Ilustración de Belén Mena para Drogas, políticas y violencias.
Entrevistas
Marcela Vallejo
Colombia -
octubre 29, 2020

Catalina Gil Pinzón: narrativas tradicionales y políticas de drogas

“A mí me gustaría ver en una novela a un consumidor de drogas funcional: alguien que sabe qué consume, cómo lo hace y a quien su consumo no le impide llevar una vida normal”, dice Catalina Gil Pinzón. Catalina es una colombiana que desde el inicio de su carrera profesional ha trabajado sobre construcción de paz. Sus recorridos laborales la han llevado a trabajar con el Estado, organismos multilaterales y fundaciones nacionales e internacionales. Actualmente es consultora en política de drogas y construcción de paz. Se dedica también a escribir “sobre la relación entre arte y paz y la necesidad de nuevas narrativas y enfoques en las políticas de drogas”.

Trabaja como consultora del programa de política global de la Open Society, “un programa que busca reformar la política de drogas, especialmente las políticas punitivas y represivas y reformarlas para que sean unas políticas basadas en la evidencia y en el respeto a los derechos humanos”. Todo esto sin dejar de lado a quienes se ven afectados de manera directa por la guerra contra las drogas, “que usualmente son personas consumidoras o las personas que cultivan”. Para Catalina es fundamental cambiar las narrativas sobre las drogas, salirse de la dicotomía entre lo bueno y lo malo y entender que la premisa de un mundo libre de drogas no es posible, pues “eso es algo que el mundo nunca ha sido, no es y no será”.

Catalina fue una de las jurados en la invitación de la plataforma Drogas, Políticas y Violencias para comisionar dos proyectos sobre América Latina que se sumarán a casi setenta creadores e intelectuales en la reflexión propuesta por Vist. Uno de los criterios que ella tuvo en cuenta a la hora de evaluar los proyectos fue si proponían alternativas a las narrativas tradicionales sobre drogas.

¿Cómo podemos entender las narrativas tradicionales sobre drogas?, ¿cuáles son sus características?

Las narrativas tradicionales sobre las drogas han hecho parte de lo que se conoce como la guerra contra las drogas que es una estrategia que lleva activa muchos años y ha sido muy efectiva porque ha logrado crear ese enemigo común del que hablamos: las drogas. Con el tiempo se ha ido construyendo un discurso cuya base son valores morales, la dicotomía entre el bien y el mal.

Las narrativas tradicionales tienen su base ahí y exageran características, establecen correlaciones no probadas, toman las excepciones y las convierten en un denominador común. Son narrativas que no tienen en cuenta la evidencia, que asustan, que causan miedo, crean sospechas, tabúes y promueven estigmas.

¿Puedes dar algunos ejemplos?

En las telenovelas, por ejemplo, cuando uno de los personajes principales consume algún tipo de drogas, esa persona es retratada como alguien perdido en la vida, alguien que se hace daño y hace daño a quienes lo rodean, alguien que poco a poco va acabando con lo que ha conseguido. O, muchas veces, al mostrar jóvenes consumidores en las noticias, se muestra a muchachos sentados en parques, con una capucha que los cubre, haciendo algo como a escondidas. Y la imagen que queda es que esos jóvenes no hacen más que estar en parques fumando.

En Colombia parte de las narrativas tradicionales oficiales han incluido formas de nombrar todo lo vinculado con las drogas como el eslogan de hace unos años de la «mata que mata», o los “narcocultivos”, o «el cultivo maldito», como hace poco lo llamó Emilio Archila. Recientemente hemos oído cosas como «más coca menos paz», «más coca, más masacres», que establecen relaciones directas entre violencia y los cultivos de coca. O lo que siempre se repite: «estamos nadando en coca», «el flagelo del narcotráfico» o «el narcotráfico es nuestra mayor amenaza». En general en varios países de América Latina las narrativas tradicionales repiten que: «las drogas destruyen familias», «las drogas acaban con la vida de los jóvenes», o que «esa persona realizó ese acto violento porque consumió».

Estas narrativas construyen unos personajes…

Sí, por ejemplo el del consumidor problemático, que acaba con la familia, que derrocha su dinero, que hace daños a terceros. O el cultivador de la “mata que mata”, que se está enriqueciendo con su cultivo y a quien le gusta la “plata fácil”. El del joven traficante en las ciudades que controla territorios. O el joven consumidor que no hace nada más sino estar en el parque, escondido y consumiendo. El capo, que termina siendo un hombre en quien recae todo el poder de las drogas. Pero también genera imágenes como la del cultivo maldito, que acaba con todo lo demás a su paso y que es la fuente de todos los problemas. Por eso la solución es, según estas narrativas, la erradicación. O la imagen de “La Droga», que es un paquete en el que metemos a todas las sustancias y todas quedan al mismo nivel. Sin entender que no todas son lo mismo, no todas alcanzan el mismo efecto y no todas se producen de las mismas maneras.

¿Qué efectos tienen esas formas tradicionales de narrar las drogas?

Yo creo que hay tres grandes efectos. El primero es que estas narrativas impiden que haya información, que es un derecho que tenemos. Por ejemplo, el hecho de que cierto tipo de personas u organizaciones que llevan a cabo estrategias de reducción de riesgos y daños, sean vistos como personas u organizaciones que promueven el consumo. Aquí funciona un poco la comparación con la educación sexual. Muchas veces, las campañas de educación sexual son interpretadas por muchos como formas de promover la promiscuidad.

Entonces, dar información de cómo consumir de forma responsable, precisamente para evitar consumos problemáticos, se ve como algo malo. Y todo esto es muy curioso porque estas estrategias sí las tenemos con el alcohol. Esa falta de información también hace que metamos todas las sustancias psicoactivas en el mismo paquete.

El segundo efecto que tienen estas narrativas, es que hacen mucho daño a personas que consumen y a las comunidades que cultivan coca, amapola o cannabis. Hacen daño porque las estigmatizan y criminalizan. Las personas que consumen solo pueden ser o enfermos o traficantes, y en ese momento son criminalizados. Lo mismo sucede con las comunidades que cultivan, que son presentadas como aliadas del narcotráfico o personas a quienes les gusta el dinero fácil, cuando es todo lo contrario, nunca lo han tenido fácil.

Un ejemplo de ello es la caracterización que hizo UNDOC sobre las familias que viven en zonas de cultivo de hoja de coca en Colombia, beneficiarias del Plan Nacional Integral de Sustitución de Cultivos Ilícitos (PNIS), en ese documento se muestra que estas familias están integradas en su mayoría por jóvenes menores de 19 años (41 % de la población) y mujeres (46,9%) de las cuales el 29% son jefas de hogar, y en un 57% se trata de poblaciones en condiciones de pobreza monetaria y en un 49% en condiciones de pobreza multidimensional. El efecto directo de estas formas de criminalización, es que las propuestas para atender la «problemática» en este caso específico sea enviar operaciones militares de erradicación forzada y fumigaciones con glifosato.

El tercer efecto, que yo encuentro, es que la evidencia ha jugado un papel mínimo, que constantemente se la ignora y que tanto la política de drogas, como la creación de narrativas se fundamentan en una serie de supuestos sin una base comprobable.

Entonces, se puede establecer una relación entre esas formas tradicionales de las narrativas y las políticas de drogas

Sí, y todo esto está relacionado con la pregunta anterior. En el caso colombiano, al repetir constantemente que los cultivos de coca o la existencia de un mercado ilegal de drogas es el causante de todos nuestros problemas de seguridad, es decir, la narrativa tradicional, se crea un diagnóstico errado y, por consiguiente, las soluciones que se proponen no son pertinentes, duraderas, ni sostenibles.

Holmes Trujillo, actual Ministro de Defensa de Colombia, dice por ejemplo: «hay que reanudar la fumigación con glifosato para disminuir las masacres», y esa relación que él está estableciendo ahí, no solo no está probada, sino que no tiene ningún sentido. Ese es otro ejemplo de una narrativa tipo «Más cultivos, más violencia», que se transforma en una política que indica que es necesario reanudar las fumigaciones, lo que es dañino, costoso y poco eficiente a mediano y corto plazo.

Si ponemos al cultivo como el mayor enemigo, y esto pasa mucho en Colombia, y como el causante de todos los problemas, la atención no se centra en las necesidades insatisfechas de todas las regiones donde hay cultivos. Simplemente, se llega a que la solución es el cambio de cultivo, cambio la coca por esto otro. Pero lo que se necesita es una inversión integral y a muy largo plazo.

Por el lado del consumo es lo mismo, al decir que las drogas acaban las familias, que las personas que consumen son enfermas o traficantes, que las drogas deben ser ilegales, la premisa es que se quiere “un mundo libre de drogas”. Todo esto hace parte de una narrativa que hace que no existan políticas amplias de reducción de daños.

Al final todas estas narrativas hacen que diseñemos e implementemos políticas de drogas que no estén basadas en la evidencia, que no tengan en cuenta los derechos humanos y mucho menos a las comunidades que cultivan o a las personas que consumen, y que en general todos estos temas se abordan desde un punto de vista punitivo y coercitivo.