Entrevistas
Ramón Campos Iriarte
Colombia -
diciembre 29, 2020

Colombia: cómo narrar una guerra que sigue

A Ramón Campos Iriarte su papá le regaló una cámara Hasselblad 500. Además, suele andar con una Leica M6 encima. Trabajar con cámaras analógicas, entregarse al tiempo pausado de la fotografía de rollo le genera una adrenalina particular: la de saber que cuenta con un número determinado de fotos para disparar. Eso lo obliga a detenerse y observar.

Sigue una lógica parecida en su forma de dirigir el “Fondo para investigaciones y nuevas narrativas sobre drogas” de la Fundación Gabo, un programa para fomentar trabajos periodísticos innovadores sobre las políticas de drogas en Latinoamérica. Y es que Ramón está convencido de que “cambiar las narrativas es cambiar el foco de las historias.” Igual que cuando cuenta con un solo rollo de fotos: hay que frenar, pensar en profundidad, enfocar.

Estudió ciencia política en la universidad pública y siempre trabajó sobre conflictos sociales, políticos y medioambientales. Desde su rol, reflexiona sobre el cambio en las reglas del juego del periodismo a partir de los nuevos mecanismos de financiamiento y sobre la decadencia de los medios tradicionales. Y concluye: “Hay que ser optimista”.

“La razón por la que hay que cambiar esas políticas de drogas es porque dañan vidas”, sostiene. Ramón identifica que se está construyendo una comunidad entre quienes estudian, investigan y registran historias alrededor de esta temática. Una comunidad que no escapa a la complejidad, que sabe que no se trata solamente de “buenos” y “malos”. Una comunidad que entiende que contar historias particulares con profundidad y de manera humana permite comprender mejor el escenario y sus claroscuros. “Cuando estás en el campo y no tienes otra opción que sembrar coca para poner a tus hijos en el colegio, eso te convierte, no sé si en una víctima, pero seguro que no en un narcotraficante”, dice. 

¿Desde cuándo eres fotógrafo?

De toda la vida. Mi abuelo me dio mi primera cámara. Aprendí de mi papá, de mi abuelo, de los amigos de mi papá: siempre he estado rodeado de fotografía y fotógrafos. Habré empezado a publicar fotos, quizás hace unos quince años. Es muy difícil vivir de la fotografía. No sé cómo lo hacen los que son fotógrafos de tiempo completo. A mí, personalmente, me ha tocado escribir crónica y hacer documentales. Ese es mi balance. Más el tema de la actividad un poco más académica, lo de los fondos y tal. Pero digamos que mi pasión ha sido siempre la fotografía y la fotografía análoga porque casi todo lo que hago es análoga.

Mi papá también es antropólogo y documentalista y trabajó muchos años con la TV de Inglaterra, haciendo documentales sobre el conflicto armado en América Latina. Estuvo con Sendero Luminoso, estuvo en Centroamérica durante las guerras, estuvo en Colombia; pocas veces he trabajado con él pero siempre estuvo muy cerca. Él también es fotógrafo, entonces últimamente he rescatado sus archivos y diapositivas. Hay tesoros que no había descubierto hasta ahora.  

No solo eres fotógrafo, sino que tienes un panorama amplio sobre cómo se trata el tema de drogas en la región. ¿Cómo ves ese escenario?

Creo que, como colombiano, uno está muy cerca de ese tema por haber nacido y crecido acá. Nada más basta con hacer un poco de trabajo periodístico para darse cuenta del rotundo fracaso de la política de drogas en estos países y cómo ha hecho estragos casi que imborrables en esta sociedad, en el medioambiente y en las comunidades. Y ver que se sigue repitiendo infinitamente ese ciclo porque seguimos apegados a las políticas que dicta Estados Unidos para prohibir las drogas, casi que es inverosímil.

Ante toda acción digamos que hay resistencia, entonces hay mucha gente en América Latina que se está organizando, que se pone de acuerdo para rechazar esa política de droga que ya está probado que fracasa.

Nosotros hacemos el esfuerzo, desde el lado académico y periodístico, para dar espacio a la gente que entiende que las políticas de drogas es un fracaso; para que los periodistas se junten con académicos que ya han investigado el tema. Todo esto se basa en evidencias fácticas que evidencian ese fracaso. Nada de esto es especulación o ideología, sino simplemente números.

La labor de los periodistas en nuestro Fondo es interpretar esa evidencia y darle forma de storytelling para tratar de apelar a las conciencias de la gente a través de los medios.  

¿Coincidirías con que están emergiendo nuevos lenguajes y que se están renovando imágenes que nos tenían un poco saturados?

Es parte de la base de buscar nuevas narrativas. El Fondo va en nombre de eso, de renovar esas narrativas porque la gente está saturada de ver lo mismo y creemos que parte del problema es la narrativa tradicional en torno a la política de drogas. Esas aproximaciones novedosas, tal vez desde el punto de vista estético, ayuden un poco a llegar a otro público, a convencer a más conciencias de las cosas que son evidentes.

De todas maneras es importante no descuidar el lado científico, el lado fáctico del tema de políticas de drogas y que el tema periodístico no se vuelva arte, porque hay una delgada línea entre el arte que protesta y ese periodismo innovador que tiene narrativas visuales no tradicionales. En el Fondo le exigimos a los periodistas que le metan una vena de periodismo duro, de investigación, que acompañe a esas narrativas visuales.  

Se está dando también un corrimiento del foco, hay cada vez más trabajos autobiográficos…

Claro que sí. Digamos que la base de cambiar las narrativas es cambiar el foco de las historias. Ahora la búsqueda es más sobre historias personales, historias que muestren la complejidad del tema: cómo la política de drogas afecta a nivel humano, a nivel individual y comunitario; cómo el fracaso de la política de drogas causa daños en esas comunidades.

Se trata de mostrar que es un tema mucho más complejo que simplemente señalar a una comunidad de narcotraficantes, que es lo que ha pasado. Hoy tratamos de mirar un poco más a nivel micro: personal, familiar, de lo que pasa cuando tú estás en el campo y no tienes otra opción que sembrar coca para poner a tus hijos en el colegio y eso te convierte, no sé si en una víctima, pero seguro que no en un narcotraficante.  

Y en esta línea, ¿recomendarías algunos autores o trabajos en América Latina en particular?

Nosotros hemos tratado de vincular al Fondo a gente que está muy pendiente de estos temas, tanto desde el punto de vista académico como periodístico. Hay una persona que me parece que es clave en el entendimiento de política de drogas en América Latina, sobre todo en los países del Conosur y es Guillermo Garat. Él es uno de los mentores de nuestro Fondo y es periodista, escribe y la tiene muy clara en términos de lo que falla y lo que no en políticas de drogas y en narrativas periodísticas que tiendan a explicar mejor este fenómeno.

También hay centro de estudios que producen informes muy buenos, como el de la Universidad de Los Andes, el Centro de Estudios de Seguridad y Drogas, de acá en Bogotá y ahí está María Alejandra Vélez, que es la directora y es una investigadora bien conocida. Ellos producen informes que son académicos pero tienen un lenguaje un poco digerible que no es el ladrillo tradicional. Nuestra idea es juntar a ese tipo de centros de investigación con periodistas para que puedan producir cosas en un lenguaje un poco más popular en los medios. También está Dromómanos de México, quienes hacen un trabajo muy chévere.

Hay mucha gente trabajando en estos temas: Jorge Panchoaga o Luis Ángel, en Colombia, Carlos Villalón, con el tema de la coca en las Américas, Céesar Rodríguez y Emmanuel Guillén, en México, tienen un trabajo excelente también. Este tema es enorme y toca a todos los países de la región. Se está construyendo una comunidad.

Nuestra esperanza es que el Fondo no sea algo así como dar una plata, hacer un proyecto una vez y que después se desentiendan. Nuestra esperanza es que esa gente se interese por el tema y siga trabajando. Eso no es ninguna garantía y habrá gente que lo haga y otra que no.

El tema del narcotráfico y la guerra contra las drogas ha producido periodismo desde hace muchos años, nosotros no lo estamos inventando ni mucho menos. Simplemente estamos tratando de darle un giro más humano a estas historias.

El periodismo del narcotráfico en Colombia, México o Perú siempre ha sido supremamente sesgado y cerrado a una narrativa oficial y eso es lo que tratamos de cambiar. Creo que sí hay gente que lo entiende; incluso en los medios los editores están empezando a ver que reproducir los comunicados de la policía o los ejércitos no es muy sostenible hoy en día. 

¿Cómo impactan estos nuevos modos de financiamiento en el ejercicio del periodismo?

Todo el mundo está sufriendo económicamente y los canales tradicionales (los medios) están perdiendo la posibilidad de financiar proyectos muy de campo. Es por eso que los fondos como el nuestro o el Pulitzer o las becas de Nat Geo, ganan mucho espacio entre la comunidad periodística e independiente.

Hoy en día hay contenido de excelente calidad en internet de proyectos independientes demasiado buenos que no necesariamente tienen que pasar por la página de la CNN, o del medio que sea. Internet facilita eso. Incluso Instagram, o las redes sociales. Hay proyectos excelentes que solo salen en digital y no entran en ese mainstream de los medios. Pero para la gente joven esas plataformas son las que cobran más relevancia.

Acá en Colombia, y en muchos lugares, está la figura del “parachute journalist”, que es lamentable. A eso también le hemos dado guerra porque todavía existen muchos medios mandando a tipos a cubrir “guerras”, sacando cosas sensacionalistas y tal. Ese relato fantasioso todavía existe pero creo que es cada día más marginal, menos mal. Los medios están echando un poco de calidad a la forma de cubrir ahora. Los márgenes nuestros tienden a ser estrictos en el seguimiento de los proyectos, hacemos un seguimiento preciso para cada proyecto. Creo que esa es otra de las ventajas de los Fondos.  

Se suele hablar de la crisis de los medios y de cómo las redes terminan restringiendo los discursos, pero a ti se te escucha optimista…

Creo que hay que ser optimista. Como colombiano, si no fuéramos optimistas nos suicidamos todos porque ya son muchos años de derrotas. El tema de las redes e internet ha traído mucha frivolidad a la cobertura periodística, por un lado. Pero, por el otro, también se ve gente joven, que está empezando, que reciben una plata de algún lado y sacan una vaina que es una bomba en términos de calidad. Eso da esperanza.

En Colombia y en Estados Unidos, que son los dos países en los que mejor conozco la industria, ha habido una desarticulación total de los medios masivos. Hasta cierto punto, en Colombia se están acabando los medios masivos porque perdieron la credibilidad, porque no son financieramente sostenibles y cada día es como que surgen medios alternativos de gente joven, autosostenidos, financiados con alguna cosa y son los que están en realidad bancando la parada, en términos periodísticos, al menos en este país.

La época dorada de los medios ya pasó. Estos medios pequeños pueden surgir y acabarse en tiempos relativamente cortos, pero son los que están trayendo las investigaciones de corrupción, los cuestionamientos, las denuncias por violaciones a los derechos humanos, entrevistas: todo es hecho por gente de medios independientes.  

Entiendo que tienes contacto con todo lo nuevo y con la tradición también, además de vivirla en primera persona. ¿Sentís que esas dos vertientes alimentaron tu mirada?

Sí, claro. A mi me gusta mucho la foto en blanco y negro, análoga, una mirada muy poco experimental. No sé si eso sea bueno o malo pero mi trabajo, por lo menos en fotografía, es muy tradicional. Hoy en día hay fotógrafos que hacen cosas mucho más experimentales y que están a la vanguardia de esa fotografía. Yo soy mucho más tradicional en ese sentido y eso responde a haber estado en contacto con esa fotografía de antes, de Don McCullin, de James Natchwey, de los reporteros legendarios del blanco y negro que cubrieron conflictos. ¿Por qué esa estética tendría que acabar necesariamente, no? Está bien que haya innovación paralela pero también creo que está bien que algunos sigamos con ese ojo tradicional. Yo, casi todo lo que hago es con 35 y 120. Es lo que más me gusta hacer.

Mi primera cámara 120 la heredé de mi papá, era una Hasselblad 500c, como del 55 o algo así y es una belleza de cámara, todavía la tengo y funciona perfecto y las fotos que toma, su calidad, es increíble. Me gusta mucho la estética que producen esas cámaras y ando siempre también con una Leica M6 que es la vieja y confiable de 35 mm. Son bien pequeñitas, las de hoy pesan dos veces más.

Esa forma de tener una cámara en la mano y saber que tienes 12 fotos y que tienes que aprovecharlas. Cuando estás con jóvenes fotógrafos del digital y oyes los shutters de las cámaras piensas: esa gente va a volver a la casa con 12 mil fotos de hoy y yo voy a tener 8 o 9. Eso te obliga a detenerte. A veces, cuando saco la digital, vuelvo y veo que tomé 25 fotos y no más. Me acostumbre a andar con la análoga y a no disparar a todo lo que se mueva.