Entrevistas
Sara Aliaga y Ara Goudsmit
Bolivia -
febrero 05, 2021

Cultivadoras de coca: lucha y resiliencia

Mujeres que trabajan la coca en Bolivia, muchas veces como única posibilidad de sustento, mientras los de afuera las estigmatizan y los de adentro no las dejan participar de las decisiones. Mujeres que amplían los márgenes del debate: luchan por el fin de las violencias de género y por cuidar el medioambiente. Mujeres que se organizan para apoyarse unas a las otras en asambleas sindicales. Mujeres que tienen algo para decir. Sobre todo esto trabajan la fotoperiodista Sara Aliaga y la politóloga Ara Goudsmit, ambas bolivianas.

Lo hacen junto a las mujeres cocaleras de La Asunta, una localidad pequeña cercana a la ciudad de La Paz. Se contactaron con la comunidad a través de la radio y se acercaron mediante la escucha. Uno de los encuentros con las mujeres se trató justamente de eso, de abrir un espacio para que pidieran hablar, contar y reflexionar en torno a lo que viven.

Sara Aliaga vive en La Paz pero con su trabajo, centrado en género e identidad, recorre el mundo. Es exploradora en National Geographic, ganó el Workshop de Women Photograph y otras becas, además de publicar en The New York Times, The Guardian, Foto Féminas, Reuters y otros. Es parte de CovidLatam y, en Bolivia, fundó una colectiva y una Residencia en Narrativa de género.

En su trabajo Cholita tenías que ser se ha metido de lleno en los diferentes roles que, como mujer, fue ocupando a lo largo de su vida. ¿En qué medida es una mujer de pollera? ¿Cómo era su bisabuela, que también se llamaba Sara? ¿Qué es tener una ‘actitud chola’? Con toda esa exploración por su interior a cuestas, Sara entiende a las cocaleras y por eso buscó estrategias para mostrarlas de un modo diferente. “Una forma de plantear una nueva narrativa era sacarlas de ese contexto estigmatizante y hacerles retratos”, cuenta.

Ara Goudsmit es politóloga y vive en Colombia desde hace cinco años. Se enfoca en antropología y filosofía, y colabora con medios de comunicación. Coincide con Sara en la importancia de los espacios propios y, a la vez, colectivos. “Hay mucho silenciamiento de parte de los hombres, dirigentes, cocaleros, hay burlas, las callan”, reflexiona. Por eso cree que “el hecho de poner las ideas en voz es algo super poderoso”. Para Ara es importante contar historias de mujeres por fuera del “heroísmo” con el que se cuentan las historias de varones. “¿Qué papel tienen las mujeres para construir sus propias comunidades y transformarlas?”, se pregunta.  

¿Cómo surge el proyecto sobre mujeres cocaleras?

Ara Goudsmit (Ara G): A Sara y a mí nos interesa muchísimo trabajar en temas de géneros e identidad en Bolivia. También sucede que las narrativas y las investigaciones en relación entre género y coca en Bolivia no han sido para nada visibilizadas. Si uno ve investigaciones o periodismo sobre mujeres cocaleras en Colombia o Perú hay una producción excesiva de mujeres y hoja de coca pero en Bolivia hay un silencio en la academia y el periodismo.

Sara Aliaga (Sara A): El trabajo nace de la necesidad de buscar nuevos enfoques. Fue interesante descubrir que estas mujeres también estaban impulsadas por necesidades, como la de poder escuchar su propia voz en espacios públicos. Más específicamente, en espacios en donde se tomen decisiones en referencia a la producción de coca y en referencia a sus derechos fundamentales como mujeres. También están en una lucha contestataria en torno a la vulneración de sus derechos, muchas veces representados en varios tipos de violencias (sindical, laboral, o intrafamiliar). Incluso hemos podido encontrar casos en donde ha habido violencia sexual.

Pero no nos queríamos enfocar en estos tópicos sino en ver cómo las mujeres están intentando organizarse para poder plantear todas estas necesidades y convertirlas en demandas. Uno de los eventos que realizamos, que era parte del proceso de investigación, era ayudarles a tener un espacio seguro en donde puedan hablar libremente sin ser estigmatizadas, abucheadas o discriminadas, para que ellas puedan hablar de sus necesidades como mujeres, como cocaleras, como madres, incluso hablar sobre sus sueños personales. Todo eso comprende sus roles dentro de la producción y se manifiesta en su roles como productoras de hojas de coca. Visualmente, he podido acercarme a cuatro mujeres y una niña de las cuales una es nuestra protagonista, se llama Estela.

Estela es una lideresa, en el sentido de que es muy activista de los derechos de las mujeres y en la defensa del medio ambiente. A través de un encuentro que realizamos, pretendía identificar a más lideresas como ella y que las mujeres puedan tener más espacio en entornos en donde se tomen decisiones sindicales, de producción y de la vida misma de las mujeres. Una forma de plantear una nueva narrativa era sacarlas de ese contexto estigmatizante y hacerles retratos. Es en lo que yo, como fotógrafa, me he centrado más.

Ara G: Estela empezó a estudiar agronomía por la radio. Nuestra forma de contacto con ellas también ha sido la radio. La radio tiene mucha fuerza en Bolivia, desde la caída de la dictadura y por los movimientos sindicales. Se trató de una radio local, con la que también realizamos un programa para que las mujeres cocaleras pudiesen dar difusión más amplia en sus territorios. El dueño de la radio, que también es periodista, nos puso en contacto con la historia de Estela, que luego nos abre las puertas hacia las otras mujeres, porque la conocen muy de cerca.

Las mujeres tienen un rol fundamental en la economía de la coca. Estela impulsa otros debates en los territorios cocaleros: por ejemplo, promueve los debates sobre la ecología y el cuidado del medioambiente. Estas mujeres están impulsando debates antes no abiertos. A través de ella nos hemos ido acercando a una historia de una niña que, a los trece años, busca tener una participación política mucho más fuerte que su madre y que su abuela o historias de mujeres que están trabajando en vínculos comunitarios no a través de salarios sino de “un día trabajo para tí, un día para mi vecino”. Son mujeres que están abriendo estos debates en territorios cocaleros.  

¿Cómo construyeron el vínculo con Estela?

Sara A: Acercarse a comunidades no siempre es fácil, especialmente cuando no conoces a las personas del lugar y no sabes cómo es su forma de relacionamiento, distinta a nosotros que somos personas más citadinas. Esto queda en la ciudad de La Paz, en los yungas, en La Asunta. Las comunidades son herméticas, pero con justa razón: es su forma de defensa ante personas que las pueden utilizar, principalmente en territorios en los que se maneja coca.

Ellas impulsan sus ideas, de cultivos orgánicos, de cuestionar la participación en la distribución de la economía que genera la coca. Ha sido paso a pasito, muy con cuidado, muy lento, son personas que han vivido mucha vulnerabilidad. Ante todo, siempre escucho primero, antes de hablar. A veces, son personas que ni siquiera son escuchadas en sus casas.

Para poder realizar este reportaje hemos utilizado mucho la escucha: lo que hablan, lo que sueñan. Esas cosas son de su esencia y son lo que estábamos buscando retratar. Muchas veces se tiene ese imaginario, como maleantes o como narcotraficantes, con armas, con miedo. Pero los productores de coca no son eso. Prácticamente están esclavizados, es su único medio, es un relacionamiento familiar que tienen con la coca. Es muy difícil romper esos vínculos porque han nacido en esos espacios.

No es lo que están destinadas a hacer desde niñas. Estas mujeres no solamente han quebrado estas cadenas de violencias, muchas vienen de hogares en donde han sufrido violencia de sus padres o de sus parejas. La coca es lo que les va a permitir también salir de eso. Es el único medio de sustento que tienen. Es lo que más saben hacer. Muchas, durante la pandemia, han empezado a producir huertos. Por el mismo hecho de que había escasez alimentaria y que estaban cerrados los caminos debido a las cuarentenas rígidas, muchas mujeres han empezado a sembrar maíz, verduras, hortalizas.   

¿Cómo es ser fotógrafa en Bolivia?

Sara A: Es complicado. Hasta ahora sigue siendo complicado. Pese a que estamos abriendo bisagras y brechas que antes no se podía. O no había la unidad para romper estos techos de cristal. Son estas mujeres las que también nos tiran para para poder hacerlo nosotras. Al menos yo me siento una mujer privilegiada. Tengo todo en mi casa: luz, agua, techo, comida. Muchas mujeres o personas no tienen las mismas condiciones que yo tengo y hacen su lucha. Entonces, ¿cómo no poder hacer el intento de hacer algo igual que ellas?

Como fotógrafa, he tenido soportes de otras compañeras. Veo que los cambios se están realizando de maneras colectivas. Entonces, también poder ayudar o apoyar de alguna manera para que ellas puedan reunirse y crear estas redes de contactos, para que puedan hacer, para que no estén solas. Si somos más voces hablando o coreando lo mismo, es un poco más fácil que solas. Es muy complicado, es muy difícil y es muy agotador. Yo creo que todas nuestras posturas y todos nuestros trabajos muestran nuestras ideas, nuestros sentimientos.

Ara G: Esto de trabajar colectivamente entre las mujeres es muy importante también en los mundos cocaleros. Durante el encuentro que hicimos, ellas mismas resaltaban mucho cuando les preguntamos (o cuando ellas mismas se preguntaban) qué es lo que puede solucionar o quién puede ayudar para ser más escuchadas dentro de los espacios de toma de decisiones.

Hay mucho silenciamiento en los hombres, dirigentes, cocaleros, hay burlas, las callan. Ema era una dirigente sindical, que decía: “Necesitamos que las mujeres entre nosotras nos apoyemos dentro de los mismos sindicatos. Entonces, cuando una mujer da una postura sobre alguna opinión o alguna otra propuesta, es otra mujer la que va a apoyar. Es una red de apoyo para poder sentirnos escuchadas”. Creo que esto de la sororidad está muy presente en los territorios cocaleros. Una de nuestras protagonistas nos decía que a ella le inspiró su abuela, que no tenía miedo a hablar. Está, por ejemplo, la mamá de la niña de 13 años, que acompaña a los niños a los talleres. Son mujeres apoyándose.

Yo creo que estos vínculos entre mujeres son muy fuertes, tanto en territorios cocaleros como en otros espacios, para poder mostrar estas historias. Es un reclamo de existencia. Porque también es reclamar la voz y sus demandas, que se traducen en términos de territorio, en términos de bienestar material, en términos de equidad, de salud. Eso es muy interesante.  

¿Cómo llegaste a trabajar sobre mujeres cocaleras?

Ara G: Mi acercamiento fue a través del tema del género y la coca, pues en las narrativas de Bolivia como el gran país que toca los debates, las mujeres están otra vez relegadas dentro de la historia de los dirigentes sociales. Siempre las demandas de las mujeres están acopladas a otras demandas. También es importante contar historias rurales dentro de una hegemonía de lo urbano. Pues a mí, con la hoja de coca, me interesa cómo las mujeres imprimen sus propias demandas dentro de los movimientos sociales y también cómo ellas están activamente participando en la creación de sus comunidades.

Siempre vemos la historia de los hombres. Es una historia muy heroica, una historia de Evo Morales, Napoleón, el Che, de Fidel Castro. Mientras que la historia de las mujeres es la historia de crear lazos. Queremos contar la historia de las mujeres, enfocarnos en la cotidianidad y los problemas que brotan de su cotidianidad. Porque luchar contra la violencia doméstica es luchar dentro de un sistema burocrático del Estado enorme y contra la normalización de la violencia. Es una historia de todos los días. Yo pienso en Estela y me parece impresionante. Durante la cuarentena, el gobierno se lavó las manos en lo educativo y no hizo nada. Literalmente dijo que todos los estudiantes aprobaban en la escuela y que no iba a ver ninguna política educativa. Estela daba clases a los niños. Durante casi dos meses fue profesora de su comunidad gratuitamente para construir un sentido de lo común.

Creo que esa historia de las mujeres: contarnos por fuera del heroísmo: ¿qué papel tienen las mujeres para construir sus propias comunidades y transformarlas? Así hemos entrado en estas historias bien complejas, que tienen mucha violencia pero también mucha inspiración. 

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