Entrevistas
Nereida Apaza
Perú -
febrero 02, 2023

Bordar es una forma de sentir el mundo

Nereida Apaza explora la historia del Perú en una serie de cuadernos bordados que combinan el trabajo visual, la poesía y la crítica social. Luego de exhibir algunos de sus trabajos en el Museo Británico de Londres, ha creado, gracias a un fondo del Estado peruano, una exposición virtual en la que enriquece su propuesta con una variedad de recursos web. Orientada a un público escolar, la plataforma examina 200 años de historia peruana abordando temas como los roles de género, el heroísmo, la discriminación y el enorme legado cultural del país.  

Por Alonso Almenara

Nereída Apaza Mamani nació en Arequipa a fines de los años setenta; y como toda peruana de su generación, asocia la vida en la escuela a unos peculiares cuadernos de color rojo y azul que distribuía el Estado peruano durante el primer gobierno de Alan García, cuando el país se desangraba por la guerra contra Sendero Luminoso.

De formato A5, estos materiales estaban adornados con una tapa y una contratapa características. De un lado, podía verse un mapa del Perú hecho con ladrillos rojos, una suerte de monumento construido por cuatro obreros provenientes de distintas regiones del país (sobre un andamio, una mujer pareciera estar colocando el último bloque). Del otro lado, podía leerse un “Decálogo del Desarrollo” y una “Oración del Decálogo”: formas curiosas de adoctrinamiento de la que no podían escapar los niños peruanos durante la segunda mitad de los ochenta. 

 

Este recuerdo infantil inspiró una serie de doce cuadernos —o libros de artista— producidos por Apaza Mamani entre 2015 y 2021, realizados con serigrafía, acrílico y bordado a mano sobre tela. En estas obras, la artista no solo ofrece una crítica del sistema educativo peruano de su niñez: también reflexiona sobre los problemas y retos que afronta el país en el contexto del bicentenario de su independencia. Así, los cuadernos abordan temas como el racismo, el machismo, la desigualdad económica y el centralismo de la sociedad peruana, entre otros problemas de larga data cuya estela es perceptible, sin lugar a dudas, en las actuales protestas contra el gobierno de Dina Boluarte. 

Luego de ganar un concurso organizado por el Proyecto Especial Bicentenario —una entidad creada por el Estado peruano para conmemorar la ocasión— Apaza creó el proyecto Patria, una exposición virtual que exhibe su trabajo en la web, añadiéndole una variedad de recursos multimedia y un enfoque pedagógico que lleva de vuelta estos cuadernos al lugar de donde emergieron: el salón de clases. 

La colección de doce cuadernos incluye títulos como “Historia doméstica del Perú”, “Coral”, “Monumentos y cartas”, “Quipus” y la tríada “Cielo”, “Mar” y “Tierra”, dedicada a los héroes nacionales Jorge Chávez, Miguel Grau y Francisco Bolognesi. Seis de estas piezas se han expuesto en el Museo Británico de Londres y forman parte de su colección.

 

¿Cómo recuerdas tu paso por el colegio, y por qué te interesó hablar de esa experiencia desde tu práctica artística?

Patria es un trabajo que está vinculado efectivamente a recuerdos de la infancia, que es una etapa de la vida que debería ser feliz, de descubrimiento del mundo, del afecto, de la familia. Pero el colegio no era exactamente un lugar adonde uno iba para ser feliz. Las primeras interacciones de la infancia suelen ser complejas, y más aún en esa época, en los ochenta, en la que la relación con los docentes y la forma en la que los niños éramos tratados era diferente. Yo recuerdo claramente el golpe de regla en la mano, el grito en el aula, la formación de tipo castrense. Debíamos cantar el himno nacional todos los lunes, aguantar el sol fuerte sobre la cabeza, y si te salías de ese orden recibías inmediatamente una amonestación. Era un sistema educativo que te limitaba demasiado y en el que importaba la memorización y la repetición, más no la creación, la observación o la crítica. 

Estos cuadernos nacen por lo tanto de una frustración muy grande, la de ver esa etapa que debería haber sido hermosa convertida casi en una sombra, en algo que quisiera olvidar algunas veces. Eso no significa que mi infancia haya sido infeliz todo el tiempo, pero tengo recuerdos vívidos de momentos que son muy difíciles para una niña. 

Ya mayor, en la Escuela de Artes, pensé que necesitaba sanar, recuperar esa mirada inocente y descubrir nuevamente el mundo a través de mis cuadernos. Volver a aprender a escribir, volver a desarrollar una capacidad de pensamiento no inducida, más libre, por mi cuenta.

 

 

Hablemos de las temáticas que abordas en los cuadernos. 

Estas piezas proponen reflexiones sobre el estado actual del Perú. La colección consta de doce cuadernos: el primero data de 2015, otros son de 2019, que es el año en que hice una residencia de artista en el Museo Británico de Londres y tuve la oportunidad de explorar sus almacenes, que contienen piezas peruanas que nunca han sido expuestas. Los cuadernos más recientes fueron hechos ya teniendo en mente la conmemoración del Bicentenario, que debió haber sido una ocasión especial para reflexionar, para hacer una autocrítica y evaluar qué hemos logrado en estos 200 años de República. Eso, desde luego, no llegó a ocurrir, en parte debido a la pandemia.

Los cuadernos tratan de diversos temas, como los roles de género o el patrimonio cultural del Perú. Hay cuadernos que representan la historia del país a través del dibujo, asociando, por ejemplo, los petroglifos precolombinos con comentarios sociales o con recuerdos personales como la muerte de mi padre.

“Coral” es un cuaderno que hice pensando específicamente en el Bicentenario. En el Museo Británico encontré trajes de negrerías —asociados a unas danzas folclóricas típicas de la sierra central peruana— en los que aparecen representados personajes de aquél cuadro famoso, que todos los peruanos hemos visto, de José San Martín declarando la Independencia en la Plaza de Armas, rodeado de cientos de personas. Usé el mismo tipo de dibujo sencillo y compuse un canto coral que toma de base el Himno Nacional, para hablar sobre lo que están sucediendo en el país: la fragmentación, la pobreza, la discriminación que he sentido desde niña.

 

Otro cuaderno se llama “Quipus”, y está inspirado en los maravillosos quipus incas que son considerados, generalmente, como un sistema de almacenamiento de información. Utilizando esa imaginería, empecé a hacer nudos que daban cuenta de datos estadísticos del Perú de mi niñez. Por ejemplo: 76.5 años, que era la esperanza de vida de un peruano. En otra página del cuaderno me refiero a la huelga magisterial de 1979, de la que me habló muchas veces mi papá: a cuántos estudiantes afectó, cuántas personas nacimos ese año, etc. 

“Historia doméstica del Perú” da cuenta, en cambio, de mi paso por un colegio que se llama Micaela Bastidas, en Arequipa, y habla sobre cómo hemos sido educadas las mujeres en ese tiempo. 

El bordado es una práctica tradicional que, si bien ha sido usada desde hace décadas en el contexto del arte contemporáneo, solo ha adquirido cierto protagonismo en los últimos años. ¿Qué representa para ti? ¿Por qué te interesó acercarte a esta técnica y qué potencial le ves en términos artísticos?

 Mi acercamiento fue muy natural. Yo no pensé: “voy a dedicarme al bordado a partir de ahora, vamos a ver qué se puede hacer con agujas e hilos”, sino que más bien es algo que viene de una tradición familiar. Mi madre es costurera, estudió corte y confección durante su juventud. Se compró una máquina de coser Singer, esas que son muy pesadas, y trabajaba en casa, cosía ropa, hacía algunos trabajos de arreglo de prendas. Ella cosía y yo la veía. Aprendí a coser con máquina mientras jugaba, para hacerle la ropa a las muñecas. Hacía una ropa preciosa… Si alguien se hubiese dado cuenta del talento que tenía, tal vez hubiese sido diseñadora de moda, y no artista visual… 

 

“Siento que el bordado es como una herramienta de protesta. Por mí misma yo probablemente no me pararía frente a otras personas a decir que no estoy de acuerdo con la situación. Pero a través de estos cuadernos se crea una voz muy fuerte, a veces contundente, a veces desgarradora, a veces triste, a veces alegre, para proponer reflexiones y críticas.”

Lo cierto es que en el último año de la Escuela de Artes mi familia tuvo problemas y se me acabó el dinero para comprar materiales de pintura. Entonces decidí hacer mi propuesta con lo que tenía a la mano. Tenía muchos hilos, muchas telas guardadas por años, materiales preciosos. Y empecé a desarrollar una propuesta personal haciendo uso del bordado. Poco a poco, después de esos primeros trabajos, fui dejando la pintura al óleo sin proponérmelo, y dándole más importancia a mi producción con telas e hilos. Empecé a hacer collages y a bordar pequeños poemas.

Me pareció que al bordarlas, las palabras adquirían otro sentido. Tal vez porque bordar una palabra me tomaba al menos cinco minutos: eran cinco minutos dedicados a pensar en una sola palabra. Era una forma diferente de entrar en el poema, en el símbolo, en el significado. Por ejemplo, no podía borrar así de fácil. Cuando me daba cuenta de que no estaba usando la palabra precisa, corregir significaba descoser y volver a empezar hasta encontrar la palabra correcta. 

Los cuadernos te han permitido explorar no solo estos cruces entre artes visuales y poesía, sino también la posibilidad de combinar lo autobiográfico con formas de comentario social.

Digamos que llegar al bordado ha sido un proceso personal, que empezó con el juego de la infancia y que luego exploré durante mi formación como artista plástica, para llegar finalmente a entender que podía usar esta técnica para hablar de temas políticos o hacer una crítica al sistema educativo. Hoy siento que el bordado es como una herramienta de protesta. En realidad, yo no me pararía frente a otras personas a decir que no estoy de acuerdo con la situación. Pero a través de estos cuadernos se crea una voz muy fuerte, a veces contundente, a veces desgarradora, a veces triste, a veces alegre, para proponer reflexiones.

Y sí, he visto a muchas artistas peruanas, latinoamericanas y de otras partes del mundo acercarse a estas formas de trabajo. Un aspecto que valoro mucho es que son formas comunitarias: no tienes que hacerlo sola. Puedes convocar a un grupo de personas, y no solo mujeres, eso es importante decirlo, sino un grupo plural de gente que quiere trabajar de forma comunitaria en bordado, como sucede en diversas comunidades andinas o amazónicas del Perú. Eso también es un aprendizaje.

 

“Ya no es novedoso ver a artistas bordando, pero eso no tiene por qué volvernos complacientes. Mi trabajo responde a mi contexto, a mis necesidades personales. Yo no podría hablar de otras cosas que las que están en mi imaginario, que son parte de mi identidad. Mis cuadernos son muy personales. Yo creo que representan lo cotidiano que vivimos todos, o hemos visto o hemos sentido en algún momento.”

 

¿Consideras que el ingreso del bordado a los museos o a las galerías de arte lleva implícita una crítica a cierta historia tradicional del arte centrada en prácticas como la pintura, la escultura, el performance? ¿Estamos hablando de una forma más diversa o inclusiva de ver la creación?

Yo creo que el sistema del arte va a terminar absorbiendo esta forma de expresión que resultaba ser diferente, que ha pasado de hacer artesanía, de ser doméstica, de ser casi despreciada por su sencillez, a ser parte de colecciones de museos o a ser exhibida en galerías de arte. Eso le da otra connotación a lo que hacemos. Es parte del proceso de muchas de las propuestas de vanguardia o de intentos de crear nuevas formas de expresión artística y hay que ser conscientes de eso. Pero más allá de eso está la práctica genuina de hacer cosas desde la necesidad, desde la conciencia de estar haciendo arte sin estar bajo la tutela o respondiendo a las necesidades de un mercado. 

Ya he visto yo trabajos, por ejemplo de Louise Bourgeois, que en sus grandes instalaciones colocaba piezas bordadas, tejidas, esculturas en tela, y esto es algo aceptado por el sistema del arte desde hace mucho tiempo. Ya no es novedoso ver a artistas bordando, pero eso no tiene por qué volvernos complacientes. Mi trabajo responde a mi contexto, a mis necesidades personales. Yo no podría hablar de otras cosas que las que están en mi imaginario, que son parte de mi identidad. Mis cuadernos son muy personales. Yo creo que representan lo cotidiano que vivimos todos, o hemos visto o hemos sentido en algún momento. 

¿Por qué escogiste trabajar con héroes nacionales en los cuadernos “Cielo”, “Mar” y “Tierra”?

Escogí a Jorge Chávez, Miguel Grau y Francisco Bolognesi porque sentí que son personajes inmediatamente identificables. Casi todos los peruanos conocemos parte de su vida, lo que han hecho, cómo han muerto y por qué. Representan determinados valores para nuestra sociedad. Entonces empecé a reflexionar sobre esta pregunta: ¿seríamos los peruanos de hoy capaces de sacrificar nuestra vida por un ideal? En ese momento, el 2020, me pareció que no. Sin embargo, la crisis que hoy atraviesa el Perú, que obedece a una suma de conflictos acumulados, a demandas postergadas por cientos de años, me hace dar cuenta que está surgiendo una humanidad en la cual se expresan la solidaridad, la Unión, la fuerza, la capacidad de sentir que juntos podemos cambiar algo, hacernos escuchar. 

Hoy en el Perú está muriendo gente como esos héroes de antaño. Esa figura es muy triste. No debería siquiera ser posible morir en protestas, morir por hacer oír tu voz, por pensar de determinada manera, por creer que se puede cambiar la historia, pero es lo que está pasando en estos momentos. 

¿Cuál es el papel de la educación en un contexto tan crítico como el que vive el Perú?

Yo siento que la educación es un camino que podemos recorrer para avizorar un futuro que nos permita vivir en sociedades más equilibradas, más justas y con oportunidades para todos. Pero es difícil que esto ocurra en el Perú cuando se le da tan poco valor a materias como el arte, a la formación humanística de los estudiantes. El arte ha sido desterrado de la currícula de algunos colegios, que ahora se dedican exclusivamente a garantizar que los jóvenes logren pasar el examen de admisión a la universidad. ¿Cómo cultivar el alma, el pensamiento, si no es a través de cursos básicos como el arte y la filosofía?

Es cierto que los chicos de ahora no son tan maltratados como lo fue mi generación, pero los siento mucho más dispersos, absorbidos por la tecnología. Yo en la adolescencia era muy soñadora, creía en la utopía de una sociedad justa, y sigo tratando de creer en ello, pero me cuesta mucho en estas circunstancias. 

Me has dicho que tu madre es costurera. ¿Has hablado con ella de estas piezas?

 Mi madre me ayuda ahora, y por eso te mencionaba el trabajo comunitario. Con todo el tiempo que ella viene bordando, le ha empezado a interesar hacer trabajos no decorativos, y no solo manteles o fundas. Ella ha visto que a través del bordado se puede expresar. Que se puede bordar una forma de sentir y ver el mundo.

Ella es muy crítica y me propone ideas, o a veces incluso hace cosas por su cuenta. Le gusta mucho. Trato de viajar con ella y siempre que hablo sobre mi trabajo menciono que ella es mi maestra: maestra de vida y también de bordado.