujuy, me crié con la cultura andina. Desde que soy muy chico hago ofrendas a la tierra. Por eso me interesó indagar sobre ellas, para poder entender más la cosmovisión andina. Comencé a viajar por las comunidades y descubrí la fiesta de Casabindo. Mi interés es por la conciencia ancestral, la tierra, el pueblo. Casabindo me fascinó, me enloqueció esa fiesta, esa mixtura entre el rito ancestral y la Iglesia metida ahí con sus procesiones y sus vírgenes. Casabindo es una fiesta que se hace cada 15 de agosto y es de la Virgen de la Asunción. 

Además de la procesión y la danza de los samilantes, se hace un toreo (“de la vincha”) en la que se larga a un arena un toro con un torero. A diferencia de España, el torero lo que tiene que hacer es arrebatarle una vincha que se le pone al toro, con monedas de plata. Y nada más. No se lo mata, ni se lo hiere ni se lo lastima al toro. Y esa vincha que el torero logra arrebatar, va a ser ofrenda a la Virgen en demostración de fe y de coraje. A la vez, los samilantes bailan con cuartos de cordero y eso también se entrega a la Virgen y a la Tierra. 

Continué investigando y encontré que en muchos de los países andinos se realizan ofrendas para la tierra. Viajé a Bolivia para encontrarme con la Fiesta del Tinku, que en lengua quechua significa encuentro. Es un encuentro que tiene carácter de ofrenda. Se juntan alrededor de 80 comunidades y, entre ropa típica y mucha chicha, se enfrentan a las piñas para ofrendar su sangre a la tierra. 

Son peleas que se dan entre las comunidades. Pelean hombres, pelean mujeres, pelean niños. No hay ganador. No hay perdedor. Se enfrentan. Se parten la madre. Sangran, se dan un abrazo y cada uno vuelve a su lugar. Esto me ponía ante un nuevo tipo de ofrendas. Yo hasta ahí había visto de comida. Ahí la gente ofrendaba su sangre. Empecé a descubrir que a la Tierra le gusta la sangre. 

Mi investigación derivó hacia ese lado. Volví y me encontré en la biblioteca en Buenos Aires con un libro que hablaba sobre otro ritual que se hace en Perú, que también es de ofrenda de sangre a la tierra. Viajé a Perú, siempre con mi propio interés para ver de qué se trataba este ritual. 

Es un ritual en el que se juntan comunidades en la cima de una montaña, a cinco mil seiscientos metros de altura, lo cual es bastante alto. Tuve que entrenar varios meses. Se libra una batalla allí.  Suben, de un lado de la montaña hay una coalición de comunidades (dos o tres comunidades) y, del otro lado de la montaña, otra coalición de comunidades. Se enfrentan en el centro, hay como un pequeño valle. Son dos mil personas contra dos mil personas y se tiran piedras con hondas. 

También hiciste un documental

Hice un video documental, porque cuando fui a Tinku sentía que me perdía mucho solo haciendo fotos. Me interesaba poder capturar la música o los cantos, los bailes. Recluté a un compadre, que sabía filmar mejor que yo y nos fuimos los dos. Preparamos nuestra armadura, casco, y nos metimos en la batalla. A mí me interesaba resucitarlos desde adentro. Siempre me interesa contar las cosas desde la intimidad.

Había visto que no había un registro así, eran todos videos desde lejos, con mucho zoom. Dije “vamos, que sea lo que la Pacha quiera: si salimos, salimos y si no salimos, no salimos”. Fue difícil llegar, pero estuvimos un mes ahí compartiendo con la comunidad y construyendo este documental en base a preguntas muy sencillas como “¿qué significa darle la sangre a la tierra?”, “¿no les da miedo ir a meterse en una batalla ritual de esa magnitud?”, “¿qué pasa si al frente de ellos tienen un amigo, le tiran la piedra?”, “¿cuál es el rol de la mujer?”. 

El documental (Hierve la sangre) va de eso: de preguntas, de tratar de que ellos mismos sean la voz y que puedan contar este ritual y la ofrenda de sangre. Para muchas personas de otra cultura pueden ser vistos como bárbaros. Los comentarios, a veces, son como de no entendimiento. Pero, en esencia, la creencia es que si das tu sangre a la tierra, te crece mejor la papa, el tomate. Si vivís en la montaña, dependés pura y exclusivamente de la tierra: necesitás aferrarte a esas creencias. Así como las personas, en otro lado, creen en Dios o en Alá. Es importante poder devolverle a la tierra lo que te da, poder agradecerle. Para la cultura andina es importantísimo agradecer también a los Apus, que son considerados los espíritus de las montañas.

El ritual ha sido una locura. Por suerte pudimos volver para contarlo, pero hay mucha gente que no tiene la misma suerte. El nombre proviene de que dicen que, cuando uno está ahí, en medio de la batalla, hierve la sangre.