Visualidades
Victor Zea
Perú -
noviembre 04, 2020

Cusco: «Se robaron el oro, pero no se llevaron el sol y eso es lo que fotografío»

El fotógrafo peruano Víctor Zea se despierta temprano porque por su ventana entra luz. No le molesta: hace ya unos años dejó de taparla porque ahora se comunica con el sol. Lo contempla, le saca fotos y entabla una conversación. Víctor nació en Lima. Su padre, quechua, le transmitió la cultura ancestral y el amor por la fotografía. Con el paso del tiempo, Víctor descubrió que en su trabajo también había una suerte de búsqueda personal. “Logré acercarme a una raíz, para mí ha sido un proceso interesante. Como proceso de autor, me hizo sentir que estaba en el camino”, cuenta.

Se define como un “fotógrafo de la calle”. Para él, la fotografía es un canal que abre las puertas para conocer el mundo. En eso pensó cuando se puso a estudiar y también cuando, en 2010, viajó como mochilero. Entonces no tenía un objetivo claro: “La fotografía era una excusa para conocer otros estratos, otra gente”, dice. Así se fue relacionando con el sol, la comunidad hip-hop y, ahora, con los arcoíris.

El libro en el que explora el rol del sol y la sombra en Cusco se llama P’unchaw que, en Quechua, significa “Luz de día”. Desde la vieja capital inca, Víctor afirma: “Se robaron el oro, pero no se llevaron el sol”.  

¿Por qué el sol?

En la Plaza de Armas de Cusco hay unos portales. Lo primero que me llamó la atención fue ver cómo la luz entra en ese portal, entra y se va. En ese entonces no lo tenía claro, simplemente fue algo que me llamó la atención: me interesaban los personajes, parecían flotar. Fui jugando con esa estética un año en esa cuadra, nomás en los portales. Lo interesante del proyecto fue cuando dejó de ser forma y empezó a ganar fondo: hablar de luz y fondo en Cusco no era simplemente una estética. 

Ciertamente hay muchos mitos que unen a los Incas con el sol…

Cuando yo empecé a trabajar en 2013 todo era súper repetitivo, encontraba siempre lo mismo. Entonces leí mitos que me encendieron y empecé a entender cómo los antepasados eran observadores. La cultura incaica ha tenido un entendimiento de la luz y la sombra para crear el espacio en el que están. Más aún, en una sociedad andina como la incaica, el sol era su identidad máxima que regulaba lo social, lo económico, todo.

Ahí investigué cómo esos grandes astrónomos ven el Cusco, como un reloj solar: construían templos sabiendo cómo iba a salir el sol en ciertos días, todo manejado a partir de la incidencia de la luz y de la sombra. Toda esta estética me generó otras preguntas y empecé a fotografiar equinoccios y solsticios. 

Leí que uno de los temas que te guiaron fue la arqueoastronomía, o sea el estudio sobre cómo las poblaciones del pasado “entendieron el fenómeno del cielo” y qué rol tuvo en sus culturas… ¿Es así?

Fotografiaba en horas específicas: sabía que a las 13:15h la luz salía por determinado lado y a las 15h por otro. Así iba teniendo un cronograma. En paralelo, empecé a leer más sobre solsticios y equinoccios, su impacto en la vida. Fui encontrando estas formas que ellos ya habían creado, eran escultores de luz y sombra. Así te vas dando cuenta de que era una ciudad calendario. Cusco tiene una forma de puma si lo ves desde el cielo; en los solsticios de invierno el primer rayo de sol le cae a la cola del puma y las calles se van iluminando. Me di cuenta de que la luz y la sombra no eran sólo una estética sino una luz y forma que giraba en torno a esta ciudad. El sol siempre va a estar, nosotros somos transeúntes. 

A tu fotolibro lo titulaste P’unchaw en honor al mito. El texto dice: “Era el nombre de un ídolo de oro, de la reliquia y deidad más venerable de los incas: la estatua de una figura humana ubicada en el templo del sol más sagrado de Cusco”.

Qoricancha –el principal templo inca que fue destruido por los españoles– antes se llamaba Inticancha, y allí se le rendía culto al sol y a diferentes dioses. Fotografié ese espacio porque tenía claro que yo quería hablar del sol en Cusco. En las visitas al templo escuché por primera vez el mito de P’unchaw. Ahí había un ídolo de oro antropomorfo que representaba al sol.

Yo empiezo a ver cómo la luz o el sol se van convirtiendo en oro y qué significa el oro para mí y para nuestros antepasados. Hay un juego también con el extractivismo: se robaron el oro pero no se llevaron el sol. Hoy la gente viene con las mejores intenciones de entender una cosmovisión, pero se cae en este extractivismo. Es muy chocante ver este turismo masificado y consumista tan fuerte.

El libro empieza con una vara de oro apoyada: es la representación de la fundación de Cusco. Como todo mito es incomprobable, pero una de las cosas que rescato para mí es encontrarme con una cultura andina viva. Hay gente que cree en el sol, que le habla al sol, que le habla al arcoíris, que le habla a la lluvia. Es una dosis de esa fantasía que te crean de niño y después te rompen, pero sigue viva. Es algo súper loco para mí. Tras un año, conversaba con el sol, intentaba tener una relación, buscaba romper con eso que te generan en la mente. No es que tengas que comprender todo, algunas cosas no se comprenden.

En tanto creador fue interesante el proceso, empecé a mimetizarme con esa luz, y a crearme mis propias convicciones con respecto a una cosmovisión. Podría decir que me ayudó a creer.  

¿En qué estás trabajando ahora?

Ahora estoy super metido en trabajar el arcoíris en sus diferentes significados. Si señalas con el dedo, el dedo se te pudre. O que te tienes que tapar la boca y que el arcoíris embaraza a las mujeres. Son mitos no tan conocidos, y dices: “es imposible esto”. Hasta que conoces gente a la que le ha pasado. Entonces empiezo a tener este interés por mitos o por ideas que acaban siendo como que algo que no es cierto. Crecemos no creyendo y es real, está ahí, es parte de su misma vida.


¿Existe el extractivismo en la fotografía?

Yo me he criado con una visión de la fotografía occidental, si bien mis primeros referentes eran de acá. Mi manera de ver se ha alimentado de ese colonialismo también. Ya es un tema de cómo te acercas personalmente, es bien difícil. Actualmente es más prioritario en el autor crear de una manera más integradora. No debes ir, fotografiar e irte, pero es parte de lo que sucede.

Yo me he sentido así muchas veces, imagínate. Lo más complicado para mí es cuando, por ejemplo, fotografío una comunidad hip-hop, que son mis hermanos, que son mis amigos, paro con ellos. Pero al final siempre soy Víctor, el fotógrafo que los está viendo. 

¿Y cómo fue ese acercamiento al mundo de la música callejera?

Un amigo tenía una casa cultural underground donde se juntaban diferentes colectivos de hip-hop, teatro, fotografía, una cultura política social bien marcada. Era como escuchar a los ídolos de underground por mp3 y de golpe los tenía al lado mío y eran mis amigos. Era una sinergia de fotografía callejera. Para mí, personalmente, que nací en la clase media y en una familia que ha sido súper protectora, la fotografía y conocer este mundo representaba la libertad. La fotografía me permitió conocer otras realidades, he tenido la oportunidad de conocer gente increíble. Para mí, era: “sal de tu burbujita y conoce lo que es el mundo”. 

¿Cómo fue que elegiste meterte en el mundo hip-hop en quechua?

En el libro de P’unchaw el proceso supuso una fotografía pensada, la composición bien puesta. Me he esperado dos años por una fotografía que no salía. En el trabajo con el hip-hop un amigo me dijo : “oye pero el hip-hop no es pulcro, el rap es decirle al presidente fuck you, sale de la víscera”. Empecé entonces a jugar con la musicalización, cómo se utiliza para crear canciones, donde se utiliza mucho el sampleo, se repite tres segundos de una canción y lo vuelves a repetir. Voy creando una transición más musical, más pegada al estilo que es el hip-hop. Es un trabajo que está en proceso.

Entonces, de esa misma forma, empecé a cortar mis archivos de la movida hip-hop y de una foto, sacar diez. Fue una liberación, como proceso de autor, quitarme la fotografía más pulcra. Fui deconstruyendo la forma de hacer imágenes y cuando llegué a estilo libre fue como la gloria.  

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